México, ¿otra crisis Tequila?

La semana pasada el Banco Central de México hizo dos importantes transacciones intentando defender su moneda con resultados más que decepcionantes. El Peso mexicano ha sufrido una de las mayores devaluaciones de ninguna divisa en los últimos meses, sólo comparable a la de la Lira turca.

A pesar de esas intervenciones, la moneda local sigue sufriendo presión y la causa está en Estados Unidos. Por un lado, México sufre, junto al resto de mercados emergentes, la salida de capitales por el aumento de los tipos de interés en EEUU. Al subir la rentabilidad exigida al bono norteamericano, los bonos de países emergentes pierden atractivo, sobre todo a los niveles actuales. Estos países habían visto un flujo de capitales récord en los últimos ocho años con el exceso de liquidez y las bajadas de tasas en EEUU, y el tipo de interés de sus emisiones caía a mínimos de treinta años. Hoy, esas tasas no son atractivas ante un bono norteamericano a 10 años, cercano al 2,4%.

Esa es la principal razón, no los tuits de Donald Trump, pero desde luego, los mensajes del presidente electo en contra de los acuerdos de libre comercio, el NAFTA y sus críticas a empresas automovilísticas con factorías en México, no ayudan.

Muchos analistas comparan el riesgo actual al de 1994, poco antes de que saltara la llamada “crisis Tequila”, que supuso un detonante para el desplome de la bolsa mexicana y un efecto dominó a otros mercados emergentes.

¿Por qué se compara este momento con aquel? Por la combinación de salidas de capital y aumento del déficit por cuenta corriente del país, que pudiera llevar a una enorme crisis de liquidez.

Pero, sin embargo, hay factores mitigadores muy importantes.

A pesar de que la salida de capitales es un hecho, el propio Banco Central de México ha comentado que no se están dando niveles preocupantes. Además, en 2016, México fue el tercer mayor receptor de capitales netos, a pesar de los bajos precios petroleros y los riesgos de las economías emergentes en un entorno de bajo crecimiento global y caída del comercio internacional.

Adicionalmente, aunque las reservas en divisas se han reducido desde 2014, siguen a máximos históricos y más de siete veces por encima de los niveles de 1994.

Una de las características diferenciadoras de esta crisis comparada con el 91 o el 94 es precisamente que los bancos centrales de los países emergentes han llevado a cabo una política correcta de mantener al máximo posible las reservas en moneda extranjera, evitando con ello una monstruosa crisis de liquidez. Exactamente lo contrario a lo que se hizo en aquellas crisis anteriores, donde se vaciaron las reservas intentando, inútilmente, “defender” la moneda.

De hecho, la acción del banco central de México en estos días se puede llamar más “técnica” que las desesperadas de aquella época.

Otra de ellas, y muy importante, es la exposición a activos bursátiles apalancada. Recuerdo como me comentaban mis buenos amigos en México que en aquella época antes de la crisis Tequila los ciudadanos y entidades se endeudaban para comprar bolsa sin tener apenas capital esperando que subiera y ganar dinero fácil. El nivel de apalancamiento en el mercado bursátil era tal que hubo un periodo en el que el “margin debt” en términos relativos al tamaño de mercado era superior al de la bolsa de EEUU en 2007.

Si analizamos la tormenta perfecta que se ha generado en los países emergentes, se ha evitado una enorme crisis a pesar de la caída de las materias primas abrupta, salidas netas de capital y ralentización mundial del comercio (la “parada en seco”, que se ha dado y de la que alertábamos en 2013).

Que hayamos tenido un entorno tan difícil, en el que los ingresos en moneda extranjera de México se redujeron hasta cortar a un tercio su balanza de capitales desde máximos, y que no se haya generado una recesión y crisis desmedida prueba que muchas cosas son muy diferentes hoy en México.

Hay que tener en cuenta estas importantes diferencias ante algunos mensajes alarmistas, pero también ser cautos porque la situación para los mercados emergentes sigue siendo compleja ante el efecto aspirador que supone la subida de tipos en EEUU. Un dólar fuerte y unos tipos e inflación al alza hacen esa función de succión de dólares fuera de mercados de riesgo y de vuelta hacia el mercado doméstico en EEUU. Sobre todos tras casi una década de flujos de capitales extraordinarios hacia dichos mercados emergentes.

