La siguiente fase de la guerra de divisas

“From its creation in 1913, the most important Fed mandate has been to maintain the purchasing power of the dollar; however, since 1913 the dollar has lost over 95 percent of its value” James Rickards

La semana pasada los activos de riesgo se dispararon ante las palabras del presidente del BCE, Mario Draghi. Una palabra resaltaba sobre las demás “ilimitado”. ¿Ilimitado? ¿De verdad pensamos que la política expansiva de un banco central puede ser ilimitada sin tener enormes repercusiones?

Se ha llegado a tal nivel de locura intelectual que en algún foro he llegado a leer que la devaluación constante es buena porque todo el mundo la hace. Vamos, la mayor estupidez que uno podía leer, como pensar que las guerras son buenas porque casi todos los países las llevan a cabo.

Hasta ahora la guerra de divisas parecía hasta una buena idea porque la economía a quien todos queremos exportar y vender, China, no participaba de ella. Y una devaluación minúscula de su moneda local ha creado un efecto dominó global que el BCE esperaba contener abriendo más el grifo. La promesa era clara, en marzo puede inyectar todavía más liquidez a un mercado en el que con 720.000 millones de euros de inyección se genera una liquidez excedentaria de 565.000 (deduciendo la que ya había antes de lanzar el programa de recompras).

La respuesta monetaria no se corresponde con una mejora de las expectativas de crecimiento real, y por lo tanto, se pasa a una tercera fase de la guerra de divisas.

La primera es que la moneda de reserva global devalúe de manera agresiva, exportando inflación a todas las economías dolarizadas y creando hiperinflación en activos de riesgo.

La segunda supone que le sucedan otras monedas con el objetivo de suplir problemas estructurales demográficos, endeudamiento y de sobrecapacidad con un aumento de liquidez que busque generar una demanda artificial.

La tercera es peligrosa porque ya no se trata de un movimiento defensivo para amortiguar excesos de crédito y capacidad pasados, sino que se convierte en un movimiento ofensivo que busca anular al contrario y hacer que sus medidas de política monetaria no prosperen.

Esa tercera fase es la más dañina, porque las otras pueden crear burbujas, o perpetuar ineficiencias y sobreendeudamiento, pero se le concede un cierto nivel de “bondad”. Ustedes lo habrán oído en muchas ocasiones, el famoso “habría sido peor”.

Por supuesto, la guerra de divisas siempre se niega por parte de los que la llevan a cabo.No es una casualidad que la actividad de comercio global se ralentice a crecimientos mínimos históricos durante una guerra de divisas. No se exporta más por devaluar, sino por mayor valor añadido. Japón es el ejemplo paradigmático del fracaso del exceso monetario.

Pero hay algo que muy pocos comentan. La guerra de divisas, cuando entra en esa tercera fase, tiene un impacto muy relevante en los activos financieros. Las bolsas no suben como en la primera fase, de hecho caen porque la guerra de divisas lleva a las monedas de reserva a fortalecerse a pesar de las políticas expansivas y la liquidez excesiva lleva a tomar menos riesgo, no más. ¿Por qué? Por la evidencia de la ralentización.

La velocidad del dinero -que mide la actividad económica- no solo cae, sino que la pérdida de poder adquisitivo de las monedas entorpece el crecimiento del consumo y la mejora del endeudamiento.

Estamos exportando desinflación a todo el mundo.

Los bancos centrales pasan de dar confianza a generar miedo. Si llevan a cabo políticas expansivas cuando hay liquidez excesiva y las economías se recuperan, dan la sensación de que saben algo que los agentes económicos desconocen. El hecho de que se equivoquen en estimaciones tanto como lo hacen, genera mayor incertidumbre.

No ha habido un solo caso relevante en el que una moneda que haya entrado en la cesta del FMI no se haya lanzado a devaluar de manera muy importante aprovechando su condición de “reserva”. Si el motor del crecimiento del mundo se lanza a hacer lo mismo y se responde agresivamente para “anular” ese impacto, no podemos pensar que los activos de riesgo van a responder con euforia. Es la constatación de lo contrario a lo que se supone que se dedica un banco central.

¿No estamos aún en esa tercera fase? ¿Los bancos centrales hacen bien en poner un suelo a los activos de riesgo? Puede que veamos en los próximos meses si esa inyección adicional tiene un efecto real positivo o no. Porque el error de los que piensan en la guerra de divisas como un cataclismo es pensar en debacles, en vez de un largo, penoso y complicado proceso de estancamiento y endeudamiento.

El error de juicio de los optimistas -y los pesimistas- es pensar que “como no ha habido un enorme cataclismo, todo va bien” o predecir el colapso. No, no tiene por qué. Pero es un hecho incuestionable que empobreciendo y asaltando al ahorrador y al eficiente para subvencionar al endeudado y al obsoleto estamos perpetuando una crisis global de exceso de capacidad y desinflación.

