Los recortes de Tillerson

Si usted ha estado prestando atención a los medios de comunicación en estas semanas, habrá tomado nota de los mensajes de la administración Trump que llegan desde el inusual púlpito de redes sociales al que es tan aficionado el presidente de EEUU. Tenemos mensajes muy claros sobre una subida del gasto militar de 54.000 millones de dólares, un 9,27%. Y también -aunque nada claros- los mensajes de ese enorme plan de infraestructuras de un billón de dólares.

El ruido mediático es ensordecedor, y el personaje acapara titular tras titular. Sin embargo, en todo este enorme revuelo, hay cosas que han pasado desapercibidas.

¿Se acuerdan del secretario de Estado? Rex Tillerson nunca ha sido amigo de grandes mensajes a los medios de comunicación y, desde que ha sido nombrado, ha rechazado incluso aparecer en algunos eventos oficiales.

Sin embargo, y a pesar de la caída de ingresos fiscales heredada de 2016, la última cifra habla de 12.000 millones menos de deuda. No es para lanzarse a tirar cohetes, pero es un hecho que la deuda se ha reducido, aunque la enorme mayoría espera que vuelva a aumentar. Tim Worstall comentaba que las previsiones de déficit pueden moverse en unos 50.000 a 200.000 millones de dólares dependiendo de las partidas. El Comité para un Presupuesto Responsable del partido republicano trabaja sobre un plan que asume que ese déficit debe reducirse, incluyendo los recortes de impuestos que se anunciarán en el primer semestre.

¿Y qué está llevándose a cabo? Lo que en la administración se llama draining the swamp (secar el pantano). Vaciar el séptimo piso de la Secretaría de Estado y también lo que se había denominado “gobierno en la sombra” creado durante la administración anterior. Una auténtica masa de despidos de personal político. Estamos hablando de 250 oficinas y 30.000 personas. Es cierto, no llega ni de lejos a la administración paralela de la Junta de Andalucía, pero es parte del principio.

Los recortes propuestos van mucho más allá de anécdotas.

Un recorte del 30% en las partidas destinadas al State Department y USAID, que buscaban gastar 50.000 millones de dólares en 2017.

Un recorte del 1% en todas las administraciones, con un arco de 10% a 100% en todos los organismos y oficinas creadas en los últimos ocho años.

La idea es que, por cada anuncio de gasto, se encuentren partidas cuyos recortes puedan financiarlos.

Es extremadamente difícil. Las reticencias son enormes, y no sólo en el partido demócrata.

De momento, el Secretario de Estado trabaja con un plan de reducción de costes que superaría los 100.000 millones de dólares. No sólo en recortes de presupuestos que se habían acostumbrado a aumentar un 5% anual, como mínimo. La idea es financiar las bajadas de impuestos y aumento de gasto en defensa ahorrando en partidas de gasto.

Las estimaciones medias de déficit para los próximos cuatro años superan los 2 billones de dólares y, aunque los tipos sean bajos, eso no se puede permitir. Tampoco se puede acudir a subidas de impuestos que no consiguen nada. Con Obama se duplicó la deuda porque los gastos siempre se acomodan a los ingresos que vengan, y más.

El gran elemento diferenciador es eliminar y cambiar el Affordable Care Act (Obamacare), con el que se podrían ahorrar 80.000 millones de dólares adicionales sin cambios en la cobertura a ciudadanos, pero que se encuentra con escollos en todo el sistema.

De momento, sólo con la política de secar el pantano, y sin grandes cambios, Tillerson parece convencido de poder reducir hasta 50.000 millones. Pero el objetivo es duplicar esa cifra.

El choque cultural es brutal. El servicio público no está acostumbrado a aceptar reducciones de gasto, y la idea de que EEUU se acerque, de nuevo, en marzo, a superar el techo de deuda, se ignora con la afirmación -correcta- de “siempre se ha aumentado”. Me comentaba un amigo norteamericano que, en Washington, un “recorte del 10% es pedir un aumento del 20% y que te den la mitad”.

