La productividad, el verdadero reto de la recuperación

Esta semana hemos comprobado como varias casas de análisis revisaban al alza sus estimaciones de crecimiento del PIB español, con AFI aumentando la cifra al 2,8% para 2017. Es una buena noticia en un entorno de enormes dificultades e incertidumbres en la Unión Europea, que van desde las elecciones francesas y alemanas hasta el ‘brexit’. Si hay algo que siempre es positivo desde el punto de vista de confianza es que las estimaciones de crecimiento sean conservadoras, y las sobrepasemos.

2017 puede ser el año en que se empiece a reducir la deuda sobre PIB y en el que volvamos a sorprender al alza en creación de empleo. Recuerdo cuando se dijo que 2015 era un año “inusual” y que nunca volveríamos a crear más de 500.000 puestos de trabajo. Y, sin embargo, estamos en camino de conseguir superar los 20 millones de cotizantes en cuatro años. En términos interanuales, febrero cerró con 580.543 afiliados medios más, el 3,38%, la mejor tasa registrada desde 2007.

Lo primero que merece la pena resaltar es que la recuperación se está llevando sin caer en los errores del pasado, el exceso de deuda y el monstruoso déficit comercial. El 43% de los ejecutivos prevé ampliar la plantilla de su compañía y el 75% que la facturación aumentará, y todo ello ha ocurrido reduciendo endeudamiento a niveles de 2006, mientras el consumo crece por encima del PIB nominal sin acudir a grandes desequilibrios vía deuda. Más del 75% del total de contratos es indefinido, y no llega a un 1% la cantidad de contratos de menos de un mes.

Los datos de paro de febrero son positivos. Es un mes difícil, y el desempleo ha bajado al nivel más bajo en siete años, mientras los salarios suben. El aumento de 74.080 en nuevos afiliados a la Seguridad Social es positivo también.

La afiliación media a la Seguridad Social alcanzó 17.748.255 ocupados en febrero, tras ascender en 74.080 personas (el 0,42%). Los ingresos de la Seguridad Social ya superan los niveles pre-crisis, y el paro se sitúa en su nivel más bajo de los últimos 7 años.

La contratación indefinida a tiempo completo crece un 8,8% interanual, más de tres puntos por encima del incremento de la contratación temporal, y el paro juvenil ha disminuido un 11% en los últimos doce meses. La mejora del empleo se concentra en febrero en Industria y Servicios.

A la hora de analizar el stock de paro remanente, no podemos olvidar el impacto de la economía sumergida y el envejecimiento de la población. Según un estudio de la Fundación de Estudios Financieros, ‘La economía sumergida en España’, se estima que el fraude laboral supone hasta un 8% del PIB. En dicho informe, se estima que la economía sumergida supone cerca de un millón de puestos de trabajo. Por otro lado, las cifras de desocupados incluyen a aproximadamente 400.000 prejubilados. Es decir, la fuerza laboral desocupada incluye un fuerte componente que matiza las cifras de desempleo.

La idea de que una enorme mayoría de los parados son irrecuperables es falsa. Y proviene del error histórico español de ver el trabajo desde el prisma de “lo mío”. Un fresador solo puede ser fresador. Y es que la formación desde el trabajo está demonizada, y se entrega a cursos inútiles que ni ayudan a esas personas a reorientar su carrera, desde sus competencias y habilidades personales, hacia áreas de mayor futuro, ni mejoran la precariedad ni temporalidad.

Pero es un problema histórico. La media de paro en España desde 1980 supera el 17% y hemos vivido tres periodos diferentes con tasas de desempleo superiores al 20%. La media de la economía sumergida ha oscilado entre un 17 y un 20% del PIB en todo el periodo. La temporalidad era superior al 25% antes de la crisis, y es un factor que afecta al mercado laboral dual y rígido español por encima de muchos otros desde hace décadas.
Para atacar la economía sumergida, revertir el impacto del envejecimiento y mejorar salarios y calidad de trabajo, el objetivo debe ser avanzar en productividad. Tenemos una serie de escollos fiscales y normativos que dificultan, y otros históricos.Ojo, porque cuando hablamos de productividad muchos piensan “trabajar muchas más horas y más barato” y no se trata de eso, sino de hacer más y con mayor valor añadido con menos recursos.

