Mucho más que una Crisis Financiera. Prólogo a Código Rojo (Jonathan Tepper, Deusto 2014)

Prólogo a Código Rojo (Jonathan Tepper y John H. Mauldin (Deusto 2014). Disponible aquí.

«Yo no estoy borracho pero…¿qué hace el techo en el suelo?» – Groucho Marx (Go West, 1940)

Cuando nos hablan de la crisis, se le suelen añadir los términos “financiera” e “internacional”. Crisis Financiera Internacional. Traducción para nuestro subconsciente: “Evento sobrevenido por arte de magia causado por un solo sector y, además, extranjero”. Es maravilloso como tres palabras nos exoneran de toda responsabilidad. Sin embargo esta crisis no puede tildarse exclusivamente de “financiera” sino una crisis de modelo de crecimiento. El crecimiento a base deuda excesiva.

Al identificar la crisis con el sistema financiero únicamente –y mucha responsabilidad tiene- y además “internacional”, globalizamos, compartimos el y diluimos el problema e ignoramos muchos detalles.  Por ejemplo, el efecto llamada de la política de estados y bancos centrales bajando tipos de interés e imprimiendo dinero.  Los autores del libro que tienen en sus manos escribieron en su día el que considero manual imprescindible para entender la crisis de deuda global. El libro se llamaba “Endgame: The End of the Debt Supercycle and How It Changes Everything”. Este nuevo libro, “Código Rojo: Por qué piensan que no puedes encajar la verdad y cómo proteger tus ahorros” es, si cabe, mucho más relevante. Porque se publica en época de retorno a la euforia financiera. Cuando nos dicen que “llueve dinero”. Que “ya pasó todo, que vuelva la fiesta”.

Lo que explican los autores  es realmente importante.  No hemos reducido el riesgo del sistema. Lo hemos aparcado. Como la primera escena de la película Wall-E, el robot empaqueta y acumula basura que es imposible de reciclar. Los bancos centrales no son “los héroes de la crisis” como dijo Christine Lagarde, del Fondo Monetario Internacional. Simplemente hemos transferido riesgo del balance de la banca a acumularlo en los bancos centrales. Esa “alfombra” bajo la cual se está escondiendo deuda tiene un problema. La magnitud colosal de la apuesta.  Y por lo tanto, la imposibilidad de medir las consecuencias cuando pare la música del dinero gratis. Hasta tal punto que vemos enormes volatilidades en los mercados y monedas solo ante la amenaza de que la Reserva Federal reduzca los estímulos monetarios ($85.000 millones mensuales) que suponen un 6,4% del PIB del país anual. No por pararlos, sino por reducirlos. Por eso considero este libro una lectura esencial. Porque en la próxima crisis “financiera” –y les aseguro que volverán a llamarla así- entraremos aún más endeudados de lo que salimos de la anterior.

No estamos en un proceso de reducción de deuda, austeridad o de limpieza del sistema. Estamos en un proceso de patada hacia delante. La deuda sigue acumulándose sin generar crecimiento que la justifique.

En los últimos cinco años (2008-2012) los países del G7 han añadido casi 18 billones de dólares de deuda hasta un récord de 140 billones, con casi cinco billones de expansión del balance de sus bancos centrales para generar solamente un billón de dólares de PIB nominal.

Es decir, en cinco años, para generar un dólar de crecimiento se han «gastado» 18 dólares, un 30% de ellos de los bancos centrales. Todo ello manteniendo la deuda total consolidada del sistema en el 440% del PIB.

La ‘inversión’ en crecimiento que se supone que se consigue con los déficits astronómicos, deuda y expansión agresiva de los bancos centrales simplemente no da fruto.

Es lo que llamo la “ilusión de crecimiento”.  De hecho, si analizamos el crecimiento de los países de la OCDE eliminando el efecto de acumulación de deuda, nos encontraremos que, efectivamente el crecimiento del PIB ha sido prácticamente nulo en gran parte de los países, incluidos todos los de la periferia europea, desde mediados de 2003.