Por lo tanto, no olvidemos los riesgos, y las amenazas macroeconómicas, políticas y monetarias. Es más que probable que la retórica proteccionista quede en muy poco en los próximos meses, pero también es cierto que el final del exceso de liquidez y dinero barato de la época del “gas de la risa monetario” norteamericano está aquí y que los países como México tendrán que adaptarse a un nivel de inversión y flujo de capitales muy inferior al que se había dado en los últimos ocho años.

Y eso no va a cambiar a corto plazo. Por ello el país tendrá que aprovechar un año en el que los precios del crudo están estabilizados para acompasar sus inversiones a una nueva realidad, más cercana a la de 2000-2006 que la de los tres programas de estímulo monetario de EEUU, que llevaron a las materias primas y la inversión en emergentes a máximos al calor de la devaluación y dinero barato artificial.

Pero, si tenemos que mirar riesgos, también miremos oportunidades, porque México siempre ha sido una oportunidad comparado con otros países de mayor riesgo.

Un año de empleo intenso ¿continuará?

Una de las cosas que nadie entiende en el extranjero es esa tendencia en España de algunos comentaristas de enfadarse cuando baja el paro. Hasta que se conocen los incentivos perversos. En un país donde tantos agentes viven de gestionar el asistencialismo, la mejora del mercado de trabajo es una mala noticia para las redes clientelares. Lo explicamos ya aquí en “Por qué no se quiere acabar con el paro”.Y, sin embargo, los datos de 2016 son muy buenos. El Financial Times resaltaba ayer que la caída del paro -390.534 personas- ha sido la mayor en la serie histórica. Un aumento de la afiliación de 540.655 personas, y 36 meses consecutivos de mejora del mercado laboral. En un año donde la Organización Mundial del Trabajo estimaba que se iba a crear mucho menos empleo que en 2015. Y se ha superado. ¿Por qué? La reforma laboral y las bajadas de impuestos han funcionado.

Los datos positivos son evidentes:

– 540.655 afiliados más, el mejor resultado de la década, un crecimiento del 3,12%. El número de afiliados ya se sitúa en 17.849.055.

– En menores de 25 años, el paro bajó un 13,9% en 2016.

– La contratación indefinida aumentó un 13,4% con respecto a diciembre de 2015 y crece al doble que la contratación temporal, situando a España como el segundo país de Europa en creación de empleo indefinido. Tres años de aumento de la contratación indefinida por encima de la temporal. Adicionalmente, los autónomos han aumentado en 26.210 (+0.83%).

– Los ingresos por contribuciones efectivas crecen desde 2013 y ya están por encima de los niveles de 2007.

– La recaudación efectiva (en términos de caja) por cotizaciones sociales del Sistema de Seguridad Social ha superado hasta noviembre los 93.844,08 millones de euros, un incremento anual del 3,15%, casi el doble que en 2015 (1,61%). Los ingresos de la Seguridad Social ya superan el nivel previo a la crisis.

– Se han recuperado 1,7 millones de empleos de los 3,5 millones destruidos entre 2008 y 2011.

– Los salarios han subido y ahora hay que poner en marcha medidas para reducir la enorme cantidad de impuestos que se le detrae al salario bruto, ya que a pesar de la bajada del IRPF España sigue siendo el cuarto país del mundo en esfuerzo fiscal.

El manido argumento de que no se crea empleo porque se reducen las horas trabajadas se desmonta fácilmente. Dichas horas trabajadas aumentan desde 2013, y España, en horas trabajadas al año (1.691 según IEE) supera a los Países Bajos (1.419), Francia (1.482), Alemania (1.371), Dinamarca (1.457), a la media de la UE, y está en línea con la media de la OCDE (1.761).

Pero el problema en España es la “politización del empleo”. Como estos datos ocurren con un adversario político en el Gobierno, no solo se deben rechazar, sino que se deben poner en marcha los escollos necesarios para que empeoren rápidamente, y así presentarse luego como “salvador”. La realidad es que, si este conjunto de datos se hubiera dado con un gobierno de otro “color”, los mismos que aplaudían hasta sangrarles las manos porque en 2011 se “destruía menos empleo que en 2010”, estarían haciendo la ola al son de We are the champions. Y viceversa.

Y el otro grave problema es que nos demos palmadas en la espalda y nos relajemos pensando que todo está hecho. Hay que hacer mucho más, y volver a rigideces que no han funcionado en ningún país es un grave escollo a la creación de empleo que olvida a todos los que aún sufren el problema del paro.