Un tejido empresarial de empresas muy pequeñas, una enorme parte de ellas familiares y con baja capacidad de enfrentarse a los retos de los ciclos económicos es parte del problema. Solo con que en España avanzásemos en que la transición de Pyme a gran empresa estuviese en la media de la OCDE nos supondría reducir el desempleo dramáticamente, en más de un millón de personas como mínimo.

La fiscalidad y exceso normativo, lo que yo llamo el tsunami burocrático y fiscal, es una de las razones más poderosas que funcionan como desincentivo al crecimiento de las Pymes. Una empresa, en cuanto factura más de un millón de euros, entra en un auténtico infierno de papeles y requerimientos locales, autonómicos y nacionales. Adicionalmente, la demonización del éxito lleva a muchos a no querer problemas y, simplemente, mantenerse fuera del radar púbico o mediático.

No solo es la estructura empresarial, sino el bajísimo nivel de emprendimiento. En una charla este pasado jueves en la universidad, volví a encontrarme con la evidencia de que, al preguntar a los jóvenes quiénes estaban pensando en crear una empresa, solo levantaron la mano cuatro. En la Facultad de Empresariales. El miedo al fracaso y la creencia de que se necesitan ingentes cantidades de capital o deuda para empezar es un enorme lastre.

Otro gran lastre en el empleo es la bajísima movilidad. España es un país donde una enorme parte de la población nace y muere a menos de 20 kilómetros de distancia. La baja movilidad y el pobre emprendimiento también afectan a la productividad, la innovación y el desarrollo.

La baja movilidad y el pobre emprendimiento afectan a la productividad, la innovación y el desarrollo
No podemos olvidar que tenemos también unas “grandes empresas” muy pequeñas. Salvo excepciones de multinacionales globales, empresas innovadoras y que contribuyen al cambio del patrón de crecimiento -que, encima son constantemente demonizadas por los enemigos del progreso-, la media de tamaño de las empresas españolas con respecto a sus sectores es muy pequeña comparado con otros países.El reto de la productividad también pasa por modelos de negocio menos orientados al ciclo. Más robustos.

Eso pasa por que los gobiernos eviten la histórica tentación de subvencionar y perpetuar los sectores de baja productividad y renta de posición, que, eso sí, son grandes generadores de oportunidades de foto inaugurando plantas, para aumentar a su vez la fiscalidad de los sectores de alta productividad. Cuando estamos en un país donde se habla todo el día de I+D pero nadie habla de patentes y empresas, sabemos que el reto de la innovación y la productividad solo se analiza desde un punto de vista de gasto, no de valor añadido a la economía.

Recuerdo que, en un debate, me dijeron que no se podía dar facilidades fiscales a las empresas y atraer capital extranjero. Yo contesté “solo pido lo mismo que se le da al sector del automóvil”. Silencio.
No debemos ser negativos. El cambio que ha llevado a cabo la empresa española, los autónomos, la orientación exportadora, y la calidad, nos hacen ser optimistas. En 2011 me dijeron que había que ser idiota para pensar que España iba a crear medio millón de puestos de trabajo anuales y exportar como porcentaje del PIB como Alemania…. Y miren.

Hay mucho que hacer, pero desde la realidad de reconocer todo lo que ha mejorado, desde la innovación (hemos reducido la balanza tecnológica a la mitad), la exportación, el emprendimiento y la profesionalización de la empresa familiar. Y, sobre todo, hemos dejado de creer en el unicornio de la deuda y las subvenciones para crecer.Reconozcamos lo que hemos conseguido y, mientras nos ponemos -todos los españoles- una medalla por una recuperación que es un ejemplo en todo el mundo, recordemos que tenemos mucho que hacer. Y que mirando al pasado solo vamos a encontrar esqueletos.