La deuda da sensación de poder. Al principio se empieza por invertir con prudencia, y se termina justificando como un medio en sí mismo.

Hoy todo el mundo habla de que debe «fluir el crédito» cuando en España tenemos una deuda total que supera el 300% del PIB y en la OCDE se ha pasado a un 440% del PIB. La razón es que miramos al año 2007 como el comienzo de la crisis. Y como si la situación de crédito excesivo de dicho ejercicio fuera la “normalidad” a la que deberíamos retornar, cuando el problema era precisamente el entorno agresivo de deuda.

Decía que la deuda da sensación de poder, pero además, nubla la prudencia inversora y distorsiona la percepción de la realidad. Cada año invariablemente se revisan a la baja las estimaciones de crecimiento global, y es precisamente esa incertidumbre la que hace que el dinero creado con políticas expansivas no vaya a la economía real.

El incentivo perverso de inundar los mercados de dinero fácil genera una economía masivamente apalancada, desplaza capital a los sectores financieros y hunde la inversión productiva. Un Producto Interior Bruto (PIB) que es cada vez más parecido a un soufflé, lleno de aire. No solo se invierte menos, sino que el dinero se utiliza para recomprar acciones, pagar dividendos e intercambiar cromos –fusiones y adquisiciones-, no para inversión productiva.

Entre 1996 y 2006 las mayores empresas de EEUU (S&P 500) invertían alrededor de un billón (trillón americano) de dólares al año, de los cuales un 70% se dedicaba a inversión productiva e I+D y un 30% a recompra de acciones y dividendos. Desde 2009 la cifra de capital anual invertido total se ha disparado hasta superar los 2,3 billones de dólares, pero el 45% se usa para recomprar acciones y pagar dividendos. De hecho, ni la cifra de inversión productiva ni la de I+D han aumentado prácticamente –ajustada por inflación- desde 1998. Es decir, el dinero ‘gratis’ de la política expansiva se usa para lo que sirve… para protegerse, reducir el número de acciones en circulación, intercambiar cromos y devolver dinero a los accionistas, no para empleo y expandirse orgánicamente.

Estados Unidos ha creado casi la mitad de toda la masa monetaria de su historia en los últimos cinco años, y ha vivido el periodo más largo jamás visto sin subir los tipos de interés, y sin embargo, el índice de participación laboral (porcentaje de la población civil de Estados Unidos con más de 16 años de edad que tienen un trabajo o están buscando uno activamente) se ha desplomado a niveles de 1978, un 62,8%.

A pesar de la evidencia empírica de que las políticas no funcionan bien, seguimos pidiendo más. Volver a 2007. “Codigo Rojo” nos explica con un lenguaje claro y con multitud de datos los riesgos de esta situación y, lo más importante, como protegerse ante ellos.

Y es que es muy importante contar con libros como este. Porque todos los días escuchamos que “no hay riesgo”, que merece la pena tirarse al vacío y que «esta vez va a ser distinto, solamente hay que gestionarlo bien» como si fuese a aparecer un OVNI con extraterrestres preparados para gestionar esos recursos en vez de los mismos gestores que nos han quebrado. Dicen que «ahora no es el momento de ahorrar», pero en los tiempos de bonanza, tampoco ahorran, sino que gastan más.

El argumento a favor de olvidar el problema de deuda lo escuchamos cada día: “Lo que importa es crecer”.  Viene a decir lo siguiente:

Mientras se consiga salir de la recesión, y el coste de dicha deuda sea bajo, poco a poco se irá reduciendo el endeudamiento por la parte del denominador, el PIB. No nos preocupemos.

Solo tiene tres inconvenientes: el umbral de saturación, la deuda destructiva y el coste de la deuda.

