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Acerca de Daniel Lacalle

Daniel Lacalle (Madrid, 1967) es Doctor en Economía, profesor de Economía Global y Finanzas, además de gestor de fondos de inversión. Casado y con tres hijos, reside en Londres. Es colaborador frecuente en medios como CNBC, Hedgeye, Wall Street Journal, El Español, A3 Media and 13TV. Tiene un certificado internacional de analista de inversiones CIIA y un máster en Investigación económica y el IESE.

El FMI y la escopeta de feria

Se acaba de publicar otro informe del Fondo Monetario Internacional que, como todos, tiene aspectos muy interesantes. Reconoce la “impresionante recuperación” y, como siempre, hace una serie de recomendaciones que no sorprenderán a nadie. Subir impuestos, sin hacer una sola mención al exceso de gasto o a las subvenciones.

Los informes del FMI serían extremadamente interesantes y muy validos si no incorporasen predicciones de ciencia ficción y, sobre todo, recomendaciones que no funcionan. Porque siempre infraestima los desequilibrios estatales, y suele ofrecer recetas que atacan al crecimiento y aumentan los desequilibrios.

Recordemos:

Marzo de 2007. “El Fondo Monetario Internacional (FMI), en su informe sobre la economía española, estima que el Producto Interior Bruto crecerá en torno al 3,5% en 2007 y 2008. Alaba el creciente ritmo del crecimiento del producto interior bruto, la creación de empleo, la recuperación de la productividad y la moderación gradual de la inflación”.

Crisis? What Crisis? Bubble? No Bubble.

Mayo 2008. “El Fondo Monetario Internacional pronostica que el PIB español sufrirá una contracción del 0,2% en 2009”. Fue una caída del 3,6%.

Mayo de 2010. La crisis en España ya no era una sorpresa y el desastre económico, incuestionable. Informe del FMI: “Las perspectivas de la economía española son de un crecimiento frágil en los próximos meses”, vaticinaba el organismo. En 2011, el PIB caía un 1%.

Todo el mundo se puede equivocar, pero el historial de errores de los organismos internacionales es simplemente alucinante (lean) y sus recomendaciones casi nunca toman en cuenta los enormes desequilibrios que se han generado antes.

El FMI debería empezar su informe sobre España reconociendo que se ha equivocado antes y después de la crisis. Y que ha tenido que revisar al alza las estimaciones de crecimiento en más del 100% en algunos años, desde 2012, “a pesar” de que no se ha hecho lo que pedían. Gracias a ello, más bien.

A cualquier economista le gustaría leer estos informes sin enfadarse, sin que sea siempre un asalto al bolsillo de los ciudadanos lo que se propone y una bomba de flotación a la libertad económica. Pero, sobre todo, nos gustaría leer alguna vez recomendar que los ajustes se hagan en el gasto inútil. Que no aplaudan sistemáticamente todas las burbujas y que nunca hayan identificado una crisis en ciernes.

Porque lo más interesante del FMI no son sus predicciones y recomendaciones, sino los excelentes análisis de la realidad empírica. Fíjense, por ejemplo, como siempre recomiendan subir impuestos y luego, cuando analizan la realidad de más de 170 casos en 15 países durante treinta años, concluyen que las subidas de impuestos tienen un efecto negativo en el crecimiento. Demuestran que un recorte de gasto del 1% no tiene impacto en el crecimiento, mientras que aumentos de impuestos del 1% reducen el ritmo de crecimiento de PIB en 1,3% en dos años.

Curioso ¿no? Recomiendan mantener los desequilibrios del sector público en la inmensa mayoría de los casos, y subir impuestos, y sin embargo tienen la evidencia de que no funciona ni ha funcionado en los últimos treinta años.

El Fondo Monetario Internacional sufre del sesgo de confirmación y las estimaciones diplomáticas que explicamos en esta columna, como tantos otros analistas y organismos, pero a ello se añade la altísima tolerancia que tiene ante desequilibrios causados por burbujas.

El Fondo Monetario suele responder a todas las crisis, que previamente no había identificado, de la siguiente manera:

– Aceptando las medidas de los gobiernos y bancos centrales sin analizar los incentivos perversos y -casi siempre- ignorando los riesgos de extrema liquidez e ingresos fiscales insostenibles (como ocurrió con los 40.000 millones de euros anuales claramente burbujeros del boom del ladrillo español).

