

Falacias tributarias, inversión y donación
1/3/2014 El Confidencial
«I’m saying it bluntly, that this administration is the greatest wet blanket to business, progress and job creation in my lifetime” Steve Wynn (Julio 2011)
Me preocupa mucho la deriva populista de algunos grupos políticos, que se ha intensificado con el debate sobre el estado de la Nación. No debería extrañarme, cuando en un país en el que se ha disparado el gasto público en 180.000 millones desde 2003 se escuchan cosas tan alarmantes como “usted y yo estamos de acuerdo, no tenemos un problema de gastos sino de ingresos” sin que se revolucione el congreso.
Por supuesto, es falso. España jamás ha ingresado más de 433.000 millones de euros en el pico de la burbuja inmobiliaria y de obra civil, a pesar de la mayor expansión de crédito después de China y Taiwán. Sin embargo, gastamos más de 60.000 millones por encima de esos ingresos fiscales burbujeros. El gasto se adaptó rápidamente a la fiesta, pero luego los gobiernos se niegan a reducirlo cuando el ciclo cambia. Y hay querecaudar.
Nuestros representantes se lanzan a la represión fiscal sin reconocer el más mínimo error en la gestión ni en el gasto. Cada vez que se comentaba en el debate el agujero dejado por el despilfarro y las facturas sin pagar por las administraciones públicas –total, entre 20.000 y 30.000 millones de euros- que han costado la ruina a miles de empresarios y centenares de miles de empleos, el silencio se tornaba en excusa y se sacaba el nuevo cuento, la demonización de las grandes empresas.
La primera falacia es el mantra de que “España es un paraíso fiscal para las grandes empresas”. En mi libro “Viaje a la Libertad Económica” lo rebato, y Diego Sánchez de la Cruz lo comenta también aquí. Basta con analizar los datos comunicados por las empresas del Ibex 35 para determinar que su tipo efectivo en el Impuesto de Sociedades asciende al 20% de las ganancias anuales. Pero además, en el caso de las grandes compañías industriales, la factura en impuestos alcanza hasta el 50% del beneficio neto generado en España y más de la mitad de los impuestos que pagan en todo el mundo, a pesar de contar con más ingresos fuera que en nuestro país.
La primera falacia es el mantra de que “España es un paraíso fiscal para las grandes empresas”. Basta con analizar los datos comunicados por las empresas del Ibex 35 para determinar que su tipo efectivo del Impuesto de Sociedades asciende al 20% de las ganancias anuales
Las empresas que registran beneficios en España, de hecho, se encuentran con una importante cantidad de impuestos que se deducen tanto a nivel nacional como local y regional, desde gravámenes sobre la actividad económica, verdes, sociales, de bienes inmuebles,etc. Esos factores, en el caso de las diez grandes empresas industriales, son casi equivalentes a su factura por impuesto de sociedades.
Si analizamos la totalidad de obligaciones tributarias que enfrentan las compañías españolas, el tipo es mucho mayor. De hecho, usando datos del informe Paying Taxes de Price Waterhouse Cooper, la presión fiscal total sobre los beneficios empresariales es del 59% en España frente al 41% de Europa.
Sin embargo queremos más, sin entender que es menos, a pesar de la evidencia. Demonizar a Inditex, Mercadona o cualquiera de los grandes grupos es hambre para hoy y hambruna para mañana. Necesitamos muchos más de ellos, no atacarlos para confiscar unos euros más.
En vez de enorgullecernos de que nuestro país haya creado multinacionales con capacidad de superar la crisis del euro, la latinoamericana y seguir creando empleo y creciendo, las tratamos como el Sheriff de Nottingham en Robin Hood. Cállese y acepte, que puede ser peor. Hasta que se vayan, una a una, y recaudemos en cromos de Pocoyó.
Imagínense por un segundo lo que hubiera ocurrido con las grandes empresas españolas si no hubieran podido deducir el fondo de comercio de su inversión internacional y cambiar su estructura a multinacional. Tendríamos un 12% del Ibex en quiebra por su exposición a construcción, concesiones en España y cambios regulatorios.
No nos importa la quiebra de mañana si ayer se recaudaron un par de miles de millones para pagar mayor gasto político. Además de confiscar y mantener la política del avestruz, queremos que se inviertan miles de millones en nuestro país. Donación.
