El informe que certifica la corrosión de la banca

“It’s better to burn out ‘cause rust never sleeps; the king is gone but he’s not forgotten” Neil Young

Conocí al analista de bancos Santiago López hace muchos años, cuando nuestro sistema financiero era un “pura sangre”, nuestras cajas estaban “mejor capitalizadas que la banca internacional” y éramos el poster-boy de cómo acometer una crisis gracias a la “regulación más sólida del sistema financiero mundial”. En aquel momento cualquier caída bursátil se culpaba a “los especuladores” y a la envidia a nuestro modelo de éxito.

Santiago vino a verme a mi despacho en Buckingham Street con un informe demoledor en el que alertaba sobre los riesgos de la banca española, centrándose en la desproporcionada cantidad de préstamos de difícil cobro, la bajísima rentabilidad y la necesidad de acometer enormes ampliaciones de capital y recortes de dividendo para sobrevivir, o acabar muriendo. Me pareció un analista nada alarmista y muy riguroso y, sobre todo, me daba la sensación de que era bastante prudente y daba soluciones ante lo que muchos ‘hedge funds’ estimaban -que el problema era mucho mayor-. Santiago fue criticado de manera injusta por tener razón y sufrió un ataque brutal desde los defensores del mainstream.

Casi todo lo que predijo se cumplió y siempre me ha parecido esencial leerle. Afortunadamente, muchos banqueros y analistas no rencorosos también lo hacen.En su último informe “Rust In Peace” (“Corrómpase en Paz”, 14 de septiembre 2016, Exane BNP Paribas), muestra el peligro de que la banca ignore el efecto disruptivo y erosionador del entorno actual.

Si recuerdan mis artículos de los últimos meses sobre los problemas de la banca, comentábamos que “los bancos deben evitar convertirse en las nuevas discográficas. Agarrarse a un modelo obsoleto y de bajo margen no va a funcionar” y el impacto brutal de los tipos negativos en los márgenes del sector financiero.

El informe alerta de graves desequilibrios que hemos comentado en esta columna:

1- La enorme burbuja (“la mayor en 5.000 años”) con más de 10 billones de euros de bonos con tipos negativos

2- El grave riesgo de acumular enormes préstamos a gobiernos deficitarios que buscan desesperadamente devaluar e inflacionar. “Las pérdidas serán enormes en términos nominales y reales”, afirma Santiago.

3- La expansión de los balances de los bancos centrales (casi triplicado desde 2008) no solo no ha reducido los desequilibrios sino que los ha aumentado.

No se trata de ser cenizos, se trata de no negar la realidad. Los tipos reales negativos zombifican la economía y destruyen la productividad

Hasta aquí temas que algunos de nosotros hemos comentado una y otra vez, e ignorados por los defensores del mal llamado mainstream (que es en realidad la locura que es el gas de la risa monetario). Pero cuando entra a analizar los riesgos para la banca española anota:

1- Una exposición a deuda soberana que supera en más de dos veces a su “tangible equity” (capital tangible).

2- Caída del crédito y márgenes deteriorados.

3- La base de activos productiva de la banca -la que genera rentabilidad- ha caído a niveles de 2005 mientras los márgenes son menores.

4-  Caída media de estimaciones de beneficios anual de 21 y 22% en 2015 y 2016.

No se le escapa al analista que los bancos han hecho una mejora lenta, y que la economía crece, pero alerta de la corrosión del viejo modelo de negocio ante la amenaza imparable de la represión financiera, la japonización de Europa y la digitalización.

No se trata de ser cenizos, se trata de no negar la realidad. Los tipos reales negativos zombifican la economía y destruyen la productividad, perpetuando los sectores de bajo valor añadido y rentistas y la acumulación de riesgo en estados deficitarios que en vez de usar la política monetaria para reducir desequilibrios, los amplían.

En 2007 se cometió el error de insultar, atacar e intentar silenciar a los que analizaban riesgos excesivos. No cometamos el mismo error. Los bancos deben despertarse del letargo de 900.000 millones de préstamos de difícil cobro (en toda la UE), refinanciados hasta el infinito, y deben dejar de esperar que la política monetaria empiece a generar inflación y beneficios. Seamos positivos, la banca ha puesto en marcha varios mecanismos de control y de saneamiento que han ayudado, por ejemplo, a que dos crisis financieras del calado de la portuguesa y la italiana no se hayan llevado por delante a los bancos nacionales por el efecto contagio.

Escuchen a los que alertan del deterioro del negocio para no caer en el error de las discográficas ante los modelos disruptivos que atacan el viejo monopolio financiero. Si analistas como un servidor o Santiago López tenemos razón, los bancos estarán reforzados y saneados dentro de diez años y no habrán sufrido el desastre que se avecina a los que juegan al avestruz. Si nos equivocamos, y todo va bien, los más eficientes y preparados también saldrán reforzados.