– Recomendando unas supuestas liberalizaciones y planes de austeridad que, o no se han llevado a cabo para nada, o se han dirigido a sostener a toda costa las estructuras estatales hipertrofiadas.

– Equivocándose casi siempre en las estimaciones. Menos de un 29% de acierto, según Ned Davis.

– Y terminan pidiendo perdón por “no haber estimado correctamente” los efectos, eso sí, recomendando… Lo han adivinado: subir impuestos y endeudarse.

La excesiva diplomacia con los desequilibrios estatales se traduce en que el Fondo Monetario Internacional pone el mayor acento sobre reformas que raramente inciden en el exceso de gasto político, y sin embargo asume que subidas de impuestos indirectos y recortes de prestaciones no tienen impacto en las decisiones de los agentes económicos. Me permiten ustedes que diga “raramente” y “casi nunca” por si encuentran un caso, pero yo no lo recuerdo.

Pero, desde el punto de vista de recomendaciones, sorprende que mantenga la política de “café para todos”. La falta de detalle en analizar los elementos específicos de las economías les lleva a recomendar lo mismo a todos, siempre. Olvidando elementos tan importantes como la estructura empresarial, el envejecimiento o crecimiento de la población o el esfuerzo fiscal, que parecen “anomalías” irrelevantes en lo que luego es su recomendación.

Parece, a veces, que los miembros del FMI que recomiendan y predicen estuvieran aislados de los cientos de analistas e informes que publican con un análisis de verdadera calidad y mucho más enfocado de la realidad.

Si hay algo que los ciudadanos españoles pueden agradecer, es que en los últimos años no se haya hecho lo que recomendaba el FMI. Si se hubiera llevado a cabo el recorte de pensiones, prestaciones y aumentos de impuestos recomendados (muy superiores a los que se han dado), la economía española estaría hoy mucho peor de lo que hemos conseguido todos los españoles con nuestro esfuerzo.

El FMI necesita ganar urgentemente credibilidad, y debe venir de unas estimaciones menos diplomáticas, y un análisis mucho más detallado de la realidad para hacer recomendaciones que incidan menos en cubrir y perpetuar los desequilibrios para que la deuda se pague, y más en fortalecer a las economías para que esa deuda no solo se pague, sino que el país crezca más.

Europa no soportará la inflación

Los inflacionistas están contentos. Suben los precios a un máximo de cinco años y algunos se frotan las manos con la idea de que su gran plan de crear inflación por decreto va a ser un éxito.

La inflación, el impuesto de los pobres,

aplaudida por ningún consumidor en ningún lugar nunca.

El discurso del inflacionista es sencillo y, por ello, falso. Si aumenta la inflación se “desinfla la deuda”, entrando en un proceso de desapalancamiento ya que los pasivos de estados, empresas y familias van perdiendo valor cada año. “Si la inflación sube a un 4%, cada año tenemos un 4% menos de deuda” me dijeron a mí en un programa de televisión. Pensé “genial, y si es del 50% en dos años no tenemos deuda”. Una sandez.

El problema de la Eurozona es muy distinto y no lo “soluciona” la inflación.

Las nuevas emisiones de deuda de la Eurozona en 2017 solamente se sitúan entre una estimación de 20.000 millones de euros, un total de 885.000 en 2017, hasta 40.000 millones en un total de 900.000 millones según ING y Morgan Stanley, respectivamente.

La capacidad de repago de la deuda, según Moody´s, se ha reducido a niveles de 2007 por los déficits acumulados, el deterioro de caja y solvencia crediticia de agentes públicos y privados.

El problema del argumento simplista del inflacionismo de consenso es que no ocurre. Desde Deutsche Bank a Morgan Stanley están alertando del riesgo de “confiar” en una salida inflacionista a la trampa de liquidez.

– Con el aumento de la inflación, suben los tipos de interés reales y la factura de intereses, en países que no reducen su deuda en términos absolutos, sube.

– Los ingresos fiscales no crecen con la inflación porque se mantiene la sobrecapacidad -del 20% en la Eurozona-, y la debilidad de márgenes y rentas. El que piense que los salarios reales van a crecer igual o por encima de la inflación con el stock de desempleo que existe en la eurozona, delira.

– Los insumos aumentan de precio más que las ventas, por la sobrecapacidad y el envejecimiento de la población.

– La deuda “actual” -el stock- reduce su valor en términos reales, por la inflación, pero el déficit y el coste, suben.

