Paro, incentivos perversos y la reforma fiscal que España necesita

No es casualidad que los datos del paro de noviembre muestren elementos preocupantes dentro de una tendencia que sigue siendo positiva. Aunque el paro ha crecido en un mes que históricamente siempre sube el paro, eso no es para celebrarlo. Antes de 2011, el paro siempre aumentaba en noviembre excepto en 1989. Pero desde 2011 habíamos roto la tendencia y se había reducido en 2013, 2014 y 2015. El dato positivo es que la tendencia sigue siendo de mejora de mercado laboral. La contratación indefinida crece un 16,6%, más del doble del ritmo de la temporal, el desempleo juvenil lleva una caída del 11% en el último año y la reducción del desempleo acumulada en el año es de 303.685 personas, la mayor de la serie histórica en un mes de noviembre (datos SEPE). España se sitúa, según Eurostat, como el segundo país en creación de empleo indefinido de la Eurozona. Pero no es suficiente. Y corremos el riesgo de que subiendo impuestos y aumentar costes laborales (SMI y cuotas sociales) no ayude a acelerar el ritmo de creación de empleo.

Y es que nuestro objetivo debe ser más ambicioso que el buen dato de 17.780.524 afiliados. Debe superar ese techo ficticio de 20 millones.

El pilar fundamental de la política económica tiene que ser el empleo y la atracción de empresas, y el riesgo que podemos correr es intentar contentar a quienes nunca lo valorarán (sindicatos, partidos de oposición) aceptando males menores que son escollos a la contratación. Recordemos que, para muchos, el empleo no es el objetivo. El paro se convierte un arma política para gestionar el asistencialismo (lean “por qué no se quiere acabar con el paro”)

En una escena de la película “Taken” (Pierre Morel, 2008), el protagonista (Liam Neeson) le dispara a la esposa del villano y, mientras ella se retuerce de dolor, le dice “it´s just a flesh wound” (es una herida superficial). La pobre señora sigue agonizando, pero debería estar agradecida ante tan alentador comentario. Esa escena me venía a la cabeza cuando leo las subidas de impuestos y cuotas sociales que se han anunciado en estos días.

Voy a hacer algo muy poco popular. Defender al ministro de Hacienda. Entiendo que el ministro Montoro estaría buscando aquella solución a un agujero de gasto creciente y exigencias de déficit -como si tal cosa fuera un derecho- con aquel disparo que hiciera el menor daño al organismo que es la economía. ¿Qué se puede hacer si se exige gastar mucho más, no se tiene poder para cambiar los desequilibrios de los incumplidores y hay que cuadrar las cuentas? Dispara a la esposa -que no tiene la culpa de nada-. Limitar el techo de gasto, sí, y subir impuesto de sociedades intentando que no afecte a pymes, subir cuotas sociales intentando que no afecte al empleo juvenil y de menor salario, e intentar subir impuestos en partes no esenciales -alcohol, tabaco-. Pero él y yo sabemos que es un disparo y que el dolor está ahí.

En España se ha vendido la falacia de la inexistente austeridad como un mal y el déficit como un derecho. Cuando lo que ha habido es moderación presupuestaria preservando el gasto social ante una debacle creada precisamente por el mensaje de “hay margen”. El desequilibrio como un bien. Y ante la exigencia de los que quieren más gasto -a pesar de que el World Economic Forum sitúa a España entre los cinco países que más pueden mejorar la eficiencia de la administración- y subir los impuestos -la totalidad del arco parlamentario – el gobierno ha hecho exactamente eso. Y, como no podía ser de otra manera, se hace lo que piden todos, y ellos mismos se quejan. “Lose-lose” (perder o perder).

El hecho es que ningún partido de la oposición reconocerá jamás ni que se haya mantenido y aumentado el gasto social -un hecho-, ni que se haya ajustado más vía impuestos que gastos. George Osborne lo comentaba siempre. A un partido conservador, la izquierda nunca le va a reconocer la política social, mucho menos subir la presión fiscal, con lo cual caer en la trampa de renunciar a los principios de bajos impuestos no solo es malo para la economía a medio plazo, sino que no es rentable políticamente.