Robotización, tecnología y represión intervencionista

Si usted lee los periódicos y algunos comentarios de algunos políticos, le parecerá que las empresas tecnológicas son una amenaza y que los robots van a acabar con su fantástico puesto de trabajo. La idea es interesante, y ha poblado cientos de páginas de libros de ciencia ficción que se nutren de futuros distópicos donde los humanos solo servimos –como mucho- como fuente de energía.

Es una idea interesante, solo tiene un problema. Es una falacia que exagera estimaciones –como siempre- para presentar un mundo en el que tiene que darse una intervención –fiscal, por supuesto- por parte de los gobiernos, para salvarle a usted de un futuro que siempre se ha estimado equivocadamente… Pero ésta vez es diferente.La evidencia empírica de más de 140 años es que la tecnología crea más empleo del que destruye (lean aquí) y que no hay nada que temer a la inteligencia artificial, sino que estudios de Randstad muestran que creará más de 1.250.000 empleos en los próximos cinco años.
La evidencia nos muestra que si la tecnología destruyese empleo, hoy no habría trabajo para nadie. Cuando yo empecé a trabajar nos decían que las maquinas harían nuestro trabajo. Hoy, nos dicen lo mismo. Si un 47% de los trabajos van a desaparecer en 20 años , se crearán muchos más.

La mayoría de los puestos de trabajo que conocemos hoy no existían hace diez años porque la tecnología no destruye empleo, lo que hace es liberar capital de sectores obsoletos a nuevos sectores y, con ello, se mejora la calidad de vida de todos y, además, se crea mucho más empleo directo e indirecto.
En realidad, la tecnología solo destruye empleos que no queremos de cualquier forma. Y lo que la sociedad, todos, debemos hacer es crear las condiciones para que estemos preparados. Preparados no significa que todos seamos ingenieros informáticos, sino entender que nuestras capacidades no son solo esas terribles palabras, “lo mío”, sino todo un conjunto de habilidades que tienen un enorme valor en una sociedad moderna.

PONER PUERTAS AL CAMPO

Lo que no funciona, ni ha funcionado nunca, es intentar poner puertas al campo y penalizar al eficiente, intentar parar el progreso, con el objetivo de perpetuar los sectores obsoletos bajo el subterfugio del “empleo”. Ni se defiende el empleo ni se solucionan los problemas.

Si lo que quieren es defender el empleo, que prohíban los tractores y pongan a todo el mundo a trabajar en el campo, como Pol Pot. ¿Verdad que no? ¡Menuda exageración!, dirán ustedes. Es que esta vez es diferente, dirán ellos. Curioso, los mismos que “predecían” el fin del petróleo, del agua, la falta masiva de alimentos, el fin de las pensiones, la hiperinflación y la esclavitud a las máquinas, y se equivocaron, hoy les dicen que “esta vez es diferente”. Sin embargo, lo que se propone, desde penalizar la tecnología a fiscalizarla, es la misma idiocia.

Seamos claros. Lo único que se busca es encontrar una excusa para aumentar la presión fiscal. No por el empleo. Si les importase el empleo, estarían dando facilidades fiscales a las empresas tecnológicas y start-ups para formar a trabajadores en tareas de alto valor añadido y adaptarse al cambio, no dilapidando fondos en cursos inútiles para darles unos cuantos millones de euros en subvenciones a los agentes sociales. Menos renta básica y más conocimiento básico.

ASALTO FISCAL A LAS TECNOLÓGICAS

El asalto fiscal a las empresas tecnológicas no es una casualidad. Se busca perpetuar a los conglomerados industriales obsoletos, convertidos en seguridades sociales encubiertas y, en vez de ver a las empresas de alta tecnología como garantes y líderes del cambio de patrón de crecimiento, generadoras de empleo de calidad, y mejora de la calidad de vida de todos, se busca entorpecer el cambio. Mejor tener clientes rehenes, adictos al Soma de Huxley estatal vía asistencialismo. Es más cómodo.
En vez de hacer lo posible por que en Europa crezcan y se desarrollen las empresas tecnológicas, mejor subvencionar sectores de bajo valor añadido que emplean a mucha gente… y si se compra una máquina, ya vendrá un burócrata a decidir cuántos empleos está suplantando, y pasando la factura. ¿Imaginan ustedes si los fabricantes de sombreros hubieran tenido éxito cuando se pusieron en huelga contra el malvado nuevo automóvil de Ford? Hoy, todos fastidiados, habiendo pagado mucho más por los automóviles y, sobre todo, sin sombrero. Porque ponerle barreras al progreso es inútil, y muy caro.

