«The ECB moves into uncharted territory with negative deposit rates»Bloomberg.
La euforia se ha desatado, de nuevo. Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo (BCE), lanzaba el jueves un paquete de medidas que, según algunos comentaristas, «rebaja el coste de las hipotecas, combate la deflación, reactiva el crédito y mejora las exportaciones».
Todo en uno, como el elixir del amor y tónico reconstituyente de los vendedores ambulantes. Nos encantan las soluciones mágicas. Aunque se haya aplicado lo mismo en 2009-2010 y no funcionase. Repetir. Les recomiendo el artículo de Juan Manuel Lopez Zafra «Y Draghi cogió su fusil» en El Confidencial.
“There is always inequality in life. Some men are killed in a war and some men are wounded and some men never leave the country. Life is unfair” John F. Kennedy
Si recuerdan la polémica con las famosas hojas de Excel de Rogoff y Reinhardt, no les sorprenderá la ronda de acusaciones que hemos vivido esta semana respecto al libro de Thomas Piketty “El Capital en el siglo XXI”.
El Financial Times publicaba el pasado sábado un artículo cuestionando los datos y las conclusiones del libro sobre el aumento desproporcionado de la riqueza en las clases altas en los últimos años. Piketty respondía en detalle unos días después. Gracias a la polémica, hoy disponemos de gran cantidad de datos y se puede contrastar la relevancia de cada uno.
El problema de fondo siempre es el mismo. No es el análisis económico, sino la conclusión política lo que falla. Lo mismo ocurrió con las conclusiones sobre deuda y crecimiento de Reinhardt y Rogoff. Aunque no se desmentía que los países con más endeudamiento crecen menos, si se ponía en duda la conclusión drástica de que dejasen de crecer o decreciesen.
En el caso de Piketty es similar. No se desmiente la validez de muchos datos, pero se desmonta radicalmente la conclusión política, que aparece forzada, retorcida y desligada de los mismos. Su recomendación de que se debe expropiar y confiscar la riqueza no proviene de la información recopilada, enormemente valiosa, sino de su filosofía personal y percepción política: Que la riqueza es injustificada y debe ser redistribuida, por supuesto, por el estado. Desprecia el factor riesgo y el esfuerzo en la generación de riqueza e ignora las ineficiencias y obstáculos creados por el estado
Piketty asume que la acumulación de riqueza es uniforme y constante, a pesar de mostrar, en sus propios datos, enormes caídas y fluctuaciones –de hasta el 78%- en los periodos recesivos. Para él la riqueza es simplemente acumulativa, cuando el propio análisis de las mayores fortunas en treinta años muestra bancarrotas y variaciones muy relevantes.
Piketty también olvida, al calcular la riqueza del 1% de la población, un factor esencial, la deuda contraída. En vez de analizar una rentabilidad sobre el capital empleado de los distintos extractos de población, asume que quien ha tomado un préstamo, creado una empresa y ganado una fortuna, no merece el fruto de su riesgo y esfuerzo comparado con quien se haya quedado en casa. O aun peor, asume que ese esfuerzo es irrelevante, su fruto inmerecido, y debe entregarse al estado para que lo redistribuya, … si lo hace. Piketty no analiza en ningún caso si las políticas redistributivas aplicadas en su país, Francia, han sido efectivas. Claramente no, cuando muestra un aumento de la desigualdad similar al de países más liberales.
Olvidar, como hace Piketty, que el importantísimo aumento de la riqueza en las clases bajas que él mismo muestra en sus datos es una gran noticia y un éxito del capitalismo demuestra una perspectiva de la economía “recaudatoria”. Dicho aumento de riqueza proviene de depósitos y valor de inmuebles, con un porcentaje de deuda contraída mucho menor que el de las clases medias o altas.
Ignorar el riesgo y esfuerzo tomado para acceder a esa riqueza lleva a desincentivar que se siga creciendo. ¿Para qué esforzarse?. Al asumir la riqueza en los países avanzados como una anomalía injusta, casi gratuita, comete un grave error. Lo demuestra el hecho de que ignore totalmente el impacto negativo en crecimiento y desigualdad de los países con un alto nivel de clientelismo e intervencionismo o corrupción.
No es de extrañar, porque Piketty no cuestiona el papel de los estados ni su nivel de intervención en la economía, de hecho la justifica, al analizar la riqueza desde un punto de vista recaudatorio, no de esfuerzo, riesgo o creación de valor.
Redistribución. Siempre, por supuesto, partiendo de la base de que su dinero no es suyo y su éxito, inmerecido.