Subir impuestos no reduce los desequilibrios, los mantiene. Esos que piden más déficit llorarán echando la culpa a Merkel o los mercados cuando suban los tipos de interés y aumente el coste de la deuda. Y subirán impuestos. Porque el déficit es eso. Más impuestos en el futuro. Justo cuando la presión fiscal en la OCDE y la UE alcanza máximos históricos (el mayor nivel desde 1965, OCDE). Luego se preguntan por qué se ralentiza el crecimiento global.

Pero, como decía Ray Davies “give the people what they want” (dale a la gente lo que quiere). ¿Querían más gasto y más impuestos? Ahí los tienen.

La Reforma Fiscal Que Necesita España

Hace tiempo que comentamos en esta columna la importancia de una verdadera revolución fiscal que mire a largo plazo, que olvide el objetivo recaudatorio a corto plazo de “rascar de lo que queda” y proponga aumentar de manera relevante las bases imponibles y fortalecer el crecimiento y el empleo.

Los recortes fiscales expansivos son importantes, y los que dicen que nunca se ha aumentado ingresos bajando impuestos, además de despreciar el esfuerzo de los trabajadores y empresas, mienten. Rusia, EEUU, Irlanda, Singapur, Reino Unido, Suecia, Chile o Uruguay vieron aumentos relevantes de ingresos con bajadas de impuestos. Hasta España consiguió en 2015 aumentar los ingresos por encima del PIB nominal por primera vez en varios años… reduciendo impuestos.

El Círculo de Empresarios ahonda en estas propuestas desde un documento esencial donde se tiene en cuenta el reto no solo de la economía española sino que se analiza desde una perspectiva global. Porque ir en sentido contrario a los países líderes termina reduciendo crecimiento y empleo potencial. Esas medidas permitirían aumentar la recaudación a más del 40% del PIB desde una política fiscal orientada al crecimiento, la inversión y el empleo.

Un tipo único y más reducido (en torno al 20%) en el Impuesto de Sociedades, como lo que proponen o tienen algunas de las economías más eficientes.

Bajar las cuotas sociales reduciendo la carga sobre el empleador que supone un escollo identificado por la UE, la OCDE y el FMI a la contratación.

En el IRPF, equiparar los tipos marginales a la media de la OCDE de manera que la atracción de talento no se obstruya.

En definitiva, reordenar y simplificar desde una perspectiva que no implique siempre subir la presión fiscal. Bajar la presión fiscal para crecer más y mejor, recaudando con ello también más. Que no se ponga en los hombros de los creadores de empleo y de los ciudadanos los desequilibrios de la gestión de algunas partes del Estado. Que potencie el crecimiento del número y -muy importante- tamaño de las empresas, y que ponga más dinero en el bolsillo de los ciudadanos, aumentando la renta disponible.

No son medidas conservadoras, ni siquiera liberales, son medidas de lógica incuestionable que han permitido que países líderes en crecimiento y empleo mantengan su posición, atraigan más inversión y, además., salgan antes de las crisis. Hasta Francia despierta de sus errores y orienta su fiscalidad en ese sentido.

Como no se solucionan los desequilibrios de la economía es poniendo zancadillas y luego “ofreciendo” la mano para levantarse. Defender los principios y políticas que funcionan no es rechazar el consenso, es defender la cordura frente al unicornio.

La OPEP y la alternativa del diablo

Uno de los grandes problemas con los que se encuentra la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) ante su reunión de este miércoles en Viena es la alternativa del diablo. Aquella por la cual una decisión tiene más que probables consecuencias negativas o muy negativas.

Y es que, si la OPEP decide llegar a un acuerdo de congelar la producción, el principal beneficiario será el fracking en EEUU, que inmediatamente aprovechará para aumentar volúmenes.

