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Acerca de Daniel Lacalle

Daniel Lacalle (Madrid, 1967) es Doctor en Economía, profesor de Economía Global y Finanzas, además de gestor de fondos de inversión. Casado y con tres hijos, reside en Londres. Es colaborador frecuente en medios como CNBC, Hedgeye, Wall Street Journal, El Español, A3 Media and 13TV. Tiene un certificado internacional de analista de inversiones CIIA y un máster en Investigación económica y el IESE.

Europa no soportará la inflación

Los inflacionistas están contentos. Suben los precios a un máximo de cinco años y algunos se frotan las manos con la idea de que su gran plan de crear inflación por decreto va a ser un éxito.

La inflación, el impuesto de los pobres,

aplaudida por ningún consumidor en ningún lugar nunca.

El discurso del inflacionista es sencillo y, por ello, falso. Si aumenta la inflación se “desinfla la deuda”, entrando en un proceso de desapalancamiento ya que los pasivos de estados, empresas y familias van perdiendo valor cada año. “Si la inflación sube a un 4%, cada año tenemos un 4% menos de deuda” me dijeron a mí en un programa de televisión. Pensé “genial, y si es del 50% en dos años no tenemos deuda”. Una sandez.

El problema de la Eurozona es muy distinto y no lo “soluciona” la inflación.

Las nuevas emisiones de deuda de la Eurozona en 2017 solamente se sitúan entre una estimación de 20.000 millones de euros, un total de 885.000 en 2017, hasta 40.000 millones en un total de 900.000 millones según ING y Morgan Stanley, respectivamente.

La capacidad de repago de la deuda, según Moody´s, se ha reducido a niveles de 2007 por los déficits acumulados, el deterioro de caja y solvencia crediticia de agentes públicos y privados.

El problema del argumento simplista del inflacionismo de consenso es que no ocurre. Desde Deutsche Bank a Morgan Stanley están alertando del riesgo de “confiar” en una salida inflacionista a la trampa de liquidez.

– Con el aumento de la inflación, suben los tipos de interés reales y la factura de intereses, en países que no reducen su deuda en términos absolutos, sube.

– Los ingresos fiscales no crecen con la inflación porque se mantiene la sobrecapacidad -del 20% en la Eurozona-, y la debilidad de márgenes y rentas. El que piense que los salarios reales van a crecer igual o por encima de la inflación con el stock de desempleo que existe en la eurozona, delira.

– Los insumos aumentan de precio más que las ventas, por la sobrecapacidad y el envejecimiento de la población.

– La deuda “actual” -el stock- reduce su valor en términos reales, por la inflación, pero el déficit y el coste, suben.

Si tomamos las necesidades de refinanciación de la Eurozona, cercanas al billón de euros anual, y asumimos un aumento de la inflación hasta duplicarse con respecto a los niveles actuales, cualquier análisis serio que tenga en cuenta las particularidades de las economías europeas, puede ver fácilmente que el efecto en el coste de financiarse de los agentes económicos y el aumento del déficit supera, en una ratio de 1,05 a 1, el “beneficio” de desvalorizar la deuda.

Por supuesto, el alquimista inflacionista confía en que ese efecto -que no pueden negar ni ellos- lo anule el gas de la risa monetario del Banco Central Europeo, que tendrá que recomprar todo lo que se emita o más para evitar que los tipos reales suban con la inflación. Bienvenidos a la receta de la estanflación.

Cuando los tipos artificialmente manipulados se sitúan debajo de esa inflación real, se desploma el crédito concedido, la inversión productiva real cae y con ella, la velocidad del dinero. De hecho, la inversión y crédito que se incentiva es de alto riesgo y a muy corto plazo para compensar esa diferencia entre realidad y tipos manipulados.

La realidad es que la Eurozona no puede salir de la trampa de liquidez cuando el 90% -según Reuters- de las necesidades de financiación netas son para cubrir déficits que pagan gastos corrientes. Ya lo vimos cuando la inflación era del 3 hasta el 5%… Pero entonces ni teníamos la deuda que tenemos ahora ni el déficit estructural anual. El flujo de gastos aumenta, por la inflación, pero no el de ingresos, por circunstancias estructurales de productividad y márgenes. Las PyMEs, el 90% de las empresas de España, no pueden trasladar esos aumentos de inflación a sus márgenes -y con ello a sus bases imponibles- porque los insumos suben más que los ingresos, ni a sus salarios.

