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Acerca de Daniel Lacalle

Daniel Lacalle (Madrid, 1967) es Doctor en Economía, profesor de Economía Global y Finanzas, además de gestor de fondos de inversión. Casado y con tres hijos, reside en Londres. Es colaborador frecuente en medios como CNBC, Hedgeye, Wall Street Journal, El Español, A3 Media and 13TV. Tiene un certificado internacional de analista de inversiones CIIA y un máster en Investigación económica y el IESE.

Contra la represión financiera… El ganador es el Bitcoin

Mucho se ha hablado de bolsas, activos financieros, ganadores y perdedores en un año ciertamente complicado.

Pero si hay que hacer mención especial a un activo, es al Bitcoin, la moneda virtual que ha sobrepasado todas las expectativas de revalorización. Más de un 87% en 2016 apoyado por la fuerte compra de ciudadanos chinos e indios ante las expectativas de enormes devaluaciones de sus monedas.

 

El resurgimiento de los refugios contra la destrucción de las monedas por parte de los Estados no es una novedad de 2016, pero se aceleró con la generalización de las políticas de represión financiera -devaluar y bajar tipos- que más de 25 bancos centrales llevaron a cabo desde 2013.

El asalto al ahorrador ha sido incesante, desde la desastrosa política monetaria que busca arrancar de los ciudadanos sus ahorros para sostener desequilibrios estatales inasumibles.

La búsqueda de formas de preservar la riqueza en una sociedad, la clase media en particular, que posee la mayor parte de la misma en depósitos, hace que los ciudadanos busquen cualquier forma de evitar el asalto a su bolsillo desde la impresión masiva de dinero y aumento de la masa monetaria.

La política más antisocial que existe, el asalto al ahorrador, se nos justifica desde unos argumentos completamente falaces, religiosos, expectativas de crecimiento y mejora de la economía que no se cumplen y luego se excusan con las socorridas frases “hubiera sido peor”, “no se hizo suficiente” y “hay que repetir”.

Por eso, la búsqueda de una moneda cuyo control no esté en manos de Estados ha sido una constante a la hora de preservar capital desde que a Nerón se le ocurrió la “brillante” idea de crear dinero “para el pueblo” poniendo otros metales en las monedas de plata o la época de los aterradores Assignats… La carrera contra el asalto a la riqueza de los ciudadanos por parte de los inflacionistas siempre ha existido.

Cada vez que los desequilibrios de un Estado se disparan, la “solución” por parte de los mismos es disolver la riqueza de los ciudadanos y apropiársela vía inflación -el impuesto de los pobres- y devaluación.

Nos encontramos con un paradigma sorprendente. ¿Y por qué no el oro? Bueno, el oro se ha apreciado un 8,5% en 2016. En la historia, casi siempre ha servido de medio de pago en cualquier país y transacción.

La diferencia entre Bitcoin y el oro en los últimos años es fundamentalmente que, mientras uno se ha ido afianzando como posible moneda y como reserva de valor a medida que se disipaban las dudas que mostrábamos en mi artículo sobre Bitcoin de hace algunos años (“Bitcoin, democracia monetaria o cuento chino”) mientras que el oro sufría porque la monstruosa política monetaria implementada en todo el mundo generaba desinflación al desplomarse la velocidad del dinero y perpetuarse la sobrecapacidad. En realidad, el oro perdía parte de su atractivo como reserva de valor si no se percibía exceso de inflación en el IPC. Como, además ese exceso de inflación sí se daba, y de manera agresiva, en los activos financieros -bonos en particular-, el Bitcoin reemplazaba parte de esa reserva de valor.

Como explicábamos entonces, Bitcoin no es aún una realidad como moneda libre de uso global, es una expectativa, y por tanto su evolución depende de ir consiguiendo implantarse globalmente y aclarar las dudas sobre su valor como refugio.

Bitcoin es un ‘startup’ de moneda. Un medio de pago donde los Estados no pueden interferir en la masa monetaria, donde no se puede crear dinero falso no respaldado por el ahorro, y donde se puede ‘huir’ y refugiarse del asalto al ahorrador que es la represión financiera creciente impuesta por los gobiernos y bancos centrales. Las dudas llegan cuando el ‘refugio’ es virtual, y por tanto, siempre sujeto a ataques informáticos. Además, la historia me hace temer la reacción confiscatoria de los Estados cuando alcance –si lo hace- una implementación “peligrosamente alta”. Recuerden a Roosevelt cuando decidió confiscar el oro de sus ciudadanos en 1933. “Por su bien”, claro.