Si algo se desprende de los datos del libro de Piketty, y confirmado por Angus Deaton en el excelente libro “The Great Escape:Health, Wealth, and the Origins of Inequality” es que el mundo hoy ha conseguido reducir la pobreza radicalmente y mejorar la calidad de vida de la mayoría.
Lo que olvida Piketty es donde se crea el verdadero problema de pobreza y desigualdad, que no es en EEUU, Suecia o Reino Unido, países a los que gran parte de los ciudadanos del mundo buscan emigrar por sus oportunidades, sino en los países muy intervenidos y los eternamente emergentes. El propio Kenneth Rogoff lo mencionaba en un excelente artículo “? Donde está el problema de la desigualdad?”. El capitalismo ha conseguido una mayor reducción de la pobreza global en los últimos treinta años que en todo el periodo analizado por Piketty en su libro.
En mi opinión, Piketty pierde la perspectiva sobre el gran problema, que es el intervencionismo, clientelismo y corrupción. Merece la pena leer el estudio de Anne Krueger “La economía política de las sociedades rentistas” donde se muestra que la falta de libertad, instituciones independientes y transparencia tienen mayor impacto sobre la desigualdad, pobreza y crecimiento para todos los ciudadanos.
Piketty no rechaza la desigualdad como algo negativo, pero asumía, incorrectamente, que los niveles de la misma llegaban a máximos cercanos a los registrados antes de graves conflictos o guerras y que, por lo tanto, se debía prevenir con megaimpuestos para evitar un estallido bélico.
Pues bien, ese análisis apocalíptico se desmonta cuando los datos muestran que los niveles de desigualdad no son ni remotamente cercanos a los de épocas pre-bélicas y, sobre todo, cuando pasa de puntillas, no por casualidad, sobre el hecho de que el mayor aumento de la riqueza de las clases pobres y medias se dio entre 1980 y 1995, esa era “neoliberal” malvada para algunos. Un aumento en Reino Unido del 34% de la renta per cápita real para las clases más pobres y un 39% en Estados Unidos.
Los mayores errores del libro de Piketty se encuentran en las conclusiones sobre el Reino Unido, donde la diferencia entre sus datos y los del Financial Times llevan a conclusiones diametralmente diferentes, como muestra The Economist y, en el caso de EEUU, John Cassidy . No solo no ha aumentado la desigualdad a niveles “pre-belicos” sino que en el caso de Reino Unido se ha moderado. En el caso de EEUU se muestra que el porcentaje de riqueza total del primer percentil alcanzó su máximo en 1995 y no ha aumentado, de hecho ha descendido.
Lean los informes que desmontan la causalidad que promueve Piketty, mostrando que no existe evidencia empírica. Tal y como comenta Daniel Marbella, demasiado simple que se pueda explicar tanto sin incluir variables como cambio tecnológico, instituciones políticas y reglas de mercado, etc. Estudiando África del Sur, se puede ver que top 1% share cae 1940-1990, pero aumenta la desigualdad blanco vs negros:
Cortesía de Daniel Marbella
Continúa Marbella comentando que Acemoglu y Robinson no solo encuentran muy baja correlación utilizando la misma técnica (VAR), sino que no encuentran lógico que una fórmula diga dónde y cómo surge la desigualdad y sea clave para crear políticas adecuadas, y no en narrativas aparentemente coherentes pero sin sustento empírico. Es decir, ante un shock de (r-g), el capital no aumenta en términos de contabilidad nacional, tesis central del aumento de la desigualdad vs trabajo. Construye un modelo econométrico con datos reales para 19 países durante 30 años. 75% casos, tesis Piketty negativa:
Cortesía de Daniel Marbella
A Piketty no parece preocuparle si el estado distribuye bien o mal, despilfarra, o acapara hasta un 50% de la riqueza y propone algo que es simplemente impracticable: una tasa global a la riqueza. Es imposible asumir que todos los países del mundo adopten una medida así. Y él lo sabe, pero su propuesta será recibida con brazos abiertos por gobiernos y partidos. No se puede pretender una medida global de semejante calado por una sencilla razón, siempre va a existir un grupo de países que no van a estar dispuestos a implementarla.
Buscar la igualdad a cualquier precio es desincentivar la creación de riqueza y empobrecer a todos. Pretender que un mega-impuesto distribuye correctamente la riqueza es despreciar el esfuerzo y el riesgo. Pensar que las medidas confiscatorias no tienen impacto sobre el crecimiento y el progreso es más que aventurado, sobre todo cuando no menciona que el periodo en que más ha crecido la desigualdad en los países con más sector público de Europa, según sus propios datos, ha coincidido con un creciente gasto y poder político.