Si a eso añadimos una estructura de “grandes empresas” en Europa, conglomerados industriales de muy baja productividad, pobres rentabilidades y alto endeudamiento externo por adquisiciones supranacionales, su sensibilidad en beneficios y pago de impuestos en Europa a subidas de la inflación es muy pobre. Las estimaciones de la Tax Foundation y otros estudios es que el impacto en beneficios es casi cero, incluso negativo.

Las familias han conseguido reducir su endeudamiento admirablemente en estos años. Y la inmensa mayoría de su riqueza está en depósitos. Pero si pensamos que una población envejecida se va a liar a consumir más en términos reales porque suban los precios, es que no hemos aprendido nada de la evidencia del pasado. Pero dirán que ésta vez es diferente.

El problema de la Eurozona es que se intenta solucionar el problema estructural con cualquier medida excepto la que arregle el incentivo perverso que perpetúa el estancamiento. La transmisión constante de rentas del eficiente y el ahorrador al endeudado e ineficiente.

Se pretende arreglar la economía sin tocar los mecanismos que la ralentizan. La negativa numantina a tomar medidas de oferta y reincidir en repetir los errores del pasado acabará pesando.

La Unión Europea se carga cada vez más de costes fijos y gasto improductivo, poniendo escollos en la dinamización de la economía en favor de más elefantes blancos y frenos al crecimiento. La inflación por decreto no va a cambiarlo. Lo extiende.

Pero le dirán que es por su bien.

Olviden el muro. La oportunidad de México… Y de Europa

Ante todo mucha calma.

La polémica del muro –ese que construyó Bill Clinton y reforzaron Bush Jr y Obama sin que nadie dijera nada- ha hecho saltar de nuevo el miedo a la guerra comercial, de la que hablamos hace unos días.

Los medios de comunicación se centran en los riesgos y el impacto de una ruptura de relaciones comerciales entre EEUU y México. Hemos caído en la trampa del mago. “Fíjese en la mano” mientras el truco ocurre en otra parte. El truco es la superalianza fiscal y comercial anglosajona.

Nosotros vamos a hablar de oportunidades. Las cifras en juego son relevantes, pero hay que hacer matices.

EEUU exportó en 2015 a México 267.000 millones de dólares, e importa 316.400 millones de dólares. Por lo tanto, el déficit comercial con México fue 49.200 millones de dólares. Según Trump, casi 60.000 en 2016.

Primer matiz: 12.500 millones de dólares vienen por importaciones de crudo. De hecho, esa cifra se ha reducido a la mitad por la caída del precio del crudo Maya y el aumento de producción local de EEUU.

Segundo matiz: Casi un 40% de ese déficit comercial viene de empresas norteamericanas que producen en México y venden en EEUU.

Por lo tanto, como explicamos aquí (“El proteccionismo solo protege al gobierno”) se puede decir que los riesgos para las dos economías son muy relevantes, y nadie ganaría. Otra cosa es que se renegocien los acuerdos y se llegue a una solución que sea beneficiosa para todos, que es lo que yo espero.

Pero hablemos de oportunidades. México es uno de los países con mayores redes comerciales con el mundo. Cuenta con doce Tratados de Libre Comercio con 46 países. Es una importante diferencia con otros países que tienen menos apertura comercial.

Pero la mayor oportunidad para México es desempolvar la tristemente olvidada reforma energética y recuperar la producción de petróleo atrayendo inversión extranjera, concediendo licencias a operadores eficientes internacionales, fortaleciendo y abriendo PEMEX a la inversión extranjera, reduciendo costes para que sea un operador de alto valor añadido y mayor productividad.

No hay mal que por bien no venga, y un susto como este episodio debe ser una oportunidad para reactivar procesos de mejora de la economía, aprovechando la gran ventaja de los tratados comerciales ya firmados, para orientar la economía mexicana a ser un país petrolero que huya del rentismo y la ineficiencia, que evite que Pemex se convierta en otra PdVSA (la petrolera venezolana, arruinada por el chavismo) y que se abra la economía con contratos y concesiones más atractivas para la inversión… Porque cualquier geólogo sabe que el potencial del petróleo es espectacular –reactivar Catarell, potenciar exploración, recuperación más eficaz–. Pero en gas pizarra, el potencial de México es enorme, ya que en la franja norte se extiende el tesoro que ha desencadenado la revolución energética de EEUU.

LA OPORTUNIDAD DE EUROPA

Theresa May fue ovacionada en Philadelphia cuando recordó que la relación entre EEUU y Reino Unido es especial y que seguirán liderando el mundo. Pero no se nos debe escapar un elemento importante.

