El precio de la corrupción

«Any society that would give up a little liberty to gain a little security will deserve neither and lose both» – Benjamin Franklin

Publicado en El Confidencial

Recuerdo que hace unos años en Italia, en medio de un escándalo de corrupción, le preguntaron a un político local sobre un apartamento en Roma que le habían regalado ilegalmente, y contestó: «Como me entere de quién ha sido el que me ha pagado el piso, le denuncio». Visto desde el extranjero, los escándalos que leemos en la prensa española, y sus justificaciones por parte de unos y otros, me recuerdan aquel episodio.

Según el Banco Mundial, la corrupción puede recortar hasta un 0,5% del PIB de un país. Estudios de la misma entidad valoran el impacto de dicha corrupción –en todas sus escalas- hasta en un 2% del PIB de los países de la OCDE, incluido el nuestro. En un encuentro organizado por Transparency International en Lisboa, en junio de 2013, comentaban que:

– En la Unión Europea, entre un 10% y hasta un 20% del total de los contratos públicos se pierde en corrupción

– El cinco por ciento del presupuesto anual de la UE no se justifica

– Tres de cada cuatro ciudadanos europeos perciben que la corrupción se ha disparado en los últimos cuatro años

– Pero, sobre todo, supone una pérdida de casi un billón de inversión y capital anual

– A escala global, el 55% de los ciudadanos de 107 países encuestados percibe una influencia excesiva de los gobiernos en la economía

 

No es de extrañar que ante semejante situación, el capital se escape.

Demasiado gobierno, demasiado poder, demasiada corrupción. Por ello hace falta transparencia absoluta, anteponer los principios a cualquier consenso, liderazgo y cercenar el acceso desproporcionado del Estado a la caja como parte de la solución. Precisamente porque esa es la única manera de garantizar los servicios esenciales que la gente valora. Si no, con la quiebra se hundirá todo, lo superfluo y lo necesario.

 

Tengamos en cuenta que un colapso institucional, cuando la deuda se ha disparado a casi un 90% del PIB, supondría una quiebra en cadena, que se llevaría por delante a la Seguridad Social y las pensiones, que están invertidas hasta un 90% en deuda soberana, a los bancos que acumulan 241.000 millones de bonos y créditos públicos… Y con ellos a las pymes y familias.

 

¿Es casualidad que esa percepción de corrupción creciente coincida con la crisis? No. ¿Y que se genere con el aumento del intervencionismo y el gasto público, a niveles el 49% del PIB de la UE, que se supone que es precisamente para combatir dicha crisis? Tampoco. Tras gastar cientos de miles de millones, la población sufre las consecuencias de lo que parecía un sistema muy atractivo, el asistencialismo clientelista, hasta que hay que pagarlo. “El socialismo es una idea estupenda hasta que se acaba el dinero de los demás” decía Margaret Thatcher.

El helicóptero travieso ha dejado de repartir dinero entre todos, por poco que fuera, y solo se genera deuda. Hemos entregado libertad a cambio de seguridad y ahora no tenemos ni libertad ni seguridad.

La corrupción se tolera –incluso se incentiva- mientras a la mayoría le cae algo de la misma. Pero cuando se acaba el sobre de la base de la pirámide –PER, subvenciones, ayudas, primas, enchufes, contratos, amiguismo- nos entra la indignación. Por eso hay que recuperar los principios de austeridad, meritocracia y esfuerzo y dejar de pensar que volverá 2005 y la fiesta.

Porque nunca hemos vivido periodos de mayor prosperidad que cuando la libertad económica estaba en máximos y el intervencionismo en mínimos. En las economías más intervenidas, la renta media es hasta 8 veces menor que en las economías con alta libertad económica. Desde que el intervencionismo y las políticas de gasto público se han instalado en las grandes economías, la desigualdad, que se había conseguido reducir a mínimos históricos gracias a la mejora de la libertad económica, no sólo no se ha reducido, sino que se ha disparado a los niveles más altos de la democracia (índice Gini).

El dinero donde está mejor es en el bolsillo de los ciudadanos.

Sin embargo, nos llevamos las manos a la cabeza cuando algunos proponen reducir gasto y bajar impuestos, que han sido las políticas que han creado riqueza y prosperidad. Como si el dinero que se despilfarra no fuera nuestro. Es el chocolate del loro. Hasta que se convierte en el chocolatón. Creer que un problema de mala gestión se va a solucionar con más dinero público, no solo es ingenuo. Es peligroso. Y creer que un problema de corrupción que parte de una sociedad acostumbrada al paternalismo asistencial se soluciona con «otros políticos», cuyos incentivos son los mismos, es suicida.

Hay que desprenderse de las manzanas podridas para que no ocurra lo que pasó con la banca, que al esconder a los malos entre los buenos y pretender salvar a todos, se acaba igualando a la baja y todos, los eficientes y los insolventes, sufren el estigma.

 

Lo que genera la corrupción, y su impunidad, es incertidumbre y miedo. Aumenta la inseguridad jurídica para alimentar al Leviatán del estado depredador que sostiene esa corrupción, que siempre nos parece «bajísima» e «irrelevante» o peor «pasa en todos lados»… Y el inversor simplemente desaparece. La palabra más usada en el mercado es uninvestable –imposible de  invertir-. Por eso ante estos casos es donde hay que poner por encima de todo los principios de libertad y honestidad, demostrar que no «ocurre igual en todos casos». Liderazgo y contundencia, no consenso y política de avestruz. Aprovechar que ahora el riesgo percibido es bajo para una catarsis real.

 

¿Sube la prima de riesgo por un caso u otro de corrupción? No en la OCDE, aunque sí en los mercados emergentes. La razón es que en los países emergentes no se parte de la base de una estabilidad institucional que se da por garantizada en la OCDE. Por tanto, la prima de riesgo sólo se ve afectada cuando se pone en peligro el estado que la ha tolerado. Es decir, no se dispara el riesgo crediticio por los escándalos. Son solo síntomas, pero muy relevantes porque son causa directa del gasto inútil, la falta de responsabilidad presupuestaria y el resultado final, el sobreendeudamiento, la debilidad y la posible quiebra.

