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Acerca de Daniel Lacalle

Daniel Lacalle (Madrid, 1967) es Doctor en Economía, profesor de Economía Global y Finanzas, además de gestor de fondos de inversión. Casado y con tres hijos, reside en Londres. Es colaborador frecuente en medios como CNBC, Hedgeye, Wall Street Journal, El Español, A3 Media and 13TV. Tiene un certificado internacional de analista de inversiones CIIA y un máster en Investigación económica y el IESE.

¿Bienvenido a los “Colaus”? Monedas locales, bomba de relojería

La noticia de que la administración de Ada Colau en Barcelona quiere lanzar su propia moneda no es una novedad. A lo largo de muchas ciudades en Francia (Villeneuve sur Lot, Pézenas, por ejemplo) y Reino Unido (Bristol) se han implementado este tipo de subterfugios de moneda que se defienden con la excusa de que “incentivan el consumo local” y “promueven la inversión social”.

La realidad es que no dejan de ser lo que se llama “monedas derretibles”. ¿Qué significa eso? El gobierno local paga hasta una parte de los ingresos de los funcionarios, por ejemplo, y de sus compromisos con empresas, en una moneda “paralela” pero de vida efímera. Por un lado, su valor está 100% ligado a la moneda oficial del país –en nuestro caso el euro- pero su garante es el gobierno local. Por otro lado, su validez se reduce en el tiempo hasta que se emiten más de estas monedas y, por lo tanto, se deben utilizar para consumir en comercios locales adheridos al esquema, y si se olvidan o dejan “bajo el colchón”, pierden su valor.

Hasta ahí usted dirá que es una medida estupenda. Se promueve el consumo, además en comercios locales, y está garantizado. El primer problema está, como siempre, en que los gobiernos locales que las promueven pretenden solventar sus problemas internos desde la manía monetarista. Piensan que sus dificultades vienen por una causa monetaria, y –como estamos viendo- en la inmensa mayoría de los casos, no lo es. Carlos de Freitas, experto en estas veleidades de algunas ciudades europeas, alerta de que “es lo mismo que crear un banco que presta sin tener activos que lo soporten”.

El riesgo de estos instrumentos está precisamente en que lo garantiza una corporación local que no tiene legitimidad ni estatal ni europea, ni reconocida por el BCE, ni tampoco –ojo- de sus propios ciudadanos para emitir moneda y menos garantizarla con un valor 1 a 1 equivalente a la moneda de curso legal. Como ocurrió en tantos países, esa paridad artificial está “garantizada” por nada más que la promesa del gobierno local, que no tiene soberanía ni presupuestaria ni recaudatoria, ni mucho menos capacidad de respaldarla con activos reales.

Por lo tanto, no es una moneda sino un IOU, una promesa de pago diferida. Y su valor se desploma en el momento en el que caiga el velo de la paridad inventada –sea a través de un mecanismo de regularización de cuentas o simplemente porque los ciudadanos no aceptan esa paridad como real-.

El segundo problema es ideológico. Incluso si el consistorio solo emite monedas respaldadas por los euros, dólares u oro del que disponga en sus cofres –si los tiene-, obliga a los ciudadanos y comercios a utilizarla asignando unilateralmente los negocios o comercios en los que se puede utilizar. Por un lado esas monedas te queman en el bolsillo porque se “funden” si no consumes, y por otro lado el consistorio decide unilateralmente dónde te las debes gastar.

¿A qué lleva esto? A una asignación artificial e ineficiente de una demanda orientada políticamente. ¿En qué sectores suele recaer? No es para el lector una sorpresa dónde suele recaer el “favor” de dirigir políticamente el consumo de la renta disponible de los funcionarios públicos. En sectores políticamente afines, rentistas y que ya estaban cerca de desaparecer por obsolescencia y competencia.
Es decir, se usa una moneda sin respaldo real para subvencionar políticamente a sectores predefinidos y con ello se retrasa el cambio de patrón de crecimiento y se perpetúan desequilibrios. En el caso de Tauschkreis en Austria, los negocios reconocen que no pueden aceptar ese experimento por el nivel de endeudamiento que conlleva.Y es que ahí está el mayor problema.