Rex Tillerson llega de una de las mayores petroleras del mundo, donde, ante el problema de la caída de los precios y la demanda, se pidieron recortes de gasto del 30% y sus divisiones y trabajadores se lanzaron a preparar planes para ver quién conseguía un 35% o más. Imagínense el choque cultural cuando escucha a sus nuevos subordinados “es imposible”.

El plan de infraestructuras que tanto bombo ha recibido, va a tener que ser financiado, como no puede ser de otra manera, por el sector privado a través de deducciones fiscales y los peajes que generen dichas infraestructuras.

Veremos qué se consigue. Los recortes de Tillerson van a ser la prueba de si una administración puede gestionarse de manera eficiente acudiendo a los principios de moderación presupuestaria y eficiencia real. No va a ser fácil. Pero, mientras el interés público se centra en unas y otras noticias sobre temas no económicos, en la Casa Blanca hay un objetivo poco mediático, silencioso, de cambiar la forma en que se gestionan los recursos públicos.

Estaremos atentos.

La productividad, el verdadero reto de la recuperación

Esta semana hemos comprobado como varias casas de análisis revisaban al alza sus estimaciones de crecimiento del PIB español, con AFI aumentando la cifra al 2,8% para 2017. Es una buena noticia en un entorno de enormes dificultades e incertidumbres en la Unión Europea, que van desde las elecciones francesas y alemanas hasta el ‘brexit’. Si hay algo que siempre es positivo desde el punto de vista de confianza es que las estimaciones de crecimiento sean conservadoras, y las sobrepasemos.

2017 puede ser el año en que se empiece a reducir la deuda sobre PIB y en el que volvamos a sorprender al alza en creación de empleo. Recuerdo cuando se dijo que 2015 era un año “inusual” y que nunca volveríamos a crear más de 500.000 puestos de trabajo. Y, sin embargo, estamos en camino de conseguir superar los 20 millones de cotizantes en cuatro años. En términos interanuales, febrero cerró con 580.543 afiliados medios más, el 3,38%, la mejor tasa registrada desde 2007.

Lo primero que merece la pena resaltar es que la recuperación se está llevando sin caer en los errores del pasado, el exceso de deuda y el monstruoso déficit comercial. El 43% de los ejecutivos prevé ampliar la plantilla de su compañía y el 75% que la facturación aumentará, y todo ello ha ocurrido reduciendo endeudamiento a niveles de 2006, mientras el consumo crece por encima del PIB nominal sin acudir a grandes desequilibrios vía deuda. Más del 75% del total de contratos es indefinido, y no llega a un 1% la cantidad de contratos de menos de un mes.

Los datos de paro de febrero son positivos. Es un mes difícil, y el desempleo ha bajado al nivel más bajo en siete años, mientras los salarios suben. El aumento de 74.080 en nuevos afiliados a la Seguridad Social es positivo también.

La afiliación media a la Seguridad Social alcanzó 17.748.255 ocupados en febrero, tras ascender en 74.080 personas (el 0,42%). Los ingresos de la Seguridad Social ya superan los niveles pre-crisis, y el paro se sitúa en su nivel más bajo de los últimos 7 años.

La contratación indefinida a tiempo completo crece un 8,8% interanual, más de tres puntos por encima del incremento de la contratación temporal, y el paro juvenil ha disminuido un 11% en los últimos doce meses. La mejora del empleo se concentra en febrero en Industria y Servicios.

A la hora de analizar el stock de paro remanente, no podemos olvidar el impacto de la economía sumergida y el envejecimiento de la población. Según un estudio de la Fundación de Estudios Financieros, ‘La economía sumergida en España’, se estima que el fraude laboral supone hasta un 8% del PIB. En dicho informe, se estima que la economía sumergida supone cerca de un millón de puestos de trabajo. Por otro lado, las cifras de desocupados incluyen a aproximadamente 400.000 prejubilados. Es decir, la fuerza laboral desocupada incluye un fuerte componente que matiza las cifras de desempleo.

