El Dilema de los Petroestados

El arma del petróleo ha muerto, y con ella las jugosas subvenciones de los estados rentistas que se habían acostumbrado a precios del crudo altos para financiar clientelismo, revoluciones o intervencionismo. Algunos países de la OPEP, como Arabia Saudí, han reducido su deuda durante los años de bonanza hasta casi no estar endeudados. Esa política, y contar con unas enormes reservas de dólares les permite afrontar periodos de bajos precios con relativa comodidad. A pesar de ello, se estima un déficit fiscal del 15% del PIB durante al menos dos años. Varios países del golfo, como Kuwait o Qatar han llevado a cabo políticas de diversificación de sus economías, reduciendo ligeramente su exposición al petróleo.

Pero otros países productores han empeorado. No sólo no han reducido su dependencia de los ingresos petroleros, sino que la aumentaron durante los años de altos precios, hundiendo al sector privado eficiente con políticas intervencionistas y expropiaciones. Se convertían en países que “necesitaban” un precio del crudo alto para equilibrar su presupuesto, no por los costes de extracción o desarrollo, sino por las innumerables subvenciones, asalto a la caja de sus petroleras y gastos políticos.

En algunos países de la OPEP hasta el 25% del presupuesto se destina a subvenciones al consumo de gasolina y gas natural. Reducir esas subvenciones bajaría un consumo claramente excesivo y aliviaría las finanzas públicas.

No digamos las subvenciones “políticas”. Venezuela ha despilfarrado más de 50.000 millones de dólares en “acuerdos no comerciales” (regalos de crudo a Cuba y otros, financiación de regímenes y partidos “afines”) según varios estudios. Según Barclays, si el país hubiera vendido ese crudo a precios de mercado y ahorrado, tendría el triple de reservas de dólares hoy. Una investigación del Congreso de EEUU (Congressional Research Service) afirma que Irán gasta hasta 15.500 millones de dólares anuales en apoyar financieramente a Hezbolá, Hamás, grupos hutíes y al régimen sirio.

Ante un escenario de bajos precios prolongado, como alerté en La Madre de Todas las Batallas, estos países se ven forzados a adaptarse a un mundo donde la eficiencia, las tecnologías disruptivas –renovables, fracking– y la sustitución están aquí para quedarse.

El primer impacto, por supuesto, es una caída del PIB muy relevante. Las estimaciones muestran un 7% para Venezuela. Otros países, como México, han visto las expectativas reducirse a la mitad, pero crecerán alrededor de un 1,7%. En Irán el PIB en 2014 se sitúa por debajo de los niveles de 2010.

Otro efecto es un importante agujero fiscal. Los países productores que necesitan mayores precios son Libia, Yemen, Irán, Argelia y Baréin, y deberán revisar sus políticas de subvenciones urgentemente. Incluso si asumimos precios de 70 dólares el barril, aún se queda muy lejos de los más de 150 dólares que necesitan para mantener su gasto político.

El tercer impacto es una enorme caída de las inversiones. No solo se reduce la actividad inversora en exploración y desarrollo, que ha caído hasta un 30%, sino que las enormes obras locales en infraestructuras e inmobiliario, financiadas con ingresos extraordinarios del crudo, se resienten.

Muchos pueden pensar que esa reducción de inversiones en exploración y producción creará una subida de precios posterior, y es ahí donde creo que se equivocan. La enorme capacidad excedentaria de los países de la OPEP, añadido al retorno de la producción de Irán tras el levantamiento de sanciones, lleva a una capacidad ociosa de casi 3 millones de barriles al día. Si añadimos los más de 4.000 pozos perforados y pendientes de ponerse en marcha en EEUU, suman otros 650.000 barriles al día. Y las inversiones globales en petróleo se mantienen alrededor de los 850.000 millones de dólares anuales (unos 910.000 millones de euros), una cifra más que suficiente para garantizar el suministro.

Los ganadores serán los que han hecho inversiones para diversificar su economía desde hace años. Los perdedores ya son los que se acostumbraron a los precios altos. El dilema de los petroestados está en adaptarse, cancelar gasto “político” y subvenciones, o sufrir una recesión mucho más severa.

Duda pública a coste cero. Bendición o Maldición

La semana pasada comentaba que el 67% de la deuda alemana y el 17% de la española ya cuentan con tipos negativos. Es decir, los inversores pagan por prestar a los países.