Cuando Santi y yo terminamos aquella reunión en Londres, se cernían enormes nubarrones sobre la economía española. La exposición a deuda soberana de la banca ha caído, pero no lo rápido que debería haber ocurrido, igual que la exasperante lentitud en lidiar con los préstamos incobrables.

Reconozcamos los éxitos conseguidos desde 2012 sin olvidar la enorme concentración de riesgo en un activo -la deuda soberana- que se percibe como “sin riesgo”, hasta que salta. Lo comentamos el sábado sobre la locura de las hipotecas con la quiebra de Lehman: “La próxima crisis no vendrá de los activos que consideramos de alto riesgo sino, como todas, de aquellos activos financieros que hoy consideramos sin riesgo, como en 2007”.

La digitalización, la competencia y los tipos bajos están aquí para quedarse. El futuro que yo llamo de las 3 Bs (Bajos tipos, Baja inflación y Bajo crecimiento) es evidente. Los que se adapten y lo vean como una oportunidad, saldrán fortalecidos. Los que no, están condenados a caer como dinosaurios. La corrosión se soluciona; la gangrena, no.

El «liberal» y «lo público»

Ser liberal no es ir contra el Estado, sino contra el abuso del Estado.

Es defender un Estado facilitador y que promueve el crecimiento y la prosperidad.

La defensa de la propiedad e iniciativa privada, el imperio de la Ley, la justicia y la libertad no se consiguen desde un reducto desvinculado de la gestión.

Si queremos cambiar y aportar, debemos participar en la gestión pública.

Ser liberal es defender el modelo de los países líderes del mundo. Lo contrario a lo que defienden los que se autoconceden la etiqueta de «defensores de lo público».

Ser liberal es defender la sostenibilidad de los servicios públicos, no gastar desmedidamente sin rentabilidad y hundirlos quebrándolos, fingiendo que se defiende «lo público».

Es como poco aterrador que en nuestro país no sea un escándalo que los anti-sistema, chavistas o terroristas participen y copen puestos públicos a dedo y sí lo sea alguien que defiende un Estado facilitador, abierto y orientado a resultados económicos reales, y precisamente lo ponga en práctica desde un proyecto bajo concurso donde los requisitos de experiencia y objetivos van en ese sentido.

Decir que un liberal no «puede» participar de un proyecto público-privado -o 100% público, faltaría más- es la misma demagogia que decir que un comunista no puede trabajar en el sector privado.

Es una crítica que provocaría carcajadas en países serios como Reino Unido, Dinamarca, Irlanda, Noruega o EEUU.

Es un subterfugio para negarnos la voz en la construcción de un país que amamos, en el que pagamos impuestos y en el que tenemos derecho y obligación de aportar.

Mientras, ellos toman una parcela más de poder.

La defensa de «lo público» no es la defensa de su cortijo. «Lo público» no es suyo. Es de todos, y mío también. Trabajar para que sea más eficiente y orientado a resultados reales es un honor y un paso hacia la consecución del modelo de país que buscamos.

No es una contradicción con el ideario liberal. Es llevarlo a cabo.

Ladran, luego cabalgamos.

Ocho años de Lehman y unos días de Deutsche Bank

“Never free, never me, So I dub thee Un-forgiven” James Hetfield.

Esta semana, cuando se cumplían ocho años de la quiebra de Lehman, también conocíamos la noticia de que el Departamento de Justicia de EE.UU. exige que Deutsche Bank pague una multa de 14.000 millones de dólares por el papel que el banco alemán desempeñó en el negocio de las hipotecas basura.

El día en que Lehman quebró, salí de la oficina en Londres hacia Waterloo Station y me di cuenta de que algo monumental había ocurrido. Las caras de las decenas de personas que esperaban pacientemente a los trenes desde el centro a sus hogares eran un auténtico mapa. Pánico.

¿Qué había ocurrido con Lehman? Llevaba tiempo diciendo que su situación era impecable, que su solvencia estaba fuera de cuestión y que la acción sufría por los “ataques de los especuladores”. A muchos de nuestros lectores les sonaran esas excusas. Se utilizaron mucho unos años después con la crisis europea.

Lehman Brothers no era un banco comercial, con depósitos de ahorradores minoristas, era un banco de inversión. Sus clientes eran “personas competentes” es decir, con conocimientos suficientes del riesgo y la complejidad de los productos financieros ofrecidos. No es posible contratar los servicios de un banco de inversión sin tener esa característica.

Por otro lado, la multa estimada a Deutsche Bank se apoya en el mismo activo que causó la caída de Lehman. Las hipotecas ahora llamadas “basura”.

Recuerdo cuando se rescató a Freddie Mac y Fannie Mae -públicas ambas-, porque ocurrió poco antes de antes de dejar caer a Lehman. Eran las mayores originadoras de hipotecas de alto riesgo.