Bitcoin está mostrando ser una potente red de intercambio y su revalorización muestra que los que confían en esa red mantienen sus posiciones a medio plazo. Como el aumento de oferta es limitado, se revaloriza ante la mayor demanda. Un activo financiero donde se valora su escasez, demanda futura y su calidad ante la posibilidad de intercambiarlo por otras monedas, bienes o servicios en el futuro. El hecho de que vd pueda hacer líquido ese activo y pagar deudas e impuestos con lo generado, es positivo. Pero no es una moneda hasta que se pueda usar como medio de pago generalmente aceptado de bienes, servicios, impuestos y deudas.

Pero lo que nos demuestra el auge de Bitcoin y la revalorización del oro en 2016 es que una parte creciente de los ciudadanos sigue buscando maneras de guarecerse ante el asalto de la política monetaria que pretende que sean los depósitos de los ahorradores los que paguen las deudas de los ineficientes. Veremos.

La nueva administración de Estados Unidos empieza a hablar de penalizaciones a países por manipulación de monedas y a atacar públicamente la destructiva política llevada a cabo por su propia Reserva Federal. Si se pone fin, por parte de EEUU, a la locura monetaria, podremos ver una caída del interés en las monedas independientes o reservas de valor, por eso comentábamos aquí que el dólar puede ser el nuevo oro. Pero es difícil que los ciudadanos no vean que siempre merece la pena tener en mente otras alternativas ante la tentación de unos u otros estados de apropiarse de la riqueza de los ahorradores para cubrir los excesos de los despilfarradores.

España ante el 2017

Los datos de déficit publicados esta semana han sido muy positivos. Si incluimos todos los conceptos, el déficit a octubre se sitúa en un 2,88%, un descenso del 10,2% anual. Esta cifra, que incluye una reducción del 70% del déficit de las Comunidades, es muy importante, porque nos muestra que algunos de los mayores desequilibrios de la economía se están ajustando. Con esta evolución, España será el único país de su entorno que ha reducido el déficit en cerca de un 50% en cinco años creando empleo y mejorando el déficit comercial a pesar de la crisis, las ayudas para el rescate de las cajas públicas y un entorno de estancamiento del comercio global.

Es cierto que la totalidad de la reducción del déficit viene vía ingresos y, aunque muchos son por mejora de la actividad, el riesgo en una economía cíclica es acostumbrarnos a cubrir deficiencias estructurales con nuevos impuestos. Porque ante una nueva ralentización o imprevistos, se dispara el riesgo.

Pero desde un punto de vista macroeconómico, aprovechar los tipos bajos para extender los vencimientos de la deuda pública, reducir el déficit y contener el endeudamiento del sector público es esencial. España lleva tres años con la deuda sobre PIB contenida, y tiene que empezar a reducirla en 2017.

¿Por qué? Acudir a aumentar desequilibrios con los tipos bajos es una trampa. “No pasa nada” porque la deuda es barata es el gran error de muchos países, y ahora empiezan a subir los tipos reales por expectativas de aumento de inflación y el aumento de los tipos en EEUU. Es una buena noticia que España reduzca sus necesidades netas de financiación a 25.000 millones de euros.

La negociación media de la deuda del Estado, según datos del Banco de España, se ha reducido a la mitad en tres años, lo cual reduce de manera significativa los riesgos de sustos por contagios externos. España llegó a ser, en la época de “hay margen”, hasta un 30% de las emisiones de deuda de la UE. Hoy no llega a un tercio de esa cifra y, por lo tanto, si se da un año de volatilidad en el mercado de bonos estaremos mejor preparados. Pero no olvidemos que el stock de deuda es enorme y que las refinanciaciones brutas siguen pesando en casi un 16% del PIB. Hay que reducir la deuda en términos absolutos y eso solo vamos a poder hacerlo desde los gastos.

El entorno al que se enfrenta la economía española en 2017 no es muy diferente al de 2016. Nos enfrentamos a un año en el que el aumento esperado de la inflación que tanto aplauden los inflacionistas burbujeros es más un peligro que una oportunidad. Porque no viene de mejora de la productividad y de la actividad global, sino del efecto base de materias primas y alimentos.

El riesgo del proteccionismo vuelve a ser una dificultad para las exportaciones. Los países devaluadores han vuelto a mostrar que sus exportaciones caían a pesar del mantra falso de “devaluar para exportar”. Que España haya alcanzado niveles récord de exportaciones en un año donde el comercio global se ralentizaba a niveles de 2010 es una gran noticia. La gran oportunidad de España sigue siendo crecer en cuota de mercado y exportaciones netas desde el valor añadido.

En 2017 España tiene que crear 600.000 puestos de trabajo. No vale esperar soluciones mágicas desde las rigideces del pasado. España tiene que poner en marcha las reformas que han hecho a Alemania o Reino Unido acabar con el problema del desempleo, no mirando a los errores de nuestra legislación laboral que nos ha llevado a una media de paro del 17,5% desde 1980.

Algunos cuentan para 2017 con unos vientos de cola demasiado optimistas. Los riesgos son mayores que las perspectivas positivas y, como mínimo, debemos estar preparados para ello.