La emisión de moneda local –cuyo control es exclusivamente político y su respaldo difícilmente auditable – se usa para disfrazar aumentos de gasto y de deuda. En el caso de Barcelona, por ejemplo, no ocultan algunos economistas que es “una forma de superar el límite de gasto e invertir en proyectos sociales”. Es decir, emitir moneda que en realidad es una deuda contraída y no respaldada para gastarla en proyectos sin rentabilidad económica real que reducen la capacidad de repago de los compromisos crediticios adquiridos. Esconder deuda llamándolo moneda.

Por supuesto, todo esto estaría genial si, como nos intentan vender, con ello se redujera el riesgo de crisis y se promoviera el crecimiento. Pero no existe una sola evidencia empírica de estos experimentos que haya mostrado que el desempeño económico de la ciudad es mejor que el que se daba cuando solo se utilizaba la moneda oficial y tampoco existe un solo ejemplo que muestre que la inversión productiva real mejore.

Los ciudadanos griegos que aceptaron el sistema local llamado TEM (en Volos, Grecia) en 2010 no han generado ni mejora económica ni se han beneficiado. Y esos papelitos no han evitado el destrozo económico del país ni mejorado la situación de sus comercios. Al final, el mayor riesgo de estas “monedas” es que es lo mismo que cualquier desequilibrio monetario, pero con el agravante de que no lo respalda ni siquiera estados con décadas de historial de intercambio monetario. No es más que un instrumento político que es aún peor que el ya desastroso gas de la risa monetario y que no tiene ningún tipo de efecto positivo.

Pero esta izquierda de soluciones mágicas, que se abraza al monetarismo inflacionista como si fuera una fan a la cintura de Justin Bieber, que adora la hiperinflación de Allende, el destrozo monetario de Kicillof en Argentina y el asalto devastador al ciudadano de Maduro, intentará decirle que es un sistema que funciona fenomenal y que no hay ningún riesgo, porque “esta vez es diferente”. Les ruego que hagan la prueba de ir un día con un “Colau” a un operador financiero de cualquier lugar y exija que le den un euro. No, mejor aún. Intenten pagar el IBI o los impuestos locales en Colaus, a ver qué le dicen. Y me entenderá.

Mitos y Mentiras del Impuesto de Sociedades

Uno de los mayores peligros a los que nos enfrentamos ante un entorno global de ralentización es la batería de asaltos a la creación de empleo y riqueza que nos encontramos por parte de quienes ven a las empresas y ciudadanos como cajeros, y los impuestos como cifras eternamente crecientes.

Se repiten mantras que demonizan a las empresas.

A) ¿Las empresas tienen “beneficios récord” pero cada vez pagan menos?

Mentira. Según datos de la propia agencia tributaria, el Resultado Contable Positivo en 2007 era de 218.019 millones de euros. En 2015, tras años de recuperación, se situaba en 209.361 millones de euros.

Mientras tanto, la base imponible consolidada (la parte sujeta a gravamen) se desplomaba de 177.514 millones de euros, por acumulación de pérdidas en la crisis, a 80.591 millones. Menos de la mitad.

Según el Banco de España, el resultado ordinario neto en 2016 ha caído un 5,9% con respecto al primer semestre de 2015. Pero es que, además, las empresas más grandes, las del Ibex muestran una caída de beneficios en el último dato reportado del 12,5% y, lo que es más preocupante, más de la mitad generan rentabilidades inferiores a su coste de capital en España.

Cuatro empresas suponen casi el 40% de los beneficios del Ibex y llevan una caída de beneficios de entre un 31 y un 40%. ¿Forrarse? ¿Beneficios récord?

B) ¿Paraíso fiscal para las empresas? ¿Pagan poco?

La media de rentabilidad sobre el capital empleado de las empresas españolas está por debajo de su coste de capital, un elemento sobre el que incide Moody´s y el propio BCE, y -a pesar de la recuperación- no solo no se han recuperado los beneficios, sino que el número de empresas en pérdidas sigue siendo muy alto y muy relevante.

El número de sociedades con beneficios en 2007 era del 51,9%, pero es que antes de la crisis era del 53%. Muy bajo. El último dato oficial de la Agencia Tributaria lo sitúa en el 44%. Es decir, la mayoría de empresas en España están en pérdidas.