Recuerdo a Janet Yellen o Bernanke hablar de la práctica imposibilidad de un pinchazo de una burbuja inmobiliaria, porque tal burbuja no se contemplaba. Yellen hablaba de “sofisticados productos financieros que mitigan el riesgo y facilitan el acceso a financiación de vivienda” y Bernanke hablaba de “una desaceleración, pero no una caída”. El propio Michael Lewis nos muestra, en su libro “The Big Short”, como antiguos conocidos míos y ex jefes se las veían y se las deseaban a la hora de poder apostar contra las hipotecas basura porque los propios tenedores de los productos les decían que eran super seguros.  Recordemos a los héroes, esos gestores y analistas que alertaron de esos riesgos y a los que se acusó de casi terrorismo por demostrar que el Rey iba desnudo.

¿Qué hacía, entre otras cosas, que se considerasen esos productos -y cito- “tirar a balón parado”?  La garantía pública. Porque obre todo, recuerdo al actual vicepresidente de EEUU, Joe Biden, hablar unos años antes de la democratización de la vivienda y de dar casa en propiedad “a todos los ciudadanos” fuera quien fuera y tuviera capacidad de repago o no.

“LOS PISOS NUNCA BAJAN, DANIEL”. Y OTROS MENSAJES.

La locura colectiva que asaltó a unos y otros, que rompió toda lógica analítica y que, como ya sabemos, explotó, se generaba -como todas las crisis financieras- por la percepción de bajo riesgo de un activo que no lo tiene (“nuestra tasa de mora en préstamos hipotecario es irrisoria”) y la acumulación desproporcionada de exposición a ese activo de “bajísimo riesgo”. “Lo último que se deja de pagar es una hipoteca”, me decían en EEUU en 2007.

Muchos, agentes públicos, privados, bancos, grandes economistas, reguladores, estados y gobernadores de bancos centrales, así como agencias de calificación, cayeron en la trampa de ignorar la acumulación de exposición a un activo de supuesto bajo riesgo.

Tanto, que -como explica también Michael Lewis en Boomerange y un servidor en Nosotros los Mercados-, en los días posteriores al pinchazo de la burbuja de las hipotecas basura (y recuerdo que a mí me amonestaron por llamarlas basura un año antes) muchos operadores seguían comprando esos activos tóxicos porque cumplían sus “requisitos de riesgo”. Era “un chollo”. Caían por culpa de especuladores, hay que comprar a mínimos, que a largo plazo “todo sube”. Y no ocurrió.

Mucho ha cambiado desde entonces. Los bancos son mucho más cautelosos y todos han aprendido la lección de una burbuja que se diferenció de otras -acabábamos de pasar la burbuja tecnológica- en que ésta tocaba a algo en lo que casi todo el mundo participaba. Las casas nunca bajan. Alquilar es tirar el dinero. A largo plazo el ladrillo es lo mejor. “Que fluya el crédito” como mantra de progreso, sea como sea.

Si miramos al sector financiero de hoy, han mejorado muchísimas cosas. Análisis de riesgo mucho más rigurosos -y se les acusa de “que no fluye el crédito” por ello-, un aumento de capital de máxima calidad hasta niveles récord, desinversiones y reducción de desequilibrios…. Muchas mejoras y algunas muy lentas. Los activos de la banca siguen pesando más de 300% del PIB de la Eurozona, los préstamos de difícil cobro superan los 900.000 millones de euros, y la rentabilidad de la mayoría sufre ante unos tipos negativos y se sitúa en muchos casos por debajo del coste de capital.

Pero lo importante es que siga mejorando la calidad y el análisis de riesgo. Que hayamos visto una caída de emergentes y materias primas como la de los dos últimos años y dos crisis financieras en Portugal e Italia y no se haya generado un efecto contagio global es algo que debemos valorar.

Pero estamos muy bien preparados para evitar la crisis anterior. El riesgo es si estamos preparados para la próxima. Porque la próxima crisis no vendrá de los activos que consideramos de alto riesgo sino, como todas, de aquellos activos financieros que hoy consideramos “sin riesgo” y “a balón parado” como en 2007. La próxima crisis costará mucho más porque la gran burbuja se está generando en los bonos a tipos negativos, con un 24% del PIB global en tipos cero o negativos. Lean “la próxima crisis costará un trillón” y “los bancos centrales no protegerán de la próxima crisis” de la misma manera en que no lo hicieron en el pasado.

La gran lección de Lehman ha sido dejar de creer en las cualidades mágicas de los bancos centrales y los analistas, dejar de creer con los ojos cerrados que los bancos son inexpugnables. Lo que no hemos aprendido de entonces es que disfrazar el riesgo no lo elimina. El gas de la risa monetario ha cubierto de un manto de seguridad a todo tipo de bonos y activos disfrazando el riesgo con tipos ultra-bajos. Hemos cerrado una crisis de exceso de riesgo, deuda y desequilibrios aumentando la deuda, los desequilibrios y tomando más riesgo por menos rentabilidad.

Hemos aprendido muchas cosas de Lehman (escuchen aquí). Pero da la sensación de que queremos replicar la misma burbuja desde las políticas inflacionistas. Luego, le echamos la culpa a los especuladores y pedimos más regulación. Y que fluya el crédito.