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Acerca de Daniel Lacalle

Daniel Lacalle (Madrid, 1967) es Doctor en Economía, profesor de Economía Global y Finanzas, además de gestor de fondos de inversión. Casado y con tres hijos, reside en Londres. Es colaborador frecuente en medios como CNBC, Hedgeye, Wall Street Journal, El Español, A3 Media and 13TV. Tiene un certificado internacional de analista de inversiones CIIA y un máster en Investigación económica y el IESE.

Rescates y cláusulas suelo

Seamos conscientes. Hasta que en Europa no se solucione el problema de excesiva bancarización de la economía, el bucle crisis-estancamiento-crisis permanecerá. Por supuesto que hay muchos otros factores que hacen de la Unión Europea un espacio económico de bajo crecimiento, alto paro y exceso de gasto, pero mientras otros –burocracia, rigidez, bajo dinamismo– se repiten en el debate económico con frecuencia, el escollo de la hiperbancarización se ignora. No se hace sin querer, o por ignorancia, se hace a sabiendas porque la banca es el brazo derecho de unos estados entregados al exceso de deuda.

Recordemos algunas cifras: En la Unión Europea la banca financia casi un 80% de la economía real. En EEUU, por ejemplo, no llega al 20%.

En Italia acabamos de ver el último episodio de rescate. 20.000 millones de euros tras la imposibilidad de ampliar capital de una entidad donde los préstamos de difícil cobro superaban al 100% del capital. Pero no deja de ser un parche en una banca, la italiana, que acumula más de 200.000 millones de euros en préstamos que son, a todas luces, incobrables.

Desafortunadamente, como explicamos aquí en “El enfermo europeo, ¿por qué se sigue rescatando a la banca?», hasta que no se rompa el bucle de la economía hiperbancarizada, la errónea política de tipos bajos y exceso de liquidez y la exigencia política de que “fluya el crédito”, estos episodios seguirán apareciendo. Y con banca pública, igual.

No es posible sanear a la banca, ni a la economía, perpetuando los desequilibrios con tipos extremadamente bajos y negativos, que enmascaran el verdadero riesgo y son la antesala de otra crisis financiera. Al obligar a que se preste a tipos que están desconectados del riesgo real, se crea el germen de la siguiente recesión.

Ese “rescate”, además no es un regalo ni un préstamo similar al TARP norteamericano, del que se recuperó la inmensa parte del dinero y sus intereses. Se cubre un agujero patrimonial y, por lo tanto, está perdido desde el principio. ¿Y por qué se hace a la europea –pérdida y nacionalización– y no a la americana –préstamo contra mayores dividendos–? Curiosamente por la manía de nuestros países de negar los más evidentes requisitos de rentabilidad total para el accionista y de criterio económico a la hora de prestar. Precisamente porque esos rescates, el caso de Italia es bien evidente, se convierten en excusas para que las entidades sigan prestando con criterios más que cuestionables, sobre todo a grandes conglomerados, empresas y administraciones. Para financiar elefantes blancos e inmobiliario. En el caso español, al menos se hizo un esfuerzo de transparencia y recuperar el negocio tradicional.

CLÁUSULAS SUELO

El caso de las cláusulas suelo en España es una evidente cadena de errores que empiezan cuando las entidades olvidan que lo primero deben ser sus clientes.

Los clientes, por supuesto, firmaron unas cláusulas suelo porque también tenían unas cláusulas techo que hacían que se les protegiese contra subidas de tipos. Eso hacía que las mal llamadas hipotecas –préstamos personales con garantía hipotecaria la mayoría– fueran mucho más baratos que en otros países. Esas cláusulas techo llegaban hasta el 12-13% y el suelo hasta el 2%.

Entonces llegó el gas de la risa monetario del Banco Central Europeo y empezó la enorme burbuja de bajos tipos y exceso de liquidez. ¿Qué es lo que pasó? Que el “techo” era más bien la estratosfera y el suelo se perforó vía represión financiera.