Los que nos cuentan que hay que volver al pasado para encarar el futuro, introduciendo más trabas al empleo, no solo saben perfectamente que no funciona, sino que se benefician de que no lo haga, vía enormes subvenciones. Volver a la rigidez laboral de los 80-90 no solo no reduce la temporalidad ni mejora los salarios, sino que ataca el empleo y aumenta la precariedad. Entre 1977 y 1985, con los sindicatos al mando del mercado laboral, el desempleo se disparó al 21,6% y estuvo 11 trimestres por encima del 20%. Antes de la entrada en el euro, el paro estuvo 20 trimestres por encima del 20% y llegó al 24,5%. La media de desempleo en España desde 1980 ha sido del 17,5%. Encima, los salarios reales tampoco mejoraban y la temporalidad ya era del 35% antes de la crisis.

Ahora nos enfrentamos a un año 2017 complejo. Subidas de impuestos, aunque sean “limitadas” y aumento del salario mínimo pueden suponer importantes problemas a la hora de crear empleo con más intensidad, ya que debemos crear al menos 600.000 puestos de trabajo y el objetivo de superar los 20 millones de afiliados no debe perderse. Los estudios de la Universidad de California y el IZA de Alemania muestran el riesgo y en España la situación es todavía de recuperación frágil, no de sentarse y parar de trabajar. Recuperar la negociación colectiva sería un enorme error que ignora la realidad de la estructura empresarial española para centralizar el poder en unos sindicatos de nula representación en contra del trabajador individual.

Y ese es el verdadero problema. Que el stock de desempleo histórico de España -15, 17%- es una excusa perfecta para que unos y otros agentes arranquen un poco más de intervención por parte de los gobiernos de turno. Que no se vea como un fracaso absoluto del modelo de mercado laboral sino como una justificación de la red asistencialista.

Incluso en la época con menor paro de la historia de España el desempleo se situaba como la primera o segunda mayor preocupación de los ciudadanos, según el CIS. Si no tenemos en cuenta la estructura empresarial española, incentivamos el autoempleo y el emprendimiento y dejamos que las empresas crezcan para no tener un porcentaje tan elevado de microempresas, en 2030 seguiremos atacando unos y otros con el tema del paro. Y no hay que inventar la rueda. La solución la tenemos en los países líderes, en Reino Unido, Alemania, Irlanda.

Los que piensan que copiando el mercado laboral de Grecia van a tener el empleo de Texas simplemente deliran. La mejor política social es crear empleo, no repartir las migajas de lo que queda del expolio.

¿El fin de la guerra de divisas?

Una de las propuestas menos comentadas de la futura administración Trump es la de penalizar con sanciones económicas a los países que manipulen su moneda… incluso al suyo propio.

La propuesta no es nueva, y defendido por los Republicanos desde 2014, pero sí lo es la de penalizar la manipulación monetaria.

Por un lado, los Republicanos llevan dos proyectos legislativos, uno en el House of Representatives Financial Services Committee -de 2014- y otro, de 2015, en el Senate Banking Committee por los cuales se impediría a la Reserva Federal tomar decisiones en materia de tipos de interés y masa monetaria si se desvían en más de dos puntos porcentuales de un nivel predeterminado. Vamos a explicarlo.

Si la Reserva Federal pone como objetivo un nivel de inflación y empleo para un nivel de tipos y unas medidas monetarias, tendría que explicar al Congreso o al Senado por qué cambia o desvía la normalización y corrección del precio y la cantidad de dinero cuando se cumplen las variables.

¿Por qué? A muy pocos representantes del partido republicano se les escapa que la bajada brutal de tipos de interés llevó a una enorme burbuja que generó la crisis de 2008, y que el mantenimiento de las políticas mal llamadas expansivas en los últimos años ha generado una importante burbuja de bonos y un exceso de euforia en los activos financieros sin impacto en la economía real (lean los resultados aquí)

La creación indiscriminada de dinero sin respaldo siempre se encuentra detrás de las grandes crisis, y siempre hay alguien dispuesto a justificarla como problema y como solución.

Añadan a ello que los economistas de la Reserva Federal y sus presidentes fueron a todas luces incapaces de alertar o siquiera reconocer el riesgo de dichas burbujas (vean desde Greenspan) y entenderán por qué existe una corriente creciente de políticos preocupados por unas políticas monetarias que siempre se lanzan como si no tuvieran riesgo y luego se disculpan con el manido “hubiera sido peor”.

