Brasil, ¿un susto o una oportunidad para España?

Un nuevo episodio de crisis política ha hecho temblar a los activos de riesgo expuestos a Brasil. Se estaba dando una euforia a nivel inversión productiva y mercados ante la idea de que “lo peor” para Brasil había pasado -materias primas, devaluación, corrupción-, y las noticias de la semana han sido un shock, un jarro de agua fría. El índice Bovespa caía más de un 10% y suspendió su actividad, igual que el real, que se depreciaba más de 5% con respecto al dólar ante el riesgo de destitución del presidente Temer.

Hablemos de impacto para España.

La economía de Brasil parecía empezar a salir del agujero que comentamos aquí. Brasil ha sido el ejemplo más evidente del desastre de las políticas de demanda, lanzándose a enormes gastos y despilfarro bajo el subterfugio de “incentivar la demanda interna”, y dejando detrás deuda, sobrecapacidad y enormes desequilibrios. A ello había que añadir los casos de corrupciónque llevaron a una crisis política. Pero las cosas, aparentemente, empezaban a mejorar en su economía.

En marzo, el PMI manufacturero mostraba su mejor dato en dos años, mientras la confianza del consumidor y de las empresas registraba máximos de cinco años. El país empezaba a mejorar también en comercio exterior, publicando un superávit comercial de 7.100 millones de dólares en marzo.

Sin embargo, el mercado laboral seguía débil, y el desempleo sigue incluyendo el efecto dominó del pinchazo de la burbuja de infraestructuras. El país sigue en recesión, y su déficit y deuda crecen, a lo que debemos añadir que Moody’s alerta que la “ópticamente baja” deuda brasileña es muy superior, casi el 100% del PIB, si incluimos las empresas públicas. El FMI tuvo que reducir de manera drástica sus expectativas para la economía de Brasil solo hace unos meses.

Sin embargo, según estudios de la Casa de América y el Instituto de Empresa, las empresas españolas recuperaban la confianza en la región y el país. El 76 % de las empresas españolas preveía aumentar las inversiones en Latinoamérica en 2017, según una encuesta de 76 empresas presentes en la región, de las cuales el 70% esperaban aumentar inversiones en Brasil específicamente.

Sin embargo, cuando hablamos del riesgo Brasil para España se suele exagerar. El impacto para España es menor en cuanto a contribución del sector exterior de lo que pensamos. Ya en 2014 las exportaciones a Brasil cayeron un 13% y nuestro país importa una cifra muy similar exportaciones.

Una devaluación de la moneda local -el real- y caer en recesión no tienen un gran impacto sobre la contribución al PIB español del sector exterior. El ejemplo más evidente se ha dado en este periodo de crisis en Brasil, donde el impacto para España ha sido muy bajo, y no ha afectado ni al crecimiento ni ha generado dificultades desproporcionadas a las empresas españolas. Es verdad que el impacto de la devaluación y crisis en los resultados empresariales de las grandes multinacionales diversificadas ha sido importante, pero no devastador.

 

El impacto de la devaluación y crisis en los resultados empresariales de las grandes multinacionales diversificadas ha sido importante, pero no devastador

 

La inversión española en Brasil es muy relevante y debe ser analizada correctamente. Las inversiones españolas en Brasil alcanzaron un máximo en 2013 con 2.538 millones de dólares, y la Cámara de Comercio estima que las inversiones totales llevadas a cabo entre 2014 y 2017 alcanzarán los 18.000 millones de dólares. Debemos distinguir entre inversiones dolarizadas y no-cíclicas –en renovables, por ejemplo, con contratos a largo plazo y costes en moneda local, y en infraestructuras o sectores regulados- con las inversiones pro-cíclicas en moneda local.

Estas últimas son menos de un 30%, según estimaciones propias. Pero no debemos olvidar en telecomunicaciones, comercialización y consumo que la probabilidad de impago y riesgo de caída de ingresos son relevantes. De nuevo, atendiendo al ejemplo de la caída en la recesión, hemos podido comprobar que las empresas han soportado el efecto recesivo con fortaleza.

También debemos analizar esas inversiones desde el punto de vista de su financiación. Más del 90% de la inversión española en Brasil está hecha con financiación ajustada al riesgo moneda, es decir, que la deuda está en la moneda de los ingresos. De ahí que la morosidad de las entidades financieras españolas que han apostado por Brasil haya repuntado, pero siga siendo baja (cerca de un 5%).