Imagínense mi sorpresa estos días cuando leo unas declaraciones de Ignacio Sánchez Galán, presidente de Iberdrola, comentando su decisión deinvertir menos en España ante la inseguridad jurídica creada por los eternos cambios regulatorios, similar a otras declaraciones de ejecutivos nacionales, y se genera una polémica casi de caza de brujas.
En Estados Unidos y Reino Unido he escuchado en multitud de ocasiones a los presidentes de las grandes empresas, energéticas, reguladas o de cualquier sector, criticar al gobierno abiertamente y tomar las decisiones que mejor defienden, en su criterio, a los accionistas. Recuerden a Rex Tillerson (Exxon) decir “no, thanks” a las sugerencias de Obama.
En el sector energético europeo, empresas alemanas como RWE o E.On,incluso empresas semi-estatales como Enel, GDF-Suez o EDF, han tomado enormes decisiones de recorte de inversiones ante actuaciones gubernamentales que destruían valor, y han criticado abiertamente decisiones como el mal llamado impuesto de Robin Hood en Italia, los cambios en política nuclear en Alemania, o la congelación de tarifas en Francia. Pero solo en España he visto un revuelo y demonización mediática como el percibido esta semana con empresas privadas –y ojo, no privatizadas- como Iberdrola.
Tras sufrir un zarpazo regulatorio de 2.000 millones de euros en dos años,decidir no invertir más no solo es prudente, es imperativo.
Cuando España tiene una capacidad instalada de 104.000 megawatios para una demanda en punta de capacidad de 40.000 megawatios, pensar que deben invertir más no sólo es delirante, sino innecesario. Y no olvidemos que las inversiones reguladas eran obligatorias y dictadas por la planificación del estado, como comentaba en mi artículo “Oligopolios o planificación de burbuja”.
En vez de enorgullecernos de que nuestro país haya creado multinacionales con capacidad de superar la crisis del euro, la latinoamericana y seguir creando empleo y creciendo, las tratamos como el Sheriff de Nottingham en Robin Hood.
Cuando después de invertir 20.000 millones de euros en España se genera el mismo beneficio en 2013 que en 2002 en el territorio nacional debido a los constantes recortes, no invertir más en España es normal. Para los que dicen que las eléctricas “se forran”: tienen la peor rentabilidad sobre el capital empleado de todo el sector eléctrico europeo. Aun así, el 15% de su plan de inversiones a 2016 se concentra en el territorio nacional en actividades reguladas y distribución.
Cuando sobra capacidad y las inversiones en distribución están limitadas ¡por ley!, invertir más en España es algo que ni el Estado quiere, como han dicho en muchas ocasiones tanto ministros como secretarios de estado. Amenazar con expropiar o cambiar a los gestores de empresas privadas es cuando menos intolerable.
Otras grandes empresas del sector, como Acciona, han tenido que hacer provisiones por pérdidas relacionadas con los cambios regulatorios de 2.200 millones de euros, equivalentes al 65% de su capitalización bursátil y se concentran en reforzar su crecimiento internacional y reestructurar sus actividades. Fuera de España, RWE anunciaba 3.300 millones de provisiones y E.On, tras tres años de ajustes, anunciaba en sus resultados que el 80% de su crecimiento sería fuera de Europa. La propia GDF-Suez, semi-estatal, llevaba a cabo 15.000 millones de euros de provisiones por pérdidas y anunciaba que el 70% de sus inversiones hasta 2016 se centrarían fuera de Europa y un porcentaje mínimo, el 15%, en Francia.
El ataque a las empresas no es una casualidad, ni es nuevo. La tentación de pensar que confiscando e interviniendo nos vamos a forrar todos y no pasa nada viene desde hace siglos. Y siempre falla. Pero se lleva a cabo desde el conocimiento de que es un mensaje que vende muy bien en un país donde no parece interesarnos crear empresas y riqueza, sino sacar el último euro de las que sobrevivan al intervencionismo e ir juntos, como el coro de Nabucco, a la igualdad en la miseria. Y cuando las empresas a las que confiscamos “por el pueblo” caen, le echamos la culpa a los socorridos mercados o a Merkel y a correr.