El debate tecnológico no se puede abordar desde las estimaciones distópicas que han demostrado ser falsas desde la época de Malthus. Pero cuando se encauza desde un punto de vista de represión fiscal, ya sabemos usted y yo que hay un enorme incentivo perverso a presentar predicciones apocalípticas porque el truco es que el hachazo lo va a pagar usted.

Si los políticos creyeran de verdad ese escenario apocalíptico y les importara de verdad el empleo, harían todo y más por atraer inversión y empresas tecnológicas. No estarían intentando sostener a sus conglomerados de telecomunicaciones dinosáuricos vía subvenciones y barreras de entrada, esos que suben precios para sobrevivir. Y, desde luego, no atacarían fiscalmente a los que lideran el cambio y generan innovación. Seríamos más Irlanda y menos Grecia.
Si les preocupase la tecnología y la digitalización, no se enfocarían a si los impuestos se deben pagar en función de los beneficios obtenidos o por los ingresos y lugar en el que se encuentren los clientes. Los beneficios de las multinacionales tecnológicas provienen de su capital intelectual (tecnología, software, algoritmos) que hace posible, eficiente y barato el proceso de dar un servicio. Si les preocupase la robotización y el empleo, los políticos estarían facilitando la entrada de miles de empresas tecnológicas, no poniendo barreras fiscales y normativas. Incentivando la inversión tecnológica, no subvencionando la capacidad ociosa.

Lo que saben los políticos y los que hacen estimaciones a 50 años que –cuando no se cumplen- se olvidan, es que la probabilidad de que la tecnología y la democratización del conocimiento generen más prosperidad, empleo y bienestar es casi del 100%. Lo que saben, también, es que pone en peligro un sistema de rentas de posición que alimenta muchas redes clientelares. Y, por eso, usted debe temer a un futuro inexistente. Para darle, a usted, por su bien, otra vuelta de tuerca fiscal.

¿Hay Vida en el Sector Petrolero?

¿Hay vida en el sector petrolero?

En lo que llevamos de año, el sector energético europeo (SXEP Index) es el de peor comportamiento de las bolsas europeas. No es que Europa esté dando muchas alegrías, pero los índices se mantienen en tablas en lo que va de año, mientras el sector petrolero cae más de un 4,5%.

Que esta situación ocurra mientras el petróleo se mantiene dentro del rango de los $50-55 el barril nos muestra que el sector está muy lejos de recuperar el ímpetu tras un rebote más bien técnico como el de 2016.

Pero es mucho peor. Porque el índice del sector incluye a empresas renovables, Vestas y Gamesa, que han subido mucho, entre otras cosas porque hace ya tiempo que despertaron de sus veleidades imperialistas y se han centrado en maximizar rentabilidad, algo que todavía no ha hecho el sector petrolero integrado. Si miramos la media de caída de las que son solo petroleras, es del 5 al 7% en 2017. Solo se salvan este año las eminentemente refineras, que en cualquier caso llevan varios años destruyendo miles de millones de capitalización.

No debemos olvidar que el sector petrolero ya era uno de los peores en bolsa antes del desplome del crudo. Las razones eran obvias. Unas monstruosas inversiones con rentabilidades muy pobres, años decepcionando en crecimiento, rentabilidad y con incumplimiento de objetivos, y una rentabilidad por dividendo insostenible ya a $100 el barril.

No, los problemas del sector petrolero no vienen -solamente- del precio del petróleo. Es la atroz asignación de capital y la inexorable destrucción de valor de unos conglomerados que se esconden bajo el argumento del largo plazo y el detestable “modelo integrado” para enmascarar una bajísima competitividad y la pobre identidad de objetivos con el sufrido accionista que, año tras año, mira al cielo y espera que “a largo plazo” mejore.