La estrategia adecuada por parte de las entidades debería haber sido la renegociación con los clientes caso por caso, no ante una nueva realidad, sino ante el impacto de esa bajada alocada de tipos. Algunas lo hicieron inmediatamente.

Pero ocurrió algo a la vez. Con el plan de “estímulo” del BCE los bancos empezaron a perder dinero en todas sus divisiones, los bonos a tipos negativos se disparaban en la eurozona hasta 4,24 billones de euros y, a la vez, la capacidad de repago de la deuda de empresas y agentes no financieros no mejoraba, de hecho bajaba, según Moody´s.

Con la represión financiera y el gas de la risa monetario, saltaban esas cláusulas suelo y los clientes no se beneficiaban de esa bajada de tipos, olvidando que tenían contratado también un techo que el Sr Draghi se encargó de hacer desaparecer, pero que –recordemos- no era ninguna locura cuando se dudaba del futuro de la eurozona. Esas cláusulas se convertían en una pequeña tabla de salvación de entidades muy expuestas al negocio hipotecario que se lanzaban inexorablemente a un bucle de provisiones, ampliaciones de capital y pérdidas. Ningún banco de la eurozona –probablemente del mundo– sabe gestionar tipos negativos reales y desinflación. Todavía menos cuando ocurre en la parte inmobiliaria, por definición activos menos líquidos y préstamos a más largo plazo.

Las entidades tienen provisionado alrededor de un tercio de esa exposición y en el peor de los casos el impacto pendiente neto, según Caixabank, no llegaría a los 1.600 millones de euros, un máximo de 21 puntos básicos en el capital CET1 de la entidad con más volumen absoluto y de 78 puntos básicos en la más orientada al negocio hipotecaria. Pero esa no es la cuestión. Las cláusulas suelo y techo deberían haber sido renegociadas con los cambios en la curva de tipos.

Podemos criticar una sentencia que ignora un contrato firmado libremente y con cláusulas explicitas, podemos criticar que se ignore en los medios que existía un techo, podemos decir –y es verdad- que encarecerá las nuevas hipotecas. Pero no podemos dejar de darnos cuenta de que el problema de los bancos no ha sido sobrevenido ni casual, sino un “esto es lo que pedías, aquí lo tienes” de libro.

Espero que estos episodios sirvan de lección a todos esos economistas, estrategas y gestores de bancos que pedían una y otra vez el atroz estímulo monetario como si fuera la panacea y que, ahora, se dan cuenta –espero- del desastre que supone para el negocio bancario y a la economía. Ni crece la demanda de crédito solvente, ni ayuda a reducir el riesgo y ha estado a punto de llevarse por delante al 20% de las entidades financieras de la eurozona.

Pero es importantísimo que la banca vuelva a poner por encima de todo a sus clientes, se oriente al valor añadido y no al volumen, afronte el reto de la digitalización desde la innovación, no desde la perpetuación de los ingresos por rentismo (comisiones injustificadas, reticencias a la hora de aplicar cambios a sus propios clientes).

Cuando hablamos de banca y su valor, no es el valor en libros, su PER o la cartera de préstamos, son las personas. La banca no es un negocio ‘utility’ –aunque a alguno le gustaría–. Es un negocio donde el 100% del valor es la percepción del cliente.

Recuperar una banca que piensa en ese cliente como un activo y no como una hucha de la que tirar para cubrir pérdidas de otras divisiones, es esencial. Si no, la desbancarización se va a dar por la falta de confianza de clientes, reguladores y estados, no por mejora del sistema financiero.

Europa ante el ‘brexit’ y Trump

Nos enfrentamos a un 2017 que va a ser crucial para la eurozona y al que no nos podemos enfrentar repitiendo la política del avestruz. 2016 debería haber sido una señal de alarma para una Europa ensimismada.

El referéndum del ‘brexit’, la consulta constitucional de Italia y las elecciones en EEUU han sido shocks para el pensamiento único. Pero, desafortunadamente, ante la evidencia de que el mundo se mueve en sentido contrario a lo que desea el statu quo, la respuesta ante estos retos suele articularse bajo el subterfugio de “más Europa” que puede traducirse fácilmente como “más burocracia”.

