Adiós Cristina, Hasta Nunca

Las elecciones en Argentina han mostrado una contundente victoria del candidato Macri contra la opción continuista que encarnaba Scioli. Y se encuentra con el legado de la política económica más alucinantemente destructiva de Latinoamérica junto a la venezolana. El culto al dios de imprimir moneda y gastar, ignorar la productividad, hundir el sector privado y culpar al extranjero. El aumento de la masa monetaria como solución mágica a todos los problemas de competitividad y acusar de los desajustes y la inflación a cualquiera, menos al que imprime.

Con un poco de suerte, el final de 12 años de kirchnerismo, que han llevado al país al estancamiento con una inflación anual del 30%, a quedarse sin reservas y más de un 28% de pobreza, con el índice de participación laboral a mínimos de 1960, también supondrá el principio del fin de la corriente económica y social más destructora para Latinoamérica de las últimas décadas. El ‘socialismo del siglo XXI’ (Chávez, Kirchner, Morales, Correa), que es exactamente igual que el del siglo XX con un absoluto desprecio a las más elementales reglas económicas. Más monetaristas que Allende y más intervencionistas que las juntas militares, esta corriente ha aunado las peores costumbres del comunismo y el fascismo que asolaron la región.

Hace unos meses explicábamos en ‘Argentina, otro experimento neokeynesiano fallido’ y en ‘Venezuela, al borde del abismo’ lo que ha sido una política económica irresponsable, ilógica y devastadora.

El legado de Cristina Fernández de Kirchner es, como poco, un fracaso teniendo en cuenta la riqueza y el potencial de ese gran país que es Argentina.

Entre 2008 y 2014, la inflación oficial ha sido del 106,7% pero la analizada por el congreso y analistas independientes ha sido del 354,6%. Desde la llegada de la política de imprimir moneda sin control, porque, según Kiciloff, “crear dinero no genera inflación”, la inflación anual ha sido de casi el 30%.

El empleo público se ha disparado de 2.387.000 a 4.232.818 entre 2003 y 2015. Casi el 27% de la fuerza laboral. Más del doble de funcionarios que el sector privado en variación neta, según OJF e INDEC.

Mientras, al sector privado lo han ahogado a impuestos, hundido con el cepo cambiario y rematado con amenazas e intervencionismo. La presión fiscal más alta de Latinoamérica, la intervención en precios -que no ha evitado la elevada inflación-, el control de capitales y la falta de divisas para pagar a suministradores.

Con la destrucción de lo que era un sector privado atractivo, el desaliento de una población educada y de alto nivel de conocimientos, la posición financiera se ha deteriorado inexorablemente mientras la inflación creada por una política monetaria terrorífica empobrece a todos.

¡Imprimir! La base monetaria crece al 37,1% interanual y una media del 20% desde hace años… Y las exportaciones en millones de dólares, a pesar de ser un país rico en materias primas, son menores que en Chile, México, Uruguay o Paraguay.

Y el crecimiento de la economía desde 2008 solo muestra estanflación. Estancamiento con altísima inflación. La actividad económica lleva creciendo muy por debajo de la inflación año tras año.

La pobreza, imprimiendo y con lo que llaman el «modelo social inclusivo», se ha disparado a casi el 30%. Según la Fundación Mediterránea, el desempleo es más del doble de las cifras oficiales. La tasa de participación laboral es del 45,2%. Es decir, muy por debajo de España, por ejemplo, a pesar de un nivel de ‘paro oficial’ ópticamente bajo y una demografía similar.

Ahora Macri se encuentra ante un reto complejo. No va a ser fácil salir de un desajuste de tal magnitud, acumulado durante años, con el banco central vaciado de reservas y un problema cambiario descomunal de un país en el que los ciudadanos se manejan entre varios tipos de cambio para la misma moneda. Eliminar el cepo, acabar con la ridícula política de limitar las importaciones, incentivar la exportación de productos y servicios de alto valor añadido, solucionar la credibilidad del Estado llegando a un acuerdo con los inversores y restaurando el prestigio del país ante la comunidad internacional son medidas urgentes. Adicionalmente, debe atacar el problema de la mayor presión fiscal de Latinoamérica y el desproporcionado peso del clientelismo político. Recuperar la competitividad, la inversión extranjera y salir del aislamiento y las ‘amistades peligrosas’ con Irán y Venezuela deben ir en paralelo.