¿Qué es el umbral de saturación?. El punto a partir del cual una unidad adicional de deuda no genera PIB, sino que simplemente estanca aún más la economía. Umbral que sobrepasamos en 2006 y en la OCDE, entre 2005 y 2007.

¿Qué es deuda destructiva? Aquella generada por gasto corriente improductivo, que no produce ningún efecto positivo y perpetúa un sistema que confisca y fagocita la actividad económica a través de impuestos, detrayendo inversión y consumo. En nuestro caso, un gasto público que supera en casi 35.000 millones los niveles de ingresos del pico de burbuja. En la Unión Europea, un déficit estructural de casi el 4% del PIB.

El coste de deuda. ¿Qué nos hace pensar que el coste de la deuda se va a mantener bajo eternamente? .  El coste de la deuda no se puede mantener artificialmente bajo para siempre. Y ahí es donde se generan los shocks, ante la acumulación de deuda viva cuando el coste bajo es insostenible.

La deuda pública ‘barata’ no es una panacea.  De hecho ‘barato’ es un término erróneo donde los haya, puesto que asume que no existe coste de oportunidad privada de invertir o ahorrar.

Se llega a una situación perversa en la que un país como Japón, con una deuda de más del 200% del PIB, donde las necesidades de financiación del país superan el 60% del PIB en 2013, y que se financia a un ínfimo 0,7% a diez años, paga, a pesar de un coste tan bajo,  25 billones de yenes de intereses ($257.000 millones), el equivalente al PIB de Singapur. No solo eso, sino que tener tipos bajos en su deuda no ha evitado que aumenten un 14% los intereses de la misma en un año (2013). El coste bajo no evita los problemas, hace que se perpetúen. Y luego vienen los recortes igual.

La deuda pública japonesa, barata o cara, supera en 24 veces a los ingresos fiscales del país.

Por eso el sistema se hace cada vez más frágil y sujeto a vaivenes ante el más mínimo movimiento de los tipos de interés. Dependemos de un entorno insostenible de tipos bajos eternos para que no vuelva a suponer un shock, como hace poco. Este libro, “Código Rojo”, nos alerta sobre la más que probable recaída del enfermo global. Una economía adicta a la deuda que ya no genera crecimiento suficiente para repagar y absorber los shocks futuros. Un alcohólico al que le hemos recetado una dosis diaria de dos botellas vodka para “curarlo”.

Un libro como “Código Rojo” es esencial hoy, cuando la sensación de euforia invade los mercados financieros, la percepción de “salida de la crisis” está en todos los medios y la frase más escuchada es “lo peor ha pasado”. El lector, ante los cantos de sirena, podrá analizar la realidad desde una perspectiva más crítica, para evitar sufrir los shocks en su patrimonio cuando la euforia se modere o desaparezca, que ocurre.  Lo que me parece más interesante del libro es que, si las economías globales mejoran, tendremos suficientes herramientas para aprovecharlo y beneficiarnos, y si nos encaminamos a otra crisis de similares magnitudes, también podremos proteger nuestros ahorros.

Porque mientras dedicamos nuestros esfuerzos a justificar tomar cada vez más riesgo por menos rentabilidad, cada dólar de estímulos como “necesario”, cada gasto inútil como «pequeño» y la deuda como «manejable», el sistema se hace más frágil.  Y la acumulación de riesgo acaba por explotar.

Tras leer “Código Rojo”, tendrán mucha más información para comprender lo que significa realmente para usted y sus ahorros cuando les dicen que la solución a nuestros problemas es crear dinero, aumentar inflación y bajar tipos para crecer, que “los fundamentales no han cambiado” o “Estados Unidos y Japón imprimen moneda y mira que bien les va”,  en definitiva, que “a largo plazo todo se justifica”. Porque, como decía el compositor Jim Steinman “The Future Ain’t What It Used To Be” (el futuro ya no es lo que era).