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La factura de la corrupción. ¿No es curioso que las cantidades defraudadas sean indirectamente proporcionales a la cobertura mediática?

El problema de la corrupción -y sus consecuencias- es que se convierte en un gravísimo problema financiero. Cuesta dinero cuando se pierde la confianza institucional y entonces, como en un país emergente, afecta a las primas de riesgo, que la Universidad de Cornell estima puede costar entre 300 y 350 puntos básicos de coste adicional de deuda. También cuesta por la huida de capital y caída de la inversión financiera directa, dos elementos que nuestro país necesita como el agua.

 

Y no es un problema causado por unos políticos, como si fueran extraterrestres que han caído de Ganímedes. Son el reflejo de una sociedad, no una casualidad. Es un problema de un sistema económico que tolera e incentiva el clientelismo como modo de evitar el libre mercado, la meritocracia y la competencia.

Hace unos meses el periodista John Müller dio una excelente charla en Madrid en Cunef y mostraba las portadas de su periódico desde finales de los 80. Dos cosas me sorprendieron:

– Desde Roldán (2,6 millones de euros más o menos) a los últimos casos (ciento treinta y seis millones de ERE, que podrían ser hasta setecientos millones, y cuarenta y siete, hasta ahora, de Bárcenas) las cantidades se han multiplicado de manera exponencial . De hecho, son las cantidades astronómicas las que diferencian a nuestro país de muchos otros donde también se dan esas corruptelas. En Reino Unido el escándalo de las dietas de los parlamentarios le costó no volver a poder presentarse a las elecciones a un 30% de ellos, por una cantidad acumulada de un millón cien mil libras (1.320.000 euros).

Solo el caso Edu + ERE, los mayores casos de corrupción de la UE, suponen un coste acumulado cercano al 0,4% del PIB.

corrupcion expansion

– La falta de impacto político. El propio Roldán decía: «Tengo dos alternativas: pegarme un tiro o tirar de la manta». Y claro, mejor que no hable. Los nombres se repiten y apenas hay encarcelados, condenados… Hay más encausados pero por una cosa o por otra, no son condenados. Nuestra tendencia maniquea a analizar la corrupción desde el «y tú más» nos lleva a justificar lo que en otros países –donde también hay corrupción- sería inimaginable. Y nos lleva a equiparar a todos, dudar y acusar a todos, buenos y malos.

Es curioso, sin embargo que algunos se indignen con la corrupción en España en el puesto 40 de 177 del ranking mundial (cuanto mayor el puesto, más corrupto) y sin embargo alaben o asesoren a los regímenes más corruptos del mundo (Venezuela, el 160 de 177, etc…) . Gráfico cortesía de Transparency International.

Me dirán que es una exageración y que no es para tanto, que España se financia y no hay riesgos. Imaginen cómo mejoraría la financiación, y las cuentas públicas, de no existir este cáncer. Piensen que el impacto de un shock institucional es enorme y tiene efecto dominó, sobre Estado, bancos, empresas y familias. Y que ocurren, como hemos visto en países vecinos.

Justicia, dimisiones y mano dura. Los no corruptos deben saber que están empañando su prestigio tolerando el destrozo, que todos estamos financiando a los malos gestores, que además están expulsándonos del crédito, de la toma de decisiones, y apartando a los buenos de las instituciones. Eso no puede ser. Que la imagen de España no sea donde no se puede invertir.

 

El abandono de los principios, pensando que escondiendo el problema todo se olvida, ha funcionado a veces, no lo neguemos. Pero se acabó el dinero gratis. Ahora toca demostrar liderazgo, fortaleza y contundencia. Por el bien de todos.

Oligopolios o planificación de burbuja

«No es lo mismo una empresa energética que una que fabrique yogures», José Montilla

“Spain faces the risk of expensive overcapacity and rising tariffs”, ABN Amro, 2006

Escucho el debate reciente sobre supuestos oligopolios que expolian a los ciudadanos y no me sorprende.

En 2005-2006muchos ya decíamos que estábamos creando un monstruo energético de sobrecapacidad, caro, ineficiente y subvencionado, pero nadie hizo caso.

La burbuja de infraestructuras y capacidad de generación eléctrica que se creó con el aplauso de todos, ciudadanos, gobiernos, empresas y reguladores, tiene muchas similitudes con la inmobiliaria.

-Los gobiernos que planificaron para un crecimiento eterno

-Unas comunidades autónomas que tenían que tener todas una planta de regasificación, miles de molinos, cientos de placas solares y decenas de ciclos de gas.

-Una remuneración y un sistema de subvenciones que hunde la competitividad si no crece la demanda.

-Una población que aplaudía los excesos regulatorios en subvenciones.

-Un sector que se lanzó al calor de expectativas de demanda injustificadas y subvenciones y se ahogó en deuda. Ahora se encuentra con rentabilidades paupérrimas y problemas de calificación crediticia.

-Todo un país que piensa que nada se paga.

En 2009, en “El despropósito energético nacional”, yo alertaba de que ya podíamos “rezar que la demanda vuelva a crecer brutalmente, porque si no la factura va a ser de broma”. En 2010, comentaba en mi artículo “Economía insostenible”, que “sostenible es el agujero que estamos cavando, porque la factura de la planificación del “a crecer a crecer”, de las primas y de la orgía de sobrecapacidad la pagarán nuestros nietos”.

Hoy, por culpa de nuestra mentalidad burbujera, la de todos, corremos el peligro de debilitar aún más a nuestras empresas, que son líderes en muchas otras tecnologías, con un sistema confiscatorio y sin seguridad jurídica en el que sufren los más débiles, los pequeños inversores y los consumidores.

