Francia, a la segunda vuelta. Susto o Muerte

Las elecciones presidenciales francesas han mostrado varias evidencias. La segunda vuelta vuelve a enfrentar a un candidato moderado, Macron, con uno ultraderechista, LePen. Esto ya ocurrió hace años entre Chirac y LePen padre… La gran diferencia es que, entonces, entre la ultraizquierda y la ultraderecha no acaparaban más del 40% de votos (a cierre de este artículo).

La más que previsible euforia de los analistas ante una segunda vuelta que concentre el voto moderado en Macron no puede hacernos olvidar que la sociedad francesa ha reaccionado al estatismo feroz e intervencionista de Hollande aumentando el apoyo a más radicalismo ultra-intervencionista.

El desastre del partido socialista -prometiendo unicornios, haciendo plan de estímulo tras plan de estímulo y subida de impuestos tras subida de impuestos- ha sido espectacular. No solo no ha parado el populismo ultraizquierdista y ultraderechista, sino que lo ha blanqueado y alimentado, al repetirle hasta la saciedad a los ciudadanos que las soluciones mágicas de gasto eterno y desequilibrios constantes eran viables. Y entre el populismo diluido de Hamon y el de los Reyes Magos totalitarios de Melenchon o LePen, pues casi mejor el original.

La caída de un centro-derecha que lleva muchos años renunciando a sus principios de libre mercado y defensa de la baja fiscalidad para entregarse a copiar al partido socialista, ha hecho que Fillon, además de los escándalos, no resultara creíble en sus propuestas de reforma, entre otras cosas porque ha estado en grandes puestos de responsabilidad y esas reformas se retrasaron para perpetuar el intervencionismo que ahora criticaba.

Ambos, Hamon y Fillon, han solicitado el voto para Macron en la segunda vuelta, lo cual lleva a una alta probabilidad de una segunda vuelta de victoria moderada.

 

La incapacidad de los partidos tradicionales de responder a las preocupaciones reales, incluidas la amenaza terrorista y la inmigración, y su error histórico de retrasar las reformas eternamente, ha pasado factura.

 

EL RETO DE MACRON, SI GANA LA SEGUNDA VUELTA

Ahora el problema de Francia es recuperar el dinamismo perdido en una economía que el propio Macron calificaba de “esclerótica”. Existen muchas dudas sobre su verdadero impulso reformista, evidenciada por sus actuaciones cuando ha sido ministro. Pero hay que darle el beneficio de la duda. Se enfrenta a un parlamento radicalizado, de partidos tradicionales casi hundidos y de cuenta-cuentos que -aunque no ganen-, avanzan, y mucho.

Reducir el impuesto de sociedades, reducir costes laborales, llevar a cabo una reforma laboral similar a la española y políticas de integración de inmigrantes son parte de las propuestas de Macron, urgentes, pero debemos esperar a ver si gana la segunda vuelta y si tiene los apoyos para hacerlo.

Lo hemos comentado en alguna ocasión en esta columna y en Viaje a la Libertad Económica (Deusto). Hace sólo quince años, Alemania y Francia tenían déficits y deudas similares. Ninguna de las dos economías era, ni es, un modelo ‘liberal’ ni mucho menos, pero siempre habían cuidado a sus empresas. Alemania tomó el camino de las reformas y Francia el de “política del avestruz”, ignorar los desequilibrios, atacando a su propia línea de flotación con políticas fiscales y de gasto confiscatorias para sostener un sector público hipertrofiado.

La última vez que Francia tuvo un presupuesto equilibrado fue en 1980, y desde 1974 nunca ha generado superávit, la deuda pública alcanza el 96% del PIB, lleva dos décadas en estancamiento, un paro del 10% (de 23,6% paro juvenil) y en 2017 sigue con déficit por cuenta corriente de 6.500 millones de euros mientras la Eurozona registra superávit. Alemania registra superávit presupuestario, crecimiento, mucho menos paro (3,9%) y menor deuda (71%). Como en España, los candidatos se han ocupado de echar la culpa de los problemas del país al extranjero, a ‘la globalización’ o ‘el euro’, sin embargo, las comparaciones con Alemania hunden esos argumentos. Aún más hilarante ha sido escuchar a LePen y Melenchón, el Ying y el Yang del extremismo, echar la culpa a “los recortes” o “la austeridad”.