Theresa May promete convertir a Reino Unido en el Singapur de Occidente. Las palabras de Moscovici y Schaeuble regañando al Reino Unido diciendo que «¡No pueden bajar impuestos!»… ni «¡Cerrar tratados bilaterales!» han sentado como un jarro de agua fría a los defensores de mantenerse en la Unión Europea. Un buen amigo, favorable al remain, me decía “parece que en la UE se han unido a la campaña por el brexit”.

La fortaleza de EEUU y Reino Unido si se pone en marcha la revolución fiscal anunciada, reside en la atracción de más de 95.000 millones de dólares fuera de la Unión Europea –según Nomura– y convertirse en centros globales de inversión. No se le escapa a casi ningún analista del mundo que no es difícil aprovechar las debilidades de la Unión Europea en burocracia, altos impuestos y riesgo político para captar oportunidades de inversión globales.

Con un reto como ese, la Unión Europea no puede usar su tradicional “política del avestruz” y enrocarse en un modelo que va en sentido contrario a los países líderes. Se deben poner en valor las indudables ventajas del mercado único y la Unión pensando, que ya toca, en la competitividad, la creación de empleo y la atracción de inversión. No porque lo diga un comité, sino porque demostremos que somos mejores.

La oportunidad de México que comentábamos, hacer de un riesgo una oportunidad, es exactamente la misma que tiene una Unión Europea donde ya es más que evidente que replicar el dirigismo francés y ser un infierno fiscal no es precisamente el camino para el crecimiento. La Unión europea se torpedeó a sí misma haciendo los costes de la energía casi el doble de caros que los de EEUU, pero eso puede cambiar. Lo mismo con las trabas burocráticas y fiscales.

El “enemigo exterior” es muy goloso para el burócrata. Si no funciona, se le echa la culpa a los malvados extranjeros de que no funcione el plan. Pero los retos globales se pueden convertir en grandes ventajas cuando pensamos en las familias y las empresas.

La Unión Europea, como México, cuenta con un enorme superávit comercial, excelentes empresas y grandes profesionales. Es hora de cambiar el chip. Contra el proteccionismo, más comercio. Y decir “viva la competencia”, que hay mucho margen en la UE para bajar impuestos y dejar de ahogar a empresas y familias.

Olviden el muro. Ya existe. Es un subterfugio. Lo importante es la alianza fiscal y comercial que se está tejiendo entre las potencias líderes. Para afrontar ese reto, menos burocracia y más competitividad.

El proteccionismo solo protege al gobierno

El resurgimiento del proteccionismo no es una novedad y no ha llegado con Trump ni May.

Desde 2008, el país que más medidas proteccionistas ha impuesto, de lejos, es EEUU, según Geopolitical Intelligence Service.

Entre 2010 y 2015, se implementaban entre 50 y 100 nuevas medidas proteccionistas en los primeros cuatro meses de cada año. En 2016, más de 150.

Esta semana se ha hecho realidad la defunción del tratado Transpacífico (TPP) que comentábamos aquí, y me enternece ver a comunistas, socialdemócratas e intervencionistas varios criticar la decisión de Trump que ellos promovían con el TTIP y todo lo que huela a mercado.

Porque el tratado estaba muerto ganase Trump o Clinton, que afirmaba, ya en 2016, que se oponía al tratado y lo iba a eliminar.

Es, como mínimo, divertido que los medios ensalcen las palabras del primer ministro chino sobre globalización y apertura en Davos cuando una de las naciones más proteccionistas del mundo es la suya. Una manera de alentar el proteccionismo es a través de las empresas estatales ineficientes. Según Wilbur Ross, más de un tercio llevan años en pérdidas y aumentando sobrecapacidad mientras se las mantiene zombis con bancos y dinero público. Esa sobrecapacidad, que alcanza el 40%, les lleva a vender el exceso de producción a precios muy inferiores al coste.

Lo triste de toda esta ola proteccionista es que llega por todos lados, desde Japón a India. Cincuenta y cinco países han aumentado medidas proteccionistas en los últimos ocho años, según Global Trade Alert.

¿El resultado? El desplome del comercio internacional, el peor crecimiento global desde 2008 y más deuda.

No le echemos la culpa a Trump, por lo tanto.

Wilbur Ross y el propio Rex Tillerson explican que en los últimos ocho años la manera de lidiar con las prácticas anti competencia y anti comercio de China, que tiene el mayor superávit comercial del mundo con EEUU, ha sido poner una sonrisa y –en silencio- intentar limitar la entrada de bienes y servicios vendidos a precio por debajo de coste. Un caso bastante popular fue el de los paneles solares. Pero esa política de “sonrisa global y proteccionismo real” claramente no ha funcionado. Ahora llega la política de amenaza y acuerdo.