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Planificación burbujera

Un documento reciente del presidente de la Comisión Nacional de Energía, Alberto Lafuente, mostraba cómo la planificación energética -que era obligatoria- aprobada por el Gobierno para 2002-2011 asumía un crecimiento medio anual del PIB -y con el la demanda energética- del 2,9% hasta 2006 y del 3% de 2007 a 2011. Ahí es nada.

Bueno, vaya por Dios, todo el mundo se equivoca. Sin embargo, se construyeron decenas de miles de megawatios de nueva capacidad de acuerdo a esas “previsiones conservadoras”. Qué se la va a hacer. Un error lo tiene cualquiera.

Saltemos a 2008, con la burbuja inmobiliaria y la crisis bien asentada, y nos encontramos con que la planificación estimaba, qué casualidad, un crecimiento medio anual del 3% hasta 2016. Otro par de decenas de miles de megawatios construidos. ¡Venga!

 

Inversiones o donaciones

Para atender a esa inexistente “creciente demanda”, gobierno tras gobierno, nacional, regional, local, se liaron a dar permisos. Las inversiones anuales pasaban de 450 millones en gas y otros tantos en electricidad a mucho más del doble. “Hay que invertir”.

Decenas de excelentes profesionales, con décadas de experiencia que alertaban contra esta salvajada de previsiones y esta locura de inversiones innecesarias, fueron retirados de sus puestos. A ellos dedico este artículo. El futuro era nuestro y no había gasto, por extraño que fuera, que no nos pareciera esencial para la -que me parto-“seguridad de suministro” y con “rentabilidad mínima garantizada por el Estado”. Es decir, por usted, consumidor.

Vaya, hombre. Como la burbuja inmobiliaria. Sobrecapacidad del 40%.

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Subvenciones desproporcionadas

Nos encantan las subvenciones. Les buscamos distintos nombres, “ayudas”, “apoyos”, “primas”, “incentivos”. Léxico burbujero. La enorme mayoría de la población las apoyaba, que ahora nadie se rasgue las vestiduras. Solo que nadie quería saber cuánto costaban.

Al carbón, ¡el pueblo con los mineros!, seiscientos millones, pagos de capacidad, otros seiscientos millones, costes regulados, un 10% de crecimiento anual y, por supuesto, primas renovables para todos, aunque las previsiones de crecimiento estaban demostrando ser fallidas. Total, un 1,5-2% del PIB en subvenciones cada año.

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No pasa nada, porque lo paga usted

Entre 2008 y 2011, España pasaba de tener un coste medio de la electricidad antes de impuestos ligeramente superior a la media europea, a tener un coste medio un 20,5% superior a la media (fuente CNE). Y se preguntan por qué cierran las empresas y se deslocalizan.

Sin embargo, la media de precios mayoristas -precio del pool– no se movió de la media europea, como mostraba en mi artículo “El carajal eléctrico”.

Los sobrecostes no solo se acumulaban, sino que no se pagaban. Un déficit de tarifa que crece a una media de 4.000 millones de euros anuales desde 2008. Hasta 3.000 millones de euros en 2012, a pesar de los recortes a las eléctricas. Un déficit lleno de “promesas de pago” gubernamentales si la empresa aceptaba la exigencia de gastar -“invertir”- en sobrecapacidad.

 

No se cierra nada

Pero oiga, todos nos equivocamos, qué son 25.000 millones de euros más o menos de coste energético cuando nadamos en la abundancia.

¿Arreglamos el problema? ¿Se permite cerrar capacidad? ¿Se paran las inversiones hasta que se absorba la capacidad excedentaria? ¿Como país líder en renovables, cerramos plantas de carbón, Garoña? Nooooo.

Intente usted cerrar una planta en España. Se le echan encima sindicatos, gobiernos regionales, nacionales, opinión pública. Queremos capacidad gratis. Nos gusta la sobrecapacidad. Lo que no queremos es pagarla. Se aguanta la respiración y se espera “a que crezca la demanda a niveles adecuados”. Adecuados. Otros 1.500 megawatios de capacidad innecesaria en 2012.

Los oligopolios

Toda Europa y todos los sistemas eléctricos necesitan enormes empresas. En todos los países hay dos, máximo seis grupos eléctricos dominantes. ¿Por qué?

Porque las grandes inversiones que exigen los gobiernos, sobre todo en distribución, y las bajísimas rentabilidades que generan -6,8% de rentabilidad sobre el capital empleado en España, 8% en Europa- solo las puede soportar un grupo con un tamaño enorme que aguante la deuda.

Si añaden a ello que, gracias al sistema de “te debo pero no te pago”, el sector no genera caja libre -los beneficios son contables, pero gran parte no se cobra-ya me explicarán cómo se puede generar competencia. Sería un desastre de quiebra tras quiebra como… oh, espera… sorpresa… como fue España antes de las fusiones que generaron estos supuestos “oligopolios”, cuando se tuvieron que juntar empresas en problemas con otras para sobrevivir.

Pero, además, se confunde grandes empresas con manipulación. Oligopolio no hay cuando hay fragmentación. España es uno de los países que mejor se sitúa en el índice HHI (Herfindahl-Hirschman Index). Cuando este número es bajo, la industria es altamente competitiva y de baja concentración.

Renta de posición

Todos los sistemas eléctricos de Europa son marginalistas -el precio de la electricidad mayorista lo fija un proceso de subasta-. En Alemania, hay tres operadores mayoritarios, en Francia, tres, en Italia, cinco, en Reino Unido, seis. Y es precisamente la liberalización en generación la que establece el óptimo de mercado. Decir que la subasta está manipulada cuando ha evolucionado igual que la media europea es, cuando menos, una broma. O una manipulación pésima.

Ah, pero lo que queremos no es competencia, que como prueba el Reino Unido, no genera precios inferiores.