En un país donde el gasto publico supera el 57% del PIB, donde los presupuestos de las administraciones públicas han crecido más de un 13% desde 2008 y el 22% de la población activa trabaja para el Estado, administraciones locales y entes públicos, y más de la mitad de la renta del trabajo se pierde en impuestos y retenciones. Además, Francia ha gastado decenas de miles de millones en ‘planes de estímulo’ desde 2009. En concreto, 47.000 millones en 2009, 1.240 millones a la industria del automóvil y dos ‘planes de crecimiento’ en el mandato Hollande: 37.600 (‘inversiones’) y 16.500 millones (‘tecnología’). Y Melenchon hablaba de recortes y falta de gasto.

El problema es el dirigismo económico, que ahoga el potencial de una nación rica y con enorme potencial, que no debería conformarse con tener mejores datos económicos que le periferia. Francia debería compararse con las economías líderes del mundo.Y el problema con el que se enfrenta el próximo presidente de Francia es que, repitiendo los errores del pasado, no van a recuperar el dinamismo de un país que no debería contentarse con el estancamiento secular y perpetuar sus desequilibrios.

Desafortunadamente, los resultados de las elecciones nos han mostrado que una enorme parte del electorado piensa que el socialismo dirigista no ha funcionado porque no se ha hecho más de lo mismo. Una enorme parte del electorado prefiere creer que dos más dos suman veintidós y que van a ser más ricos si les quitan más dinero a los que producen para dárselo a los que no lo hacen.

Anoche ganó el proyecto europeo y muchos respirarán aliviados, pero esa esperada victoria no puede hacernos olvidar lo más importante: Blanqueando y legitimando el mensaje populista no se les combate, se les dan alas.

Mejora el crecimiento ¿Y la productividad?

Si ustedes hubiesen leído hace doce meses que en 2017 tendríamos brexit, a Trump en la presidencia de EEUU y Renzi fuera de Italia, coincidirían con una parte importantísima del consenso en que este año iba a ser un horror en términos económicos. Si escucharon a ese mismo consenso, recordarán que les dijeron que en 2017 no se podrían dar los niveles de crecimiento de España vistos antes porque se acababa el efecto del petróleo y de los bajos tipos.

Esta misma semana, el Fondo Monetario Internacional reconocía que tenía que volver a revisar al alza las expectativas de crecimiento de España, y todavía se queda por debajo de las estimaciones del servicio de estudios del BBVA, que es mucho más fiable que el Fondo. Un amigo mío de Chicago siempre decía que el FMI es como el comensal molesto de una boda, “llega tarde, te dice lo que ya sabes y encima no paga”.

Pero si nos atenemos a las previsiones de crecimiento de entidades mucho más fiables, veremos que coinciden –aunque discrepen en los porcentajes- en que las tres economías de mayor crecimiento del mundo desarrollado son España, EEUU y Reino Unido.

Uno de los grandes errores de estas estimaciones ha sido sobredimensionar el supuesto riesgo político en países donde los sectores económicos son mucho más dinámicos y menos sujetos a los vaivenes políticos. En el caso español, la triple falacia de que crecemos por cuestiones externas y no por el empuje de la iniciativa interna y las reformas, ha sido uno de los grandes errores. Las mismas sensibilidades al petróleo, tipos de interés y el mismo banco central tienen Portugal o Italia o Francia y crecen mucho menos (lean).

España se situará de nuevo en un crecimiento que llegará a estar cerca del 3% y eso es bueno. Pero hay algo que no estamos analizando en las economías desarrolladas. O, al menos, con profundidad. Un crecimiento del 2-3% con un aumento de la masa monetaria muy superior y un aumento de la productividad casi inexistente.

Y no es “en España”. En Estados Unidos, la productividad del sector manufacturero aumentó un mísero 0,5% entre 2011 y 2016 en la época del “Yes, We Can”, muy por debajo de las cifras de 3,2% entre 1987 y 2016, según el Bureau of Labor Statistics. En un debate con 23 expertos globales (lean), mostrábamos como el declive de la productividad es generalizado en todas las economías desarrolladas.

Les recomiendo que lean los muy diferentes análisis sobre el problema. En mi caso, lo achaco a la combinación de pobre asignación de capital incentivada desde el endeudamiento y los bajos tipos de interés, perpetuar la sobrecapacidad e incentivar un crecimiento endeudado en sectores de baja productividad desde una política de represión financiera y fiscal que penaliza la inversión en alta productividad para subvencionar la de baja, sostener sectores rentistas y financiar vía enorme endeudamiento y déficit gastos corrientes con un aumento de impuestos que ha alcanzado niveles históricamente altos (la presión fiscal en la OCDE se sitúa a máximos históricos). Vamos, atacar el ahorro y la innovación y productividad para sostener gastos corrientes. El avance tecnológico y la innovación no serían un factor de destrucción de productividad si no se utilizasen los ingresos fiscales para perpetuar elefantes blancos y sectores obsoletos.