Si tomamos las necesidades de refinanciación de la Eurozona, cercanas al billón de euros anual, y asumimos un aumento de la inflación hasta duplicarse con respecto a los niveles actuales, cualquier análisis serio que tenga en cuenta las particularidades de las economías europeas, puede ver fácilmente que el efecto en el coste de financiarse de los agentes económicos y el aumento del déficit supera, en una ratio de 1,05 a 1, el “beneficio” de desvalorizar la deuda.

Por supuesto, el alquimista inflacionista confía en que ese efecto -que no pueden negar ni ellos- lo anule el gas de la risa monetario del Banco Central Europeo, que tendrá que recomprar todo lo que se emita o más para evitar que los tipos reales suban con la inflación. Bienvenidos a la receta de la estanflación.

Cuando los tipos artificialmente manipulados se sitúan debajo de esa inflación real, se desploma el crédito concedido, la inversión productiva real cae y con ella, la velocidad del dinero. De hecho, la inversión y crédito que se incentiva es de alto riesgo y a muy corto plazo para compensar esa diferencia entre realidad y tipos manipulados.

La realidad es que la Eurozona no puede salir de la trampa de liquidez cuando el 90% -según Reuters- de las necesidades de financiación netas son para cubrir déficits que pagan gastos corrientes. Ya lo vimos cuando la inflación era del 3 hasta el 5%… Pero entonces ni teníamos la deuda que tenemos ahora ni el déficit estructural anual. El flujo de gastos aumenta, por la inflación, pero no el de ingresos, por circunstancias estructurales de productividad y márgenes. Las PyMEs, el 90% de las empresas de España, no pueden trasladar esos aumentos de inflación a sus márgenes -y con ello a sus bases imponibles- porque los insumos suben más que los ingresos, ni a sus salarios.

Si a eso añadimos una estructura de “grandes empresas” en Europa, conglomerados industriales de muy baja productividad, pobres rentabilidades y alto endeudamiento externo por adquisiciones supranacionales, su sensibilidad en beneficios y pago de impuestos en Europa a subidas de la inflación es muy pobre. Las estimaciones de la Tax Foundation y otros estudios es que el impacto en beneficios es casi cero, incluso negativo.

Las familias han conseguido reducir su endeudamiento admirablemente en estos años. Y la inmensa mayoría de su riqueza está en depósitos. Pero si pensamos que una población envejecida se va a liar a consumir más en términos reales porque suban los precios, es que no hemos aprendido nada de la evidencia del pasado. Pero dirán que ésta vez es diferente.

El problema de la Eurozona es que se intenta solucionar el problema estructural con cualquier medida excepto la que arregle el incentivo perverso que perpetúa el estancamiento. La transmisión constante de rentas del eficiente y el ahorrador al endeudado e ineficiente.

Se pretende arreglar la economía sin tocar los mecanismos que la ralentizan. La negativa numantina a tomar medidas de oferta y reincidir en repetir los errores del pasado acabará pesando.

La Unión Europea se carga cada vez más de costes fijos y gasto improductivo, poniendo escollos en la dinamización de la economía en favor de más elefantes blancos y frenos al crecimiento. La inflación por decreto no va a cambiarlo. Lo extiende.

Pero le dirán que es por su bien.

Olviden el muro. La oportunidad de México… Y de Europa

Ante todo mucha calma.

La polémica del muro –ese que construyó Bill Clinton y reforzaron Bush Jr y Obama sin que nadie dijera nada- ha hecho saltar de nuevo el miedo a la guerra comercial, de la que hablamos hace unos días.

Los medios de comunicación se centran en los riesgos y el impacto de una ruptura de relaciones comerciales entre EEUU y México. Hemos caído en la trampa del mago. “Fíjese en la mano” mientras el truco ocurre en otra parte. El truco es la superalianza fiscal y comercial anglosajona.

Nosotros vamos a hablar de oportunidades. Las cifras en juego son relevantes, pero hay que hacer matices.

EEUU exportó en 2015 a México 267.000 millones de dólares, e importa 316.400 millones de dólares. Por lo tanto, el déficit comercial con México fue 49.200 millones de dólares. Según Trump, casi 60.000 en 2016.

Primer matiz: 12.500 millones de dólares vienen por importaciones de crudo. De hecho, esa cifra se ha reducido a la mitad por la caída del precio del crudo Maya y el aumento de producción local de EEUU.

