La inflación es el impuesto de los pobres. Destruye el poder adquisitivo de los salarios y fagocita el poco ahorro que atesoran los trabajadores. Los ricos se pueden proteger invirtiendo en activos reales, inmuebles y financieros, los pobres, no.
La clase media y los asalariados no solo no ven ventajas de la inflación, sino que pierden en salario real y, además en perspectivas de futuro. El estudio de Robert J. Barro en más de 100 países muestra que un aumento medio de 10% en la inflación durante un año reduce el crecimiento un 0,2-0,3% y la inversión de 0,4% a 0,6% en el ejercicio. El problema es que el daño se enquista. Incluso si el impacto en PIB es aparentemente pequeño, el efecto negativo tanto en crecimiento como en inversión permanece varios años.
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