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Acerca de Daniel Lacalle

Daniel Lacalle (Madrid, 1967) es Doctor en Economía, profesor de Economía Global y Finanzas, además de gestor de fondos de inversión. Casado y con tres hijos, reside en Londres. Es colaborador frecuente en medios como CNBC, Hedgeye, Wall Street Journal, El Español, A3 Media and 13TV. Tiene un certificado internacional de analista de inversiones CIIA y un máster en Investigación económica y el IESE.

El presupuesto de Trump: los mayores recortes de la historia en EEUU

Estados Unidos se acerca de nuevo a un techo de deuda que, como antes, se volverá a aumentar. Pero cuando el responsable del presupuesto de la administración Trump, Mick Mulvaney, habla de que la deuda de 20 billones de dólares del país es una “crisis nacional”, no miente. A razón de más de 500.000 millones de dólares anuales de déficit, el riesgo aumenta mientras las políticas llevadas a cabo han cercenado el crecimiento potencial (lean).

La administración Obama aumentó la deuda del país en nueve billones. Es curioso, pero en 2008, Obama decía que haber aumentado la deuda en cuatro billones en ocho años era “irresponsable” y “antipatriótico” (vean el vídeo aquí). Y ahora toca tomar decisiones complicadas. Ya explicamos aquí los esfuerzos de Rex Tillerson por reducir el “Deep State” (la administración paralela, el gobierno en la sombra creado en los últimos años) y, con esa reducción, se añade el presupuesto de Mulvaney, que está especialmente centrado en atacar el gasto político que se esconde en partidas que todos consideramos positivas, ese que se esconde bajo el subterfugio de “educación”, por ejemplo, sin serlo.

Leer el presupuesto de Mulvaney sin prestar atención a los detalles es como un regalo de Navidad para un ataque a la administración. “Sube gasto militar, baja educación y lucha por el medioambiente”. La realidad es muy distinta.

El principio que informa el presupuesto es el de “el Estado debe ocuparse de la seguridad, y poco más” que siempre han defendido los miembros de la administración actual.
El aumento del 10% en defensa es incuestionable, y muchos lo podríamos criticar. Pero no deja de ser exactamente lo que prometió en campaña. 54.000 millones de dólares, o un aumento del 10%, para combatir a ISIS y recuperar la posición militar de EEUU en el mundo. Puede ser debatible, pero es exactamente lo que pedía su electorado, su partido y sus defensores. De hecho, incluso republicanos críticos consideran que el incremento es pequeño. Aumentar las ayudas a veteranos un 10% (5.300 millones de dólares) y la seguridad nacional un 6,8% es simplemente una cuestión de justicia y lógica ante la amenaza del terrorismo.

Pero vamos a los recortes. Porque el presupuesto de Trump busca cumplir esos objetivos sin aumentar la deuda.

Los mayores de la historia de EEUU desde Ronald Reagan.

Sanidad. El mayor hachazo, 15.100 millones de dólares, se centra en dos partidas, el National Institute of Health y la Office of Community Services, que no son organismos de servicio finalista, sino criticados -incluso por los demócratas- de ser centros de gasto político. El gasto que se elimina es el discrecional, no el obligatorio -la prestación de servicios-.

Departamento de Estado. Los recortes de Tillerson que comentamos hace una semana. 10.900 millones de dólares menos para financiar conferencias y gastos discrecionales sobre “Cambio Climático” que se habían disparado en los últimos ocho años, y recortar agresivamente la financiación al Banco Mundial (algo que me parece absolutamente normal, lean por qué). Nadie puede negar que el chorreo de dinero enviado a las iniciativas más peregrinas sobre el cambio climático y el gasto en el Banco Mundial son fondos que no sólo pueden revisarse, sino que deben. Y que las administraciones paralelas escondidas, también.

Educación. Reducir un 13,5% sin afectar al programa Pell Grant que da becas a personas con dificultades económicas, se eliminan 20 programas y subvenciones que se considera que pueden y deben ser financiados desde el sector privado.