Segundo matiz: Casi un 40% de ese déficit comercial viene de empresas norteamericanas que producen en México y venden en EEUU.

Por lo tanto, como explicamos aquí (“El proteccionismo solo protege al gobierno”) se puede decir que los riesgos para las dos economías son muy relevantes, y nadie ganaría. Otra cosa es que se renegocien los acuerdos y se llegue a una solución que sea beneficiosa para todos, que es lo que yo espero.

Pero hablemos de oportunidades. México es uno de los países con mayores redes comerciales con el mundo. Cuenta con doce Tratados de Libre Comercio con 46 países. Es una importante diferencia con otros países que tienen menos apertura comercial.

Pero la mayor oportunidad para México es desempolvar la tristemente olvidada reforma energética y recuperar la producción de petróleo atrayendo inversión extranjera, concediendo licencias a operadores eficientes internacionales, fortaleciendo y abriendo PEMEX a la inversión extranjera, reduciendo costes para que sea un operador de alto valor añadido y mayor productividad.

No hay mal que por bien no venga, y un susto como este episodio debe ser una oportunidad para reactivar procesos de mejora de la economía, aprovechando la gran ventaja de los tratados comerciales ya firmados, para orientar la economía mexicana a ser un país petrolero que huya del rentismo y la ineficiencia, que evite que Pemex se convierta en otra PdVSA (la petrolera venezolana, arruinada por el chavismo) y que se abra la economía con contratos y concesiones más atractivas para la inversión… Porque cualquier geólogo sabe que el potencial del petróleo es espectacular –reactivar Catarell, potenciar exploración, recuperación más eficaz–. Pero en gas pizarra, el potencial de México es enorme, ya que en la franja norte se extiende el tesoro que ha desencadenado la revolución energética de EEUU.

LA OPORTUNIDAD DE EUROPA

Theresa May fue ovacionada en Philadelphia cuando recordó que la relación entre EEUU y Reino Unido es especial y que seguirán liderando el mundo. Pero no se nos debe escapar un elemento importante.

Theresa May promete convertir a Reino Unido en el Singapur de Occidente. Las palabras de Moscovici y Schaeuble regañando al Reino Unido diciendo que «¡No pueden bajar impuestos!»… ni «¡Cerrar tratados bilaterales!» han sentado como un jarro de agua fría a los defensores de mantenerse en la Unión Europea. Un buen amigo, favorable al remain, me decía “parece que en la UE se han unido a la campaña por el brexit”.

La fortaleza de EEUU y Reino Unido si se pone en marcha la revolución fiscal anunciada, reside en la atracción de más de 95.000 millones de dólares fuera de la Unión Europea –según Nomura– y convertirse en centros globales de inversión. No se le escapa a casi ningún analista del mundo que no es difícil aprovechar las debilidades de la Unión Europea en burocracia, altos impuestos y riesgo político para captar oportunidades de inversión globales.

Con un reto como ese, la Unión Europea no puede usar su tradicional “política del avestruz” y enrocarse en un modelo que va en sentido contrario a los países líderes. Se deben poner en valor las indudables ventajas del mercado único y la Unión pensando, que ya toca, en la competitividad, la creación de empleo y la atracción de inversión. No porque lo diga un comité, sino porque demostremos que somos mejores.

La oportunidad de México que comentábamos, hacer de un riesgo una oportunidad, es exactamente la misma que tiene una Unión Europea donde ya es más que evidente que replicar el dirigismo francés y ser un infierno fiscal no es precisamente el camino para el crecimiento. La Unión europea se torpedeó a sí misma haciendo los costes de la energía casi el doble de caros que los de EEUU, pero eso puede cambiar. Lo mismo con las trabas burocráticas y fiscales.

El “enemigo exterior” es muy goloso para el burócrata. Si no funciona, se le echa la culpa a los malvados extranjeros de que no funcione el plan. Pero los retos globales se pueden convertir en grandes ventajas cuando pensamos en las familias y las empresas.

La Unión Europea, como México, cuenta con un enorme superávit comercial, excelentes empresas y grandes profesionales. Es hora de cambiar el chip. Contra el proteccionismo, más comercio. Y decir “viva la competencia”, que hay mucho margen en la UE para bajar impuestos y dejar de ahogar a empresas y familias.

Olviden el muro. Ya existe. Es un subterfugio. Lo importante es la alianza fiscal y comercial que se está tejiendo entre las potencias líderes. Para afrontar ese reto, menos burocracia y más competitividad.