España puede volver a sorprender al alza en crecimiento -estimado en un 2,5% para 2017- pero sobre todo ignorando el canto de sirena de pensar que todos los problemas se han acabado. Una Unión Europea que seguirá siendo un centro de bajo crecimiento y deuda, con riesgos políticos relevantes en Francia y Alemania, unos países emergentes que se agarran a la subida de las materias primas ignorando las tendencias a largo plazo, y una China que sigue dando problemas son elementos a tener en cuenta. Si le añadimos la mirada hacia dentro proteccionista de grandes economías, sabremos que no es un año para relajarse.

Tenemos que aprovechar todos esos elementos que aparecen como riesgos para atraer mucho más capital y empresas. La receta para 2017 -crear empleo, reducir el déficit y crecer más que la media- ya la conocemos. Si no apoyamos a las empresas -en especial a autónomos-, atraemos muchas más grandes multinacionales y ponemos en marcha las reformas que los países líderes están implementando, podemos perder importantes oportunidades.

Por fin, tras décadas de políticas de demanda, se empieza a ver la luz al final del túnel y Estados Unidos y Reino Unido apuntan a importantes políticas de oferta para recuperar dinamismo. Bajar impuestos, fortalecer la renta disponible de los ciudadanos. Ese debe ser nuestro camino.

China: fuga de capitales y miedo al contagio

Las salidas de capital de China han aumentado un 51% desde los primeros meses del año, situándose en una media de 43.000 millones de dólares en diciembre. En los últimos doce meses la cifra, según Goldman Sachs, supera el billón, y Natixis estima la cifra de 2016 en 900.000 millones de dólares.

China vuelve a ser la gran incógnita para el crecimiento mundial de 2017, y las decisiones de los propios agentes económicos chinos de sacar capitales del país muestran el riesgo de una enorme devaluación, superior a la ya llevada a cabo, y una economía que ha consumido más deuda en lo que va de año que EEUU, la UE y Japón juntos.

La burbuja china está explotando a cámara lenta y es normal que las empresas y ahorradores chinos saquen el máximo de fondos -sea vía adquisiciones o directamente a depósitos- del país ante el riesgo de que el estado chino decida solventar los enormes desequilibrios de la economía china vía represión financiera.

Los justificadores -porque defensores ya hay pocos- del errado modelo chino acuden siempre a dos variables falaces. El crecimiento del PIB y las enormes reservas de moneda extranjera del país.

Un crecimiento que necesita cuatro veces más endeudamiento para una unidad de PIB que hace ocho años es claramente insostenible. China ya ha abandonado su “objetivo” de crecer un 6,5% en 2017.

En 2016 la deuda de China ya supera el 250% del PIB, liderada por las empresas semiestatales -que contabilizan como “deuda privada”- y la burbuja inmobiliaria. China ya gasta un tercio de su PIB en pagar intereses.

La otra razón para justificar el desequilibrio chino es la enorme cantidad de ahorro y activos de la economía china. Un ahorro incluyendo depósitos de 205% del PIB y activos en manos de las corporaciones chinas equivalentes al 550% del PIB. El argumento de los justificadores del destrozo chino les sonará a los españoles, porque se repetía una y otra vez durante la burbuja de 2007. “La deuda de las empresas y familias no es preocupante porque está soportada por activos y se pueden vender para reducir deuda”.

Solo hay tres problemas. El precio pagado por esas empresas por los activos ha sido absolutamente desproporcionado con su posible valor de venta, haciendo adquisiciones a múltiplos inconcebibles que hoy supondrían enormes pérdidas patrimoniales. El segundo, que la inmensa mayoría de los activos de las empresas semiestatales -responsables de gran parte del aumento de endeudamiento- son simplemente invendibles ante una desaceleración china y devaluación imparable. Y tercero, las deudas asociadas a la burbuja inmobiliaria se convierten en impagables cuando el activo pincha, porque la capacidad de vender esos inmuebles es muy baja.

Cuando se dice que la gran mayoría de las salidas de capital son para adquisiciones y, por lo tanto, eso es bueno, se disfraza otra realidad. La de hacer cualquier adquisición al precio que sea y como sea para tener cobertura ante el pinchazo de la burbuja china.

La burbuja inmobiliaria fue alentada directamente por las autoridades. En 2014 el Banco Central chino redujo masivamente las restricciones al crédito y los tipos de interés. A la vez, el regulador del mercado de valores eliminó las restricciones para que los promotores inmobiliarios aumentaran capital y vendieran bonos y acciones, lanzando la burbuja a subidas de precios del 20% anual.