Lo que queremos es lo que llamamos “renta de posición”. Hacerse hueco en el camarote de los Hermanos Marx. No que haya competencia y libre mercado, y que las tecnologías caras cierren y sobrevivan las baratas, no. Lo que queremos es seguir con la sobrecapacidad, pero de un pastel limitado donde le quiten parte al que gana un poco más para darle al ineficiente. Eso aunque la energía del régimen especial –renovables- se debe comprar por obligación sea cual sea la demanda.

No queremos oligopolios, no. Queremos monopolios intervenidos y limitar el mercado. Si luego pasa como en Francia, que EDF ha tenido que ser rescatada dos veces por el Estado, o como ocurrió en España, donde fuimos hundiendo empresas eléctricas hasta que se fusionaron, no pasa nada. Son los malvados capitalistas.

Exigimos inversiones sin rentabilidad -dónde va a parar- un 33% más de empleados que la media del sector, que no se cierre una sola planta ineficiente y establecemos con “no sé qué criterio” la remuneración que consideramos “aceptable”, hasta que las empresas pierden acceso a capital o quiebran, y entonces le echamos la culpa a los mercados financieros.

El balance, la deuda que se genera y la falta de rentabilidad no nos importan.Alguien vendrá a pagar la factura.

Sobrecapacidad, más subvenciones que nadie, más inversiones que nadie, proteccionismo absoluto y todo gratis. Igual que en deuda soberana. No me extraña que todas las empresas, ante la voracidad recaudatoria, la injusticia regulatoria retroactiva y la inseguridad jurídica, decidan no invertir.

Queremos empresas gordas, pero no fuertes. Nos lo merecemos. Y mientras tanto, se debilitan cada vez más. Es el sistema eléctrico soviético, que ha funcionado tan bien que Rusia aún no se ha recuperado.

Lo que no nos gusta es pagarlo. Este carajal, amigos, lo hemos creado entre todos. Entre todos la matamos y ella sola se murió.

El problema de fijar el precio de la luz en los despachos y no en los mercados

La Política Energética española y de la Unión Europea de los últimos 10 años pasará a la historia por ser uno de los peores ejercicios de planificación estatal y con mayor impacto sobre los bolsillos de los consumidores, destruyendo de paso la competitividad de la economía y generando un nivel de sobrecapacidad nunca antes visto. Una política energética que ha obviado el coste y exagerado las expectativas de crecimiento de demanda. Una política que refleja la adicción de los responsables políticos a las «hojas de ruta» que establecen la dirección futura del sector energético con precisión soviética con resultados desastrosos.

La Unión Europea planificó como si el mundo estuviera limitado a nuestros 27 países, auto-proclamándose líder mundial de la economía verde. Pero Europa supone solo un 13% del consumo mundial de carbón y un 16% de gas natural mientras que soporta un 100% del coste de CO2 y un 70% del coste de las primas a las renovables mundiales. Por tanto, el efecto de sus medidas se amplifica por la perdida de competitividad europea a nivel global, en un grupo de países tremendamente endeudados.

Hagamos un repaso de las medidas y sus consecuencias:

La pérdida de empleos por la implantación de la mal llamada economía verde (mal llamada porque no hace más que aumentar el consumo de carbón, que se había dado por obsoleto) asciende a 1,8 puestos de trabajo por cada uno creado

-Hoja de ruta 20-20-20: El objetivo forzado de imponer un 20% de energías renovables en el mix eléctrico esconde, tras unos objetivos aparentemente ambiciosos y unificados, el peligro de los porcentajes. Como no se especifican objetivos absolutos, el coste de la medida es superior para los países más pequeños. Un 20% de renovables en un parque como el alemán, 120GW (giga watios), es muy diferente en coste que el mismo porcentaje en un país como Portugal o España. Alcanzar ese objetivo le costará a Alemania, que es una economía 2,8 veces más grande que la española, lo mismo en subsidios y extra-coste en redes que a España, pero para Alemania ese coste sería solo un 0,3% del PIB, mientras que en España es casi un 1,5%. Se cercena la competitividad de los países pequeños. Así se anula la capacidad de recuperar la economía y, por tanto, de crear empleo. En energía el coste es todo.

Además, la pérdida de empleos por la implantación de la mal llamada economía verde (mal llamada porque no hace más que aumentar el consumo de carbón, que se había dado por obsoleto) asciende a 1,8 puestos de trabajo por cada uno creado. En España, por ejemplo, cada empleo solar cuesta 570.000 euros al año a los sufridos contribuyentes.

Desmantelamiento o cierre de las plantas nucleares: Si los 7GW de plantas nucleares cerradas en Alemania no vuelven a operar, implica incrementar en 8 millones de toneladas adicionales de importaciones de carbón para el país. Si se paran todos los nuevos proyectos nucleares europeos, el consumo de carbón mundial aumentará en 40.000 toneladas entre 2010 y 2020. Y la generación nuclear, como la de carbón, es de “base” (es decir, funciona casi sin interrupción), por lo cual no se puede sustituir en su totalidad por renovables, que son intermitentes. Y aquí entra el gas. La importancia del gas natural como back-up en el mix energético hará que la dependencia aumente. Tenemos una política antinuclear de avestruz. En medio de la UE tenemos a Francia con 58 reactores nucleares, pero parece que pensamos que, si hay un accidente, la radiación se parará en seco en la frontera.

-Forzar un mercado artificial de CO2. Se ha tomado la primera decisión desde la revolución industrial que no supone una mejora en eficiencia económica. Se trata de intervenir los procesos industriales promoviendo tecnologías más caras y manejar la política energética desde los despachos políticos, no desde los mercados. Se inventaron una commodity falsa, el CO2, dióxido de carbono, y le asignaron una oferta y una demanda impuesta. Esa materia prima artificial se dejó cotizar en los mercados con el objetivo de alentar la especulación, esa misma especulación que es tan malvada según nos conviene cuando se trata de oro o petróleo.