Evitemos la próxima crisis de deuda

17/5/2014 “Central banks, no matter how clever, cannot prevent crises”. Larry Elliott

Caer en la complacencia y la euforia tiene enormes riesgos cuando la recuperación es tan frágil.

Mientras Alemania y España mostraban ser los únicos motores de crecimiento de la Eurozona en el primer trimestre, la deuda pública ha seguido aumentando hasta casi un 95% sobre PIB entre los países del euro. Lo comentábamos en octubre, la deuda sí es el problema. Dejarse llevar por la caída de las primas de riesgo a mínimos de la serie histórica sin atacar de manera agresiva el gasto y el endeudamiento hace que ciertos “sustos” cobren especial relevancia. Son una señal de alerta.

El jueves, las primas de riesgo se disparaban en toda la Eurozona –en algunos casos hasta un 16%- ante el rumor –posteriormente desmentido- de que el Gobierno griego podría imponer un impuesto retroactivo sobre los inversores en bonos soberanos.

En el mercado hay miedo a un retorno de las políticas intervencionistaspor parte de gobiernos que piensan que las inversiones son donaciones. Y ocurre cuando esos mismos gobiernos se entregan a la complacencia de que “lo peor ha pasado” y empiezan a hablar, debate tras debate pre-electoral, de gastar y aumentar los déficits.

No se nos debe escapar que este repunte agresivo de las primas de riesgo coincidía a su vez con los mensajes de Jens Weidmann del Bundesbankapoyando posibles estímulos monetarios del banco Central Europeo, queanalizábamos hace unas semanas aquí. Así que nadie puede echarle la culpa a Merkel y los socorridos chivos expiatorios germanos tan queridos por nuestros defensores de “la culpa es de todos menos mía”. Es una prueba adicional de que la caída de la rentabilidad de los bonos europeos ha tocado fondo. Mucho cuidado con la burbuja de bonos ya que, con o sin estímulos del BCE, alcanza niveles de saturación.

El episodio del jueves es un “susto” puntual que no debemos ignorar, como cuando nos sale un lunar sospechoso. Los Estados están demasiado cómodos ante una trampa de exceso de liquidez de 180.000 millones de euros en Europa, añadido al dinero que sale de mercados emergentes y entra en los mercados europeos tras disiparse el riesgo de ruptura del euro. Este exceso de liquidez lleva a perpetuar la burbuja de bonos, y los Estados ignoran los errores de caer en ella. Estamos preparando la siguiente crisis si caemos en dicha trampa. No se soluciona reduciendo el aumento del déficit y echándose a dormir, sino recuperando los límites establecidos -3% déficit y 60% deuda/PIB-.

¿Por qué? Porque debemos evitar tirarnos en plancha y sin flotador a ese mismo escenario que criticábamos en 2010-2011, la dependencia de los «malvados» mercados, a los que hoy adoramos porque compran nuestros bonos a un tipo de interés similar a Estados Unidos y a los que maldeciremos el día que los vendan. La actitud pro-cíclica de los Estados de utilizar las épocas de bonanza crediticia para endeudarse más es el error de la cigarra.

En una conversación con Bloomberg me preguntaban si nos enfrentamos a uncambio de tendencia para los bonos españoles o simplemente a una toma de beneficios. En mi opinión, es una combinación de ambos factores. Los inversores han pasado de no tener nada de deuda europea en sus carteras a estar sobreponderados. Ha sido una inversión adecuada, pero como todo, tiene un recorrido. Además siempre es un riesgo mantener bonos europeos en medio de unas elecciones en las que los candidatos tienden a dar mensajes agresivos y populistas.