En el sector público, por ejemplo, las empresas estatales dispararon un 80% sus pérdidas en 2015 frente al beneficio de 341 millones que se preveía. Mucho más difícil será que publiquen un beneficio de 171 millones como se estima para 2016, lo cual supondría más que duplicar su desempeño de 2015. Esas ya están perdidas en cuanto a “contribuir al Impuesto de Sociedades”.

¿Y las malvadas grandes empresas que no pagan lo que dicen los politólogos, que sí que saben? En comparación con su base imponible, las grandes empresas pagan un tipo efectivo del 18,7% mientras que las de menor tamaño pagan un 18,6% (lean) . Si se ajusta por las deducciones por doble imposición -en beneficios que ya han tributado en origen- el tipo efectivo es del 22% comparado con el 23% de las pymes.

Incluso si aceptáramos el mantra de los intervencionistas sobre el tipo efectivo, veríamos que, según la Agencia Tributaria el tipo efectivo pagado en el Impuesto de Sociedades en 2015 es de 24,1% casi cuatro puntos por encima del tipo efectivo pagado en 2007, que era del 19,9% . Ese tipo efectivo está hoy, a pesar de la caída de beneficios y de la actividad económica en el periodo 2007-2015, por encima del récord de 2006 (23,3%).

C) Si eliminamos las deducciones ¿subirá la recaudación?

Lo explicamos aquí, pero hay que recordarlo.

Eliminar deducciones no sube la recaudación. Limita la inversión. Sobre todo, eliminar deducciones tiene un objetivo recaudatorio casi inexistente a corto plazo que cercena los ingresos a largo porque ataca a la inversión. Vean por qué:

¿Qué se va a conseguir eliminando deducciones del Impuesto de Sociedades?

Argumentan que se recaudarían 4.500 millones más, un cálculo extra-optimista que asume que nada cambiaría en la inversión y la entrada y creación de empresas. En España, la media de error en el cálculo de ingresos por cambios tributarios es de un 1% del PIB hasta un 1,7%. Casi nada. Para creérselo. Eso sí, de las subvenciones, ni palabra.

¿Por qué se demonizan las deducciones y se calla sobre las subvenciones? Porque las primeras no dan poder al político y las segundas son fuente de favores y prebendas.

Empecemos por las deducciones y subvenciones que no se van a tocar. No van a tocar al sector del automóvil, agrícola, constructor, minero, renovable o industriales subvencionados, cuya tasa efectiva es hasta 10 puntos más baja que la media y en muchos casos, inexistente. Y, por supuesto, no van a tocar a los bancos, ya que eliminar los DTAs (deducciones fiscales por pérdidas anteriores) supondría su quiebra en cadena, ya que cercenaría su capital (los DTAs computan como tal). Con ello el espejismo de los 4.500 millones de supuestos ingresos, desaparece. Pero la evidencia de los casi 10.000 millones de subvenciones permanece.

¿Qué deducciones hay que pretendan eliminar?

Deducción por I+D+i, que permite desgravar el 17% de los gastos del personal investigador y un 8% de las inversiones realizadas menos la compra de inmuebles.Deducción por inversión de beneficios en nuevo equipamiento e inmovilizado, que permite deducir entre el 5% y el 10% de la cuota íntegra.

Deducción por gastos de formación profesional, o por creación de empleo para trabajadores con discapacidad, que son mínimas.

Deducciones por creación de empleo indefinido.

Es decir, cargarse la inversión en investigación y la mejora de la calidad del empleo.Incluso si asumiéramos que las grandes empresas pasasen a una tasa efectiva igual a la de las pymes, el efecto recaudatorio no llegaría, en el mejor de los casos, a una cuarta parte de lo que prometen.

D) ¿No hay riesgo de fuga de empresas?

Que las grandes empresas en España tengan casi el 56% de sus beneficios fuera del país es una bendición. Si eso no llega a ocurrir, hoy estarían en quiebra la mayoría, tras la crisis. El que piense que se soluciona creando otra megaburbuja interna no sabe sumar. El mercado interno, con un 25% de sobrecapacidad, no suple al resto del mundo. Es de Perogrullo.

El cortoplacismo fiscal tiene un impacto inmediato en menor inversión y menos empresas, menos empleo y limitar el cambio del patrón de crecimiento. Se sostiene a los sectores rentistas y subvencionados y se penaliza a los de alta productividad.Si EEUU baja el Impuesto de Sociedades al 15%, los países líderes tienen una tasa efectiva del 10% al 20%… Lo único que vamos a conseguir es destruir las bases imponibles de nuevo. En Corea del Sur, país que muchos intervencionistas utilizan -para lo que les da la gana- como ejemplo, la tasa efectiva para inversión extranjera llega a un mínimo del 2%.