Nuestro análisis, por supuesto, es económico, pero debemos incluir factores relevantes como la seguridad jurídica y el riesgo político, y eso hace que el coste de capital de las empresas se dispare, además del ya mencionado riesgo de devaluación y repunte de los impagos.

DEMASIADO PRONTO

Probablemente, el error de las empresas españolas con respecto a Brasil ha sido el de declarar el fin de los problemas demasiado pronto, y empezar a aumentar inversiones. O, por otro lado, la combinación de valoraciones, precio, un tipo de cambio euro-real fuerte, y bajo coste de deuda para las empresas europeas les ha llevado a tomar decisiones de inversión con una perspectiva a más largo plazo. Sea como sea, el impacto a corto plazo no puede ignorarse. Muchos ya cometieron el error de negar el riesgo de recesión durante los últimos años de la burbuja brutal de 2001 a 2012.

 

El error de las empresas españolas con respecto a Brasil ha sido el de declarar el fin de los problemas demasiado pronto, y empezar a aumentar inversiones

 

La economía brasileña tiene potencial, pero no podemos ignorar que dichas oportunidades han sido limitadas por la enorme sobrecapacidad creada durante los años de “incentivar la demanda interna”, las cuatro palabras más peligrosas de la economía.

Brasil no supone un peligro inminente. Las empresas están adecuadamente preparadas y nuestro comercio bilateral seguirá siendo muy equilibrado en cuanto a balanza de exportaciones e importaciones. Pero no caigamos en el error de redoblar la apuesta porque “lo peor ha pasado” y acudiendo al canto de sirena del “crecimiento”. Recuerden tres palabras: Exceso de capacidad.

Brasil tiene una oportunidad de oro de recuperar la confianza inversora y retornar al crecimiento, poniendo la transparencia, la seguridad jurídica y el respeto a las leyes internacionales como pilares fundamentales. Debe abandonar su tendencia a cubrir sus desequilibrios con enormes elefantes blancos -proyectos inútiles y caros de infraestructuras- y debe pasar de un modelo de euforia-depresión-euforia a un crecimiento más sostenido. ¿Fácil? No lo es.

Otra quiebra solar

SunEdison, Sungevity, Suniva, Beamreach, Verengo Solar… y, ahora, otro gigante, Solarworld. El caso de Suniva es alucinante. Anunció su quiebra justo después de recibir millones en subvenciones.

Las quiebras en el sector solar ya superan en activos a todas las de empresas ineficientes carboneras y de fracking juntas. Lo interesante es que esta batería de quiebras, que acumula más de 120 cadáveres de grandes empresas en todo el mundo es autoinfligida.

No es por falta de crecimiento. Las instalaciones solares fotovoltaicas se dispararon un 50% en 2016, con instalaciones anuales creciendo en 76 GW. ¿Conocen la famosa maldición que dice “si corres te duele, si andas, te duele más y si te paras, te mueres”? Eso, queridos amigos, es lo que le pasa a gran parte del sector solar.

Un sector que saca pecho de lo mucho que han bajado los costes y lo competitivo que es, y que a la vez echa la culpa del dominó de quiebras… a los precios bajos. Una enorme caída generada por el exceso de capacidad -superior al 40% a pesar del crecimiento exponencial- y, con ello, la necesidad de los operadores de generar caja y vender a menor precio. La maldición del sector ha sido su propio crecimiento.

Muerte por capital circulante. Enormes planes de expansión y nueva capacidad para atender una demanda que ha crecido exponencialmente, pero ni de lejos al ritmo de la capacidad productiva. Dinero barato y jugosas subvenciones justificaban la patada hacia delante de un modelo de negocio que distaba mucho de ser un modelo energético, sino constructor-promotor. Endeudado, dependiente de subvenciones e incapaz de absorber sobrecapacidad y competir con sus propias bajadas de precios.

Con los costes cayendo, muchas empresas son inviables económicamente y si se revirtiera la caída de precios, también.Si subieran los precios de los paneles para acabar con la sangría de quiebras, el mantra de que la solar es competitiva con otras energías desaparecía en un minuto. Cualquiera de las empresas mencionadas en el primer párrafo hubiera necesitado aumentos de precios en sus productos cercanos al 50% solo para dejar de quemar caja, ni siquiera ganar dinero. Lo explicamos aquí, el que nace por burbuja, muere por burbujero.