Atraer capital y crear riqueza, mejorando la renta disponible de todos, genera más oportunidades y crecimiento. La desigualdad no se reduce con políticas confiscatorias, sino con incentivos para crear riqueza.
No hace falta entrar en medidas confiscatorias. El fracaso de las mismas ya lo vivimos hace muy poco, cuando la tasa marginal del impuesto sobre la renta era del 80% y Reino Unido, por ejemplo, era “el enfermo de Europa, condenado a mendigar, pedir prestado o robar” (Henry Kissinger).
El objetivo primordial debe ser garantizar la libertad, que permite crecimiento y desarrollo. Como me decía un taxista el otro día en Londres “volver a 1973 le debe parecer estupendo a cualquiera que no haya vivido en 1973… o a un loco”.
El premio Pulitzer Charles Krauthammer decía que «existe una razón por la que en Nueva York hay una estatua de la libertad. Que no es una estatua de la igualdad.». El debate continuará.
Otros informes desmontando los errores de Piketty:
Informe del FMI (Carlos Goes) demostrando que no existe causalidad entre riqueza y desigualdad. «No existe evidencia empírica para sustentar la afirmación de Piketty. La desigualdad no tiene que ver con el comportamiento de las rentas del 1% más rico. Tras analizar un total de 19 economías ricas a lo largo de tres décadas, no solo no encuentra indicios que apoyen la tesis de Piketty, sino que observa justo lo contrario: en tres de cada cuatro casos, la desigualdad cayó cuando el retorno del capital creció más rápido que el PIB. Es decir, a mayor rendimiento del capital, mayor igual económica en la sociedad, y no al revés».
«Biases In The Estimation of Inequality» (Nassim Taleb)
Tax On Wealth Won´t End Inequality
«The Most Important Book Ever Is All Wrong» (Clive Brook)
Prólogo a Código Rojo (Jonathan Tepper y John H. Mauldin (Deusto 2014). Disponible aquí.
«Yo no estoy borracho pero…¿qué hace el techo en el suelo?» – Groucho Marx (Go West, 1940)
Cuando nos hablan de la crisis, se le suelen añadir los términos “financiera” e “internacional”. Crisis Financiera Internacional. Traducción para nuestro subconsciente: “Evento sobrevenido por arte de magia causado por un solo sector y, además, extranjero”. Es maravilloso como tres palabras nos exoneran de toda responsabilidad. Sin embargo esta crisis no puede tildarse exclusivamente de “financiera” sino una crisis de modelo de crecimiento. El crecimiento a base deuda excesiva.
Al identificar la crisis con el sistema financiero únicamente –y mucha responsabilidad tiene- y además “internacional”, globalizamos, compartimos el y diluimos el problema e ignoramos muchos detalles. Por ejemplo, el efecto llamada de la política de estados y bancos centrales bajando tipos de interés e imprimiendo dinero. Los autores del libro que tienen en sus manos escribieron en su día el que considero manual imprescindible para entender la crisis de deuda global. El libro se llamaba “Endgame: The End of the Debt Supercycle and How It Changes Everything”. Este nuevo libro, “Código Rojo: Por qué piensan que no puedes encajar la verdad y cómo proteger tus ahorros” es, si cabe, mucho más relevante. Porque se publica en época de retorno a la euforia financiera. Cuando nos dicen que “llueve dinero”. Que “ya pasó todo, que vuelva la fiesta”.
Lo que explican los autores es realmente importante. No hemos reducido el riesgo del sistema. Lo hemos aparcado. Como la primera escena de la película Wall-E, el robot empaqueta y acumula basura que es imposible de reciclar. Los bancos centrales no son “los héroes de la crisis” como dijo Christine Lagarde, del Fondo Monetario Internacional. Simplemente hemos transferido riesgo del balance de la banca a acumularlo en los bancos centrales. Esa “alfombra” bajo la cual se está escondiendo deuda tiene un problema. La magnitud colosal de la apuesta. Y por lo tanto, la imposibilidad de medir las consecuencias cuando pare la música del dinero gratis. Hasta tal punto que vemos enormes volatilidades en los mercados y monedas solo ante la amenaza de que la Reserva Federal reduzca los estímulos monetarios ($85.000 millones mensuales) que suponen un 6,4% del PIB del país anual. No por pararlos, sino por reducirlos. Por eso considero este libro una lectura esencial. Porque en la próxima crisis “financiera” –y les aseguro que volverán a llamarla así- entraremos aún más endeudados de lo que salimos de la anterior.
