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Economía global

Los Robots no nos quitan el trabajo, los políticos, sí

Los Robots No Nos Quitan El Trabajo, Los Políticos, SíNo me preocupa la inteligencia artificial, me aterra la miopía humana. Y el debate sobre la tecnología y la sociedad que vamos a tener en el futuro se está aprovechando para engañar a los ciudadanos y que acepten someterse a unos políticos que no nos pueden ni nos van a proteger, pero a buen seguro van a lucrarse prometiéndolo. Seguir leyendo Los Robots no nos quitan el trabajo, los políticos, sí

El origen del dinero y el intercambio como base de la vida económica

¿Cómo fue el comienzo de la moneda? Claro es que Robinson Crusoe no tenía necesidad alguna de moneda. No hubiera podido alimentarse con piezas de oro. Tampoco Crusoe y Viernes, para intercambiar, pescado por madera, tenían por qué preocuparse del dinero. Pero cuando una sociedad se expande más allá de unas pocas familias, queda preparado el campo para que aparezca la moneda.

Por ello, para explicar el rol de la moneda debemos remontarnos aún más atrás y preguntarnos: ¿cuál es el motivo de que se introduzca el intercambio entre los hombres? El intercambio es la base principal de nuestra vida económica. Sin intercambio, no existiría economía verdadera y tampoco habría sociedad. El intercambio es un acuerdo entre A y B para la transferencia de los bienes o servicios del uno a cambio de los bienes o servicios del otro y resulta obvio que en el intercambio voluntario ambas partes esperan beneficiarse, ya que cada uno atribuye mayor valor a lo que recibe que a lo que entrega en cambio.

¿Por qué tendrá que ser el intercambio algo tan universal en la especie humana? Fundamentalmente, a causa de la gran variedad que existe en la naturaleza: la variedad en el hombre, y la diversidad en la ubicación de los recursos naturales. Todo hombre posee un conjunto diferente de habilidades y aptitudes, y todo lote de terreno está dotado de características peculiares, que son únicas, de sus propios recursos distintivos. La especialización permite que cada hombre desarrolle su mejor habilidad, y hace posible que cada región desarrolle sus propios y particulares recursos naturales. Si ninguno pudiera intercambiar, si todo hombre estuviera forzado a ser completamente autosuficiente, es obvio que apenas podríamos mantenernos con vida. El intercambio no sólo es la sangre vital de nuestra economía, sino de la civilización misma.

Sin embargo, el intercambio directo de bienes y servicios (trueque) alcanzaría escasamente para mantener a una economía por encima del nivel primitivo. Si bien el trueque es positivo, sólo es algo mejor que la autosuficiencia pura. Sus dos problemas fundamentales son la indivisibilidad y la falta de coincidencia en las necesidades. De modo que, si un granjero tiene un arado, que desearía cambiar por huevos, pan y un traje, ¿cómo podría hacerlo? ¿Acaso podría partir su arado y dar un pedazo a un granjero y otro a un sastre?

Aun en el caso de que los bienes sean divisibles, generalmente resulta imposible que dos personas dispuestas a intercambiar se encuentren entre sí en un momento dado. Pero el hombre, en su interminable proceso de prueba y error, descubrió el camino que posibilita alcanzar una economía de gran expansión: el intercambio indirecto. Mediante el intercambio indirecto, uno vende su producto, no a cambio de un bien que se precisa directamente, sino a cambio de otro bien que, a su vez, es vendido a cambio del bien que uno necesita. A primera vista, esto parece una operación imprecisa y tosca. Pero en realidad constituye el maravilloso instrumento que permite el desarrollo de la civilización.

Considérese el caso del productor de huevos A, que quiere comprar los zapatos que fabrica B. Ya que B no necesita los huevos que A produce, éste, al descubrir que lo que B necesita es manteca, cambia huevos por manteca elaborada por C, y la vende a B, a cambio de zapatos. Compra la manteca, no porque la necesita, sino porque valiéndose de ella podrá conseguir sus zapatos. Así, la superioridad de la manteca reside en su mayor comerciabilidad. Si un bien es más comerciable en el mercado que otro, si todo el mundo está convencido de que se puede vender más rápida y fácilmente, habrá mayor demanda de él, porque será usado como medio de intercambio. De este modo, dicho bien se convertirá en el medio a través del cual una persona especializada puede intercambiar lo que produce por los bienes producidos por otros productores especializados.

Esto es, el bien en cuestión se ha convertido en el medio de intercambio indirecto. En toda sociedad, son los bienes más vendibles los que gradualmente quedan elegidos para desempeñar el papel de medio de intercambio indirecto. A medida que aumenta su requerimiento como medio de intercambio, crece la demanda de tales bienes en razón de la finalidad para que son utilizados, y así se convierten en más comerciables aún, lo cual genera un círculo virtuoso sobre dichos bienes.