Pero el problema es que se dieron cuenta de que lo que esperaban, CO2 a €40-50/tonelada, no ocurrió, dado que cuando los mercados trabajan suelen reflejar la dinámica de oferta y demanda y los precios a caen cuando el PIB de la Unión Europea, y por tanto la demanda energética, se desploma. Ahora el CO2 cotiza alrededor de €9/T. Y el plan no acepta caídas, necesita generar inflación de precio que justifique usar tecnologías alternativas caras. Pero la oferta y la demanda son inexorables, y vuelven a poner encima de la mesa que las tecnologías caras e ineficientes no funcionan ni con un coste inventado, el del CO2. Desafortunadamente, el consumidor final paga los errores de esa planificación maximalista.

-Eliminar transporte de gasolina y diesel a 2050. De nuevo sin calcular ni el coste ni el impacto en la economía. Estamos hablando solamente de una cantidad cercana a los 26.000 millones de euros con los costes de redes e infraestructuras. Pero lo más importante es que no reduce la dependencia energética ni mejora el coste. Electrificar el parque podría bajar el petróleo (paradoja, que será más competitivo otra vez), pero subirá el carbón y el gas natural a precios estratosféricos, y, añadiendo a las primas renovables, los impuestos perdidos por gasolinas y gasóleos, más del 56% del precio final, se transferirían, no lo duden, al consumidor de coches y transportes eléctricos.

No debemos olvidar del impacto de estas medidas, y su coste de implementación, en el déficit presupuestario y la maltrecha situación de deuda de los países europeos. A ver cómo añadimos un coste al sistema que suponga otro 1-1.5% del PIB anual en deuda con “supuestos” beneficios en 2050, con el consiguiente impacto sobre el empleo. Al fin y al cabo, en la mayoría de las empresas los cuatro costes más importantes son la energía, los impuestos, el coste de la deuda y los salarios. Si las tres primeras partes suben desproporcionadamente, la tercera sufre invariablemente.

La sobrecapacidad de los sistemas eléctrico y gasista, que ya alcanza el 25% en media (margen de reserva) en España, no bajará, haciendo que el coste del sistema sea prohibitivo para los consumidores, empresas y familias. Mientras tanto, Europa anuncia incentivos varios para invertir en nueva capacidad, tanto nuclear, eólica y solar, incluso carbón

Además, estas medidas tienen un efecto medioambiental mínimo a nivel europeo y, mucho menos, global. Solo la inversión por parte de China en centrales de carbón invalida todos los esfuerzos europeos por cumplir los objetivos de Kyoto. Así, el peso del carbón como fuente de energía primaria a escala mundial aumentó un 1.3% en 2010 hasta el 52.3%.

La demanda de electricidad y gas europea alcanzó su máximo en 2007 y cuatro años después aún no se ha recuperado. Sin embargo, se ha instalado nueva capacidad de manera irresponsable. En este entorno, la sobrecapacidad de los sistemas eléctrico y gasista, que ya alcanza el 25% en media (margen de reserva) en España, no bajará, haciendo que el coste del sistema sea prohibitivo para los consumidores, empresas y familias. Mientras tanto, Europa anuncia incentivos varios para invertir en nueva capacidad, tanto nuclear (en Reino Unido, 10GW), eólica (7GW/año) y solar (10GW/año), incluso carbón (Alemania, lignito, 5GW planeados). Una cantidad de inversiones que pueden ser muy válidas en un proceso de desplazamiento de otra tecnología, pero resulta que la política hasta ahora es subsidiar no solo a las tecnologías “nacientes”, sino a las “fallecientes” también.

Y no olvidemos que el coste de la ‘política del avestruz’, la autarquía energética que quieren imponer, supera en mucho, incluyendo todos los costes, al equivalente a $700/barril de petróleo (fuente: CERA, Utilities Weekly).

Es cuando menos triste constatar que el «éxito» de Europa en su objetivo de reducción de emisiones obedece fundamentalmente al desplazamiento de su industria al Lejano Oriente, con la consiguiente pérdida de empleos europeos, y al efecto de reducción de demanda industrial que la orgia de endeudamiento desbocado ha generado. Todo un éxito. Y para cerrar el círculo, se ha aumentado la dependencia energética, sea de Rusia, Qatar (gas) o Australia y Sudáfrica (carbón).

España. Un problema de intervencionismo

La liberalización del sistema eléctrico y gasista entre 1999 y 2004 introdujo el mayor periodo de inversiones, mejora de infraestructuras, calidad de servicio y coste desde la época negra de los recortes de suministro de los setenta. Pero en 2004, los gobiernos decidieron intervenir y empezó el problema. Cambiar las leyes a mitad de partido, subvencionar unas tecnologías sobre otras, restringir la libre circulación de capital, crear mercados ficticios (como el de CO2) y generar señales caprichosas de demanda y precio a través de subvenciones. Y lo peor es que sea a través de la tarifa o a través de los impuestos, los errores de planificación siempre los ha pagado el consumidor.

A este entramado endiablado de costes añadidos a la factura final debemos añadir la presión fiscal, que en España es de las más altas de la OCDE, lo que hace que los precios finales no bajen, de hecho suban, aunque la demanda cae. Hemos cargado al sistema de infinitud de conceptos, que siempre empiezan por la presunción de ser “pequeños”, pero que poco a poco van sumando al total.

En España, se han acumulado €15.000 millones en déficit de tarifa, €6.000 de esos millones en subsidios a la energía solar. Se ha permitido instalar 5.000MW de solar fotovoltaica ante el efecto llamada de unas primas disparatadas, 40 veces superiores a las de la energía eólica cuando se planeaban 150MW.

Pero el problema es que aquí no se paga nada. El déficit no se reduce. Se refinancia y re-empaqueta y la factura de la planificación del “a crecer, a crecer”, de las primas al carbón ineficiente, instalaciones solares y de la orgía de sobrecapacidad la pagarán nuestros nietos y eso será otro gobierno el que lidie con ello.