La idea de que una enorme mayoría de los parados son irrecuperables es falsa. Y proviene del error histórico español de ver el trabajo desde el prisma de “lo mío”. Un fresador solo puede ser fresador. Y es que la formación desde el trabajo está demonizada, y se entrega a cursos inútiles que ni ayudan a esas personas a reorientar su carrera, desde sus competencias y habilidades personales, hacia áreas de mayor futuro, ni mejoran la precariedad ni temporalidad.

Pero es un problema histórico. La media de paro en España desde 1980 supera el 17% y hemos vivido tres periodos diferentes con tasas de desempleo superiores al 20%. La media de la economía sumergida ha oscilado entre un 17 y un 20% del PIB en todo el periodo. La temporalidad era superior al 25% antes de la crisis, y es un factor que afecta al mercado laboral dual y rígido español por encima de muchos otros desde hace décadas.
Para atacar la economía sumergida, revertir el impacto del envejecimiento y mejorar salarios y calidad de trabajo, el objetivo debe ser avanzar en productividad. Tenemos una serie de escollos fiscales y normativos que dificultan, y otros históricos.Ojo, porque cuando hablamos de productividad muchos piensan “trabajar muchas más horas y más barato” y no se trata de eso, sino de hacer más y con mayor valor añadido con menos recursos.

Un tejido empresarial de empresas muy pequeñas, una enorme parte de ellas familiares y con baja capacidad de enfrentarse a los retos de los ciclos económicos es parte del problema. Solo con que en España avanzásemos en que la transición de Pyme a gran empresa estuviese en la media de la OCDE nos supondría reducir el desempleo dramáticamente, en más de un millón de personas como mínimo.

La fiscalidad y exceso normativo, lo que yo llamo el tsunami burocrático y fiscal, es una de las razones más poderosas que funcionan como desincentivo al crecimiento de las Pymes. Una empresa, en cuanto factura más de un millón de euros, entra en un auténtico infierno de papeles y requerimientos locales, autonómicos y nacionales. Adicionalmente, la demonización del éxito lleva a muchos a no querer problemas y, simplemente, mantenerse fuera del radar púbico o mediático.

No solo es la estructura empresarial, sino el bajísimo nivel de emprendimiento. En una charla este pasado jueves en la universidad, volví a encontrarme con la evidencia de que, al preguntar a los jóvenes quiénes estaban pensando en crear una empresa, solo levantaron la mano cuatro. En la Facultad de Empresariales. El miedo al fracaso y la creencia de que se necesitan ingentes cantidades de capital o deuda para empezar es un enorme lastre.

Otro gran lastre en el empleo es la bajísima movilidad. España es un país donde una enorme parte de la población nace y muere a menos de 20 kilómetros de distancia. La baja movilidad y el pobre emprendimiento también afectan a la productividad, la innovación y el desarrollo.

La baja movilidad y el pobre emprendimiento afectan a la productividad, la innovación y el desarrollo
No podemos olvidar que tenemos también unas “grandes empresas” muy pequeñas. Salvo excepciones de multinacionales globales, empresas innovadoras y que contribuyen al cambio del patrón de crecimiento -que, encima son constantemente demonizadas por los enemigos del progreso-, la media de tamaño de las empresas españolas con respecto a sus sectores es muy pequeña comparado con otros países.El reto de la productividad también pasa por modelos de negocio menos orientados al ciclo. Más robustos.

Eso pasa por que los gobiernos eviten la histórica tentación de subvencionar y perpetuar los sectores de baja productividad y renta de posición, que, eso sí, son grandes generadores de oportunidades de foto inaugurando plantas, para aumentar a su vez la fiscalidad de los sectores de alta productividad. Cuando estamos en un país donde se habla todo el día de I+D pero nadie habla de patentes y empresas, sabemos que el reto de la innovación y la productividad solo se analiza desde un punto de vista de gasto, no de valor añadido a la economía.