Los retos de la economía europea son muy relevantes. Tras casi dos años de masivos estímulos monetarios y el olvido absoluto de unas exigencias de austeridad -que no eran más que una ligerísima moderación presupuestaria-, la eurozona se enfrenta a un mundo muy diferente al que deseaba ese pensamiento único:

– Las exportaciones de la eurozona se han estancado y no es casualidad que haya coincidido con la política devaluadora. Han caído hasta octubre -última cifra- un 5% anualizado, con un monstruoso plan de estímulos y devaluación del euro contra el dólar. Se estancaron en julio de 2015 y no han recuperado dinamismo desde entonces. Por supuesto, el mantra de la devaluación como panacea vuelve a fallar, pero creo que es importante que se entienda que la eurozona es un gran perdedor de la ralentización del comercio global y del incremento del proteccionismo, fuera y dentro. Uno de los pocos datos positivos de la renqueante recuperación europea es la aportación del sector exterior al PIB, y el superávit comercial -que ha sido el gran motor de esa mejora-, se ha reducido en casi 3.000 millones de euros en octubre.

– La deuda y el gasto público de la eurozona llevan a que la presión fiscal alcance máximos históricos. La deuda se ha reducido ligeramente en los dos últimos años a un 90,7%, pero el gasto público ya supera el 48% del PIB, y el déficit se ha reducido en menos de 4 décimas. Sin embargo, la presión fiscal -de un 41,4% del PIB- ha alcanzado máximos históricos según la OCDE ante la decisión de ser lentos en esa reducción del déficit. Ese aumento de la presión fiscal, aunque se haya contenido en 2016 con los últimos datos, hace a la eurozona menos dinámica y con menos capacidad para atender retos económicos globales.

– El problema bancario que no se termina de solventar. A pesar de los esfuerzos de las entidades en aumentar capital, la media estimada de necesidades de capital de la banca europea se mantiene entre 150.000 millones de euros y 250.000 millones en las estimaciones más agresivas. Una banca que -en activos totales- sigue pesando demasiado, más del 300% del PIB de la eurozona, y que sigue siendo el principal financiador de la economía productiva -más del 80% comparado con un 20% en EEUU-. Pesa, y mucho, ese escollo bancario que los estados no quieren perder porque es un brazo esencial del control políticos.

– El error de perpetuar la sobrecapacidad. La utilización de capacidad productiva industrial, tras años de estímulos, sigue alrededor del 80%, es decir, mantenemos una sobrecapacidad ociosa casi permanente del 20%. Es una locura intentar solucionar los problemas de la eurozona con más sobrecapacidad o -todavía peor- estimulando la demanda interna con efectos placebo que generan un impacto muy bajo y un embudo que acumula más deuda y más ineficiencias.

Con estos escollos se presenta una Unión Europea ante un reto muy complejo. Enfrentarse a un mundo que, tras los acontecimientos norteamericano y británico, va en el sentido de fortalecer las políticas de oferta -reducir impuestos- y poner más dinero en el bolsillo del ciudadano. No es una tendencia aislada, si analizamos las economías emergentes también veremos que Brasil se ha comprometido a limitar el gasto público durante veinte años para bajar la presión fiscal, dejar respirar la economía y que se desarrolle el consumo y el sector privado.

Adicionalmente, el aumento del proteccionismo a nivel global -del que, no lo neguemos, la eurozona ha sido en parte culpable- nos muestra el tremendo error de perpetuar sobrecapacidad y tomar medidas anti-consumo y limitadoras del crecimiento -subir impuestos-. Con un desempeño pobre del sector exterior a pesar de estímulos y devaluaciones, es una locura inflar de mayor sobrecapacidad a la economía europea, ya que aumenta costes fijos, deuda, hace la economía menos dinámica y redunda en mucha mayor presión fiscal y menor capacidad de salir de entornos recesivos. La Unión Europea no puede acostumbrarse a ser la última y la que más tarde en salir de las crisis por perpetuar un modelo poco ágil, burocrático e intervencionista.

