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Acerca de Daniel Lacalle

Daniel Lacalle (Madrid, 1967) es Doctor en Economía, profesor de Economía Global y Finanzas, además de gestor de fondos de inversión. Casado y con tres hijos, reside en Londres. Es colaborador frecuente en medios como CNBC, Hedgeye, Wall Street Journal, El Español, A3 Media and 13TV. Tiene un certificado internacional de analista de inversiones CIIA y un máster en Investigación económica y el IESE.

¿Enemigos de Europa?

Uno se despierta cada semana con noticias sobre la Unión Europea que no ayudan para nada a mejorar su credibilidad y el apoyo popular. Bruselas y la UE están tan despegadas de la realidad de las economías y los ciudadanos que sus principales líderes ni siquiera pestañean o se preguntan si es una buena idea decir que “no se pueden bajar impuestos” (Schaeuble), y ese último titular que mostraba un periódico económico español: “Bruselas desmonta las excusas del Gobierno para resistirse a subir el IVA”. Gracias, euro-burócratas.

Es muy peligroso que una Unión Europea, que tiene ventajas incuestionables y debe convertirse en una potencia global de crecimiento y prosperidad, ponga escollos y expolie a ciudadanos y empresas para perpetuar el monstruo burocrático.

LA MENTIRA DE BRUSELAS CON EL IVA

Es más que cuestionable decir que el Estado recaudaría 14.000 millones con un tipo único del 21%. La historia de errores en las estimaciones de recaudación por subidas de impuestos en la Unión Europea es tan amplia que deberían, como mínimo, reconocer el riesgo de incumplimiento. La media de error, según estimaciones del propio BCE, es enorme y constante.

No solo las estimaciones de ingresos, como siempre, son un cuento, sino que es falso que lo que llaman en Bruselas “un retoque en el IVA reducido y superreducido” eliminaría el déficit de 2017.

Estima Bruselas que la subida del IVA “apenas” afectaría a las rentas bajas y que el aumento de la desigualdad –“solo” de 2,6%- se “puede compensar con transferencias sociales”. Qué curioso que ellos nunca hagan “retoques” en los gastos. O sea, que subir el IVA “apenas” afecta a las rentas bajas pero, como sí lo hace y además aumenta la desigualdad, proponen mitigarlo con más subvenciones vía gasto. Bravo. Brillante.Lo cual nos lleva a la falacia de que aumentando impuestos se elimina el déficit. Una falacia, porque esos ingresos extraordinarios se gastan, y más, como hemos visto en el pasado.

Para Bruselas no hay efecto negativo en consumo, en empleo ni en actividad económica de subir el IVA
Para Bruselas no hay efecto negativo en consumo, en empleo ni en actividad económica de subir el IVA. Nada. Total, más de la mitad de las empresas españolas están en pérdidas, pero asumen, oh sorpresa, que pueden absorber el aumento del IVA reduciendo márgenes. Brillante. Para usted siempre hay margen para ajustarse, para ellos, no tanto.

La realidad, ya demostrada, es que aumentar el IVA –uno de los impuestos más regresivos- tiene un impacto directo sobre el consumo potencial, la capacidad de compra de las familias y, además, reduce el potencial de empleo en el sector servicios. Bruselas debería reconocer que se ha equivocado durante cuatro años en sus previsiones de crecimiento y empleo para España. Y analizar por qué. Una de las razones por las que tuvieron que duplicar sus estimaciones sobre nuestro país fueron las “resistencias” a subir los impuestos que Bruselas exigía, y por haber bajado el IRPF y Sociedades, que son medidas que favorecen el crecimiento, como muestra la lógica, la historia y la estadística.

BRUSELAS Y LOS IMPUESTOS “VERDES”

La Comisión Europea adora los impuestos no finalistas. Los mal llamados “verdes” son una auténtica broma. Usted, consumidor, sigue pagando las subvenciones “verdes”, pero además le cobran un impuesto “verde”, que no se usa para reducir el coste de la supuesta lucha contra el cambio climático en su bolsillo, sino para aumentar los desequilibrios. Paga usted dos veces. Por las subvenciones y por ser tan malvado de usar un automóvil.

Y volvemos con las medias. Para Bruselas, armonizar es equiparar al infierno fiscal de los demás. No pone en cuestión la asfixia económica que se lleva a cabo en Francia u otros países, nos exige a los demás “acercarnos” a la media –siempre en presión fiscal-, que Francia sube desproporcionadamente.