Recuerdo que, en un debate, me dijeron que no se podía dar facilidades fiscales a las empresas y atraer capital extranjero. Yo contesté “solo pido lo mismo que se le da al sector del automóvil”. Silencio.
No debemos ser negativos. El cambio que ha llevado a cabo la empresa española, los autónomos, la orientación exportadora, y la calidad, nos hacen ser optimistas. En 2011 me dijeron que había que ser idiota para pensar que España iba a crear medio millón de puestos de trabajo anuales y exportar como porcentaje del PIB como Alemania…. Y miren.

Hay mucho que hacer, pero desde la realidad de reconocer todo lo que ha mejorado, desde la innovación (hemos reducido la balanza tecnológica a la mitad), la exportación, el emprendimiento y la profesionalización de la empresa familiar. Y, sobre todo, hemos dejado de creer en el unicornio de la deuda y las subvenciones para crecer.Reconozcamos lo que hemos conseguido y, mientras nos ponemos -todos los españoles- una medalla por una recuperación que es un ejemplo en todo el mundo, recordemos que tenemos mucho que hacer. Y que mirando al pasado solo vamos a encontrar esqueletos.

Robotización, tecnología y represión intervencionista

Si usted lee los periódicos y algunos comentarios de algunos políticos, le parecerá que las empresas tecnológicas son una amenaza y que los robots van a acabar con su fantástico puesto de trabajo. La idea es interesante, y ha poblado cientos de páginas de libros de ciencia ficción que se nutren de futuros distópicos donde los humanos solo servimos –como mucho- como fuente de energía.

Es una idea interesante, solo tiene un problema. Es una falacia que exagera estimaciones –como siempre- para presentar un mundo en el que tiene que darse una intervención –fiscal, por supuesto- por parte de los gobiernos, para salvarle a usted de un futuro que siempre se ha estimado equivocadamente… Pero ésta vez es diferente.La evidencia empírica de más de 140 años es que la tecnología crea más empleo del que destruye (lean aquí) y que no hay nada que temer a la inteligencia artificial, sino que estudios de Randstad muestran que creará más de 1.250.000 empleos en los próximos cinco años.
La evidencia nos muestra que si la tecnología destruyese empleo, hoy no habría trabajo para nadie. Cuando yo empecé a trabajar nos decían que las maquinas harían nuestro trabajo. Hoy, nos dicen lo mismo. Si un 47% de los trabajos van a desaparecer en 20 años , se crearán muchos más.

La mayoría de los puestos de trabajo que conocemos hoy no existían hace diez años porque la tecnología no destruye empleo, lo que hace es liberar capital de sectores obsoletos a nuevos sectores y, con ello, se mejora la calidad de vida de todos y, además, se crea mucho más empleo directo e indirecto.
En realidad, la tecnología solo destruye empleos que no queremos de cualquier forma. Y lo que la sociedad, todos, debemos hacer es crear las condiciones para que estemos preparados. Preparados no significa que todos seamos ingenieros informáticos, sino entender que nuestras capacidades no son solo esas terribles palabras, “lo mío”, sino todo un conjunto de habilidades que tienen un enorme valor en una sociedad moderna.

PONER PUERTAS AL CAMPO

Lo que no funciona, ni ha funcionado nunca, es intentar poner puertas al campo y penalizar al eficiente, intentar parar el progreso, con el objetivo de perpetuar los sectores obsoletos bajo el subterfugio del “empleo”. Ni se defiende el empleo ni se solucionan los problemas.