Y claro, se ha conseguido un nivel de sobrecapacidad en el sistema energético, que hace imposible sufragar la hemorragia de ayudas, primas, parches y dádivas sin subir la tarifa cada cuatro meses al menos. Y se necesitarán nada menos que subidas del 20% anual durante cuatro años al menos para cubrir los excesos de costes generados.

Se ha conseguido un nivel de sobrecapacidad en el sistema energético, que hace imposible sufragar la hemorragia de ayudas, primas, parches y dádivas sin subir la tarifa cada cuatro meses al menos

Para rizar el rizo, no vaya a ser que alguien dude de nuestro historial intervencionista, en el que tenemos medallas como el decreto anti-E.On, el coste de CO2 eliminado del precio, etc… se conceden casi €1.000 millones en subsidios al carbón nacional para mantener a 7.000 mineros. En el país campeón de la energía verde, carbón. Entre seiscientos y mil millones para mantener una industria ineficiente e innecesaria en un mercado energético en el que contamos con un exceso de capacidad de un 22-25% (margen de reserva).

No sorprende, por tanto, que estos gobiernos a los que tanto les gusta ordenar y recomendar de manera paternalista al mundo entreguen subsidios sin control, llegando a la situación, divertida cuando menos, de que en nuestro país todas las tecnologías están subvencionadas de una manera u otra (pagos de capacidad, etc.).

La Solución

Si me permiten ser optimista, les diré que la solución existe. La crisis significa oportunidad, como bien dice el proverbio chino.

Si los partidos políticos dejan que el mercado y la industria solucionen los males endémicos de nuestro maltrecho sector energético, apoyándolo con una política no intervencionista, y con un marco regulatorio estable y sostenible, España podrá encarar los retos del futuro energético desde una posición de liderazgo y de competitividad.

Más libertad de mercado y menos intervención. El primer mal del sector energético español es que la excesiva intervención estatal hace a las empresas más débiles y menos competitivas. La crisis actual no es una crisis de liberalismo excesivo, sino de intervencionismo endeudado, desde los precios de la energía hasta la planificación de capacidad por encima de las necesidades. Ya hablamos del déficit de tarifa, que debe solucionarse ya para que las empresas no estén eternamente en riesgo crediticio.

Otro enorme problema es el de la sobrecapacidad y la creación de señales falsas de demanda a través de subsidios innecesarios. Si una tecnología o una planta, sea carbón, ciclo combinado de gas o un molino de viento, sobre todo si está totalmente depreciada, no genera retornos aceptables, que la empresa que la gestiona la cierre o la mantenga con los retornos de sus otros negocios. ¿Saben ustedes cuántas plantas de generación con petróleo quedan? Casi ninguna. ¿Por qué? Porque fueron desplazadas por tecnologías más rentables y mejor posicionadas. Si mantenemos a base de subsidios tecnologías ineficientes y anti-económicas, no solo mantenemos una sobrecapacidad innecesaria en el sistema, sino que el consumidor no ve las ventajas de las partes bajas del ciclo económico.

Extensión de la vida de todas las nucleares por ley. Ya están construidas, funcionan estupendamente, tienen un coste asumido por las eléctricas y en el mundo la apuesta es clara, nada menos que 56 reactores en construcción, o 51 Giga vatios de capacidad. No rechacemos una energía barata y limpia dentro de su mix energético… sobre todo cuando ya la tiene.

Una regulación en distribución e infraestructuras homogénea y predecible. Por alguna razón que aun no sabemos, en España las inversiones en transmisión (redes de alta tensión y gasoductos) reciben una remuneración muy adecuada y estable, lo que nos ha llevado a contar con un sistema muy competitivo y flexible, pero las redes de distribución (minorista) se remuneran por debajo del coste de capital, siendo un coste para las empresas eléctricas y gasistas, que se endeudan e invierten a perdidas. Esta falta de remuneración competitiva debe subsanarse para que la inversión cubra el coste de capital, y la tarifa debe reflejarlo. Así se evitaran riesgos de apagones y fallos en el sistema.

Los subsidios son necesarios para lanzar proyectos energéticos de largo plazo, pero en un sistema endeudado crean incertidumbre y riesgo crediticio

Promover innovación y limitar los subsidios a un 0,5% del PIB.  Todos los sectores se quejan de los subsidios de los otros. Los subsidios son necesarios para lanzar proyectos energéticos de largo plazo, pero en un sistema endeudado crean incertidumbre y riesgo crediticio. Aprovechemos para garantizar que no supongan una losa para la economía reduciendo el número máximo a un porcentaje del 0,5% del PIB anual y totalmente reflejados en el precio final que paga el consumidor. España ha conseguido ser líder en renovables pero el coste ha llevado a incrementar un déficit de tarifa ya de por si monstruoso. Ahora es necesario encontrar un equilibrio entre un límite a los subsidios y un marco legal que garantice la rentabilidad a largo plazo para los innovadores.

Incentivar la eficiencia, no el consumo. Los precios bajos de la energía incentivan el consumo. Es un hecho. Mantener precios de gasolinas, electricidad y gas artificialmente bajos hace que aumente la factura energética de un país que importa 1,1 millones de barriles al día de crudo. Se ha demostrado, incluso con la crisis y el crecimiento de las renovables, que esas importaciones bajan muy poco. Por ello debe fomentarse el ahorro energético a través del precio adecuado, no de políticas cosméticas de bajo impacto. Dejar de esconder el coste real de la energía a través de un déficit acumulado anual es esencial para que el consumidor sepa lo que cuestan las diferentes tecnologías y que responda con un consumo responsable.