Ese problema no se va a solucionar desde las políticas de demanda. Porque, como siempre ha ocurrido (lean) la asignación de capital dirigida desde el control político siempre va a perpetuar el rentismo, bajo el subterfugio de “proteger el empleo”. Los mensajes de EEUU, por ejemplo, con el sector del carbón, o los franceses con sus mal llamados campeones nacionales, son un claro ejemplo de esa falsa promesa de volver a 1955 con gastos e impuestos de 2030.

La productividad no es trabajar más horas ni más barato. La productividad es hacer más con menos recursos y mayor valor añadido. Los que equiparar productividad a modelo de bajos salarios y explotación no solo se equivocan, sino que lo que prometen es exactamente eso vía las cuatro palabras más peligrosas de la economía “incentivar la demanda interna”, que nos ha llevado a aumentar sobrecapacidad, deuda y perder en productividad.

¿Y por qué es importante mejorar la productividad? Porque sin ella, no suben los salarios, no se cambia el patrón de crecimiento y no se avanza en prosperidad.

Esta semana coincidimos en un dialogo Miguel Sebastián y yo, y me pareció muy interesante –y urgente- la propuesta de que los países pongan como elementos esenciales de su política la mejora de la productividad, no solo del PIB (el PIB, como nos demuestran los chinos y tantos otros, se infla fácilmente vía gasto inútil y deuda). Pero, igual que la inflación por decreto es una monstruosidad, tampoco hacerlo vía intervención, sino dejando respirar.

Hay lecciones para todos. Imponer la fiscalidad en los sectores de alta productividad para sostener y subvencionar a los obsoletos y rentistas ni mantiene el empleo ni cambia el patrón de crecimiento.

La excesiva concentración, que en la mayoría de países se hace a través de empresas estatales o campeones nacionales, también pone en peligro la mejora de la productividad.

Estamos viviendo el ejemplo en Europa. Penalizar a las tecnológicas para sostener la renta de posición de los conglomerados ni mejora el empleo, ni los salarios, ni el crecimiento.

Imponer la presión fiscal a pymes, autónomos y sectores de alto crecimiento para sostener gastos corrientes que en la mayoría de economías de la OCDE superan el 25% del PIB, es poner grilletes al crecimiento y atacar la sostenibilidad y viabilidad de esos gastos que, de forma miope, pretendemos “preservar”.

Hay muchas soluciones y muchas ideas, y el debate está abierto. Pero, como no se va a mejorar la productividad, la prosperidad, los salarios y la viabilidad de los servicios públicos es ignorando el grave problema.

La desproporcionada transferencia de rentas desde los ahorradores y productivos hacia el gobierno y sectores improductivos pone en peligro aquello que pretende preservar. Porque ha pasado de ser un coste aceptable a un escollo peligroso, que se cubre con mayor deuda.

Pensemos en la productividad. El crecimiento es una buena noticia. Pero si seguimos tratando a los sectores de alta productividad como cajeros, mientras aumentamos los costes fijos, tendremos un grave problema en el futuro, que no se resolverá bajando tipos y aumentando liquidez.

Incertidumbre en Francia, riesgo para el euro

Francia es un país tan socialista que, en las encuestas, los cuatro candidatos parten con un 20% de intención de voto cada uno. El elector tiene una amplia variedad a elegir: el socialista, el socialdemócrata, el comunista y el nacional-socialista.

Lo más curioso del discurso generalizado es el análisis sobre el aumento del populismo antieuropeo. Porque Francia demuestra que el avance del populismo no es una consecuencia de la austeridad. En Francia no ha habido austeridad, como demuestra de manera contundente el banco francés Natixis (A big misunderstanding: The French think that there has been austerity). No solo el gasto público y el sistema estatal han aumentado, sino que desde años lleva a cabo una política mal llamada “expansiva”, a pesar de llevar dos décadas en estancamiento. Francia es el ejemplo de que la evidencia del fracaso del estatismo se achaca a que no había suficiente estatismo.

Y, ante un diagnóstico equivocado (“el populismo es por culpa de los –inexistentes- recortes”), aparece la solución errónea (“el populismo se combate con más estatismo”), que lo que hace es blanquear el equivocado mensaje de las soluciones mágicas y, con ello, lleva al elector a pensar que, puestos a elegir, vamos a por el que prometa las mayores entelequias.

Entre ellas, hay pocas cosas más ridículas que la promesa populista de que todo va a ir estupendamente si salimos del euro y hacemos impago.