Si lo que quieren es defender el empleo, que prohíban los tractores y pongan a todo el mundo a trabajar en el campo, como Pol Pot. ¿Verdad que no? ¡Menuda exageración!, dirán ustedes. Es que esta vez es diferente, dirán ellos. Curioso, los mismos que “predecían” el fin del petróleo, del agua, la falta masiva de alimentos, el fin de las pensiones, la hiperinflación y la esclavitud a las máquinas, y se equivocaron, hoy les dicen que “esta vez es diferente”. Sin embargo, lo que se propone, desde penalizar la tecnología a fiscalizarla, es la misma idiocia.

Seamos claros. Lo único que se busca es encontrar una excusa para aumentar la presión fiscal. No por el empleo. Si les importase el empleo, estarían dando facilidades fiscales a las empresas tecnológicas y start-ups para formar a trabajadores en tareas de alto valor añadido y adaptarse al cambio, no dilapidando fondos en cursos inútiles para darles unos cuantos millones de euros en subvenciones a los agentes sociales. Menos renta básica y más conocimiento básico.

ASALTO FISCAL A LAS TECNOLÓGICAS

El asalto fiscal a las empresas tecnológicas no es una casualidad. Se busca perpetuar a los conglomerados industriales obsoletos, convertidos en seguridades sociales encubiertas y, en vez de ver a las empresas de alta tecnología como garantes y líderes del cambio de patrón de crecimiento, generadoras de empleo de calidad, y mejora de la calidad de vida de todos, se busca entorpecer el cambio. Mejor tener clientes rehenes, adictos al Soma de Huxley estatal vía asistencialismo. Es más cómodo.
En vez de hacer lo posible por que en Europa crezcan y se desarrollen las empresas tecnológicas, mejor subvencionar sectores de bajo valor añadido que emplean a mucha gente… y si se compra una máquina, ya vendrá un burócrata a decidir cuántos empleos está suplantando, y pasando la factura. ¿Imaginan ustedes si los fabricantes de sombreros hubieran tenido éxito cuando se pusieron en huelga contra el malvado nuevo automóvil de Ford? Hoy, todos fastidiados, habiendo pagado mucho más por los automóviles y, sobre todo, sin sombrero. Porque ponerle barreras al progreso es inútil, y muy caro.

El debate tecnológico no se puede abordar desde las estimaciones distópicas que han demostrado ser falsas desde la época de Malthus. Pero cuando se encauza desde un punto de vista de represión fiscal, ya sabemos usted y yo que hay un enorme incentivo perverso a presentar predicciones apocalípticas porque el truco es que el hachazo lo va a pagar usted.

Si los políticos creyeran de verdad ese escenario apocalíptico y les importara de verdad el empleo, harían todo y más por atraer inversión y empresas tecnológicas. No estarían intentando sostener a sus conglomerados de telecomunicaciones dinosáuricos vía subvenciones y barreras de entrada, esos que suben precios para sobrevivir. Y, desde luego, no atacarían fiscalmente a los que lideran el cambio y generan innovación. Seríamos más Irlanda y menos Grecia.
Si les preocupase la tecnología y la digitalización, no se enfocarían a si los impuestos se deben pagar en función de los beneficios obtenidos o por los ingresos y lugar en el que se encuentren los clientes. Los beneficios de las multinacionales tecnológicas provienen de su capital intelectual (tecnología, software, algoritmos) que hace posible, eficiente y barato el proceso de dar un servicio. Si les preocupase la robotización y el empleo, los políticos estarían facilitando la entrada de miles de empresas tecnológicas, no poniendo barreras fiscales y normativas. Incentivando la inversión tecnológica, no subvencionando la capacidad ociosa.

Lo que saben los políticos y los que hacen estimaciones a 50 años que –cuando no se cumplen- se olvidan, es que la probabilidad de que la tecnología y la democratización del conocimiento generen más prosperidad, empleo y bienestar es casi del 100%. Lo que saben, también, es que pone en peligro un sistema de rentas de posición que alimenta muchas redes clientelares. Y, por eso, usted debe temer a un futuro inexistente. Para darle, a usted, por su bien, otra vuelta de tuerca fiscal.