Esperemos que los españoles despierten, porque convertirnos en “Argentina sin petróleo” puede parecer un objetivo muy goloso para algunos, pero es muy doloroso para todos.
‘Abenomics’ y el timo de la estampita
22/2/2014 El Confidencial
“»Those who believe in Abenomics are suffering from Amnesia. This is nothing new» Yasunari Ueno (Mitzuho)
Hace unos meses comentaba en esta columna que la política que ha implementado Japón para combatir la deflación no es ninguna novedad, y como tal no iba a cumplir las expectativas milagrosas que el consenso de la amnesia histórica otorga a las supuestas soluciones mágicas. Y así ha sido. En mi post “Japón y el manga monetario” explicaba que el país nipón ha llevado a cabo enormes estímulos desde mediados de los 90 y políticas expansivas desde 2001 sin salir del estancamiento.
Es curioso que se defienda la política monetarista como social y redistributiva, hasta el punto de inventar cifras de creación de empleo, en Estados Unidos por ejemplo, que ni la oficina de relaciones públicas del partido demócrata se atrevería a pronunciar. Sin embargo, de social no tiene nada. Marc Faber lo explicaba claramente: “Imprimir dinero no beneficia más que a los que tienen acceso a esos fondos, es decir, al sector financiero, al gobierno endeudado y a las clases altas, nunca a los trabajadores”.
Ahora tras un año de Abenomics -la política del gobierno japonés de multiplicar la masa monetaria y volver a estimular la economía-, se pueden comprobarlas falacias que se usan para justificar estas medidas:
- Genera crecimiento mágico
“Japón va a crecer al 4%” decían los economistas de consenso. Pues no.Alguien debería pedir perdón por equivocarse sólo en un 70% en sus estimaciones. El gráfico superior, cortesía de Juan Rallo, muestra el impacto casi nulo de la política expansiva.
Y conviene resaltar los decepcionantes datos publicados. La economía japonesa crecía un 1% anualizado en el cuarto trimestre, frente al 2,8% esperado, y no alcanzaba a compensar la desaceleración del tercer trimestre.Japón crece al mismo ritmo que… España.
En 2014 el Fondo Monetario Internacional (FMI) estima un crecimiento de la economía nipona del 1,7%, mientras que espera un 1,1% para la Eurozona. Es decir, con el Banco de Japón aumentando la masa monetaria a máximos –lo que vulgarmente se llama imprimiendo dinero, vean el gráfico inferior –, se espera un crecimiento muy modesto, mientras que en Europa se genera un crecimiento similar a la vez que el Banco Central Europeo (BCE) reduce su balance un 20%.
- Imprimir moneda reduce la deuda
Aumentando la masa monetaria más que Estados Unidos, la deuda pública de Japón alcanzó el volumen récord histórico de 1.018 billones (trillones americanos) de yenes a finales de diciembre de 2013. Quince ceros de deuda. Unos 7,3 billones de euros, más de siete veces el Producto Interior Bruto (PIB) de España, después de seis planes de estímulo desde los 90.
La cantidad supera los 1.011 billones de yenes de septiembre y es más del doble que su PIB nominal. No sólo crece la deuda en términos absolutos, sino también en relación a dicho PIB. Y ustedes me podrán decir que “hay que darle tiempo”, total solo son 25 años de experimento keynesiano de “no se hizo suficiente”. Pues bien, el Ministerio de Finanzas estima que el volumen de deuda alcanzará 1.039 billones de yenes en marzo.
La deuda japonesa la compran… los japoneses. Un 85%. Diligentemente, y probablemente no conscientemente, metida en sus planes de pensiones. A pesar de pagar un 0,6% de interés por sus bonos a diez años, Japón gasta un 22% de su presupuesto anual en pagar intereses de deuda. Un dato a recordarles a los economistas como Stiglitz, que dicen que no importa el volumen, sino que el coste sea bajo. Krugman tiene la desfachatez de decir en su columna que “ese 22% incluye repago de principal”…. ¡Cuando solo aumentan las necesidades netas de financiación! Es decir, no se repaga, se refinancia y emite más.
No sólo aumenta la deuda, sino que el déficit comercial –la diferencia entre lo que exportan e importan- se ha disparado hasta alcanzar un nivel inaceptable.