La respuesta fue inmediata. En octubre de 2016, las 196 promotoras inmobiliarias cotizadas chinas más que duplicaron su deuda, desde 1,3 billones de yuanes en 2013 a más de 3,3. La deuda de las familias se disparaba de un 31% a un 41,5% del PIB. ¿Y si para la música? Cualquiera se puede dar cuenta de que la caída de precios y dominó de quiebras sería enorme en los mercados secundarios y muy relevante en las grandes ciudades. Sería prácticamente imposible controlar el impacto.

Que dicha deuda se encuentre fundamentalmente denominada en moneda local y en bancos locales nos lleva a pensar que el efecto contagio del riesgo al resto del mundo será bajo, probablemente a nivel financiero, pero no en cuanto a crecimiento y expectativas de inflación.

Que el Yuan se haya depreciado contra el dólar de manera y las exportaciones hayan caído nos muestra otro de los grandes problemas de la economía china, su baja competitividad y valor añadido.

El problema de China ya no es ni debatible. El brutal aumento de la deuda en 2016 coincide con un dólar fuerte y una administración norteamericana orientada a romper el enorme beneficio comercial que China tiene con EEUU.

Si no se hace algo realmente drástico para parar la orgía de deuda, el problema será mayor a medio plazo. El gran dilema es que el gobierno chino no es solo incapaz de controlar el endeudamiento de las empresas semiestatales, sino que en realidad se alienta vía bajadas de tipos y reducción de condiciones, y que tomar medidas para parar la burbuja inmobiliaria lleva inexorablemente a que se genere un efecto contagio. Pero se ha demostrado que no se puede parar con medidas suaves.

Como todas las burbujas, siempre se generan en áreas que consideramos inexpugnables o de bajísimo riesgo. La de China se ha creado bajo la creencia religiosa de que el gobierno puede controlarlo todo por ser una economía intervenida. Pero el riesgo chino no se reduce porque no haya ‘pinchado’ en 2015 o 2016, aumenta.

Japón nos vuelve a mostrar el error de las políticas de demanda

Japón acaba de publicar su presupuesto y va camino de lanzarse a otro año de crecimiento paupérrimo. Las estimaciones del Gobierno y el Banco de Japón parecen, de nuevo, destinadas a ser incumplidas.

Y Japón importa. Porque es un ejemplo de lo que no debemos hacer en el resto del mundo. Tras dos décadas de estancamiento.

The Economist vuelve a situar a Japón entre las 20 economías con menor crecimiento para 2017, y estimaciones de 0,5% anual entre 2017 y 2021.

El primer problema del presupuesto es el enorme endeudamiento. Los ingresos cubren alrededor del 60% de los gastos en el presupuesto. El resto será emitir deuda, que ya supera el 229% del PIB. Los Neokeynesianos de “da igual porque los tipos son bajos” ignoran que casi el 20% del presupuesto se va en pagar intereses aunque el coste de la deuda sea muy bajo (hoy el bono a 10 años tiene un coste de cerca del 0,10%). Pero además, parece que da igual que el Banco de Japón se “coma” la enorme mayoría de esos bonos, que acumula más del 35% de los bonos emitidos por el Gobierno y hoy tiene la mayor cantidad de ETFs del país, camino de ser el mayor accionista de 55 de las empresas del Nikkei a finales de 2017 y ya uno de los cinco principales en 81. Vamos, lo más parecido a un esquema piramidal que uno se pueda imaginar.

El presupuesto publicado muestra la bomba demográfica que sufre el país y de la que en Europa deberíamos aprender… Una población que envejece rápidamente no se soluciona con gas de la risa monetario. Más del 40% del presupuesto se va a pensiones y sanidad.

Pero encima ese gas de la risa monetario no garantiza las pensiones, que volverán a recortarse en 2017-2018 por la insostenibilidad del sistema. Otro ejemplo para los que dicen que las pensiones se garantizan aumentando impuestos. No ocurre ni en Japón.

Y ese es el gran problema, se intenta solucionar con el subterfugio monetario el impacto de tendencias mucho más relevantes, como es la demógrafica. Y aumentando impuestos y disfrazando ese problema, introduciendo enormes planes de estímulo inútiles solo se pospone lo inevitable.

Usted dirá que “qué más da”, si no hay inflación. Sin embargo los salarios reales en Japón están a mínimos de dos décadas. Y la renta disponible sigue erosionándose. En realidad el único beneficiario del desastre monetario de Japón –que no deja de ser un robo lento al ahorrador bajo la falsedad de la promesa del “contrato social”– es el Gobierno, que se endeuda eternamente manteniendo los problemas de “intereses especiales”, desequilibrios, conglomerados industriales dependientes del poder político y políticas inflacionistas que solo estancan más y dejan una economía menos capacitada de solventar vía productividad e iniciativa de valor añadido los problemas demográficos y el agujero dejado por décadas de estímulos.

Que nos sirva de aviso, porque estamos copiando los errores del país nipón, pero sin su disciplina y su tecnología.