Más Upstream. España tiene un déficit estructural de acceso a recursos naturales, con exposición a países como Argentina y Venezuela, pero muy baja o nula a África, Rusia, Canadá y Estados Unidos. Las empresas energéticas pueden acceder ahora a recursos naturales en gas y petróleo en áreas de menor riesgo si los retornos lo justifican. Un pacto con Rusia o Noruega, que necesitan acceso al mercado final, por ejemplo, sería muy interesante y similar a lo acordado en los años 80 con Argelia. Merece la pena tener visión global, que el gas no va a estar siempre a 7 dólares/mmbtu o el petróleo a 100 dólares/barril.

Aprovechar la sobrecapacidad de regasificación. En España contamos con seis plantas de regasificación, un número a todas luces excesivo para la demanda del país. Sin embargo, esa sobrecapacidad puede utilizarse para crear un centro Europeo de suministro, un “hub”, que permita maximizar el potencial de esas plantas y, combinado con la política antes mencionada de mayor acceso a recursos naturales, acumular gas natural barato que permita apoyar la competitividad del país.

La quimera de “aumentar” competencia no ha demostrado mejorar los costes para el consumidor, tal y como ha demostrado el modelo británico. Lo que genera beneficios a los consumidores es tener empresas energéticas de bajo coste

Más competitividad. La quimera de “aumentar” competencia no ha demostrado mejorar los costes para el consumidor, tal y como ha demostrado el modelo británico. Lo que genera beneficios a los consumidores es tener empresas energéticas de bajo coste. Si se incentiva la eficiencia y se reducen los subsidios que premian a las políticas equivocadas, o las rescatan, forzaremos a las empresas a ser más competitivas y ofrecer productos y servicios más atractivos para el consumidor. Como ejemplo, hemos visto más beneficios para el consumidor por las ofertas combinadas de gas + electricidad de las grandes empresas que en la creación de multitud de grupos subvencionados.

La solución es simple. Mercado sin intervención en los sectores liberalizados, y en los sectores regulados, un marco estable y predecible. Si la generación con carbón o con gasoil tiene que reducirse o desaparecer, que lo haga. Si el precio de la electricidad o sistema gasista que hemos aceptado es caro, el consumidor debe saberlo para tener claro qué es lo que está promoviendo. Mantener al consumidor engañado, en el caso de España, creyendo que la energía que consumimos es barata a base de prolongar el déficit de tarifa, o recortar los retornos de otras tecnologías, es simplemente engañar.

Mientras los gobiernos sigan intentando planificar e intervenir en el mercado de la energía como si el resto del mundo no existiera, se verán abocados al fracaso. Y ya llevamos muchos años con atroces resultados. La economía verde, que me parece fenomenal si no la tienen que pagar nuestros nietos, solo triunfará si es competitiva. Los gobiernos solo deben crear un marco regulatorio razonable y estable para las tecnologías y que sea el mercado el que ofrezca soluciones. Compitiendo. Y evitar generar inseguridad jurídica, como ocurrió en España con las primas mal planificadas.

*Texto íntegro de una conferencia del gestor Daniel Lacallesubvenciones tarifa

Mercados emergentes y ‘sumergentes’: una brecha complicada

“You are picking up pennies in front of the train when you invest in certain kinds of emerging markets” Tina Vandersteel

Esta semana he tenido el honor de dar una charla en el Trading Week coincidiendo con inversores de Italia, México, Bolivia, Marruecos y por supuesto España, y uno de los temas más comentados ha sido la debacle de las monedas emergentes.

En lo que va de año, se han registrado salidas de capital de bolsa en mercados emergentes de 12.200 millones de dolares (un 1,6% de los activos bajo gestión), comparado con salidas de 15.000 millones durante todo 2013. En bonos emergentes se ha visto una retirada de fondos de 5.000 millones de dolares, comparado con 14.300 millones que se retiraron en todo 2013.

El colapso del peso argentino, tras años de política intervencionista neokeynesiana, inflación desbocada y destrozo de la balanza por cuenta corriente, debería ser señal de alarma y hacer reflexionar a los partidarios de aplicar las mismas medidas, imprimir y aumentar el gasto público, para España. Sin embargo, como no podía ser de otra manera, el Club de la Impresora se ha lanzado a decir que «es un caso aislado», que la inflación del 27% es una especie de casualidad, un ovni que cayó de Marte, y… ese clásico de laHermandad del Unicornio: «la devaluación se debe a un ataque especulativo». Claro, aumentar la masa monetaria, ya lo saben ustedes, «no crea inflación» como aseguraba Axel Kiciloff… Y cuando la inflación se dispara entre un 20 y un 30%… Es culpa «de los mercados», no de aumentar la masa monetaria un 30% para sostener un sector público hipertrofiado y creciente, un gasto muy superior a los ingresos fiscales, a pesar de contar con riqueza y recursos naturales abundantes, hundiendo las reservas del banco central. Les recomiendo el capítulo «No llores por mí, Argentina» de mi libro Viaje a la Libertad Económica, donde se analiza con detalle el agujero creado por el mal llamado ‘modelo inclusivo’, que en realidad lo que supone es el empobrecimiento de todos. Con subidas de precios del 30% en un solo día.

La locura del Keynesianismo selectivo, como lo llamo yo. Que solo hace caso a Keynes para gastar, no para ahorrar y bajar impuestos.

Comentábamos en esta columna en agosto el riesgo de complacencia de algunos países emergentes ante el exceso de liquidez. Los bancos centrales de esos países siempre asumen que el exceso de líquidez es fundamental y, cuando se reduce, entran en fase de pánico. Subidas de tipos de interés agresivas. Pero esas medidas llegan tarde y mal… Estamos repitiendo la crísis del 97-98 casi punto por punto. Y el riesgo de ‘parada en seco’ que mencionaba en verano aquí ya es una realidad.