Los eficientes sobrevivirán y se los merendarán. Como ha ocurrido toda la vida en el sector energético. No achaquemos a falta de compromiso medioambiental lo que es un evidente error de endeudamiento y de fraude escondiendo deuda fuera del balance y dando estimaciones optimistas para “inflar” la acción.

El problema es que en una parte importante del sector solar aún piensan que el problema es que no se les “apoya” lo suficiente o que se tiene que apartar por ley a otro y sostener su negocio por un bien superior mientras acaparan subvenciones.Y no funciona. La prueba de que no es un problema de apoyo ni de crecimiento, es que la lista de quiebras avanza tras reestructuraciones de deuda, ampliaciones de capital, reducciones de tipos de interés, masivas inyecciones de liquidez, y crecimientos espectaculares.

 

Si una empresa solar quiebra en un entorno de enormes subvenciones, crecimiento espectacular, bajos tipos de interés y alta liquidez no es que cometa errores, es que es una bomba a punto de estallar.

 

Por eso quebrarán más ante crecimientos mayores. Porque se perpetúa el modelo incorrecto de sobrecapacidad, alta deuda, dependencia de subvenciones e ineficiencia.Y eso no es atacar a la tecnología. Confundir tecnología y compromiso medioambiental con modelos de negocio endeudados e ineficientes es muy burbujero, pero es falaz.Mientras el eólico y parte del solar funciona con modelo energético industrial, en el subsector solar aún perdura en gran parte el modelo constructor-promotor, y eso no lo soluciona una cumbre del clima o 50GW más de instalaciones anuales.

Pongamos en valor a los eficientes, que los hay. Mientras el sector solar se lanzaba a negar la realidad y aguantar la respiración hasta que pasase la tormenta, lanzándose a la quiebra, otras han aprendido a gestionar un modelo realista, en parte gracias a fondos de capital riesgo y empresas externas que han comprado lo que quedaba del desastre creado por unos ingenieros que ignoraban el capital circulante y el nivel de endeudamiento.

La cordura empieza a implantarse con modelos energéticos industriales, que utilizan menos de la mitad de deuda y gestionan los inventarios como empresarios, no como burbujeros con síndrome de Diógenes. Pero el problema es el mismo, si los costes siguen bajando por competencia, las empresas ineficientes seguirán quebrando, y si suben, no serán competitivas. La alternativa del diablo.

Las tecnologías disruptivas no pueden basarse en modelos inflacionistas, porque su propio desarrollo ataca la inflación de precios -de la electricidad, de activos- y, por lo tanto, no se puede apalancar como si fuese un activo de rentabilidad garantizada creciente.

Una tecnología disruptiva solo puede triunfar si entiende su función. Abaratar costes y reducir la intensidad de utilización de su actividad (energía en este caso). Si se basa el sector en un modelo constructor-promotor endeudado, pierde su condición de innovación y competitividad para convertirse en un modelo rentista, precisamente lo que critican de las empresas incumbentes.

Hay vida en el sector solar, y mucha. Pero si mueren sus empresas, no será culpa de otros, sino de ellos mismos.

China pisa el acelerador en la nueva ruta de la seda

No será la primera vez que en esta columna dudamos de los enormes planes de infraestructuras. Como hemos mostrado en tantas ocasiones, el enorme gasto en elefantes blancos es uno de los responsables del estancamiento global y del exceso de deuda. Enormes obras faraónicas que prometen miles de millones de dólares de crecimiento y beneficios que, posteriormente, ni se dan ni se mejoran, dejando un reguero de deuda y costes operativos. Pero también hemos analizado aquellas infraestructuras que tienen sentido.

Esta semana, China ha pisado el acelerador con su proyecto de nuevas rutas de conexión con el resto del mundo denominado “nueva ruta de la seda”. Los medios de comunicación se han lanzado inmediatamente a alabar el compromiso de 124.000 millones de dólares para relanzar comunicaciones con todo el mundo. Trenes de carga directos a más de veinte ciudades europeas como Madrid, Londres, Varsovia o Rotterdam, una red de trenes pan-asiática, conexiones ferroviarias entre las ciudades africanas donde China ha invertido centenares de miles de millones en proyectos petroleros y mineros, y puertos en Pakistán y otros países.