No estamos en un proceso de reducción de deuda, austeridad o de limpieza del sistema. Estamos en un proceso de patada hacia delante. La deuda sigue acumulándose sin generar crecimiento que la justifique.
En los últimos cinco años (2008-2012) los países del G7 han añadido casi 18 billones de dólares de deuda hasta un récord de 140 billones, con casi cinco billones de expansión del balance de sus bancos centrales para generar solamente un billón de dólares de PIB nominal.
Es decir, en cinco años, para generar un dólar de crecimiento se han «gastado» 18 dólares, un 30% de ellos de los bancos centrales. Todo ello manteniendo la deuda total consolidada del sistema en el 440% del PIB.
La ‘inversión’ en crecimiento que se supone que se consigue con los déficits astronómicos, deuda y expansión agresiva de los bancos centrales simplemente no da fruto.
Es lo que llamo la “ilusión de crecimiento”. De hecho, si analizamos el crecimiento de los países de la OCDE eliminando el efecto de acumulación de deuda, nos encontraremos que, efectivamente el crecimiento del PIB ha sido prácticamente nulo en gran parte de los países, incluidos todos los de la periferia europea, desde mediados de 2003.
La deuda da sensación de poder. Al principio se empieza por invertir con prudencia, y se termina justificando como un medio en sí mismo.
Hoy todo el mundo habla de que debe «fluir el crédito» cuando en España tenemos una deuda total que supera el 300% del PIB y en la OCDE se ha pasado a un 440% del PIB. La razón es que miramos al año 2007 como el comienzo de la crisis. Y como si la situación de crédito excesivo de dicho ejercicio fuera la “normalidad” a la que deberíamos retornar, cuando el problema era precisamente el entorno agresivo de deuda.
Decía que la deuda da sensación de poder, pero además, nubla la prudencia inversora y distorsiona la percepción de la realidad. Cada año invariablemente se revisan a la baja las estimaciones de crecimiento global, y es precisamente esa incertidumbre la que hace que el dinero creado con políticas expansivas no vaya a la economía real.
El incentivo perverso de inundar los mercados de dinero fácil genera una economía masivamente apalancada, desplaza capital a los sectores financieros y hunde la inversión productiva. Un Producto Interior Bruto (PIB) que es cada vez más parecido a un soufflé, lleno de aire. No solo se invierte menos, sino que el dinero se utiliza para recomprar acciones, pagar dividendos e intercambiar cromos –fusiones y adquisiciones-, no para inversión productiva.
Entre 1996 y 2006 las mayores empresas de EEUU (S&P 500) invertían alrededor de un billón (trillón americano) de dólares al año, de los cuales un 70% se dedicaba a inversión productiva e I+D y un 30% a recompra de acciones y dividendos. Desde 2009 la cifra de capital anual invertido total se ha disparado hasta superar los 2,3 billones de dólares, pero el 45% se usa para recomprar acciones y pagar dividendos. De hecho, ni la cifra de inversión productiva ni la de I+D han aumentado prácticamente –ajustada por inflación- desde 1998. Es decir, el dinero ‘gratis’ de la política expansiva se usa para lo que sirve… para protegerse, reducir el número de acciones en circulación, intercambiar cromos y devolver dinero a los accionistas, no para empleo y expandirse orgánicamente.
Estados Unidos ha creado casi la mitad de toda la masa monetaria de su historia en los últimos cinco años, y ha vivido el periodo más largo jamás visto sin subir los tipos de interés, y sin embargo, el índice de participación laboral (porcentaje de la población civil de Estados Unidos con más de 16 años de edad que tienen un trabajo o están buscando uno activamente) se ha desplomado a niveles de 1978, un 62,8%.
A pesar de la evidencia empírica de que las políticas no funcionan bien, seguimos pidiendo más. Volver a 2007. “Codigo Rojo” nos explica con un lenguaje claro y con multitud de datos los riesgos de esta situación y, lo más importante, como protegerse ante ellos.
Y es que es muy importante contar con libros como este. Porque todos los días escuchamos que “no hay riesgo”, que merece la pena tirarse al vacío y que «esta vez va a ser distinto, solamente hay que gestionarlo bien» como si fuese a aparecer un OVNI con extraterrestres preparados para gestionar esos recursos en vez de los mismos gestores que nos han quebrado. Dicen que «ahora no es el momento de ahorrar», pero en los tiempos de bonanza, tampoco ahorran, sino que gastan más.