En una entrevista delirante con Melenchon, el candidato populista de la ultraizquierda, decía que él contaba con la “bomba atómica”. Dejar de pagar la deuda. Un campeón. “Si dejamos de pagar la deuda, la economía no sufre, solo sufren los banqueros”, dijo el genio. Al otro lado de la esquizofrenia económica, en la ultraderecha, el partido de LePen afirmaba que “el 70% de la deuda francesa está emitida antes de la unión monetaria, por lo tanto se puede redenominar en francos”. Y se quedaron tan panchos.

Se les olvidó que su país es deficitario y que no puede financiar esa enorme cantidad de gastos por encima de sus ingresos.

Se les olvidó que más del 40% de la deuda francesa está en los planes de pensiones, seguridad social y ahorros de sus ciudadanos, con lo cual hundiría su amado estado de bienestar.

Se les olvidó que para financiar un gasto público de más de 1.242.785 millones de euros (el 57% del PIB) necesita un mercado secundario que avale la política monetaria del Banco Central Europeo y una moneda que se acepte globalmente como reserva.

Se les olvidó que, haciendo impago de la deuda, la prima de riesgo de las pymes y familias de su país se dispara y se seca el crédito.

Se les olvidó que su sistema financiero local supone tres veces el PIB de Francia y que, si lo envía a la quiebra, adiós depósitos.

Lean “las consecuencias reales de un impago”.

A todo populista siempre se le ocurre la brillante idea de hacer lo que nunca ha funcionado y pensar que ésta vez va a ser diferente. Melenchon y LePen, como el resto, miran a Venezuela o Zimbabwe y piensan que no ha funcionado porque no estaban ellos al mando.

Se les olvidó que semejante destrozo no lo soluciona imprimiendo francos, porque ignora la historia y el desastre que supusieron las políticas inflacionistas en Europa, siempre con el mismo resultado. Hundir la economía y echar la culpa al enemigo exterior. Inflacionismo, guerra y vuelta a empezar.

La falacia de que se van a solucionar problemas estructurales devaluando está más que desmontada por la realidad. Y, encima, llevando a cabo la misma política monetaria mal llamada expansiva, dentro del euro, se creen que el problema es que no se devalúa todavía más. Francia lleva diez años con una política fiscal y monetaria expansiva, como muestra Natixis, y piensan que el problema es que no fue suficiente. Que no funciona porque no lo hicieron ellos.

Se hunde al ciudadano medio, empresas y familias, se dispara el coste de las importaciones y la capacidad de financiación de ese estado que algunos vanaglorian, se desploma.

Lecciones de la historia económica de Francia, que comento en “Viaje a la Libertad Económica” (Deusto). Entre 1790 y 1793 se emitieron en Francia 3.500 millones de papeles llamados Assignats, que pronto perdieron un 95% de su valor artificialmente decidido por los políticos, al inundar el sistema de moneda artificial no soportada por bienes reales y ahorro. Por supuesto, los precios de los alimentos básicos se dispararon con la pérdida de valor de dicha moneda. El Ministro de Finanzas, Claviere, echó la culpa a… los tenderos, y a los “comerciantes” y prometió forzar las máquinas e imprimir más dinero. ¿Les suena? Como Maduro o Allende o… si cumplen sus amenazas, Le Pen y Melenchon. Verán.

Los precios continuaron subiendo inexorablemente. El dinero valía cada vez menos y, por tanto, los bienes y servicios costaban cada vez más. De libro. ¿Y qué hicieron para suplir el error? Imprimir más, subir impuestos y confiscar propiedades, hundiendo la inversión real y el comercio ante la falta de seguridad jurídica. Los jacobinos introdujeron la «Ley del Máximo» prohibiendo subir precios. ¿Les suena? Kirchner, Maduro… A la vez, castigaban con cárcel y la guillotina a quien rechazase el pago mediante papel moneda. Tan solo consiguieron que cerrasen las tiendas, que simplemente no querían esos papeles de colores que ya no valían nada.

Y eso que en aquella época el estado no estaba endeudado más del 100%, con más de un 40% de esa deuda en manos de familias, con un déficit estructural y un gasto público de casi el 60% del PIB.

Esto, señores, es lo que quieren repetir, con el argumento de que “esta vez es diferente”.

Qué curioso que todos los inflacionistas populistas siempre hablen de Estados Unidos y el dólar para justificar sus tropelías monetarias y se olviden de ser una moneda de reserva, un mercado secundario que funciona y una economía de mercado, atractiva y dinámica. El dólar no es la moneda de reserva global porque lo decida un comité en un círculo en un autobús. Lo es porque el mundo confía en todo lo que significa su economía.