Para China es un ambicioso proyecto que busca tres objetivos: redoblando la apuesta, dar salida a su enorme sobrecapacidad, ya cercana al 60%, poner más colaboración con países de todo el mundo para que vean a China como una oportunidad, no un riesgo, y finalmente, reducir su enorme endeudamiento incentivando el crecimiento.

El análisis es positivo, al incluir ahorros en las rutas marítimas, y el esperado efecto multiplicador de comercio, pero un buen amigo en EEUU me comentaba el sábado varios elementos de riesgo que no debemos olvidar.

Por un lado, el coste estimado es simplemente demasiado optimista. Se habla de enormes proyectos en los que se ignoran dificultades de todo tipo, pero en algunos continentes, incluyen riesgos militares. No sería difícil encontrarse con unas cifras finales que duplicase las que se barajan.

Por otro lado, el efecto positivo parte de la base de que China podrá colocar muchos más productos en países cuya demanda interna es, como mínimo, cuestionable y saturada, e ignora el riesgo de que muchos de esos países tomen las mismas medidas para “proteger” sus industrias locales que las que toma China.

Por supuesto, el gobierno chino se presenta ante el mundo como el campeón de la globalización y la conexión que beneficia a todos, pero cualquier análisis desapasionado nos muestra que el efecto para China es mucho más beneficioso. Algunos piensan que China va a adaptarse a reglas más estrictas de comercio y de condiciones de producción para que compita de manera igualitaria en países con restricciones mayores. Teniendo en cuenta que las grandes beneficiadas de este mega-corredor global son empresas estatales chinas, muchos ponen en duda ese “cambio”.

Finalmente, este enorme proyecto, con todas sus bondades, presupone unos crecimientos que son, como mínimo, optimistas, para cubrir el coste. Un enorme coste compartido de lo que mi buen amigo llama “el auto-rescate de la sobrecapacidad china”. En las presentaciones de esta semana en el Foro de las Nuevas Rutas de la Seda, se hablaba de efectos multiplicadores para las economías globales que ni se han dado en el pasado ni se pueden considerar realistas (incluyendo doblar el crecimiento estimado).

Sin quitar las bondades a muchos de estos proyectos, se atisban los mismos errores de exceso de optimismo en crecimiento y de sorprendente control de costes que, como se ha demostrado, no ocurren.

Y nadie ha hablado del efecto deflacionista. Nadie. Mientras 27 bancos centrales del mundo y sus gobiernos se obstinan en crear inflación por decreto, ¿nadie piensa que un enorme acceso a productos baratos desde el gigante chino va a crear mayor riesgo de deflación? Es sorprendente.

No es que a mí me preocupe ese efecto de reducción de precios. Tiene enormes consecuencias positivas para los consumidores, pero consecuencias muy negativas para los sectores de renta de posición que los gobiernos quieren proteger a toda costa (y China, también) porque son -ejem- estratégicos, y para las aspiraciones inflacionistas de los países endeudados.

¿Y la tecnología? Estas enormes estimaciones de consumo y transporte de materias primas que se usan en los foros ignoran la erosión que genera la eficiencia y la tecnología. De hecho, como comentaba un inversor que no va a participar en estos proyectos, la nueva ruta de la seda es un monumento a la vieja economía, a sostener el PIB con gasto y a trasladar la sobrecapacidad de los sectores rentistas de un país a otro.

En 1992, sólo dos países del G20 tenían a China como uno de sus cinco mayores destinos de exportación, hoy son quince. Sin embargo, en 1992 China tenía infracapacidad productiva, hoy una sobrecapacidad del 60%, y -como no puede destruir ese exceso en una economía tan planificada- pretende exportarlo.

Tomemos todo aquello que es bueno, pero no dudemos que habrá excesos en medio de las ventajas. No ignoremos que se pretende aliviar la sobrecapacidad china evacuándola a otros países. No es un proyecto de globalización, sino de rescate de un modelo chino que hace agua.

No lo duden, el riesgo de que estos megaproyectos se conviertan en elefantes blancos -enormes gastos en ladrillo que dejan más gasto y deuda que beneficio- no es inexistente.