Argentina no solo tiene las herramientas, la gente y la capacidad de salir de este desastre. Es que lo conseguirá. Esperemos que detrás vayan Venezuela, Bolivia y Ecuador. Un fuerte abrazo a todos.

El mejor indicador de la próxima recesión. Los inventarios

Uno de los indicadores más importantes a la hora de analizar el riesgo de una recesión, sobre todo en EEUU, es la acumulación de inventarios. Ha sido clave a la hora de prever la llegada de la recesión en Japón que comentábamos ayer y merece la pena analizarlo en una economía norteamericana donde aún se dan expectativas que me parecen extremadamente optimistas.

El ratio de inventarios (productos almacenados pendientes de venta) contra venta es muy relevante, porque mide la velocidad de consumo de la producción y adelanta si existe un problema.

Las empresas acumulan productos en almacén ante la expectativa de un repunte de las ventas y producen más esperando que la economía se recupere. Como en Estados Unidos la inversión productiva no ha crecido, el ratio debería estar reduciéndose ante una economía que crece.

El inventario cuesta. Un amigo mío dice que “el capital circulante mata más empresas que el Estado”. Si se sigue acumulando producto no vendido, las empresas dejan de ordenar nuevos insumos y reducen su nivel de producción. Eso ralentiza la economía y ya ha supuesto un impacto en la última cifra de PIB americano. En septiembre, las ventas totales no aumentaron y, sin embargo, los inventarios crecieron un 0,3%. El aumento de ventas del S&P 500 es de 0,4% y lleva bajando desde 2012.

Tras 606 bajadas de tipos de interés y 12,4 billones de dólares de estímulos monetarios, el crecimiento de ventas en EEUU es el más bajo desde 2004, y el ratio de inventarios sobre ventas está a niveles de 2003.

Puede uno pensar que ese aumento de inventarios es positivo porque las empresas piensan vender mucho de aquí a navidades. Puede ser. En cualquier caso, entonces hablamos de consumir producto almacenado, y no tendrá efecto positivo en el PIB.

Podemos decir también que ese ratio ha sido alto con la caída del precio del petróleo por el impacto del sector energético en muchos sectores, pero olvidamos que los precios del gas y del petróleo llevan ya muchos meses de caída (y el del gas en EEUU lleva deprimido desde hace años).

Si queremos ser negativos, una acumulación persistente de inventarios supondrá despidos y cierres de plantas a medio plazo.

Si añadimos que las importaciones a los mayores puertos de EEUU han caído en los últimos tres meses, con una reducción en los tres principales puertos (Nueva York, Long Beach y Los Ángeles) del 10% durante una temporada considerada de máxima actividad, no es fácil verlo desde una perspectiva optimista.

Lo veamos como lo veamos, está aún lejos de niveles de recesión, pero claramente en niveles de estancamiento. E incluso si lo miramos desde la perspectiva de contribución al PIB, el consumo de dicho inventario no va a ayudar.

Adicionalmente, merece la pena alertar sobre el excesivo impacto positivo que se ha dado a la revalorización de inventarios en el PIB de EEUU y que no ocurre en el europeo. Si se sigue acumulando, y las empresas deben bajar precios para reducir producción almacenada, tendrán que revisarse a la baja las valoraciones.

Tengamos en cuenta este indicador y esperemos que no supere 1,4 veces.

Lo que está claro es que el megaestímulo sigue dejando una economía con un crecimiento muy por debajo de su potencial y un sector empresarial que no acaba de encontrar oportunidades relevantes. Alguno dirá que no se hizo lo suficiente.