Recuerdo un episodio de Juego de Tronos en el que decían “a él no le importaría arrasar a fuego el reino con tal de ser el rey de las cenizas”. Esa es la estrategia. Hundir para luego autoproclamarse como salvador único, como solución a su propio sabotaje. Pobre Francia.

Competencia y tecnología

Uno de los asaltos que la Unión Europea lleva a cabo con las empresas tecnológicas es el de la supuesta falta de competencia. Ya hablamos hace unas semanas en “ponga una tecnológica en su vida” sobre los errores de atacar a las empresas disruptivas desde un proteccionismo disfrazado de defensa de la competencia.

Pues bien, la Comisión Australiana sobre Competencia y Consumidores (ACCC), ha publicado su decisión sobre Apple Pay. En su decisión, subraya claramente que Apple iOS y Android compiten en el mismo mercado, y este era uno de los temas que la Comisión Europea ponía en duda. El Sistema operativo de Apple es una oferta diferenciada que compite globalmente contra otros sistemas operativos, como el Android («Apple’s iOS operating system is a differentiated offering that competes globally against other mobile operating systems, particularly Google’s Android»).

La Comisión Europea refiere a un mercado de “sistema operativo Android” para justificar un supuesto e inexistente riesgo de monopolio. Sin embargo, es importante señalar que la mayoría de medios no diferencian entre un mercado de Android y un mercado de Apple. De hecho, lo normal es que siempre se comparen como competidores de un mismo mercado. Es como decir que Pepsi y Coca-Cola no compiten en el mismo mercado.

Apple ha anunciado una aplicación para que puedan cambiar de Android a iOS, lo que refuerza el hecho de que son parte de un mismo mercado. Según Apple, el 30% de los consumidores de iPhone en 2015 y 2016 reemplazaban un dispositivo Android. A su vez, Android explica cómo pueden hacer el cambio de Apple a Android. Todo ello demuestra que es un mismo mercado.

El lector probablemente encuentre este tema como irrelevante porque, como consumidor, sabe perfectamente que sale ganando de esta competencia y no sólo no percibe ninguna desventaja, sino que recibe un claro ejemplo de ventajas tanto en calidad, precio y acceso a servicios.

Si el consumidor sale beneficiado, ¿cuál es el problema?

El de siempre. Para la Comisión Europea, lo que no se controla desde un órgano burocrático no es transparente.

Recordemos que nadie en la Comisión Europea se llevó las manos a la cabeza cuando un ministro de Francia puso como condición esencial para que se diese una fusión entre operadores de telecomunicaciones que el Estado mantuviese su poder.

Y es que me preocupa mucho que la Unión Europea mantenga a su vez una batalla contra los gigantes norteamericanos mientras hace todo lo posible por sostener la renta de posición de los mal llamados campeones nacionales. Intentar poner puertas al campo y atacar la innovación no va a crear empleos ni poner a la Unión Europea a la cabeza de la carrera tecnológica que, desafortunadamente, está perdiendo.

Las grandes empresas de telecomunicación europeas tienen que despertar del sueño proteccionista del rentismo y dar un salto hacia la innovación liderando, porque el binomio Bruselas-conglomerados no está respondiendo a los retos de la nueva revolución tecnológica. Como explica este magnífico artículo de David Kenny, la solución a la automatización y la tecnología no es poner puertas al campo e impuestos, sino formación (lean).

Sinceramente, me preocupa mucho que la Unión Europea vea la tecnología y la mejora para el consumidor como una amenaza y no como una oportunidad. Me preocupa que vea a las grandes tecnológicas como enemigos en vez de fomentar que en Europa tengamos líderes como ellas.

Me aterra que la burocracia asuma que la solución a nuestra falta de competitividad sea limitar y poner escollos a los sectores de alta productividad y subvencionar a los ineficientes. En vez de lamentarnos por el pobre liderazgo global de esos conglomerados de telecomunicaciones que tenemos en Europa, que se han convertido en máquinas de destrucción de valor vía adquisiciones inorgánicas a precios de oro, deberíamos ponernos todos las pilas, empresas y reguladores, para cambiar la mentalidad de dinosaurios esperando que el cambio no llegue a la de líderes de dicho cambio.

Debemos hacer un análisis muy serio sobre el error que supone poner barreras constantes para sostener sectores rentistas. Porque el desarrollo global no va a dejar de ocurrir porque no les guste a algunos. La Unión Europea tiene las empresas, el talento y el mercado para ganar compitiendo, no perder intentando impedir el futuro.