Davos, entre la recesión global y el populismo

La reunión anual del World Economic Forum de Davos suele ser poco reveladora en cuanto a tendencias para el mundo económico. Se suceden una serie de conferencias y debates con muy poca discrepancia, un gran consenso y en general se produce esa sensación de estar escuchando a grandes líderes que dicen en público mucho menos de lo que podrían. Es un gran evento diplomático, la exaltación del consenso y la magnificación de la prudencia.

Esta reunión anual ha sido diferente. Sobre el foro de Davos han aparecido dos nubes importantes que pueden cambiar de manera radical la perspectiva económica del mundo. La aparición de populismos radicales en muchos países y el fantasma de una recesión global.

Hemos escuchado comentarios de alerta importantes, tanto del CEO de Goldman Sachs como de George Soros, que esperan que la devaluación y ralentización china empeore y, en el caso de Soros, mantiene una visión extremadamente negativa de Europa. Frente a esas impresiones, algunos análisis relativamente optimistas mantienen un ligero viento de cola para la economía europea, impulsada por la recuperación del consumo, y un crecimiento global que se mantiene por encima del 3%.

La política de los bancos centrales ha sido parte del debate más intenso. Mientras la presidenta del FMI, Lagarde, y el del Banco Central Europeo, Draghi, defendían la labor llevada a cabo para atacar la crisis, las voces de los grandes inversores alertaban sobre el riesgo de manipular el coste y cantidad de dinero creando burbujas financieras y riesgos de desestabilización global.

Merece la pena resaltar el análisis de la Organización Mundial del Comercio que sigue percibiendo riesgos a la baja de sus estimaciones de crecimiento global, a pesar de los importantísimos avances que se han conseguido con el Tratado Transpacífico, un auténtico hito que beneficia al 40% del comercio global.

La pérdida de puestos de algunas economías desarrolladas en el ranking de apertura al comercio (open for business) nos debe hacer reflexionar a todos sobre todo porque el fantasma del proteccionismo vuelve a asomar su terrible cara en un entorno en el que los populistas se aprovechan del miedo al exterior, a la tecnología y al cambio para ofrecer un falso paraíso de política de avestruz y rechazo a la globalización.

Sobre el auge de los populismos, John Kerry hizo comentarios muy importantes, destacando que “el mundo debe resistir la retórica de los populistas que busca dividir y enfrentar a la sociedad”.Los retos de la política de inmigración en la Unión Europea fueron analizados en detalle, y Emmanuel Macron alertaba sobre una Europa en la que los políticos habían decidido esconderse y mirar hacia dentro en vez de trabajar juntos. No es una casualidad que el populismo haya utilizado el argumento de los refugiados tanto para hacer demagogia como para criticar todas las políticas, sean las que sean. Ha sido la excusa perfecta para aprovecharse de una Unión Europea que no llegaba a acuerdos efectivos para criticar una política y la contraria en cada país.

La mayoría de las intervenciones han sido, como comentábamos, diplomáticas, muy de consenso y con mensajes positivos buscando un mayor esfuerzo global para hacer que el crecimiento económico se traslade a todos los ciudadanos y las políticas de cooperación sigan reduciendo la pobreza y mejorando las oportunidades para todos. En ese sentido cabe resaltar que la pobreza extrema en el mundo ha caído a los niveles más bajos de la serie histórica y que los esfuerzos de cooperación internacional, humanitaria y en inversión en desarrollo, vuelven a alcanzar máximos jamás vistos.

Muy positivos han sido los análisis sobre tecnologías disruptivas, mostrando cómo dichas tecnologías no sólo no destruyen empleo, sino que lo crean, y las propuestas para atacar el problema del desempleo juvenil desde programas de formación para el emprendimiento y una visión global de las oportunidades.

Estamos viviendo la cuarta revolución industrial, que generará oportunidades absolutamente inimaginables. Esa cuarta revolución es la de la tecnología, el mundo digital que está cambiando de manera radical como interactuamos. Nanotecnología, Fintech e impresoras 3D son elementos nuevos que modificarán permanentemente las relaciones comerciales, la forma en la que creamos valor y ponemos a disposición del mundo mejores servicios y experiencias nuevas. El mundo que viene con esa revolución es el de las experiencias, de las sensaciones, y la globalización es imparable.

Grecia y las consecuencias del populismo

Grecia y las consecuencias del populismo

Grecia y las consecuencias del populismo“Oxi”, gritaban las masas en Atenas ante las soflamas de Varoufakis y Tsipras prometiendo la arcadia feliz del gasto, el fin de la austeridad y el asalto a las arcas de Alemania. Veinte días después, los ciudadanos sufrían el corralito causado por la incompetencia de las políticas del gobierno, que convirtió un problema de renegociación de términos de deuda en un “crash” financiero. Seguir leyendo Grecia y las consecuencias del populismo