El asistencialismo no reduce la pobreza, la facilita y la cronifica. La evidencia en la Unión Europea es incuestionable. Un gasto mal llamado social absolutamente insostenible y un nivel de pobreza muy elevado.

Me sorprendió el comentario de la ministra Elma Saiz en el Senado publicado en su cuenta de X el pasado 9 de septiembre. Afirmaba, con rotundidad, lo siguiente: “El Partido Popular, que ha abandonado a las familias vulnerables en todas sus comunidades autónomas», ¿viene a darnos lecciones sobre el Ingreso Mínimo Vital? Lo hemos revalorizado un 43% desde que gobernamos, y gracias a él tenemos la menor tasa de pobreza en 10 años”.
El problema de esta afirmación es que es falsa, y demuestra que las políticas sociales fracasan cuando se dedican al asistencialismo y a crear una subclase dependiente.
Empecemos por decir que, si la frase fuera cierta (que no lo es), subvencionar la pobreza no es reducirla. Pero, aparte de este importante matiz, desmintamos a la señora Saiz y su ya tradicional triunfalismo.
En 2024, España subió al cuarto puesto con un 25,8%, solo superada por Bulgaria, Rumania y Grecia
Datos del INE. La tasa de carencia material severa en 2018 era del 5,5 %; en 2019 era del 4,8 %. En 2024, con un aumento de dos millones en la población, la tasa de carencia material severa se situaba en 8,4%.
El INE explica que “se considera que un hogar está en situación de carencia material si tiene carencia en al menos tres de los nueve conceptos que se detallan a continuación: no puede permitirse ir de vacaciones al menos una semana al año, no puede permitirse una comida de carne, pollo o pescado al menos cada dos días, no puede permitirse mantener la vivienda con una temperatura adecuada, no tiene capacidad para afrontar gastos imprevistos (de 800 euros en el año 2023), ha tenido retrasos en el pago de gastos relacionados con la vivienda principal, no puede permitirse disponer de un automóvil, un teléfono, un televisor y una lavadora”.
Es decir, pobreza de verdad. La tasa de pobreza real se ha duplicado.
Vamos a los datos de Eurostat. En 2019, España se situaba en el sexto puesto de la Unión Europea en el ranking de tasa de riesgo de pobreza y exclusión, con un 25,3%. El PSOE y sus socios consideraban esa cifra un fracaso y una vergüenza.
En 2024, España subió al cuarto puesto con un 25,8%, solo superada por Bulgaria, Rumania y Grecia. Todo ello, además, con un aumento de la población muy significativo como el antes mencionado.
El fracaso de las políticas mal llamadas sociales es evidente
Queda claro que el Ingreso Mínimo Vital no reduce la pobreza, la subvenciona, y además no se ha reducido la tasa pobreza ni mucho menos a “la menor tasa de pobreza en 10 años”: ni en carencia material severa, ni en tasa de riesgo de pobreza y exclusión, ni en términos absolutos ni relativos con respecto a la Unión Europea.
El fracaso de las políticas mal llamadas sociales es evidente. Pero no son un fracaso para su verdadero objetivo, el control social.
Usted pensará que el objetivo del gasto “social” es reducir la pobreza y mejorar la inclusión, pero no es así. El objetivo real de estas ingentes cantidades dedicadas a aparentes fines sociales es crear una sociedad dependiente y votantes rehenes.
El socialismo nunca ha buscado el progreso, sino el control, y necesita pobres para perpetuarse. El modus operandi es claro. El socialismo pone trabas a la inversión productiva, al sector privado, hace cara e inasumible la contratación y, posteriormente, utiliza sus armas favoritas: la propaganda, el maquillaje estadístico y la represión. La forma de actuar es muy parecida a la de las personas maltratadoras; te dicen que tú solo no puedes, que sin ellos no eres nada y que se lo debes todo.
Las políticas sociales no pueden juzgarse por sus supuestas intenciones o sus nombres, sino por sus resultados, y el resultado en España es evidente. Un país empobrecido.
A España le sobra socialismo y le falta libertad
La ministra Saiz también compartió en X el siguiente titular: “Los salarios suben más en los sectores precarios y recuperan el poder adquisitivo perdido. Un marco laboral justo no es magia, es política bien hecha. Cuando el diálogo social funciona, ganamos todos y todas”.
Pues todos, todas y todes perdemos. Primero, el titular se refiere a los convenios, no a la masa salarial, y además hace el cálculo sin considerar los impuestos.
Así, la evidencia de los salarios reales netos en España es la contraria a la que muestra en ese titular. Los salarios reales han disminuido un 2,5% en España desde 2019, situándose a la cola de la OCDE, y si añadimos el aumento de la fiscalidad directa e indirecta, el poder adquisitivo neto real no solo ha caído, sino que no ha mejorado en treinta años.
Desde 2019, los salarios reales netos en España —es decir, salarios ajustados tanto por inflación como por impuestos— han caído de manera significativa. Hay una pérdida acumulada de poder adquisitivo cercana al 7% y un descenso de alrededor del 4,2% respecto a finales de 2019, según datos oficiales de Eurostat y la OCDE. Lo explica la AIReF perfectamente.
El efecto combinado de inflación elevada (especialmente en 2022 y 2023) y un aumento de la recaudación por IRPF, por efecto arrastre de los precios sobre los tramos fiscales no deflactados, ha impactado directamente sobre el salario neto de los trabajadores.
De hecho, si fuéramos completamente rigurosos, deberíamos incluir todos los impuestos que se han subido a los trabajadores y el efecto arrastre de la negativa a deflactar.
Si de verdad les preocupasen las condiciones de los trabajadores y la pobreza, se darían cuenta de que las políticas mal llamadas sociales, la rigidez laboral y el intervencionismo son factores clave a la hora de entender por qué entre 1994 y 2024 el crecimiento acumulado de los salarios reales en España ha sido solo del 2,76%, frente al 30,8% de media en la OCDE, y en los últimos cinco años España está entre los países europeos que más poder adquisitivo salarial real han perdido.
El gigantesco problema de productividad, precariedad, pobreza y paro de España no es una fatalidad, es una política. España tiene capital humano y talento empresarial equiparable al de los mejores países del mundo. Lo que tiene es una fiscalidad confiscatoria, una regulación asfixiante y un estado depredador.
A España le sobra socialismo y le falta libertad.