El argumento a favor de olvidar el problema de deuda lo escuchamos cada día: “Lo que importa es crecer”. Viene a decir lo siguiente:
Mientras se consiga salir de la recesión, y el coste de dicha deuda sea bajo, poco a poco se irá reduciendo el endeudamiento por la parte del denominador, el PIB. No nos preocupemos.
Solo tiene tres inconvenientes: el umbral de saturación, la deuda destructiva y el coste de la deuda.
¿Qué es el umbral de saturación?. El punto a partir del cual una unidad adicional de deuda no genera PIB, sino que simplemente estanca aún más la economía. Umbral que sobrepasamos en 2006 y en la OCDE, entre 2005 y 2007.
¿Qué es deuda destructiva? Aquella generada por gasto corriente improductivo, que no produce ningún efecto positivo y perpetúa un sistema que confisca y fagocita la actividad económica a través de impuestos, detrayendo inversión y consumo. En nuestro caso, un gasto público que supera en casi 35.000 millones los niveles de ingresos del pico de burbuja. En la Unión Europea, un déficit estructural de casi el 4% del PIB.
El coste de deuda. ¿Qué nos hace pensar que el coste de la deuda se va a mantener bajo eternamente? . El coste de la deuda no se puede mantener artificialmente bajo para siempre. Y ahí es donde se generan los shocks, ante la acumulación de deuda viva cuando el coste bajo es insostenible.
La deuda pública ‘barata’ no es una panacea. De hecho ‘barato’ es un término erróneo donde los haya, puesto que asume que no existe coste de oportunidad privada de invertir o ahorrar.
Se llega a una situación perversa en la que un país como Japón, con una deuda de más del 200% del PIB, donde las necesidades de financiación del país superan el 60% del PIB en 2013, y que se financia a un ínfimo 0,7% a diez años, paga, a pesar de un coste tan bajo, 25 billones de yenes de intereses ($257.000 millones), el equivalente al PIB de Singapur. No solo eso, sino que tener tipos bajos en su deuda no ha evitado que aumenten un 14% los intereses de la misma en un año (2013). El coste bajo no evita los problemas, hace que se perpetúen. Y luego vienen los recortes igual.
La deuda pública japonesa, barata o cara, supera en 24 veces a los ingresos fiscales del país.
Por eso el sistema se hace cada vez más frágil y sujeto a vaivenes ante el más mínimo movimiento de los tipos de interés. Dependemos de un entorno insostenible de tipos bajos eternos para que no vuelva a suponer un shock, como hace poco. Este libro, “Código Rojo”, nos alerta sobre la más que probable recaída del enfermo global. Una economía adicta a la deuda que ya no genera crecimiento suficiente para repagar y absorber los shocks futuros. Un alcohólico al que le hemos recetado una dosis diaria de dos botellas vodka para “curarlo”.
Un libro como “Código Rojo” es esencial hoy, cuando la sensación de euforia invade los mercados financieros, la percepción de “salida de la crisis” está en todos los medios y la frase más escuchada es “lo peor ha pasado”. El lector, ante los cantos de sirena, podrá analizar la realidad desde una perspectiva más crítica, para evitar sufrir los shocks en su patrimonio cuando la euforia se modere o desaparezca, que ocurre. Lo que me parece más interesante del libro es que, si las economías globales mejoran, tendremos suficientes herramientas para aprovecharlo y beneficiarnos, y si nos encaminamos a otra crisis de similares magnitudes, también podremos proteger nuestros ahorros.
Porque mientras dedicamos nuestros esfuerzos a justificar tomar cada vez más riesgo por menos rentabilidad, cada dólar de estímulos como “necesario”, cada gasto inútil como «pequeño» y la deuda como «manejable», el sistema se hace más frágil. Y la acumulación de riesgo acaba por explotar.
Tras leer “Código Rojo”, tendrán mucha más información para comprender lo que significa realmente para usted y sus ahorros cuando les dicen que la solución a nuestros problemas es crear dinero, aumentar inflación y bajar tipos para crecer, que “los fundamentales no han cambiado” o “Estados Unidos y Japón imprimen moneda y mira que bien les va”, en definitiva, que “a largo plazo todo se justifica”. Porque, como decía el compositor Jim Steinman “The Future Ain’t What It Used To Be” (el futuro ya no es lo que era).
Puede comprar el libro en Portugués en: http://www.fnac.pt/Nos-os-Mercados-Daniel-Lacalle/a776699
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