La realidad es que subir la fiscalidad mal llamada “verde” del 1,8% del PIB al 2,5% es un asalto a la competitividad que volverá a poner escollos en nuestra capacidad de crecer y competir, sin solucionar nada de lo supuestamente “verde” que pretende defender.

Subir la fiscalidad mal llamada “verde” del 1,8% del PIB al 2,5% es un asalto a la competitividad
Eso sí, para parecer razonable, la Comisión pide controlar el gasto de las Comunidades Autónomas, pero en ningún caso con el nivel de detalle y claridad que muestra a la hora de exigir subidas de impuestos.

La realidad es que las recomendaciones de la Comisión Europea no buscan reducir los desequilibrios y promover la competitividad, la creación y atracción de capital y el empleo, lo que hacen es perpetuar un modelo dirigista copiado del francés que solo genera estancamiento y –ojo- cada vez mayor descontento.

Incluso en el documento donde la Unión Europea “explica” por qué no es un ente burocrático y gastador, que siempre pide mayor presión fiscal, nos “aclara” que “los estados y administraciones locales seguirán controlando las subidas de impuestos” (nótese que no dice “la gestión” o “las bajadas” de impuestos, sino solo “las subidas”). Gracias. Nos “explica” que “solo” gasta el 1% de la riqueza de los países, y que esos países –den ustedes las gracias- gastan mucho más.

La Unión Europea tiene muchos enemigos, y –seamos claros- algunos están en casa. Defendiendo y justificando un modelo de presión fiscal creciente y aumento del intervencionismo. Los que criticamos sus evidentes errores queremos una Unión Europea que los solucione, no que use la política del avestruz y culpe a los demás de sus problemas.

La presión fiscal en la Unión Europea ha alcanzado máximos históricos –del 40% del PIB- en esa carrera a igualarse “a la media” siempre en gastar más y subir más. Como una clase donde se hace una carrera a ver quién suspende más y todos se acercan a la media.

La mejor manera de combatir a los que, injustamente, critican a la Unión Europea es con hechos. Bajando, no subiendo los impuestos, como piden los ciudadanos, empresas, presidente del BCE y cualquiera que vea el brutal aumento de la presión fiscal. Contra las voces que acusan a la UE de intervencionista y burocrática, eficacia y eficiencia evidente. Que, cuando hablen de armonizar, piensen en los países que crecen y son líderes mundiales, no igualar en desequilibrios a un modelo dirigista que solo ha generado estancamiento.

Tenemos una oportunidad de oro ante las amenazas externas –e internas-. No una oportunidad de justificar que “hay margen” para subir impuestos a los ahogados ciudadanos. No una oportunidad para confundir “más Europa” con “más burocracia”. No una oportunidad para atacar a los que crecen, tienen superávit y crean empleo y riqueza, sino para armonizar… en facilidad para crear empresas, trabajo y dejar que las familias respiren.

Tenemos en nuestras manos todas las herramientas para ser mejores y más competitivos
La Unión Europea no puede seguir conformándose con ser un ente de bajo crecimiento, alta deuda, enorme carga impositiva y penalizar a sus ciudadanos y empresas, que son los que han rescatado al leviatán burocrático de la crisis.

Si no despertamos ya de la confortable deificación de la burocracia y el expolio fiscal, la Unión Europea, que es un proyecto por el que merece luchar, perecerá ante su propia inacción. Yo no deseo que ocurra. Pero les aseguro que, de ocurrir, no voy a culpar del fracaso al socorrido enemigo exterior, cuando tenemos en nuestras manos todas las herramientas para ser mejores y más competitivos.

Los ciudadanos y empresas no son cajeros automáticos para cubrir los excesos. Son los clientes de una Unión Europea que debe estar al servicio de los agentes económicos que contribuyen y crean empleo, no de la burocracia.

La mentira de la renta básica. Ni renta, ni básica, ni solución

Es triste que se haya llegado a la situación por la cual los políticos, cuando se encuentran al borde de la extinción pública, deciden acudir a las propuestas mágicas inviables. Les entra la generosidad sin límites, con el dinero de los demás. Pero, cuando se trata a los votantes como adolescentes malcriados, siempre acaba mal para el populista.

La promesa de una renta básica esconde una realidad muy distinta. No es una renta, es una subvención, no es básica, es una “paguita” asistencialista, y no resuelve ningún problema.

La renta básica no reduce la pobreza, la perpetúa, y convierte a los ciudadanos en clientes-rehenes.

No tenemos que irnos muy lejos para saber que no funciona. Esquemas muy similares se dan en regiones de España que hoy siguen siendo campeonas en pobreza y paro tras más de tres décadas de asistencialismo.