Si encima se plantean medidas como elevar al tipo local la tributación de inversiones en el extranjero, sería devastador. Cobrarle en España a una empresa multinacional la diferencia entre lo que tributa en el país donde invierte y la tasa de nuestro país es garantía de que dichas inversiones y empresas huyan.

Imagínese que usted invierte en Reino Unido, paga impuestos efectivos del 15-16% y el fisco español se apropia de la diferencia hasta el 25% porque usted es una empresa española con sede en España. Vamos, porque sí. ¿Qué hace usted? Las maletas.

Cómo subir la recaudación del Impuesto de Sociedades sin hundir el país

España necesita una revolución fiscal, pero es la contraria a la que nos intentan hacer digerir algunos. Para aumentar la recaudación del impuesto de Sociedades lo que hay que hacer es:

a) Restaurar las bases imponibles atrayendo más empresas e inversiones de alto valor añadido. Bajando impuestos, un tipo único y bajo, que permita que la transición a gran empresa de las pymes se acelere y que se atraiga capital, financiándolo parcialmente recortando subvenciones a sectores improductivos y obsoletos. Sosteniendo sectores rentistas ni aumentan las bases imponibles ni se cambia el patrón de crecimiento, ni se recauda. Es decir, aumentar las bases imponibles con impuestos bajos pensando en la recaudación de futuro, no subiéndolos para rascar de lo poco que queda.

b) Muchas más grandes empresas. El 50% de la recaudación del Impuesto de Sociedades viene del 1% de las empresas. Demonizar a las grandes empresas es ideológico, no lógico. Se necesitan muchas más grandes empresas y debemos atraerlas con una fiscalidad competitiva. Porque tenemos muy pocas grandes empresas (España tiene más microempresas sobre el total que la media de la UE y la OCDE y menos grandes empresas).

Parte del problema del Impuesto de Sociedades es esa concentración de recaudación en un número muy bajo de multinacionales, y estas pertenecen a sectores maduros, de bajo crecimiento y baja rentabilidad sobre el capital empleado. Hay muchas cosas positivas en los conglomerados de telecomunicaciones, constructores y energéticos, pero no son sectores de crecimiento de beneficios orgánicos. Orgánico, no nominal. Por Dios, no me metan como “crecimiento de beneficios” adquisiciones endeudadas y deficitarias que cercenan las bases imponibles. Ni de alta rentabilidad. Por lo tanto, los ciclos afectan de manera muy importante a su capacidad de pago de impuestos.

c) Pensar en la capacidad recaudatoria comparada con el perjuicio. Proponer cambios normativos que tienen un impacto recaudatorio inexistente -o cosmético, como adelantar pagos adelantados- y sin embargo tienen un efecto negativo en empleo y consumo, es contraproducente. Decir que la bajada de impuestos “ha costado 8.000 millones” es no tener ni idea de incidencia económica de primero de carrera. Gracias a esas bajadas de impuestos de 2015, el consumo, la creación de empleo y la actividad económica llevaron a aumentar la recaudación fiscal total más que el crecimiento del PIB nominal por primera vez en años. Las pymes son el motor del crecimiento, empleo y valor añadido y sufren un “tsunami fiscal y burocrático” en cuanto facturan más de unos 3 millones de euros.

d) Luchar contra el fraude es muy necesario. Contar con cifras estimadas claramente infladas sobre ingresos futuros para financiar gastos ciertos y evidentes de hoy es, como mínimo, imprudente. Las estimaciones de fraude fiscal suelen utilizarse más como excusa para gastar más que como incentivo para aflorar bases imponibles. Además, es un engaño, ya que no se recaudaría ni de lejos la cifra necesaria para atajar el desequilibrio de las cuentas, sólo se conseguiría un efecto mínimo de una sola vez, y no soluciona el déficit estructural. Y no olvidemos que la inmensa mayoría de esas estimaciones no calculan fraude ilegal, sino ingresos “deseados” por mayores impuestos.