Los bonos periféricos deberían cotizar a una prima baja, como explica el grafico cortesía de Goldman Sachs, al reducirse el riesgo sistémico europeo. Las dudas sobre la banca y el euro son mucho menores. Sin embargo es incuestionable que existe un entorno de complacencia cuando las primas de riesgo caen a mínimos históricos mientras la deuda sube y los déficits siguen sin ajustarse adecuadamente. El mercado de bonos es siempre una comparativa entre riesgos equiparables y el de la periferia simplemente no es equiparable al de Estados Unidos o Reino Unido.

Comentaba ya hace unos años que no se sale de una crisis de la mano de las mismas medidas que la crearon: un endeudamiento excesivo y gasto muy por encima de las posibilidades de la economía bajo el mantra de “invertir en la recuperación”. Si la crisis de endeudamiento saltaba hace siete años con una OCDE que superaba el 300% de PIB de deuda total –pública y privada-, estamos saliendo de ella con un 350%. Y, además, estamos trasladando riesgo a unos bancos centrales descapitalizados, como si la expansión de los bancos centrales no se pagase. La pagamos todos, sea con impuestos, inflación, perdiendo el valor de nuestros ahorros en devaluaciones o todo junto.

Toda esa deuda, barata o no, se tiene que refinanciar en un futuro. La liquidez extrema y la euforia crediticia no duran eternamente. Stiglitz y Krugman mienten cuando dicen que no importa el total de deuda mientras el coste sea bajo. Japón, con casi un 240% de deuda sobre PIB, se gasta un 22% de su presupuesto anual en pagar intereses de la deuda a pesar de pagar sólo un 0,6% por sus bonos a diez años. Un coste “artificialmente bajo” porque el 87% de su deuda se la comen los propios japoneses en fondos, planes de pensiones y seguridad social.

La deuda adicional y los déficits como “instrumento para salir de la crisis” han demostrado ser un cuento tras dilapidar cientos de miles de millones en estímulos en Europa para acabar peor

DOS VARIABLES CLAVE: BALANZA POR CUENTA CORRIENTE Y CONSUMO

La última crisis de deuda se generó cuando los países más endeudados vieron su consumo desplomarse y sus déficits por cuenta corriente dispararse, como muestra “House of Debt”. Una combinación letal que nos llevaba a creernos que no pasaba nada porque nos engañábamos diciendo que “tenemos margen”.

Hoy podemos estar orgullosos en Europa, y España en particular, de haber corregido los brutales desequilibrios de la época de los “estímulos”. En España el déficit por cuenta corriente llegó a ser de 94.000 millones de euros, una monstruosidad. En 2013 se registraba superávit de 7.130 millones y un déficit menor de 6.400 millones en febrero de 2014. Sin embargo, elconsumo sigue siendo la asignatura pendiente, aunque se haya frenado la caída. Con una política depredadora de aumentos de impuestos ese consumo es el talón de Aquiles que puede relanzar la crisis de deuda si los gurús de Bruselas se lanzan, como en 2008, a suplir el consumo privado con gasto público y planes de estimulo estatales.

Salir del agujero de “estimular la demanda agregada desde el gasto público” y sanear la balanza por cuenta corriente nos ha alejado del riesgo de caer en otra crisis de deuda a pesar del alto déficit de las Administraciones Públicas.Ahora toca relanzar el consumo. O preparamos la siguiente crisis de deuda. Paga usted.

El desastre económico de Allende

«Populist policies do ultimately fail, and when they fail it is always at a frightening cost to the very groups who were supposed to be favored»  Macroeconomic Populism.

Cortesía Guillermo Sanchez (lean su blog)

Cuando un experimento «revolucionario» fracasa, los socialistas, en general, tratan de buscar una excusa que justifique el desastre. El caso de Chile y Salvador Allende es paradigmático. Según el relato socialista, dado el contexto de la Guerra Fría, a Allende le realizaron un «bloqueo invisible» (llamado así por el propio Allende) impulsado por el gobierno norteamericano de Nixon y su secretario de Estado Henry Kissinger, para desestabilizar la economía, fomentar el descontento y tumbar su gobierno. La prueba que siempre presentan prima facie es una instrucción escrita a mano por Nixon a la CIA que pedía «hacer gritar la economía (chilena)» (make the economy scream) o el memorandum 93 de Seguridad Nacional de Kissinger pidiendo medidas financieras y económicas contra Chile.