Adicionalmente, ante la imagen de que el grupo de países actúa para hacer daño a los consumidores, se aceleraría el proceso de sustitución -vehículos eléctricos, políticas de descarbonización-. Pero es que, si deciden no llegar a ningún acuerdo, empieza la guerra por las cuotas de mercado.

Yo he sido invitado en cuatro ocasiones a la reunión anual de la OPEP en Viena y me he encontrado con muchos mitos que se esparcen por los medios de comunicación. Recordemos por un momento a los lectores por qué los países de la OPEP no llegan fácilmente a acuerdos.

– La OPEP es solo el 30% de la producción global de crudo y líquidos. Su capacidad de influir es cada vez menor en un mercado global donde los barriles adicionales llegan de países donde las decisiones de producción no son estatales, sino empresariales.
– Los países de la OPEP no gestionan su posición desde el precio, sino desde la cuota de mercado. Por esa razón Irán o la invitada, Irak, no están dispuestos a reducir su producción hasta que alcancen, respectivamente, su cuota de mercado previa a las sanciones y anterior a la guerra.
– Los países de la OPEP hace mucho que no establecen cuotas por países. Por lo tanto, las decisiones de reducción o recorte de producción siempre se dejan al libre albedrío de cada país, que tiende a sobrepasar su nivel de producción.
– Congelar la producción sabiendo que se produciría la sustitución por barriles de EEUU tiene efecto cero de equilibrar el mercado, pero tiene un efecto negativo muy importante. Se pierden dólares en las reservas de divisa de los bancos centrales de los países productores. Divisas esenciales para atender a compromisos de deuda, financiación de proyectos y subsidios. Por ello, renunciar a ingresar dólares a cambio de un recorte que no equilibra el mercado es dispararse en el propio pie.
Mucho se ha hablado de la “rebeldía” de Irán e Irak a la hora de congelar producción, y es correcta. Pero no es la única razón por la que un acuerdo parece distante. Los tres países con los barriles más competitivos a precio bajo son Irán, Irak y Arabia Saudí. De esos tres países, Arabia Saudí ha sido la que ha compensado con creces la ralentización del crecimiento de EEUU. La estrategia del Reino ha funcionado. EEUU, con la caída del precio del petróleo, ha ido reduciendo producción, mientras Arabia Saudí aumentaba cuota de mercado, fortaleciendo su posición como “banco central del petróleo”.

Pero, adicionalmente, los países de la OPEP son conscientes de que la debilidad del mercado de petróleo es estructural, como explicábamos aquí.

Hoy, esa debilidad estructural -que se refleja, entre otras cosas, en que se hable de que “el precio se dispara” a 48 dólares el barril- es también evidente en la enorme cantidad de petróleo almacenado en barcos, que ya alcanza los mismos niveles que en 2008, unos ocho millones de barriles.

Y es que el gran elefante en la habitación para los productores de petróleo es, por un lado, la eficiencia, que se “come” figurativamente hasta medio millón de barriles al día de demanda potencial cada año, la sustitución, que ya es inevitable y pone en peligro el reinado del crudo en el mercado del transporte, y la ralentización de una demanda china de burbuja que se había incorporado a las estimaciones de analistas y agencias como algo estructural, no una evidente anomalía en un modelo de crecimiento insostenible.

Estos factores hacen que el crecimiento de la demanda anual se sitúe casi inevitablemente todos los años muy por debajo del crecimiento de la producción.

2016 está siendo un año histórico en cuanto a riesgos geopolíticos -a las sanciones a Rusia, guerra en Siria, ISIS, se une la crisis en Nigeria, desplome de Brasil- . Que el petróleo, en esas circunstancias, sea incapaz de superar los 50 dólares el barril muestra lo bien suministrado que está el mercado. La capacidad excedentaria sigue superando los 2,5 millones de barriles al día.

Se decida lo que se decida en Viena, las fuerzas que aplanan el mercado de la energía siguen avanzando. Y un acuerdo puntual, que en cualquier caso sería más que cuestionable en su eficacia y cumplimiento, solo las aceleraría.