No solo no se reduce la desigualdad, sino que la perpetúa, relegando a una parte sustancial de la población a depender de esa falsa renta, que no deja de ser un subsidio.

Ya existe.

Siempre hay alguien que piensa que sus ideas son novedosas, aunque se apliquen ya. Y que no funcionan porque no se gasta mucho más.

En España ya existe una renta mínima de inserción que beneficia a más de 638.000 personas en todo el país, con un coste superior a los 1.000 millones de euros. Es una ayuda que se ofrece para casos extremos y con garantías.

Pero, por supuesto, los nuevos populistas lo que quieren es gastar mucho más. El coste de las promesas mágicas de algunos superaría los 15.000 millones de euros todos los años como mínimo -usando la cifra “maquillada” de algunos partidos-, 72.000 millones siendo realistas, lo cual llevaría a la economía española a entrar en un déficit desproporcionado. No reduce gasto en otras partidas, y un análisis mínimamente riguroso nos muestra que es un enorme desincentivo al trabajo y un incentivo a la economía sumergida.

Antes de pensar en el más que evidente riesgo de un efecto llamada y desincentivo al trabajo clarísimo, la adopción de una renta básica limitada a las personas “en riesgo de pobreza” necesitaría más de 72.000 millones de euros anuales, una cifra inviable ya que supone casi el 20% de la recaudación total. Incluso si fuera 15.000 millones, supone aumentar el déficit estructural de España al 4% del PIB. Una locura que, cuando llegue la inevitable crisis de deuda, se lleva por delante la renta básica y los servicios públicos de verdadero valor añadido.

En un país con casi un 20% de economía sumergida, negar que se daría un efecto llamada por el cual muchos ciudadanos acudirían a esta subvención mientras realizan trabajos fuera del control del fisco no es solo ingenuo, es infantil. No quiero contarles el ejemplo de las familias enteras abusando de los ‘benefits’ en Reino Unido, pero se llegó a hacer una serie de televisión sobre el brutal abuso de las ayudas estatales.

Es a todas luces infinanciable. Acudir al cuento de que se subirían los impuestos a los ricos para pagarla es empíricamente falso. Con las subidas de impuestos ya realizadas no se ha conseguido eliminar el déficit ni recaudar para cubrir los gastos actuales (lean «el cuento de subir los impuestos a los ricos«)

Los “impuestos a los ricos” es el timo más recurrente en el discurso del populista. En España hay menos de 4.700 contribuyentes que ganen más de 600.000 euros al año. No precisamente “grandes fortunas”, y suponen 2.600 millones de euros de recaudación. Ni duplicando el esfuerzo fiscal -suponiendo que el incremento de ingresos fuera lineal, y que nadie hiciera las maletas, y ni lo es ni ocurriría- se consigue financiar una fracción de los espejismos de gasto de los populistas e intervencionistas.

Pero es que en España los especialistas en redistribuir la nada llaman “ricos” a los que ganan más de 60.000 euros año. Estamos hablando, incluidos los 4.700 anteriores, de menos de 615.000 contribuyentes que aportan 22.000 millones a las arcas del estado, más del 32% del total ingresado por IRPF, y ni 1.500 millones de euros por patrimonio. Es decir, ni duplicando la presión fiscal -que llevaría a que se fuese hasta el apuntador- se recauda para financiar CADA AÑO una cantidad adicional similar.

La prueba de que no funciona y que no es más que una forma de captar clientes-votantes rehenes es que los campeones de la solidaridad con el dinero de los demás no solo no aceptan una solución lógica, sino que la rechazan.

¿Cuál es esa solución lógica, que evita el efecto llamada, incentivo a economía sumergida y perpetuación de la pobreza? Un impuesto negativo

¿Qué es un impuesto negativo? Que esas personas reciban un trabajo que, aunque tenga salario bajo, se amplíe en renta disponible deduciendo impuestos. Con ello no se desincentiva, sino que se incentiva el trabajo, se evita el clientelismo y se ataca el riesgo de fraude.

¿Por qué lo rechazan los nuevos populistas? Porque es mucho mejor tener rehenes dependientes de la “generosidad” del gobernante y, por lo tanto, deberle favores a cambio de las migajas del asistencialismo.

La prueba de que la renta básica no funciona está en que los que la defienden sólo la quieren como subsidio y se niegan a implementar impuestos negativos. Y muestra, con total claridad, que no buscan reducir la pobreza, sino mantenerla para tener votantes cautivos.