Pseudoerasmus tiene un genial post sobre si el supuesto «bloqueo invisible» contra Salvador Allende fue determinante o no en el fracaso absoluto de su gestión económica. En el me baso para lo siguiente. ¿Fue la intervención norteamericana responsable en mayor medida del desastre económico de Chile en 1970-1973? No, y veamos las razones.
1) La CIA no imprimió los billetes: Como ya vimos, los déficits de Allende eran brutales. En porcentaje del PBI fueron 6,69 % en 1970, 15,28 % en 1971, 24,53 % en 1972 y 30,48 % en 1973. Eso es increíblemente grande. Recuerden que ya un déficit de 6,69 % del PBI es un problema, por lo que uno de 30 % es una catástrofe.
¿Por qué hubo tal crecimiento del déficit? Hacia 1971, debido al aumento desorbitado de salarios y seguridad social. Ese era el plan populista de Allende: subir salarios nominales enormemente mientras se aplicaban controles de precios sobre los bienes. De los gastos corrientes del Estado, los salarios y la seguridad social, que ya representaban una parte importante, crecen de 15,83 % a 19,54 % y de 8,60 % a 11,87 % respectivamente entre 1970 y 1971 como porcentaje del PBI.

¿Cómo se financió ese agujero fiscal? Casi la totalidad con impresión de billetes. La emisión monetaria para financiar el déficit o «financiación interna neta» fue, en porcentaje del PBI, 6,60 % en 1970, 13,61 % en 1971, 22,71 % en 1972 y 30,40 % en 1973. Comparen esos porcentajes con los déficits en sus respectivos años.

En 1972 los ingresos fiscales en términos reales empiezan a caer. ¿Fue esa caída algún acto de la CIA? Por supuesto que no. Se debió al efecto Olivera-Tanzi: en periodos de inflación alta, la demora en la recaudación tributaria implica ingresos menores en términos reales.

Pero además el precio internacional del cobre cayó durante 1971 y 1972 un 25 %. Lo cual trastornó aún más los ingresos públicos y la entrada de dólares. ¿Acaso la CIA conspiró para bajar el precio internacional del cobre solo para perjudicar a un solo presidente latinoamericano?

Hacia 1973 el mayor factor que causaba el déficit fiscal eran los subsidios a las empresas estatales que no producían cobre. Solo esos subsidios representaban el 9,49 % del PBI. ¿A qué se debía ese brutal monto de subsidios? A la caída de producción como resultado de la nacionalización, problemas de gerencia y en especial a la política estatal deliberada de mantener bajos los precios minoristas para los consumidores.

El desastre era evidente y en absoluto hace falta una «intervención externa» para causarlo. Los gastos brutales en salarios, seguridad social y subsidios industriales combinados con una caída del precio del cobre y la erosión real de los ingresos tributarios por la inflación explican casi la totalidad del déficit de 30 % del PBI de 1973. La CIA ni controlaba el aumento de salarios, ni agrandaba el déficit, ni imprimía los billetes.

Pero es que recuerden que los propios miembros de Unidad Popular decían que deliberadamente dejaron de preocuparse de los déficits fiscales crecientes porque ello era «ortodoxo». Queda, por lo tanto, más que demostrado que los déficits bestiales son responsabilidad completa de Allende y Unidad Popular. Ellos buscaron el rojo de las cuentas públicas y eran conscientes de ello.
2) Los controles destruyeron la producción: Otra parte de la teoría del «bloqueo invisible» es que Chile tuvo problemas para importar piezas de repuestos debido a la insuficiente financiación comercial. Ello afectó la producción, contribuyendo a la escasez de productos y al desfinanciamiento estatal por la menor producción de cobre (debiendo aumentar el financiamiento inflacionario).
Por supuesto, esto tampoco es muy plausible dadas las medidas de Unidad Popular. Para combatir la inflación, casi toda la oferta chilena estaba sujeta a los controles de precios, racionamiento y nacionalización de la distribución de Allende. Predeciblemente, ello provocó escasez, acaparamiento y colas, reduciendo la producción. Hacia el final del gobierno de Allende, el tipo de cambio del dólar de mercado negro era 40 veces (¡CUARENTA!) el del mercado oficial.