En Vivienda y Desarrollo Urbano, un recorte del 13% en subvenciones de baja prioridad, que hasta los demócratas como Sanders han criticado como ayudas que inflan los precios de las casas (Home Investment Partnerships Program y el Community Development Block Grant). De nuevo, la idea es que estos programas se pueden financiar desde la colaboración público-privada, sin acudir al dinero del contribuyente, gracias a deducciones fiscales.

Agricultura, Empleo. Transporte y Energía tienen un recorte de subvenciones de 20,7%, 21%, 12,7% y 5,7% respectivamente. Se eliminan todas las subvenciones que interfieren en asuntos de cada Estado y se cercenan las que generan un exceso de burocracia, ineficiencia o duplicidades. Incluye eliminar inversiones en transporte o energía que deben ser financiadas por el sector privado vía reducciones de impuestos, no con más gasto público.

Sigamos. Comercio reduce un 15,7% consolidando agencias estadísticas en otras federales y eliminando subvenciones. Interior, un 11,7% menos, incluyendo subvenciones a minas abandonadas, compra de tierra para fines públicos. Justicia, un 3,8% menos en subvenciones, pero un aumento en personal y recursos para la Justicia. Tesoro, un recorte del 4,1% en recortes de personal, y mayores recursos para el secretario del Tesoro para eliminar rescates públicos. Finalmente, reducir un 20% el presupuesto de la EPA es esencial a la hora de atacar subvenciones inútiles y programas de contenido eminentemente político.
Ya pueden ver que el objetivo de Mulvaney es eliminar subvenciones políticas y gastos discrecionales que pueden financiarse desde el sector privado con las deducciones fiscales y bajadas de impuestos que se anunciarán en mayo. Eliminar subvenciones limita el poder del político, que debe buscar con el sector privado financiar esos programas cuando tenga sentido.

La idea de Mulvaney es que los programas que puedan financiarse desde la iniciativa privada, lo hagan, sin acudir a eternos aumentos de presupuesto. Se busca que el servicio se mantenga con reducciones de gastos discrecionales, no los obligatorios, de un 10%, que tampoco es una locura. Pero, sobre todo, se busca eliminar la “administración paralela” que genera miles de millones de dólares de gasto simplemente por existir y perpetuarse.

Usted podrá decir que eso se podría hacer también con defensa, y no le falta razón. La idea es precisamente entrar en un proceso de ahorros en ese campo -entre otros en la contratación y mayor competencia entre proveedores-, pero primero recuperar el terreno perdido en los ocho años pasados. En cualquier caso, si usted mira el presupuesto, se recupera el nivel eliminando gastos discrecionales que se dispararon en la época del Yes, We Can, y con ello se reduce burocracia y regulación innecesaria, limitando el poder político en las decisiones y acabando con bolas de nieve de gasto irrelevante en temas ideológicos.
Hay muchas cosas positivas en este presupuesto, y el objetivo de este artículo es centrarse en ellas. No aumentar la deuda, buscar ahorros en duplicidades y subvenciones inútiles, eliminar programas sin contenido efectivo y acabar con las redes clientelares de algunos elementos internacionales. Todo ello se hace sin atacar el gasto esencial y manteniendo el servicio público.

Tomemos lo bueno, que es mucho, y critiquemos los detalles que queramos, pero eliminar imposición ideológica, gasto discrecional y subvenciones innecesarias del presupuesto para poder poner más dinero en el bolsillo del ciudadano nunca debe ser una mala noticia. Yo, personalmente, aplaudo el esfuerzo titánico de Mick Mulvaney en intentar conseguirlo. Veremos si le dejan llevarlo a cabo.