Pero el desencuentro China-EEUU no justifica la posición con respecto al TPP, Nafta y otros ni la tentación del mercantilismo. La terrible sombra de esas medidas intervencionistas, que espero que no se implementen, nos recuerdan a los errores de Carter, por ejemplo, o de Japón.

El proteccionismo se nutre del chivo expiatorio del enemigo exterior y la falsa varita mágica del Estado redentor para prometer mentiras.

La primera mentira es decir que industrias de baja productividad, que hoy no son competitivas, van a empezar a serlo por limitar el comercio con países que tienen menores costes.

La evidencia nos muestra que es empíricamente falso. Ni el porcentaje de importaciones de países “baratos” se disparó antes, ni se aumenta la producción local por eliminar el comercio.

La segunda mentira es que se crean más puestos de trabajo y con mejores salarios.

El único efecto real es que se disparan los precios por el aumento de aranceles y las industrias obsoletas caen igual. No se mejora el empleo ni suben los salarios porque la sobrecapacidad se perpetúa. De hecho, en un mundo con el nivel de endeudamiento actual, del 225% del PIB, un efecto colateral añadido es que el aumento de la inflación y, con ella, los tipos de interés reales, se llevan por delante a los sectores de baja productividad por el aumento de sus costes financieros, ya que –no es sorpresa- también son sectores que actualmente tienen un apalancamiento superior al histórico.

La tercera mentira es que las empresas se irán a mi pueblo porque lo diga un comité.

Por supuesto, la idea de unos y otros defensores del proteccionismo, de la izquierda a la derecha, se alimenta de la idea ridícula de que las empresas que hoy contratan y fabrican en India o México se irían todas a Virginia o a Albacete. No ocurre.

Si pensamos que una industria que no es competitiva hoy, lo va a ser por un arancel del 35% a sus competidores, podemos olvidarlo. Simplemente se cierran negocios, y los más desfavorecidos son los países pobres, que sufren el doble efecto de la inflación, menor comercio y el cierre de empresas.

Es una entelequia pensar que las fábricas de automóviles, por ejemplo, van a producir y vender más porque LePen les obligue a instalarse en Francia. Todo su crecimiento viene de las exportaciones, y los países que sufren las medidas proteccionistas, también las imponen a los países exportadores. Pierden todos. En una industria que ya tiene hasta un 30% de sobrecapacidad (The road to 2020 and beyond: What’s driving the global automotive industry? McKinsey), será un dominó de cierres de capacidad productiva y menos empleo.

La última es pensar que la autarquía es posible en economías y empresas abiertas. Ni Renault es una empresa francesa, sino global, ni lo es la inmensa mayoría de los grandes sectores. La llegada del intervencionismo mercantilista solo alegra a los sectores rentistas, que ni crean empleo ni mejoran la productividad. Y siguen en proceso inexorable de desaparición por obsolescencia.

¿Saben esto los populistas de puño cerrado y los de mano abierta? Claro. El historial de fracaso del proteccionismo es tan apabullante que sólo un político podría ignorarlo pensando que “esta vez va a ser diferente” porque lo aplique él o ella. Pero esos populismos son también los que llaman “estratégico” a los rentismos clientelares. Estratégico para administrar las migajas de lo que queda.

Y es que lo que esconde la falacia del proteccionismo es nada más que promover el intervencionismo más rancio.

No se trata de proteger a uno u otro país de los chinos, sino de copiarles.

Dar más poder a los políticos y control sobre la actividad económica, con el beneplácito de los ciudadanos que se tragan la mentira de que la tecnología destruye empleo y que la inflación creada se les va a compensar en mayores salarios reales.

Mientras tanto, el gobierno que le promete que usted estará mejor empobreciendo al vecino, se beneficia, convirtiéndose en el que impone las decisiones de inversión o contratación. Aunque luego le sale el tiro por la culata, siempre, se presentará ante nosotros como el “protector”, el que lo intentó. Lo hizo por nosotros.

Y, por supuesto, la inflación –el impuesto de los pobres- de la que se beneficia el Estado endeudado “desvalorizando” sus enormes deudas a costa de la renta disponible de los ciudadanos, que no ven su poder adquisitivo mejorar, porque los salarios reales no aumentan. Pero el político le echará la culpa a las empresas, a los comercios y al nuevo álbum de U2 si hace falta.

El único protegido por el proteccionismo es el gobierno que lo impone. Los demás pagamos la ocurrencia.