Cuando los precios son altos, el sector se embarca en cuestionables adquisiciones destructoras de valor y, cuando baja, sufre el accionista.

Todo empezó hace muchos años. Ya a finales de los 90, la gran mayoría de las empresas petroleras integradas europeas olvidaron los principios históricos del sector. Eran todas más listas que Exxon. Se olvidó el ROCE (rentabilidad sobre el capital empleado) como baremo fundamental de elección de inversiones, se lanzaron a adquisiciones “para diversificar” que han destruido miles de millones de valor en capitalización, empezaron a relajar sus requisitos de inversión… Y el desastre se fraguó lentamente. Un sector que generaba un 12% de ROCE a $14 el barril… pasaba a generar una rentabilidad inferior, un 11%, a $130.

Cuando yo empecé a trabajar en el sector petrolero, se hacía la planificación a precios muy inferiores a los de mercado. Hoy, los departamentos de análisis de las petroleras son más bien centros semi religiosos dedicados a rezar para que el precio del crudo suba, acudiendo a teorías de conspiración y esperanzas de recortes por parte de la OPEP que, como estamos viendo, no funcionan.

Las empresas norteamericanas aprendieron esta lección hace años, cuando se lanzaron a errores estratégicos porque pensaban que el precio del gas natural “no podía caer más”. Y se hicieron adquisiciones en EEUU que necesitaban de $6/mmbtu. El gas natural se desplomó a $2/mmbtu. Una bofetada de realidad que les llevó a volver a los principios básicos. Un objetivo de ROCE en la parte media-baja del ciclo.

Mientras, en Europa las grandes petroleras se lanzaban a una estrategia de correr para estarse quieto.

Pensar que el problema del sector petrolero europeo, de su falta de rigor inversor y de estrategia de rentabilidad para el accionista, va a solucionarse con precios más altos del crudo es negar la realidad. Las inversiones ya han empezado a aumentar -un 8% anualizado- a pesar de que los balances continúan dañados y la enorme sobrecapacidad creada en la época de la burbuja no se ha reducido.

Hay oportunidades en el sector petrolero, pero me temo que no están claramente definidas en Europa. Cualquier atisbo de esperanza en los valores conglomerados europeos requiere de un acto de fe, mientras en EEUU, al menos el inversor cuenta con gestores alineados con los inversores y mejores fundamentales.

Si el inversor cree que el precio del petróleo va a subir, tiene mejores opciones para invertir en esa tendencia a través de empresas de servicios que se benefician del retorno de los planes de inversión, o de petroleras enfocadas, donde no tiene uno que comprar los restos del destrozo diversificador que supone invertir en conglomerados. De todas maneras, como he comentado en varias ocasiones, ya se puede ver que a pesar del “acuerdo” de la OPEP, el crudo no sale fácilmente de su rango lateral, por el más que evidente exceso de suministro.

La alta rentabilidad por dividendo de los conglomerados integrados es un indicador que debe analizarse con cuidado. Cuando esos dividendos son insostenibles, pagados con deuda o, peor aún, con acciones -que es como que te inviten a cenar con tu propia cartera-, el indicador de rentabilidad por dividendo se convierte en engañoso.

No me gustan los conglomerados petroleros. Son trampas de valor de libro. Siempre parecen ópticamente “baratos”, pero sus bajos múltiplos están justificados por la atroz rentabilidad, falta de rigor inversor y decisiones estratégicas megalómanas.

Las dos tendencias que sí me interesan son el retorno del capex, que beneficia a las empresas de servicios, y la independencia energética de EEUU, que beneficia a las enfocadas norteamericanas. El resto, con todo mi cariño, tiene que dejar de esconderse bajo la excusa del largo plazo, hacer los deberes y llevar a cabo un ejercicio de autocrítica y reestructuración tras décadas de crear imperio con el dinero de los accionistas. El sector eléctrico lo hizo. El petrolero, como muchos bancos, sigue creyendo en unicornios.