Vuelve el odio a la gran empresa

Hay muchos elementos espeluznantes del populismo más rancio, pero si tengo que elegir uno favorito es ese que habla del Ibex 35 como si fuera el coro de Nabucco. Los populistas inventan soluciones mágicas para problemas complejos desde el convencimiento de que lo que nunca ha funcionado ha sido así porque no estaban ellos para llevarlo a cabo. Pero no me digan que no es hilarante que se llegue al nivel de simplificación más aberrante posible, que es identificar como grupo de objetivos coincidentes a una serie de empresas cuyo único elemento en común es que capitalizan en bolsa más que otras.

Para el especialista en buscar enemigos externos, es fantástico. Si usted, mañana, consigue que su negocio vaya muy bien y entre en bolsa, como ha ocurrido a algunas SOCIMI o empresas renovables que no existían hace diez años, cuando entra en el selectivo se convierte en “malo”.

El odio a la gran empresa no es la defensa del pequeño empresario. Es la constatación de la envidia al éxito. Porque la definición de gran empresa se va rebajando –como la de “los ricos”- hasta que el kiosco de enfrente de casa nos parece Exxon. Porque España no tiene un problema con sus grandes empresas. Con todas sus ventajas y desaciertos, han llevado a cabo una diversificación, crecimiento y transformación espectacular. El problema de España es que tiene muy pocas grandes empresas y que, las que llegan a esa calificación, son muy pequeñas.

Dado que los populistas no tienen problema en inventarse las cifras de los ingresos de las eléctricas (multiplicándolos por diez en algunos casos) o que confunden empresas multinacionales con ingresos y actividad en España, hagamos como ellos, agregar a todas las grandes empresas aunque sean competidoras, rivales o directamente sin conexión alguna de ningún tipo, para recordarles que:

– Según el INE, las grandes corporaciones –ojo, que eso incluye 250 o más asalariados, tampoco ninguna Apple- registraban una productividad media de 77.077 euros, casi el triple que las microempresas y un 38% por encima de la media de la empresa española.

– Según informe de la Agencia Tributaria, las grandes corporaciones no solo han resistido mejor a la crisis, sino que muestran en empleo un desempeño superior (lean), mejores salarios medios que el sector público y que la media de las pymes.

– Solo un 34% de las firmas que cotizan en el principal índice bursátil español ha reducido su plantilla desde la crisis y en ningún caso el porcentaje de recorte de empleo ha llegado a un 10%.

– Las grandes empresas generan 1,21 millones de empleos. Es decir, crean 1,21 millones de puestos de trabajo más que los populistas que las atacan.

De esos puestos de trabajo, de los que más de 472.400 están en España, a pesar de que generan muchos más beneficios en el extranjero que en España. De hecho, grandes grupos eléctricos, renovables y constructores mantuvieron su empleo en España –incluso lo aumentaron- a pesar de generar pérdidas en nuestro país entre 2008 y 2012, gracias a su diversificación e internacionalización.

– La mentira sobre la tributación de las grandes empresas ya la hemos desmontado en varias ocasiones, utilizando los datos de la Agencia Tributaria, las grandes empresas pagan una tasa del 19,8%.

– Nuestras grandes empresas, analizadas por sector, son –en media, y con excepciones muy honrosas-, entre un 20% y un 50% más pequeñas que sus comparables de países anglosajones y, sin embargo, emplean hasta un 30% más en el país donde tienen la sede (es decir, en España comparado con EEUU o Reino Unido) comparado con sus ingresos en dicho país, usando datos de sus informes anuales.

Se llegan a decir tales sandeces para demonizar a las empresas, que uno lee cosas como que el Ibex tiene un valor equivalente al 50% del PIB pero “solo” emplea al 7,3% de la población activa. Con semejante desfachatez se compara capitalización bursátil (valor total, no anual, y encima sin contar la deuda) con PIB (riqueza total, anual), olvidando sus ingresos y empleo en el resto del mundo, donde generan más del 56% de sus ingresos y ya, para rematar, equipara su creación de empleo… ¡“con la población activa”! sin tener en cuenta ni su actividad en el país, ni sus ingresos ni sus inversiones. Es tal colección de despropósitos que solo un político puede decirlos sin morirse de vergüenza.