Por supuesto que en la Reserva Federal les parece fatal tener limitaciones. Cuando el banco central se convierte en el mayor Hedge Fund del mundo bajo la premisa de que “no hay inflación” y se crea una brutal burbuja en activos financieros, es difícil acostumbrarse a otra idea. Pero cuando se ha errado de manera constante en estimaciones, impacto y consecuencias, es normal que desde el partido republicano -y demócrata, ojo- se cuestione el mandato del banco central.

Carl Icahn, uno de los inversores más importantes del mundo y asesor recién nombrado por Trump, aún guarda la servilleta donde se apuntó la respuesta del presidente de la Reserva Federal a su pregunta sobre si habían calibrado las consecuencias negativas de su política monetaria. “We don´t know”-“no sabemos”- fue la respuesta.

Pero me interesa especialmente la idea de penalizar a los países que llevan a cabo políticas de “empobrecer al vecino” (beggar thy neighbour) devaluando tras la enorme guerra de divisas vista en los últimos años.

Hace ya varios años, en 2009, tuve la oportunidad de charlar en una reunión con el próximo Secretario de Estado de EEUU, Rex Tillerson, y ya comentaba que la gran amenaza para el mundo era la extensión de la guerra de divisas.

De momento, y a falta de unos días para conocer a todo el equipo gubernamental y de asesores, Rex Tillerson, Mick Mulvaney y Carl Icahn son claramente contrarios a las políticas de represión financiera y empobrecer al vecino devaluando. El propio Steve Mnuchin ha comentado en muchas ocasiones el riesgo de las políticas inflacionistas.

Pero EEUU no puede impedir que los bancos centrales de otros países sigan empobreciendo a sus ciudadanos vía devaluaciones y aumentos brutales de la masa monetaria… A menos que se les imponga una multa por hacerlo. Y esa penalización sí puede tener efectos disuasorios y, además, evitar que se generen mayores burbujas que nos lleven a otra crisis financiera. No es casualidad que el propio Mick Mulvaney aplaudiera iniciativas como el Bitcoin y la despolitización de las monedas.

No pensemos en vuelta al patrón oro o similares. En realidad, lo que esta corriente del partido republicano exige –y en eso tienen toda la razón- es el fin del exceso monetario descontrolado y sin ningún tipo de responsabilidad sobre sus consecuencias. Rechazar un sistema que incentiva las burbujas y el sobreendeudamiento bajo la excusa de que “podría ser peor”.

No sabemos si estas medidas se llevarán a cabo, pero me parece importante y saludable que el debate sobre los excesos de los bancos centrales se eleve al Gobierno de la primera potencia del mundo. El propio Trump, que en campaña dijo una vez que “EEUU puede imprimir todo el dinero que necesite”, ha abandonado ese ridículo comentario.

Sea como sea, igual que la crisis de 2008 acabó con la barra libre de los inversores burbujeros y gran parte de los excesos de algunos operadores financieros, es hora de alertar de que no se puede usar indiscriminadamente a los bancos centrales como si fueran fondos de alto riesgo para perpetuar la burbuja, y que el resultado ha sido, como mínimo, más que decepcionante. Recuperar un poco de cordura, aunque sea modestamente, no le vendrá mal a nadie. Veremos.

Contra la represión financiera… El ganador es el Bitcoin

Mucho se ha hablado de bolsas, activos financieros, ganadores y perdedores en un año ciertamente complicado.

Pero si hay que hacer mención especial a un activo, es al Bitcoin, la moneda virtual que ha sobrepasado todas las expectativas de revalorización. Más de un 87% en 2016 apoyado por la fuerte compra de ciudadanos chinos e indios ante las expectativas de enormes devaluaciones de sus monedas.

 

El resurgimiento de los refugios contra la destrucción de las monedas por parte de los Estados no es una novedad de 2016, pero se aceleró con la generalización de las políticas de represión financiera -devaluar y bajar tipos- que más de 25 bancos centrales llevaron a cabo desde 2013.

El asalto al ahorrador ha sido incesante, desde la desastrosa política monetaria que busca arrancar de los ciudadanos sus ahorros para sostener desequilibrios estatales inasumibles.

La búsqueda de formas de preservar la riqueza en una sociedad, la clase media en particular, que posee la mayor parte de la misma en depósitos, hace que los ciudadanos busquen cualquier forma de evitar el asalto a su bolsillo desde la impresión masiva de dinero y aumento de la masa monetaria.