Hace ya muchos años que mi admirado Sadad Al Husseini advertía de los riesgos de una estrategia contraproducente por parte de la OPEP. Si olvida su máxima de mostrarse como el “suministrador flexible, fiable y competitivo”, la alternativa del diablo les llevará a empeorar el desequilibrio del mercado del petróleo. Porque la respuesta de los consumidores y las alternativas se dispararán.

La OPEP solo tendrá éxito si pone en evidencia a las alternativas dejando claro que son mucho más flexibles y competitivos que otros. Si cae en la trampa de una congelación o recorte inútil, acelerará su -ya evidente- decadencia.

La demagogia de las pensiones. “Destopar”, pegarse un tiro en el pie

Uno de los aspectos más tristes del debate económico en España es que aquellos que se vanaglorian de defender “lo público” son precisamente los que lo hacen insostenibles y lo llevan a la quiebra. Pensar en partidas de gasto público desde la perspectiva del que nunca ha creado una empresa ni generado un puesto de trabajo, desde la visión cortoplacista del Sheriff de Nottingham.

En las pensiones, de las que hemos hablado en varias ocasiones aquí (lean “¿Quién pone en peligro las pensiones?”), se une la demagogia política con las soluciones mágicas que harían al sistema insostenible.

En España un pensionista medio cobra unos 970 euros al mes, más que en Finlandia (495 euros), Dinamarca (538 con un complemento que incluso así la hace inferior a la española), Irlanda (589) o Reino Unido (587 euros), incluso que Austria (953 euros), Francia (entre 700 y 800 euros), Holanda (900) o Bélgica (878). La media del conjunto de países europeos es 812 euros mensuales. No solo en media, sino en mínima, que supera también a Austria, Dinamarca, Reino Unido y Portugal. Con costes de vida, en todos los casos mencionados, muy superiores a España.

Tenemos un sistema de pensiones generoso. Las nuevas pensiones de jubilación del Régimen General han alcanzado los 1.500 euros, lo que significa el 93% del salario medio en España. España tiene la segunda mayor tasa de reemplazo de la OCDE (el porcentaje del último sueldo cobrado que se convierte en pensión). Superior al 80%, frente al 52% de media de la OCDE, el 55% de Francia o el 37% de Alemania. Así que, sepan Vds. que los que quieren “equiparar” a Europa lo que esconden es un recorte de las pensiones con el cuento social.

El sistema de pensiones en España se hace insostenible con la destrucción de empleo, y ese destrozo no se cubre con impuestos. La principal causa del déficit actual de la Seguridad Social son los 3,3 millones de empleo destruidos. Casi el 70% del deterioro neto del sistema durante los años 2009-2013, se debió exclusivamente a la reducción de ingresos por cotizaciones derivada del aumento del paro negando la crisis.

Ese deterioro, que dejó un déficit en 2011 de 7.705 millones de euros y que ya es de 17.000 millones no se cubre con impuestos. El efecto recaudatorio de las medidas que proponen los intervencionistas no llegaría ni de lejos a un 30% del déficit. Eso si nos creyéramos las estimaciones de ciencia ficción y que no tuviera un efecto negativo en inversión, empleo y crecimiento.

La reforma laboral no es la causante del déficit, es la solución. En 2011, por cada nueva pensión se perdían 3 afiliados. En lo que llevamos de 2016, por cada nueva pensión se crean 7 empleos. El sistema ya era deficitario en 2010-2011. Se han recuperado 1.660.000 de los afilados destruidos durante la crisis, la mitad del empleo perdido.

Además, los ingresos por cotizaciones efectivas han aumentado entre 2013 y 2016. Lo que ha caído en los ingresos de la Seguridad Social es la partida de “otros ingresos” (fuente IGAE vía Ángel Martínez Jorge). -La recaudación líquida total de la Seguridad Social ya crece a una tasa anual acumulada del 3,82%, superior a la tasa de afiliación y al PIB nominal.