Un país necesita muchas más grandes empresas porque crean más empleo, lo mantienen mejor durante las crisis y además son más productivas. Demonizar a las grandes empresas solo lleva a que las pymes tengan un desincentivo a crecer –muy evidente en España- ante el ‘tsunami’ impositivo, burocrático y de ataques que reciben, y a que los ingresos fiscales y los salarios del país se estanquen y vayan de crisis en crisis empeorando el patrón de crecimiento.

Tenemos que atraer mucho más capital y empresas mucho más grandes. Porque, lo veamos desde el punto de vista que usted quiera, la debilidad de nuestro sector productivo no se solventa teniendo una estructura empresarial dominada por pymes y microempresas o grupos estatales. Si esa fuera la estructura ideal, Grecia sería el ejemplo mundial de crecimiento. Para los que hablan de crear empleo público y atacar a las grandes empresas nacionalizándolas. Grecia, entre 1976 y 2012 triplicó su número de empleados públicos mientras el sector privado solo lo aumentaba un 25%, y las empresas estatales están entre las más ineficientes de Europa.

Toda esta campaña contra el Ibex no deja de ser una campaña contra el crecimiento. Una cosa es criticar estrategias y otra demonizar cualquier empresa de éxito, sea textil o de consumo. Porque el objetivo no es mejorar el patrón de crecimiento. Esas “puertas giratorias” que tanto critican son las mismas que ellos crean, pero en tamaño portal, en cuanto toman el poder.

Yo soy el primero que he criticado estrategias equivocadas de algunas grandes empresas, cualquiera que me lea o escuche lo sabe. Pero entrar en la demonización de todo lo que huela a multinacional o éxito es solo una estrategia de destrucción. Para luego repartirse la gestión de las migajas.

España tiene que plantearse que la única manera en la que vamos a conseguir mejorar el empleo y la calidad del mismo es con muchas más grandes empresas, y facilitando el crecimiento de pymes y autónomos para que sigan siendo el motor de crecimiento, sin escollos. Y eso debe hacerse pensando en aumentar las bases imponibles con una fiscalidad atractiva. Plantearlo desde un punto de vista cortoplacista y recaudatorio solo lleva a que se repitan las mismas mentiras año tras año, y no se solucione nada.

Al final estaré de acuerdo en algo con los populistas. Es muy malo el Ibex 35. Debería ser un Ibex 335.

La OPEP se pone nerviosa, y los inflacionistas también

Este martes la OPEP presentó su informe mensual y, mientras lo leía, me acordaba de aquella frase de un artista de Rock olvidado, “no es que tengamos poca audiencia, es que somos más selectivos”.

Si a ustedes les dicen hace unos meses que el petróleo, a cierre de este artículo, iba a cotizar el WTI a $47,30 y el Brent a $50,5 por barril, a pesar del mayor recorte de producción de los últimos treinta años, probablemente diría que sería imposible. Pero lo es. Y la tendencia no es positiva, tras romper soportes esenciales. Ya lo explicábamos aquí. El mercado se mantiene extremadamente bien suministrado.

Ese recorte de producción ha sido inútil y, sobre todo, contraproducente. Yo he asistido a varias reuniones de la OPEP en Viena y siempre ha sido esencial mantener los principios de “suministrador más flexible, barato y fiable”. En el momento en el que se elimina uno de esos tres elementos, el mercado reacciona agresivamente.

Ese recorte de producción ha sido inútil y, sobre todo, contraproducente
No es solo que la OPEP ha perdido la posibilidad de manejar el precio –algo que no es nuevo, ya que lleva perdiendo su poder de mercado desde hace años gracias a la flexibilidad y diversificación de mercado- es que está acelerando la sustitución y el cambio tecnológico, como he comentado desde hace años, y en el libro “La Madre de Todas las Batallas”.