Existe una doble razón por la que los inversores aceptan tipos negativos. Quieren un activo donde se le garantice el 99% de su capital ante la incertidumbre en otras inversiones, donde piensa que puede perder más. Adicionalmente, puede esperar que la moneda en la que se denomina dicha deuda, el euro, vaya a revalorizarse comparado con la moneda de sus ahorros. Teniendo en cuenta que ya hemos visto 480.000 millones de dólares de salida de capitales de mercados emergentes y que yo estimo que esa ola continuará durante un tiempo, es normal que el “flight to safety” –vuelo hacia la seguridad- sea hacia una Europa donde el riesgo sistémico y de ruptura se ha reducido a mínimos.

Si un inversor compra un bono en un mercado emergente donde percibe que puede devaluarse la moneda o hacer impago, el riesgo es doble. Recordemos que la capacidad de repago de intereses en el mercado de deuda de varios emergentes, sobre todo los ligados a materias primas, se ha reducido a niveles de 2009. Europa se convierte en el activo de bajo riesgo.

Pero ese bajo riesgo viene, por un  lado de las mejoras evidentes en las economías (en el caso español, mayor crecimiento, menor déficit, mejores ratios de solvencia y liquidez) pero también de la política del Banco Central Europeo, que recompra 60.000 millones de euros mensuales, beneficiando de manera muy pronunciada a la deuda soberana.

El BCE ha comprado 33.515 millones euros de deuda pública española, de un total de 301.447 millones de deuda total europea. Con ello y con todo, la liquidez excesiva del BCE supera los 480.000 millones de euros. En algunos casos el BCE supone más del 100% de la demanda en emisiones de deuda pública.

El riesgo de que se utilice el balance del BCE como la “pirámide de Wall-E” donde se acumula basura sin control, es moderado. Mario Draghi y su equipo han llevado a cabo siempre un proceso modélico de esterilización (vender en el mercado lo que compran, gradualmente). Y eso permitió que se redujese el balance del BCE de manera muy relevante antes de lanzar este programa de recompras.

Pero el riesgo, que el propio Draghi comenta en tantas ocasiones, es que los Estados se relajen y aprovechen esos menores costes de endeudamiento para parar las reformas estructurales, entregarse a gastar más y aumentar los déficits.

Es una locura cuando se escuchan mensajes de ciertos economistas pidiendo “imprimir dinero para inversión pública”. Volvemos a los incentivos perversos y los elefantes blancos. Sacar dinero del bolsillo del eficiente y del ahorrador y entregarlo al siguiente “Museo del Circo” o aeropuerto, puente, inútil. Paga usted.

Porque la monetización de deuda no es gratis ni evita los recortes y subidas de impuestos. La línea entre una moneda y un sistema que genera confianza y Argentina o Zimbabwe es delgada. La política monetaria no es una panacea y, mucho menos, si lo que lleva es a una competencia desleal de los sectores que generan gasto improductivo, que se convierten en los que reciben financiación más barata y mayor dinero. El propio BCE y Draghi avisan de ello.

Una cosa es reducir el riesgo sistémico y poner en marcha la herramienta que permite que el mecanismo de transmisión a la economía real mejore, que es lo que pretende el BCE, y otra cosa es una máquina de privilegio estatal que incentiva la zombificación de las economías y la financiación de sobrecapacidad inútil.

El riesgo de caer en la autocomplacencia no es pequeño. En Europa lo vivimos hace nada, en 2009, y destruimos 4,5 millones de puestos de trabajo mientras llevábamos a cabo planes de estímulo que no han atajado la crisis, sino creado mayor sobrecapacidad.

Recordemos que no emitiremos a tipos de interés negativos toda la vida. Usar la estrategia de la cigarra de aprovechar el verano para vaguear y acostumbrarnos a la bonanza es un error. Porque el invierno llega. Vaya si llega. Que se lo pregunten a Brasil. Y la estanflación con exceso de deuda es un invierno muy frio… Y muy largo.

Adiós Cristina, Hasta Nunca

Las elecciones en Argentina han mostrado una contundente victoria del candidato Macri contra la opción continuista que encarnaba Scioli. Y se encuentra con el legado de la política económica más alucinantemente destructiva de Latinoamérica junto a la venezolana. El culto al dios de imprimir moneda y gastar, ignorar la productividad, hundir el sector privado y culpar al extranjero. El aumento de la masa monetaria como solución mágica a todos los problemas de competitividad y acusar de los desajustes y la inflación a cualquiera, menos al que imprime.

