Durante años, el estatismo nos ha intentado convencer de que el estado puede acumular deuda infinita y que no hay ningún riesgo en el aumento constante de desequilibrios fiscales. Se repite con frecuencia la falacia de que la deuda pública no se paga, pero se paga todos los días.

Se repaga y se refinancia a un coste mayor, estrechando todavía más un margen fiscal que desapareció hace años.
La socialdemocracia ha fracasado porque se ha olvidado de que no se puede repartir riqueza si se penaliza su creación. La socialdemocracia es miseria y ha demostrado que el estado de bienestar se convierte en un estado depredador que arruina la inversión, el crecimiento y hunde las cuentas públicas.
Decía Margaret Thatcher que el socialismo funciona hasta que se acaba el dinero de los demás y no solo se ha acabado, sino que la paciencia de los inversores más prudentes y pacientes con los estados se ha acabado.
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