Estas señales se intensificarán en 2017, con las elecciones francesas, la lenta pero inexorable ralentización china, las medidas para atraer inversión reduciendo escollos fiscales en Asia y Latinoamérica y la volatilidad de las materias primas que afecta a las economías dependientes de las mismas. La respuesta no puede ser lo que algunos llaman “más Europa”, que es menos libertad y más burocracia. La respuesta debe ser “mejor Europa”. Mayor agilidad, crecimiento y atracción de capital. No la deificación del intervencionismo. Si no, estaremos preparando los cimientos de otra crisis de la que culparemos a cualquiera menos a nosotros

¿Pagar impuestos por perder dinero?

La polémica creada por la propuesta de Hacienda de limitar las deducciones del Impuesto de Sociedades por pérdidas anteriores a 2013 ha sido muy importante. En El Español, John Müller resumía perfectamente las dudas y la controversia.

Vayamos primero a la motivación. Por supuesto, es claramente recaudatoria, pero afecta a un universo de empresas muy pequeño. Merece la pena acotar la polémica a su perímetro de impacto real.

En España, las bases imponibles consolidadas (la parte de los resultados sujeta a gravamen) se desplomaba entre 2007 y 2015 de 177.514 millones de euros, por acumulación de pérdidas en la crisis, a 80.591 millones. Menos de la mitad.

Esa caída de la base imponible, se genera fundamentalmente en quince empresas, los bancos y grandes conglomerados industriales españoles que acumularon una gran cantidad de pérdidas tras la enorme expansión internacional y adquisiciones a múltiplos extremadamente altos. Si uno mira desde el punto de vista de impacto económico, solo afecta a deducciones por pérdidas anteriores a la recuperación y la inmensa mayoría de esas pérdidas son por expansiones internacionales fallidas. La inmensa mayoría de las empresas no sufre la medida. Recordemos que el 50% de la recaudación del Impuesto de Sociedades viene del 1% de las empresas.

Todas esas empresas siguen funcionando y vuelven a generar beneficios, con mayores o menores dificultades, pero lo que busca Hacienda no es negar el derecho a deducir pérdidas de la base imponible, sino limitar la cantidad máxima y diferirlo a un periodo de cinco años.

Ese es el espíritu de la ley, pero es cierto que se puede haber dejado insuficientemente aclarado y que tenga que especificarse en el texto legal definitivo para que no tenga un impacto muy negativo sobre un amplio universo de empresas medianas y pequeñas que han sufrido pérdidas patrimoniales en el pasado.

Claramente se busca un efecto recaudatorio en empresas que han recuperado su generación de caja, que siguen existiendo y que básicamente supone periodificar en un mayor periodo de tiempo el agujero creado durante la crisis para aumentar los ingresos tributarios. La explicación, desde el punto de vista de Hacienda, es simple. Es un mínimo esfuerzo para unos grandes conglomerados que ya no se encuentran en peligro -recordemos que entre 2007 y 2012 algunos sí estuvieron al borde de la quiebra- y, con ese esfuerzo, se evita hacer daños mayores a todas las empresas, ya que el gasto público va a volver a crecer y no existe un solo partido en el arco parlamentario que pida lo contrario.

Por supuesto que es una medida recaudatoria, si quieren llámenla parche, pero recordemos que el grave riesgo de las propuestas de muchos otros partidos con respecto a las deducciones del impuesto de sociedades es que pretendían eliminarlas todas, con un impacto enorme en creación de empleo e inversión que sí que hubiera alcanzado a un universo amplio de empresas.

Por lo tanto, sí, es una medida de “mal menor” ante una batería de propuestas que se podrían haber llevado por delante la recuperación. Sobre todo, es una medida que sería innecesaria si no se hubiera incrementado el gasto y si esos mismos partidos que la critican no exigieran aumentos insostenibles.