Durante la crisis de mercados emergentes de Asia-Rusia-Brasil de 1997-98 vimos un efecto similar. La combinación de inflación descontrolada, déficits por cuenta corriente muy pronunciados y pérdidas de reservas en los bancos centrales llevaron a enormes salidas de capital, caídas de las bolsas del 30, 40 y 90% respectivamente en India, Brasil y Rusia y desplomes del Producto Interior Bruto (PIB) hacia territorio recesivo. La enorme liquidez inyectada en los mercados en los años anteriores se había asumido como ‘normal’ y un ‘nuevo paradigma’. Las primas de riesgo y rentabilidades exigidas se reducían agresivamente porque lo justificaban «los altos crecimientos esperados»… Y cuando la música paró, ese riesgo salió a la luz. En vez de entender que la liquidez extrema era una anomalía, los estados y bancos centrales se endeudaron y entregaron a la euforia… Y cuando reaccionaron, como ocurre ahora, generan un ligero efecto rebote que se usa para acelerar la salida… y una nueva ola de pánico vendedor.

En estos últimos años ha ocurrido lo mismo: la política monetaria expansiva salvaje de Estados Unidos, Reino Unido, Japón y otros 20 bancos centrales expandiendo masa monetaria y bajando tipos ha nublado la percepción de riesgo, y la busqueda de ‘crecimiento’ ha hecho que el capital aceptase cada vez más riesgo por menor rentabilidad.

El Club de la Impresora, por supuesto, dice que lo que está pasando en los mercados emergentes no tiene nada que ver con la reducción de los estímulos monetarios de la Reserva Federal, que ha bajado sus compras otros 10.000 millones de dólares mensuales, pero hasta el gobernador del Banco Central de India alertaba sobre las consecuencias… Sin reconocer lo rápida y cómodamente que se habían ‘acostumbrado’ a los excesos de dinero fácil.

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«Esta vez es diferente»

¿Saben cuántas veces he leído esa frase estas dos semanas? Doce, en distintos informes.

Les he comentado en muchas ocasiones que el proceso de endeudamiento masivo y liquidez injustificada es una carrera a ver quién pierde primero. Y cuando los países caen en la trampa de entregarse a la complacencia, y caen… el capital se refugia en el «activo percibido de menor riesgo». Estados Unidos, Reino Unido y Japón, aunque tengan importantes desequilibrios. Esatrampa de caer en el error de copiar a los líderes en lo malo, imprimir y endeudar, pero no en lo bueno, flexibilidad, atracción de capital y seguridad, es lo que lleva a las naciones emergentes a no emerger.

Volvamos a 1997-98…. A pesar de la debacle mencionada, Estados Unidos siguió generando un crecimiento anual real del 4-5% del PIB hasta 2000, y la bolsa cayó un 10% en julio de 1998 para subir año tras año después. La trampa del correcaminos. El coyote (los países que se entregan a copiar a Estados Unidos en lo malo, lo fácil) persigue al correcaminos, Estados Unidos, y de repente ve que no hay terreno bajo sus pies.

Pero algo ha cambiado. El peso de los países emergentes en el PIB global ha subido desde un 35% al 50%, y el porcentaje de ventas de las empresas multinacionales europeas y norteamericanas en dichos países ha crecido hasta llegar al 33% de los ingresos.

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Este ciclo expansivo del ‘timo de la estampita’ no ha ayudado a las economías emergentes. La política agresiva de los bancos centrales en los dos últimos años ha reducido la percepción de riesgo financiero, pero no ha creado crecimiento superior. Y muchos países han caído en la trampa, manteniendo los desequilibrios en vez de aprovechar para reformar. Prueba de ello es que los indicadores de economía real se han ralentizado, revisando a la baja las estimaciones de crecimiento de consenso en un 25% en 2012 y en un 27% en 2013, según Barclays.

«Fed policy was encouraging (another) round of credit mis-pricing.  Consequently, EM debt yields continued to fall even as currencies, economies and equities weakened» (Minack Advisors). La política de la Reserva Federal ha incentivado otra ronda de mala valoración de bonos y renta fija. Las primas de riesgo de los países emergentes han caido mientras sus monedas, economías y bolsas se debilitaban.

Una combinación letal. Complacencia, liquidez excesiva y políticas intervencionistas.

Hay enormes diferencias. por ejemplo, Latinoamérica se ha dividido en dos continentes. Los países de políticas más intervencionistas (Brasil, Argentina, Bolivia, Ecuador, Venezuela…) y los abiertos (Chile, Colombia, Uruguay, Honduras, México…). Brasil ha visto un deterioro de su balance por cuenta corriente hasta un déficit del 3,7%, que hubiera sido impensable en un entorno menos intervenido y controlado. En Asia ocurre lo mismo.

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Impacto sobre Europa y EEUU

De momento, el riesgo por exposición a los países con los mayores desequilibrios (India, Turquía, Argentina) es muy bajo. Ninguno de ellos es un gran socio comercial. A menos que el problema se extienda a China, como comentábamos en mi post «China, el Plan E con Esteroides».

Europa y Estados Unidos son beneficiarios de la salida de capital de las economías emergentes. El aumento de fondos enviados a Europa ha sido casi equivalente a la salida de emergentes (9.000 millones de dolares en lo que va de año). Mientras tanto, las economías emergentes deben entender que la fiesta de la liquidez excesiva y los tipos bajos artificiales no es eterna y que cuando termina lo hace muy rápido… Y eso nos los tenemos que aplicar en Europa y España también.

No debemos caer en la autocomplacencia de pensar que el riesgo está controlado o no va a afectar. Los países emergentes suponen el 50% del PIB mundial y tenemos un sistema financiero global que ha estado buscando ‘rentabilidad’ cada vez más lejos y con mayor volatilidad, por lo tanto debemos siempre recordar que repetir 1997-98 lleva a mayores problemas… como ocurrió en 2000-2001. Que este ‘susto’ nos llega con una deuda total en la OCDE de más del 400% del PIB. El sistema es muy frágil y no hay grandes márgenes de maniobra. Esconder la cabeza solo lleva a mayores problemas después.