Finalmente, una o dos mercaderías llegan a utilizarse de modo generalizado como medio de intercambio indirecto, motivo por el cual terminan recibiendo la denominación de moneda o dinero. Históricamente se registró la utilización de muchos bienes como medio de intercambio: el tabaco, el azúcar, la sal, el ganado, los clavos, el cobre, los cereales y hasta el whisky. A través de los siglos, dos mercancías: el oro y la plata, han sobresalido en la libre competencia del mercado, para convertirse en moneda, y desplazaron a todos los demás artículos. Ambos han presentado una comerciabilidad única, tienen gran demanda como artículos de ornamentación y llegan a la excelencia en cuanto a las demás cualidades necesarias.

A su vez, la plata, por ser más abundante relativamente que el oro, ha sido considerada más útil para los intercambios menores, en tanto que el oro ofrece más utilidad para las transacciones de mayor valor. En todo caso, lo importante es que, por cualquier razón, el mercado libre, en un proceso selectivo, ha encontrado que el oro y la plata fueran las mercaderías más eficientes para servir de moneda.

GDP per capita

Capitalismo vs comunismo: economía planificada, desastre seguro

Una de las ironías de nuestro tiempo es que la mal llamada ‘nueva política’ rescata del cajón de donde nunca debieron salir algunas de las ideas económicas más desastrosas. En los últimos debates a los que he asistido, aparece como gran idea, como novedad para mejorar el desempleo y la temporalidad, la glorificación de los regímenes comunistas y la economía planificada. Seguir leyendo Capitalismo vs comunismo: economía planificada, desastre seguro

¿Ralentización o recesión global?

 

Una de las frases más peligrosas que se suele escuchar es “los fundamentales no han cambiado”. Cambian, y mucho.

Si analizamos las expectativas de crecimiento global de los organismos internacionales, lo primero que nos debería preocupar es la velocidad e intensidad de las revisiones a la baja. En EEUU, por ejemplo, pasamos de una expectativa de crecimiento del 3,5% al 2% en menos de seis meses. Si miramos la revisión de estimaciones del cuarto trimestre de 2015 para las principales economías del mundo, en veinte días se rebajaron más de un 40%.

No es sorprendente que el FMI y la OCDE hayan recortado sus expectativas para 2016 y 2017 ya en enero. ¿Se pueden equivocar? Sí, pero si atendemos a la historia, casi siempre lo han hecho por optimistas, no por cautelosos.

Este proceso de reducción de estimaciones no ha terminado.

China es una de las claves. La economía global ha estado apalancándose justificando enormes inversiones para atender al crecimiento chino, ignorando la fragilidad del mismo. China, con una sobrecapacidad de casi el 60% y una deuda total que ya supera el 300% del PIB, se encuentra con un problema financiero del que solo saldrá con grandes devaluaciones -muchos inversores esperan un 40% en tres años- y menor crecimiento. Ese aterrizaje no será corto. No se soluciona un exceso de más de una década en un año. Exporta desinflación al resto del mundo, al devaluar e intentar exportar más, y cuando el “motor del mundo” se ralentiza porque termina un modelo insostenible, salta el exceso de capacidad instalada global creado para a ese espejismo. Caen las materias primas y los países dependientes de ellas, sufren.

Los economistas de consenso han sobreestimado los efectos de la política monetaria y fiscal expansiva e ignorado sus riesgos. Unas medidas de emergencia que se han convertido en perpetuas.  Y la economía global, tras ocho años de políticas expansivas, se encuentra con tres efectos que aumentan la fragilidad.

Primero, el exceso de liquidez y bajos tipos han hecho que aumente la deuda global en más de 57 billones de dólares, liderado por un crecimiento de la deuda pública del 9% anual, según el Banco Mundial.

Segundo, la sobrecapacidad industrial se ha perpetuado por las refinanciaciones de sectores ineficientes y endeudados. Los gobiernos no entienden el efecto acumulativo de dicha sobrecapacidad porque siempre lo achacan a falta de demanda, no a asignación incorrecta de capital. En 2008, era un problema fundamentalmente de países desarrollados. Con los enormes planes de expansión en emergentes, esa sobrecapacidad se ha acumulado y trasladado a dos tercios de la economía global. Brasil, China, los petroestados, y el sureste asiático en 2015 se unen a los países desarrollados en sufrir las consecuencias de la inversión en elefantes blancos -gastos enormes en proyectos de cuestionable rentabilidad “para sostener el PIB”-.