Pero no se trata de justificar una medida de corto plazo para cumplir un objetivo de déficit, sino de evitar una alarma innecesaria. No afecta al tipo efectivo a medio plazo, no obliga a empresas en pérdidas a tributar ni ataca el principio de capacidad económica. Como explica John Muller en el artículo, al cabo de cinco años, una pérdida de 100 genera un impuesto sobre beneficios de 10… solo si el resto del negocio y los beneficios son superiores. Vamos, es una subida del tipo efectivo que afecta en su inmensa mayoría a esas 15 grandes empresas y conglomerados que mencionábamos y no al 99,9% de las empresas de España.

Que quede claro. Esto no es defender la medida, es aclarar conceptos que pueden haber sido malinterpretados.

Pero lo que nos muestran tantas propuestas sobre el impuesto de sociedades es que son inútiles a medio plazo para solucionar el problema estructural: el tamaño y productividad de nuestro tejido empresarial.

La razón por la que se recauda menos por impuesto de sociedades no se encuentra en las ideas mágicas de un partido u otro que desde la oposición siempre tienen una brillante ocurrencia para solventarlo todo.Ya lo explicamos aquí en “mitos y mentiras del Impuesto de Sociedades”, en España no vamos a aumentar la recaudación rascando con métodos más o menos confiscatorios de lo que quede del desastre económico. La voracidad recaudatoria de unos y otros no va a solucionar un problema de estructura empresarial. Recordemos que en España aún hoy, casi el 56% de las empresas se encuentran en pérdidas según datos de la Agencia Tributaria.

Lo repito. España necesita una revolución fiscal, pero es la contraria a la que nos intentan hacer digerir algunos.

Para aumentar la recaudación del impuesto de Sociedades lo que hay que hacer es restaurar las bases imponibles atrayendo más empresas e inversiones de alto valor añadido. Bajando impuestos, como están haciendo las economías líderes. Un tipo único y bajo. Y atraer muchas más grandes empresas. Siempre lo digo. Demonizar a las grandes empresas es ideológico, no lógico. Se necesitan muchas más que se unan a los conglomerados de sectores en declive, de bajo crecimiento y baja rentabilidad para mejorar la productividad y el patrón de crecimiento del país.

Algún día entenderemos que no se mejora la recaudación hundiendo la atracción de capital, y que con bajos impuestos se recauda más y mejor.

La evidencia de 21 países líderes demuestra que bajar impuestos y controlar el gasto mejoran el crecimiento económico.

Sigamos recordando. España es un país de empresas muy pequeñas, muy cíclicas y con conglomerados y multinacionales con debilidades estructurales que eran ya evidentes en la época de bonanza. Hay que atraer muchas más empresas, mucho más grandes y crear mayor empleo. Cualquier otra medida fracasará y estaremos hablando de lo mismo en seis años.

Pero políticamente vamos de mal en peor. El problema de las medidas alternativas que plantea el conjunto de la oposición es que van en el sentido contrario al resto del mundo y la lógica económica. Y por lo tanto tienen un impacto negativo en inversión y creación de empleo mayor. Mientras se demoniza a las empresas porque no tienen los resultados que justifican nuestras estimaciones de hoja de Excel, y que no recaudamos lo que decimos que queremos, la capacidad recaudatoria a medio plazo se resiente.

Solo existe una política fiscal que funcione a largo plazo. La que atrae más capital, más inversión y, por lo tanto, no nos lleva a preocuparnos cuando los sectores cíclicos tributan menos o una industria entra en declive. Esa política fiscal no es la de rascar lo que queda, sino la de plantar la semilla del cambio de patrón de crecimiento vía fiscalidad atractiva.

Algún día dejaremos de pensar en inútiles términos recaudatorios a corto plazo y empezaremos a pensar en bases imponibles y beneficios a largo plazo. Es muy peligros que la tendencia en materia fiscal sea la contraria a la de los países líderes. Con Reino Unido, EEUU, las principales economías de Asia. O aprendemos ya que bajando impuestos recaudaremos más y mejor, o en pocos años tendremos la misma retahíla porque no cumplimos el déficit.