Con un poco de suerte, el final de 12 años de kirchnerismo, que han llevado al país al estancamiento con una inflación anual del 30%, a quedarse sin reservas y más de un 28% de pobreza, con el índice de participación laboral a mínimos de 1960, también supondrá el principio del fin de la corriente económica y social más destructora para Latinoamérica de las últimas décadas. El ‘socialismo del siglo XXI’ (Chávez, Kirchner, Morales, Correa), que es exactamente igual que el del siglo XX con un absoluto desprecio a las más elementales reglas económicas. Más monetaristas que Allende y más intervencionistas que las juntas militares, esta corriente ha aunado las peores costumbres del comunismo y el fascismo que asolaron la región.

Hace unos meses explicábamos en ‘Argentina, otro experimento neokeynesiano fallido’ y en ‘Venezuela, al borde del abismo’ lo que ha sido una política económica irresponsable, ilógica y devastadora.

El legado de Cristina Fernández de Kirchner es, como poco, un fracaso teniendo en cuenta la riqueza y el potencial de ese gran país que es Argentina.

Entre 2008 y 2014, la inflación oficial ha sido del 106,7% pero la analizada por el congreso y analistas independientes ha sido del 354,6%. Desde la llegada de la política de imprimir moneda sin control, porque, según Kiciloff, “crear dinero no genera inflación”, la inflación anual ha sido de casi el 30%.

El empleo público se ha disparado de 2.387.000 a 4.232.818 entre 2003 y 2015. Casi el 27% de la fuerza laboral. Más del doble de funcionarios que el sector privado en variación neta, según OJF e INDEC.

Mientras, al sector privado lo han ahogado a impuestos, hundido con el cepo cambiario y rematado con amenazas e intervencionismo. La presión fiscal más alta de Latinoamérica, la intervención en precios -que no ha evitado la elevada inflación-, el control de capitales y la falta de divisas para pagar a suministradores.

Con la destrucción de lo que era un sector privado atractivo, el desaliento de una población educada y de alto nivel de conocimientos, la posición financiera se ha deteriorado inexorablemente mientras la inflación creada por una política monetaria terrorífica empobrece a todos.

¡Imprimir! La base monetaria crece al 37,1% interanual y una media del 20% desde hace años… Y las exportaciones en millones de dólares, a pesar de ser un país rico en materias primas, son menores que en Chile, México, Uruguay o Paraguay.

Y el crecimiento de la economía desde 2008 solo muestra estanflación. Estancamiento con altísima inflación. La actividad económica lleva creciendo muy por debajo de la inflación año tras año.

La pobreza, imprimiendo y con lo que llaman el «modelo social inclusivo», se ha disparado a casi el 30%. Según la Fundación Mediterránea, el desempleo es más del doble de las cifras oficiales. La tasa de participación laboral es del 45,2%. Es decir, muy por debajo de España, por ejemplo, a pesar de un nivel de ‘paro oficial’ ópticamente bajo y una demografía similar.

Ahora Macri se encuentra ante un reto complejo. No va a ser fácil salir de un desajuste de tal magnitud, acumulado durante años, con el banco central vaciado de reservas y un problema cambiario descomunal de un país en el que los ciudadanos se manejan entre varios tipos de cambio para la misma moneda. Eliminar el cepo, acabar con la ridícula política de limitar las importaciones, incentivar la exportación de productos y servicios de alto valor añadido, solucionar la credibilidad del Estado llegando a un acuerdo con los inversores y restaurando el prestigio del país ante la comunidad internacional son medidas urgentes. Adicionalmente, debe atacar el problema de la mayor presión fiscal de Latinoamérica y el desproporcionado peso del clientelismo político. Recuperar la competitividad, la inversión extranjera y salir del aislamiento y las ‘amistades peligrosas’ con Irán y Venezuela deben ir en paralelo.

Argentina no solo tiene las herramientas, la gente y la capacidad de salir de este desastre. Es que lo conseguirá. Esperemos que detrás vayan Venezuela, Bolivia y Ecuador. Un fuerte abrazo a todos.