Tercero, la represión financiera -bajar tipos y devaluar- no ha llevado a los agentes económicos a acelerar la actividad. La guerra de divisas y la manipulación de la cantidad y precio del dinero hace que la velocidad del mismo -que mide la actividad económica- se ralentice. Porque la percepción de riesgo es mayor y el crédito solvente no crece ya que el coste de capital medio sigue siendo superior a la rentabilidad, haciendo que la capacidad de repago de deuda se reduzca en emergentes y cíclicos por debajo de los niveles de 2007 según Fitch y Moody´s.

Desde 2008, los países del G7 han añadido casi 20 billones de dólares de deuda, con casi siete billones de expansión del balance de los bancos centrales para generar solamente poco más de un billón de dólares de PIB nominal, aumentando la deuda total consolidada del sistema al 440% del PIB.

Una recesión de balances no se soluciona con más liquidez e incentivos para endeudarse. Y desde luego no se soluciona, como pide Larry Summers, gastando en “infraestructuras”.

Compensar la ralentización china y emergente desde el gasto público es fiscalmente imposible. Hemos superado el umbral de saturación de deuda -cuando una unidad adicional de deuda no genera aumento de PIB nominal-. Las necesidades globales de infraestructura y educación son de unos 855.000 millones de dólares anuales, según el Banco Mundial. Todo ese gasto adicional, si se lleva a cabo, no compensa ni la mitad del impacto de China. Ni siquiera si asumimos multiplicadores que están más que desacreditados por la realidad, visto en estudios del Nobel Angus Deaton entre otros.

China es aproximadamente el 16% del PIB global, su ralentización hacia un crecimiento sostenible no se compensa con elefantes blancos. No es pesimismo, es historia y matemáticas.

El “gas de la risa” monetario solo compra tiempo y da ilusión de crecimiento, pero ignora los desequilibrios que genera. La represión financiera incentiva el endeudamiento, ataca la renta disponible y viene acompañada de subidas de impuestos que afectan al consumo.

En Estados Unidos, tras una expansión monetaria y fiscal de más de 24 billones de dólares, la economía crece a su menor ritmo en treinta años, los salarios reales están por debajo de cifras de 2008 y la participación laboral a niveles de 1978. Su deuda total es de casi el 340% del PIB. La fragilidad es tal que el impacto de una subida insignificante de tipos -de 0% a 0,25%- es enorme.

Las probabilidades de una recesión en EEUU se han triplicado en seis meses. Aunque sea más plausible un crecimiento pobre, los indicadores de consumo e industriales muestran un debilitamiento evidente.

La mala asignación de capital creada por el exceso de liquidez y tipos cero han llevado a una burbuja de crédito de alto riesgo que ha emitido a los tipos más bajos en 38 años, enmascarando su verdadera capacidad de repago. Si miramos la cifra a nivel global, los vencimientos de bonos corporativos y soberanos a 2020 son de casi veinte billones de dólares. Hasta un 14% de ellos se consideran de difícil cobro.

Con todos estos elementos de fragilidad, es normal que el entorno sea de crecimiento bajo, pero hay razones para dudar de una recesión global.

El problema chino está acotado en moneda local y en su banca, reduciendo el riesgo de contagio al sistema financiero global.

Las reservas en dólares de los países emergentes solo han caído un 2% en 2015 y siguen a máximos.

Aunque se ha disparado el riesgo de impago de emergentes, minería y petróleo, no llegan a una fracción de lo que era el crédito inmobiliario en 2008.

Adicionalmente, es improbable que se genere un efecto contagio global cuando no se ha dado en 2015, con la tormenta perfecta de devaluaciones, caídas de materias primas y riesgo geopolítico creciente.

El consumo crece por el aumento de la clase media mundial y el efecto de la tecnología, enriquecedor y desinflacionista.

Esta es una ralentización por exceso de oferta, y eso hace dudar de una recesión global. Pero el mayor consumo no va a compensar la saturación del crecimiento industrial endeudado obsoleto.

Hace ya más de un año que alertaba de un largo periodo de bajos tipos, bajo crecimiento y baja inflación, pero no lo confundamos con recesión global. Repitiendo los errores de estos años no lo vamos a solventar. Se perpetúa.

Los tipos reales negativos no incentivan la inversión. Frenan el crédito a la economía real e incentivan la especulación a corto plazo.

La salida de la recesión de balances no se va a dar aumentando gasto y deuda. Solo se dará cuando se ponga como objetivo principal recuperar la renta disponible de familias y empresas, no atacarla con represión financiera.

Daniel Lacalle es economista, escritor, Director de Inversiones de Tressis Gestión y profesor en el Instituto de Empresa e IEB.

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