Recuerden que el plan de Unidad Popular incluía mantener artificialmente bajo el dólar. El aumento en esa prima de mercado negro acompaña la caída de la producción industrial.
3) No solo los camioneros estaban molestos: Otra pata de la teoría conspiracionista externa es que la CIA financió directa o indirectamente a los camioneros y dueños de compañías transportistas para realizar importantes paros que desestabilizaran al gobierno y agravaran la escasez.
Aun si asumiéramos que de verdad la CIA mandó fondos a los transportistas para realizar huelgas, ellos solo eran una parte de un mucho mayor descontento con los resultados de las medidas del gobierno en un país que ya de por sí era propenso a los paros. Solo en 1973 hubo 2.050 paros que involucraban más de 700 mil trabajadores. En 1972 ocurren 3.325 paros con más de 390 mil trabajadores y en 1971, antes de los paros «financiados por la CIA», 2.696 huelgas de casi 300 mil trabajadores. Difícilmente alguien podría argumentar jamás que todos los trabajadores estaban contentos. Había una proporción importante que no lo estaba. ¿Acaso todos ellos estaban financiados por Estados Unidos también?

Las amplias huelgas de 1973 demandaban la indexación de los salarios a la inflación y se realizó en simpatía con la huelga de los mineros de cobre de 74 días. La cual fue reprimida con la policía por parte de Allende, detalle que muchos socialistas siempre «olvidan» mencionar.

¿Cómo se puede culpar de ese malestar de los trabajadores a factores externos? La hiperinflación (causada por la emisión monetaria del gobierno) les destruía los salarios reales a los trabajadores, ¿Puede alguien de izquierda coherentemente decir que debieron quedarse sin hacer nada ni protestar? Los sindicatos socialistas y comunistas ciertamente eran parte de la coalición de Unidad Popular, pero claramente tenían poco control sobre los trabajadores.
4) La CIA no controlaba el precio del cobre ni realizó la reforma agraria: La balanza de pagos Chilena tuvo dos problemas principales coincidentes y que no se pueden imputar a la CIA: primero que el precio del cobre cayó 25 % en 1971-1972 mientras que el precio en dólares de las importaciones subía por la inflación de la moneda americana y segundo la producción agrícola se desplomó por la reforma agraria y por los controles de precios.
Incluso suponiendo que damos por cierto el absurdo supuesto de que la CIA de alguna manera controlaba el precio del cobre, ¿Por qué lo redujo solo en 1971 y 1972 y no en 1973? ¿Por qué ayudar a Allende con el repunte del precio en ese último año?

Pseudoerasmus nota que la reforma agraria también tuvo mucho que ver con la brutal caída en la producción de trigo y otros productos agrícolas. Es verdad que la reforma agraria comenzó con los gobiernos previos de Alessandri (1958-1964) y Frei (1964-1970), pero Allende la aceleró enormemente y el ambiente político incitaba la ocupación espontánea por parte de los campesinos de las tierras.

Los ingresos de exportaciones de Chile cayeron por la baja del precio del cobre y el menor poder adquisitivo de los dólares por la inflación internacional al mismo tiempo que aumentaba la demanda de importaciones de comida. Si el déficit de balanza de cuenta corriente no es compensado con ingresos de divisas (préstamos externos, ayudas o inversiones externas), entonces el déficit de balance de pagos se paga con reservas del Banco Central. Y eso fue lo que ocurrió en 1971-1973.