En definitiva, el problema de España no es subir el Impuesto de Sociedades ni mucho menos eliminar deducciones, sino los beneficios y el tejido empresarial. Un país de empresas muy pequeñas, muy cíclicas y con debilidades estructurales ya evidentes en la época de bonanza. Hay que atraer muchas más empresas, mucho más grandes y crear mayor empleo. Que el porcentaje de pymes y microempresas no sea tan elevado y que puedan crecer y aumentar las bases imponibles, además de alojar en nuestro país a otras grandes multinacionales. Cualquier otra medida fracasará y estaremos hablando de lo mismo en seis años.

Por supuesto, todos aquellos que afirman que las empresas en España se forran, contratan mal y pagan pocos impuestos, están invitados cordialmente a emprender y disfrutar de la experiencia.

Viejos, paletos y tontos

Cualquiera que haya atendido al análisis de los principales medios sobre los resultados de los grandes eventos electorales de este año llegaría a la conclusión de que los que votaron mayoritariamente, sea en el Brexit, o en EEUU, eran algo parecido al Fernando Esteso de La Ramona. Una especie de división entre esa población urbana, joven, “cool” que sí que sabe lo que debe de votar, y los zombis de The Walking Dead que no terminan de comprender las fantásticas ventajas del pensamiento único socialdemócrata y de la burocracia.

En EEUU el partido demócrata ha perdido más de diez millones de sus propios votos desde 2008 y su Yes, We Can, y más de 6 millones desde 2012, y eso no es una casualidad. La monstruosa expansión monetaria y fiscal, duplicar el endeudamiento, subir impuestos y coste de la sanidad (un 75%) y una política proteccionista que ha hecho a EEUU campeón de limitaciones a la globalización demuestra que el voto no solo no ha sido pro Trump, sino que ha sido -sobre todo- anti Obama-Clinton.

Pero siguen contándonos el cuento de que es un voto de los viejos, paletos y tontos contra la “globalización y el neoliberalismo”. Claro, por eso votan a un empresario cowboy.

¿Protesta contra la “globalización”? Desde 2008 ningún país del G20 ha introducido más medidas proteccionistas y anti-comercio que EEUU () … Más que India, Rusia, Brasil, Argentina o China.

¿Protesta contra el “neoliberalismo”? Si a subir impuestos (442 subidas) , aumentar la intervención pública a niveles no vistos desde Roosevelt y subvencionar sectores improductivos a mansalva llaman “neoliberalismo”, que venga Dios y lo vea.

¿Protesta de los paletos? Trump recibió 42% del voto femenino, 10% del voto afroamericano y 30% del voto latino. Trump recibió el 37% de los votos de los “millennials”, entre 18 y 29 años (datos Bloomberg y CNN). Pero, sobre todo, señores, los “listos, guapos y jóvenes” (nótese la ironía) se quedaron EN SU CASA y no votaron a la candidata que los politólogos e ideólogos de salón les pusimos enfrente.

La evidencia de la administración Obama ha sido que, si bien los errores del periodo conservador anterior fueron muy claros, los resultados han sido atroces para esos que rápidamente engloban en la categoría de paletos que no tienen ni idea y que son, precisamente, los que han pagado los costes de los destrozos de Bush y Obama, los que han levantado a Estados Unidos tras las recesiones, trabajando, creando empresas, esforzándose y pagando impuestos. La idea de que no tenemos nada que aprender de los que han conseguido que esos “millennials” tuvieran prosperidad a pesar de las vicisitudes, que no tienen nada que enseñarnos los que han sostenido sus negocios, visto ciclos y aprendido de unas y otras políticas, es simplemente hilarante.

Cuanto más se esfuerza el pensamiento único socialdemócrata en acallar e ignorar la voz de esa población que está harta de pagar en impuestos los costes de las soluciones mágicas, de aguantar lecciones de personas que jamás se han arriesgado, más “sorpresas” electorales nos llevaremos.

Porque de los que tenemos poco que aprender es de cierta parte de una generación que se autodenomina la “mejor preparada” y, sin embargo, cree en los Reyes Magos de la intervención masiva y las ideas mágicas, que ignora la historia para alabar atrocidades como el Leninismo y que, desde el privilegio, desprecia el esfuerzo, trabajo y experiencia de los que les han puesto los algodones entre los que se han criado mientras tenían la desvergüenza de hablar de miseria, falta de oportunidades y crisis. Y que, encima, son mucho más proteccionistas e intervencionistas que el diablo Trump.