Algunos intentan justificarlo por el efecto del accidente de Fukushima y el coste de reconstruir Tohoku tras el terremoto. Pero es la típica excusa keynesiana cuando algo no funciona. Tohoku es un coste anual de 1 billón de yenes (2013) y el déficit comercial supera los 11,4 billones de yenes, el agujero más grande desde 1979. Fukushima y el cierre de las plantas nucleares es un evento de marzo de 2011, y hasta que se implementóAbenomics el déficit comercial era asumible. Desde entonces, se ha triplicado.Devaluar hace que el coste de las importaciones se dispare más que elefecto placebo de exportar más.
Imprimir moneda combate la deflación
Aquí viene el truco de agregar. Los que defienden crear inflación se ponen muy contentos porque ha llegado al 1,6% y va camino del objetivo del gobierno del 2%. Ya saben ustedes que “inflation is taxation without legislation” (“la inflación es un impuesto sin pasar una ley”, Milton Friedman). El impuesto silencioso. Sólo que tiene un truco.
La inflación en Japón sube por los costes energéticos y de los bienes importados, no porque crezcan los salarios o mejoren de manera relevante los otros conceptos. De hecho, la inflación, excluyendo alimentación y energía, es muy baja, casi nula. El mantra “si se genera inflación, los japoneses consumirán más” no ocurre. No se incentiva al consumo ni acelera la actividad económica… Porque se cercena la renta disponible y los salarios. Sólo se saca dinero del ahorrador.
Ante un impuesto sobre las ventas esperado en 2014, lo que ocurre es que la renta disponible y el poder de compra de los ciudadanos se resiente enormemente. Los salarios reales en Japón han caído al nivel más bajo de los últimos veinte años.
El dinero se va, como en los QE americano y británico, a los activos financieros de riesgo. Y encima, que suba la bolsa es irrelevante para la riqueza de los japoneses, que tienen menos de un 8,5% de sus activos financieros en renta variable, comparado con un 32,7% en Estados Unidos.
- Imprimir moneda crea empleo
Japón siempre ha tenido un desempleo bajísimo, y ese efecto placebo del índice de desempleo maquillado de Estados Unidos que comentábamos en el post “Empleo Zombi” es relativamente similar en Japón.
El desempleo del 3,7%, una cifra envidiable para nosotros, no es por las políticas monetarias, es por un tejido empresarial espectacular, activos en todo el mundo y una cultura del trabajo y sacrificio mundialmente reconocida. Y un efecto demográfico importante. Desde máximos de 2007, con 128 millones de habitantes, la población ha caído a razón de casi un millón anual. En 2013, otras 244.000 personas. Esto ha creado un déficit de trabajo… Y un superávit brutal de pensionistas (el 23% de la población tiene más de 65 años) con un coste para el estado que hasta el gobierno japonés considera “inasumible”.
Imprimir moneda no crea empleo. Si no, los países que lo hacen tendrían pleno empleo desde hace años. Pero aun así merece la pena resaltar que el índice de participación laboral en Japón también se ha desplomado, repuntando ligeramente cuando han bajado los salarios reales –en especial los de las mujeres- a niveles de 1994.
Japón, al contrario que Estados Unidos, tiene un déficit de trabajadores por el efecto de la baja natalidad (1,4 hijos por cada mujer) y el envejecimiento de la población. Y a pesar de todo, quitado el efecto pensionistas, casi 17 millones de personas en edad de trabajar están “fuera de las listas” del paro.
En fin, aunque nos lo quieran vender como un triunfo, no sé de qué, un año de Abenomics no puede haber arrojado un resultado peor y, sobre todo, más lejos de sus promesas. Atroz.
Eso sí, no lo duden ustedes: cuando Abenomics o su equivalente número 35 siga generando crecimiento pedestre, deuda y más agujeros en los bolsillos de los ciudadanos, nos dirán aquello de “hubiera sido peor”, “no se hizo suficiente” y “hay que repetir”. Y los errores se justificarán con un velosocial que ni usted ni los ciudadanos japoneses verán. Pero les repetirán “hay que tener paciencia, el año que viene mejora”, mientras sienten una mano en su bolsillo escarbando un poco más