Solo en 1972 la mayor importación de alimento se pagó en parte importando menos bienes de capital e intermedios, donde van incluidos los repuestos. Si Chile no hubiera tenido que importar esa gran cantidad de comida, porque su producción interna se desplomó debido a los controles de precios y su desastrosa reforma agraria, no hubiera tenido problemas en conseguir repuestos importados aun con la caída del precio del cobre.
5) ¿Bloqueo del crédito?: El último escape socialista para justificar el fracaso de Allende es el «bloqueo del crédito internacional». Según ellos, como Estados Unidos impuso una restricción del crédito internacional, Chile tuvo que vivir solo de sus reservas para importar. Las cuales inevitablemente se terminaron agotando pues Allende no tuvo acceso a préstamos o ayuda internacional para compensar.
Es cierto que Chile se «comió» gran parte de las reservas y hacia septiembre de 1973 estaba en camino a una crisis de balanza de pagos. Pero todavía no había tenido una. Allende había logrado «llegar a fin de mes» durante todos los años de gobierno hasta el final de su vida.

Como muestra Pseudoerasmus, a excepción de 1971, cuando hubo una fuga de capitales, los ingresos de capital netos de Chile en 1970-1973 como porcentaje del PBI fueron muy similares a los de los años 60s. Ergo, en comparación con el periodo previo, el ingreso neto de capitales en proporción al PBI no cayó durante casi todo el periodo de Allende. Además, a fines de 1971 Chile declaró una moratoria sobre gran parte de su deuda externa, que incluía a Estados Unidos, por lo que los dólares ahorrados y no transferidos se consideran de facto ingreso de capitales. Por lo que si Chile vivió de sus reservas en los años de Allende fue por las mayores importaciones de alimentos y la caída del precio del cobre, no debido a una restricción externa del crédito.

Es más, Chile se las arregló para tomar préstamos del Club de Paris, del bloque socialista, Europa occidental y Latinoamérica, aun cuando varias veces los créditos debían pagarse en parte con importaciones desde los países acreedores. Por eso la deuda externa Chilena aumentó desde 2.067 millones de dólares en 1970 a 2.703 millones en 1973. Incluso suponiendo que Estados Unidos paralizó todos sus créditos y ayuda (lo cual no es cierto. Los bancos privados americanos redujeron gradualmente sus líneas de crédito, nunca las eliminaron totalmente), Allende claramente consiguió obtener ambos de varias otras partes del mundo. Y si los bancos privados norteamericanos redujeron gradualmente el crédito, fue en respuesta a la deteriorada solvencia de Chile, no por cuestiones políticas. Los bancos no hacen caridad, y aun si la hicieran ello solo quiere decir que el socialismo se sostiene de la caridad.

Es verdad, si Allende hubiera obtenido mucho más ingreso de capitales, suficiente para cubrir la demanda de importaciones, no habría tenido el apretón de divisas que tuvo. Pero eso necesariamente implica que la «revolución socialista» solo se sostiene con financiamiento de los capitalistas imperialistas. La frase de que «el socialismo fracasa cuando se les acaba el dinero… de los demás» sería una descripción completamente correcta.

En conclusión, incluso aceptando que hubo alguna intervención de Estados Unidos en Chile, sus efectos en la economía chilena fueron mínimos en comparación con los resultados nocivos de las medidas tomadas por Salvador Allende.

Que los socialistas se hagan cargo de sus desastres y no inventen excusas. La catástrofe económica chilena entre 1970 y 1973 fue responsabilidad, en su inmensa mayoría, de las acciones de Allende y Unidad Popular, no de la CIA.

Guillermo Sánchez

Lean también «The Hyperinflation in Chile. Lessons for us all» del Economic Policy Journal aquí.