En eso llegaron los genios de redistribuir la Nada y se les ocurre la brillante idea -que a nadie se le había ocurrido- de “destopar” las cotizaciones máximas.¿Qué significa esto? Subir impuestos.

Las aportaciones que se realizan a la Seguridad Social por cada trabajador se fijan fundamentalmente por dos conceptos. Los tipos de cotización y las bases de cotización. Los tipos son un 28,30% por contingencias comunes, de los cuales el 4,7% lo aporta el trabajador y el 23,6% a cargo de la empresa. Y las bases (que se encuentran entre una base mínima y una máxima) van evolucionando cada año, dependiendo del salario.

Si se decidiera, como piden los sindicatos o Unidos Podemos, subir los tipos de cotización, tendría un doble efecto negativo. Subir impuestos y costes de contratación, es decir, atacar el consumo y el empleo para conseguir una supuesta recaudación adicional -que ellos estiman en 7.500 millones- que ni soluciona el déficit del Sistema ni apoya el crecimiento y la reducción del paro.

Para empezar, España ya tiene uno de los impuestos al trabajo más altos de la OCDE y de las cuotas sociales más altas. Eso, identificado por Olivier Blanchard y decenas de economistas, es uno de los grandes escollos a la contratación. Estudios del International Labour Review (Alain Euzeby) o la OCDE muestran que el aumento de las cuotas sociales tiene un efecto negativo tanto en crecimiento como en recaudación. No tenemos que rompernos la cabeza con estudios. Tenemos el ejemplo en casa. España es uno de los países con unas cotizaciones sociales más altas y sufrimos una tasa de desempleo media del 17,5% desde 1980.

Subir esas cotizaciones es un coste adicional al empleador y hace que el sueldo bruto del ciudadano llegue a ser más del doble de lo que ve en la nómina. Vamos, que encarece la contratación y pone en riesgo el empleo, mientras el ciudadano ve menos dinero en su cuenta.

Subir los tipos tiene efectos sobre el coste del trabajador contratado, y puede incidir negativamente -y está demostrado- en el empleo y el consumo.

Pero lo que ya es una broma de mal gusto es proponer que se quite el tope de las bases máximas (que suban las cotizaciones, es decir, los impuestos) y encima que no aumenten las pensiones máximas. Vamos, un efecto confiscatorio de libro. Cotiza usted más pero no tiene derecho a una mejor pensión.

Si se “destoparan” las bases máximas, tendrían que aportar algo más los sueldos superiores a 3.642 euros, pero si eso fuera así, lo justo es que también se incrementara la pensión máxima, porque en un sistema contributivo no se puede exigir contribuir a cambio de nada. Y eso es lo que proponen algunos. Contribuir a cambio de nada -lo que pervierte el concepto de sistema de reparto- y además, poner una bomba en los cimientos de la economía atacando al empleo y el crecimiento que soportan dicho sistema.

Curiosamente, todos los sistemas que han acudido a las subidas de impuestos en la Eurozona para “garantizar las pensiones” han conseguido lo contrario. Francia tiene un déficit superior a 10.000 millones de euros y lleva recortando pensiones desde que instauró la subida de cotizaciones sociales y el “impuesto solidario”. La última, el año pasado. Francia tiene una pensión mínima, media y máxima inferior a la española y una tasa de reemplazo mucho más baja. Y, por supuesto, lleva más de dos décadas en estancamiento.

Al final, los mismos que se arrogan la etiqueta de “social” y de defensores “de lo público” son los que lo hacen insostenible y lo destruyen.

Orientar el sistema español a un sistema mixto de reparto y capitalización, como tienen en Suecia y los países nórdicos y de Centroeuropa, no es “liberal”, es lógico. El impacto demográfico -vivimos más, tenemos menos hijos- no se solventa subiendo impuestos, sino aumentando el empleo, atrayendo más empresas e inversión y mejorando la productividad. A impuestazos y políticas inflacionistas solo perpetuamos el desempleo y hundimos el poder adquisitivo de las pensiones. Luego, eso sí, le echarán la culpa a cualquier enemigo exterior.