Bloomberg este martes mostraba que Arabia Saudí –la única que ha cumplido con creces los recortes acordados- volvía a producir más de 10 millones de barriles al día en febrero. Casi 260.000 barriles al día más que en enero. Mientras tanto, en EEUU, la producción sigue creciendo y va camino de un aumento de un millón de barriles al día entre diciembre de 2016 y diciembre de 2017. El cártel productor se ha encontrado con la realidad de una industria de miles de empresas privadas que no aumentan o reducen sus volúmenes por decisión política.

Que los inventarios de la OCDE estén a máximos históricos en días de cobertura de demanda, y los de EEUU también aumenten semana tras semana, es una muestra final de que la decisión de la OPEP y sus nuevos socios de ponerle puertas al campo ha sido un fracaso. Los inventarios en la OCDE están 278 millones de barriles por encima de la media de los últimos cinco años.

Ahora, tras el desastre clamoroso del recorte, nos encontramos que las posiciones netas largas de los inversores están a máximos de siete años, que las acciones “hiper-recomendadas” de los conglomerados petroleros caen, y que se rompen soportes importantes.

Y todo esto ocurre con la demanda creciendo de manera adecuada.

Los inflacionistas del precio del crudo les dirán que dentro de seis meses el mercado estará equilibrado, es decir, exactamente lo mismo que decían hace seis meses. Lean las cinco razones por las que el petróleo no termina de subir a pesar de los recortes aquí.

Los que aplaudían hasta sangrarles las manos ante la subida de la inflación, empiezan a preocuparse
Mientras, los otros inflacionistas, los que aplaudían hasta sangrarles las manos ante la subida de la inflación, empiezan a preocuparse. Su “paraíso” de precios crecientes, que ningún consumidor en el mundo ha celebrado jamás, se desmorona si los precios del crudo entran en espiral bajista, haga lo que haga la OPEP.

Y es que, en todos los análisis sobre el mercado del petróleo y la inflación se ignoran los dos enormes elefantes en la habitación. El exceso de capacidad brutal creado durante la época de “China lo va a comprar todo” hace que los recortes de inversión en energía solo reflejen el pinchazo de una burbuja que llevó a que esas inversiones se triplicaran en diez años, no al principio de un ciclo alcista. Además, esas inversiones han vuelto a crecer, un 8% para 2017, en la última cifra estimada tras los resultados publicados.

El otro enorme elefante es la eficiencia. La intensidad energética del crecimiento global se ha desplomado, y hoy se necesita un tercio menos de la cantidad de petróleo para generar crecimiento de PIB que hace dos décadas.

Sea como sea, nos encontramos con la evidencia de que intentar limitar la producción no soluciona un problema estructural, que solo es problema para los que necesitan precios más altos. Pero tampoco parecen querer entender que, si la administración de EEUU consigue, y creo que lo va a hacer, la independencia energética en 2019, la prima histórica que le concedemos a los precios del crudo desaparece.

No olvidemos un elemento adicional. La OPEP no entiende cómo sigue creciendo el desarrollo de energías alternativas a pesar de que ninguna es competitiva a $50/barril, ni de lejos. No entienden que la respuesta de los países consumidores es aceptar esa prima de falta de competitividad ante la evidencia de que la OPEP ha intentado romper sus tres compromisos: fiabilidad, flexibilidad y coste. Cuando lo expliqué en Dubai en el Mining Show justo después del “acuerdo del desacuerdo”, la reacción de los asistentes de petroestados fue de rechazo. Hoy, estamos en la fase de aceptación.

Con esa desinflación –sanísima, por cierto-, los petroestados tendrán que dejar de financiar y subvencionar actividades innecesarias e incluso peligrosas, Estados Unidos cercenará su déficit comercial, y su independencia energética hará que otros se despierten del letargo y desarrollen sus recursos. Y el consumidor saldrá ganando. Los rebotes, que, como en cualquier materia prima, se darán, no eliminan el hecho de que el mercado está mucho más que bien suministrado. Los agoreros del fin del mundo, los inflacionistas y los distópicos … bueno, esos seguirán creyendo en teorías de la conspiración.