La política más antisocial que existe, el asalto al ahorrador, se nos justifica desde unos argumentos completamente falaces, religiosos, expectativas de crecimiento y mejora de la economía que no se cumplen y luego se excusan con las socorridas frases “hubiera sido peor”, “no se hizo suficiente” y “hay que repetir”.

Por eso, la búsqueda de una moneda cuyo control no esté en manos de Estados ha sido una constante a la hora de preservar capital desde que a Nerón se le ocurrió la “brillante” idea de crear dinero “para el pueblo” poniendo otros metales en las monedas de plata o la época de los aterradores Assignats… La carrera contra el asalto a la riqueza de los ciudadanos por parte de los inflacionistas siempre ha existido.

Cada vez que los desequilibrios de un Estado se disparan, la “solución” por parte de los mismos es disolver la riqueza de los ciudadanos y apropiársela vía inflación -el impuesto de los pobres- y devaluación.

Nos encontramos con un paradigma sorprendente. ¿Y por qué no el oro? Bueno, el oro se ha apreciado un 8,5% en 2016. En la historia, casi siempre ha servido de medio de pago en cualquier país y transacción.

La diferencia entre Bitcoin y el oro en los últimos años es fundamentalmente que, mientras uno se ha ido afianzando como posible moneda y como reserva de valor a medida que se disipaban las dudas que mostrábamos en mi artículo sobre Bitcoin de hace algunos años (“Bitcoin, democracia monetaria o cuento chino”) mientras que el oro sufría porque la monstruosa política monetaria implementada en todo el mundo generaba desinflación al desplomarse la velocidad del dinero y perpetuarse la sobrecapacidad. En realidad, el oro perdía parte de su atractivo como reserva de valor si no se percibía exceso de inflación en el IPC. Como, además ese exceso de inflación sí se daba, y de manera agresiva, en los activos financieros -bonos en particular-, el Bitcoin reemplazaba parte de esa reserva de valor.

Como explicábamos entonces, Bitcoin no es aún una realidad como moneda libre de uso global, es una expectativa, y por tanto su evolución depende de ir consiguiendo implantarse globalmente y aclarar las dudas sobre su valor como refugio.

Bitcoin es un ‘startup’ de moneda. Un medio de pago donde los Estados no pueden interferir en la masa monetaria, donde no se puede crear dinero falso no respaldado por el ahorro, y donde se puede ‘huir’ y refugiarse del asalto al ahorrador que es la represión financiera creciente impuesta por los gobiernos y bancos centrales. Las dudas llegan cuando el ‘refugio’ es virtual, y por tanto, siempre sujeto a ataques informáticos. Además, la historia me hace temer la reacción confiscatoria de los Estados cuando alcance –si lo hace- una implementación “peligrosamente alta”. Recuerden a Roosevelt cuando decidió confiscar el oro de sus ciudadanos en 1933. “Por su bien”, claro.

Bitcoin está mostrando ser una potente red de intercambio y su revalorización muestra que los que confían en esa red mantienen sus posiciones a medio plazo. Como el aumento de oferta es limitado, se revaloriza ante la mayor demanda. Un activo financiero donde se valora su escasez, demanda futura y su calidad ante la posibilidad de intercambiarlo por otras monedas, bienes o servicios en el futuro. El hecho de que vd pueda hacer líquido ese activo y pagar deudas e impuestos con lo generado, es positivo. Pero no es una moneda hasta que se pueda usar como medio de pago generalmente aceptado de bienes, servicios, impuestos y deudas.

Pero lo que nos demuestra el auge de Bitcoin y la revalorización del oro en 2016 es que una parte creciente de los ciudadanos sigue buscando maneras de guarecerse ante el asalto de la política monetaria que pretende que sean los depósitos de los ahorradores los que paguen las deudas de los ineficientes. Veremos.

La nueva administración de Estados Unidos empieza a hablar de penalizaciones a países por manipulación de monedas y a atacar públicamente la destructiva política llevada a cabo por su propia Reserva Federal. Si se pone fin, por parte de EEUU, a la locura monetaria, podremos ver una caída del interés en las monedas independientes o reservas de valor, por eso comentábamos aquí que el dólar puede ser el nuevo oro. Pero es difícil que los ciudadanos no vean que siempre merece la pena tener en mente otras alternativas ante la tentación de unos u otros estados de apropiarse de la riqueza de los ahorradores para cubrir los excesos de los despilfarradores.