Porque, señores, en el peor de los casos, Estados Unidos con o sin Trump siempre será mucho menos proteccionista que lo que se nos vendría encima con los populismos europeos. Es más que probable que Trump sea lo que llevo temiendo y alertando desde hace tiempo y que, ocurra lo que ocurra, la administración sea incapaz de evitar una recesión que lleva gestándose desde el megaestímulo y la política de promover la mala asignación de capital, pero esos 59 millones de votos, esos “viejos, paletos y tontos” que no votan lo que les decimos los privilegiados, al menos tendrán más dinero en su bolsillo. Y, lo que es más importante, los diez millones que creyeron en Obama y rechazaron votar a Clinton, también.

Me tranquiliza mucho que Paul Krugman prediga que Trump nos lanzará a una recesión global (curiosamente, ralentización creada por estímulos defendidos por él). Porque si el señor que dijo que la Argentina de Kirchner era un modelo para Europa (lean “down Argentina way”), que internet iba a ser una moda pasajera, y que las políticas de Zapatero eran las adecuadas dice que Trump va a crear una recesión, es probable que ocurra lo contrario. Tenemos un “contrarían trade” muy interesante.

En España, gracias a esos “viejos, paletos y tontos” -que no tienen nada de esos tres calificativos-, gracias a esos mayores, a los emprendedores, a los autónomos, y gracias a los jóvenes que no creen en el populismo comunista redentor hemos evitado caer en el desastre que asola Grecia o Portugal con sus ideas de Señorita Marx-Pepis, y volvemos a ser un ejemplo de moderación ante un mundo que se radicaliza.

Nos encontramos, desde Brexit a Trump, ante la respuesta a una política de creciente burocratización, no de neoliberalismo. De inmigración que no sufre ninguno de los políticos que la promueve porque en sus barrios no se asientan las comunidades problemáticas. Nos encontramos ante el fallo estrepitoso -como una escopeta de feria- de la única política económica seguida desde hace muchos años: La represión financiera.

El ciudadano medio no entiende esa represión financiera, pero la sufre. Endeudarse y gastar sin freno, destruir al ahorrador vía devaluación y tipos ínfimos, subir impuestos y pasarles la factura a las generaciones venideras tal vez es algo que no perciba como una agresión -que lo es- deliberada para perpetuar sectores endeudados e ineficientes. Pero ese ciudadano, que tras ahorrar durante años lo poco que podía oye que se lo quieren quitar en impuestos, que cuando se desloma para que su empresa o negocio crezca le insultan, sabe que algo pasa. No solo le es más complicado conseguir sus objetivos de prosperidad, sino que ve que las promesas mágicas le dificultan aún más la salida.

Debemos recuperar las políticas de oferta, promover que la renta disponible aumente, bajar impuestos, ofrecer servicios de calidad eficientes y facilitar el crecimiento. No limitarlo desde la glorificación de la burocracia. Tenemos mucho que aprender de estos viejos, de estos tontos, de estos paletos, que ni lo son ni, si lo fueran, dejarían de tener derecho a mostrar su descontento. Y no volver a fallarles, a ellos y a sus nietos, perpetuando los desequilibrios de nuestros excesos empobreciendo a los creadores de riqueza.

Es triste que al populismo se le pretenda combatir con mayor populismo. Pero en algún momento nos daremos cuenta de que la prosperidad y el crecimiento vienen del ahorro y la inversión, de fomentar el emprendimiento y la meritocracia, de dejar que se desarrollen las empresas. Lo que esos “viejos, paletos y tontos” hicieron y han conseguido para todos nosotros. Y que el futuro no se va a mejorar desde la burocracia, el papanatismo, la deuda y el gasto.

El futuro se construirá cuando los supuestos “jóvenes, cultos y modernos” (ejem) se sienten -nos sentemos- a aprender de esos mayores sin un cazo en la mano, sino siguiendo su ejemplo, y todos juntos dejemos de creer en soluciones mágicas. Eso sí, si pensamos que la solución a estas “sorpresas” electorales es más represión financiera, más burocracia y más ataque al mérito, tendremos más que sustos. Debemos aprender de los que nos han dado todo para que los errores de la historia no se repitan.